Hechizo~ Por Cosette y Archange (Tercer premio en el concurso de THF.es "Accidentes mágicos")

Apr 19, 2014 02:08

Sólo hay algo más bonito que compartir un escrito con alguien que quieres: escribir jugando.

Así, como un juego, entre risas y verdades, salió esta pequeña historia hecha a cuatro manos pero con un mismo espíritu. En ella hacemos un retrato irónico de este fandom que tanto amamos, y lo hacemos desde el conocimiento. También desde la locura y la fantasía.
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¡Gracias a THF.es por el premio! Y gracias a mi Flor  *-*





Era un día especialmente caluroso en Los Angeles, California. Las nubes estaban altas y la ciudad tranquila, pero en una pequeña habitación situada en el inmenso edificio de la Universal algo estaba a punto de ocurrir.
-Es grandioso, esto debe ser una señal... -suspiró Aubrey, después de mirar por enésima vez aquella tarde una de las miles de fotos que guardaba en el celular.
-Sólo son focas. Fo-cas, Aubrey. No sé que tienen de grandioso -dijo Leyna, más fastidiada de lo que estaba dispuesta a reconocer.
-¡Claro que son focas! --Exclamó, haciendo bailar el celular en su mano- ¿No os dais cuenta cuenta? ¡Son dos hermosos animales que se aman! Y mira lo que dice Bill: " Forever" -volvió a suspirar-. Esta foto es una señal... lo que pasa es que sólo los iniciados la podemos comprender -miró a Leyna con un deje de desprecio.
-Esa foto sólo significa que están por ahí perdiendo el tiempo en lugar de estar metidos en el estudio -dijo Jenell mientras ordenaba algunas revistas antiguas.
―Tal vez son dos focas muriendo por un derrame de petróleo ―agregó cruelmente Leyna, con una sonrisa que indicaba la mayor de las dulzuras―. Y el “forever” significa que sus almas estarán para siempre condenadas a sufrir en el más allá.

―¡Por supuesto que no! ―Se abrazó al celular como a un tesoro―. Jenell, haz algo.

―Defiéndete sola y… ―Con una pausa dramática, se volteó hacia ella―. ¿Sabes algo? No me interesa sobre las jodidas focas incestuosas. Solo me interesa que estrenen el condenado álbum que ME merezco ―se señaló con el índice, a la vez que las otras rodeaban sus ojos―. Por lo que a mí respecta, pueden follarse los sesos, ¡pero hagan música al respecto, joder!

―No eres la única fan ―Leyna buscó, una vez más, entre la galería de imágenes de su teléfono―. De hecho, yo tengo todos los singles.
Mostró la imagen de una pila de discos sobre una cama, todas con el nombre “Tokio Hotel” en el borde. Su sonrisa indicaba verdadero orgullo. Sus compañeras, sincronizadas sin saberlo, unieron sus pensamientos de odio e hicieron volar al celular por los aires, al menos un metro.
-¡Nooooooo! -Gritó  Aubrey, alcanzando de un salto a su amado celular antes de que se hiciera mil pedazos contra el suelo. Cuando al fin lo tuvo a salvo, lo pegó contra su pecho y luego lo contempló con expresión extrañada-O yo soy muy torpe, o esta cosa está viva.
-Yo no diría que eres TAN torpe, cariño -afirmó Leyna con una sarcástica sonrisa- claro que cada vez que te pones a pensar en "Muñeco" se te va el santo al cielo y puedes provocar cualquier catástrofe.
-¿Pero todavía están leyendo este engendro? -Dijo Leyna con cara de desagrado- Ese fic ha sido una placa para el fandom ¡Y ni siquiera es original! Es una bola de plagios medianamente bien escrito.
-Dices eso porque nadie lee tus historias plagadas de Mary Sues-- replicó Aubrey con malicia.
-¡PORQUE ESTE FANDOM NO TIENE CRITERIO! -Leyna gritó, golpeando la mesa y haciendo que aquellos Bravos’s antiguos que había ordenado meticulosamente volaran por toda la habitación.
―¡Basta! ¡Ambas! ―Jenell asumió la autoridad, una vez más, y aferró a cada una del cabello, tirando hacia atrás―. A nadie le interesan los malditos fan fictions.

―Oh, porque tu diario es totalmente verídico ―Aubrey se escapó de un giro y frotó su nuca, para comenzar a sobreactuar un monólogo cursi―. “Bill me observó a los ojos, con la pasión de toda una vida, y supe en ese momento que me haría el amor de la forma más…”

―¡No es el jodido punto! ―gruñó entre dientes, interrumpiendo―. Estamos aquí con un propósito.

―Regresarlos a los buenos tiempos ―repitieron todas al unísono, cansadas de hacerlo durante semanas, tal vez meses.

Lo iban posponiendo, disuadidas por Aubrey de que una foto de la app, de algún edificio o algo así, era un enigma a resolver, planeado detalladamente por los gemelos para ponernos en la pista del nuevo concepto. Ya había sido suficiente.
Habían estado esperando pacientemente, haciéndose ilusiones con cada nueva promesa y soñando con los antiguos pósters que guardaban en su habitación. Con cada "SOON" se les aceleraba el corazón, esperando, desesperando; pasando las horas en aquella pequeña sala
que había conocido mejores tiempos. Al principio eran muchas las chicas que pululaban por allí, pero poco a poco se fueron quedando ellas como únicas columnas del club de fans.
Habían aguantado con estoicismo el silencio, las pocas noticias y algo que las tres llevaban muy mal: las barbas de Bill. Pero a pesar de las fotos con sombras de perros (?) y la supuesta cercanía del nuevo material, la gota hacía ya mucho tiempo que había colmado el vaso.
-Entonces... -dijo Jenell- ¿Estamos preparadas para lograr nuestro propósito?
-Lo estamos -respondieron todas a coro.
-¿ Juran estar dispuestas a aceptar las consecuencias? -Siguió Jenell con voz solemne.
-Lo juramos -repitieron, tomadas de las manos.
Se hizo un gran silencio, roto por un aparatoso resoplido.
-No sé para qué tanto juramento y tanto rollo si al final no va a servir de nada, como siempre -dijo Aubrey,  abatida. Las demás se volvieron a ella con furia.
-¡Esta vez va a ser diferente! --bramó Leyna- Ya sabes que esta tarde van a estar aquí los chicos ¡En este mismo edificio! Si hay una oportunidad, ¡una sola!, de que el hechizo salga bien, es esta.
―Si no te arrojas a Bill para rasurarlo, creo que podría funcionar ―susurró Jenell, inclinándose a levantar las Bravo del suelo―. Pero dudo que lo logres.

―Podrías leerle tu diario hasta que cedan a terminar el disco. ―Agregó Audrey.

―O podríamos citar escenas de ese maldito…

―¡No sigas con Muñeco!

―Chicas, ¡Chicas! ―Jenell volvió a separarlas―. Creo que… se acercan.

Así era: se escuchaban pasos, voces, tan familiares y, a la vez, tan naturales que eran irreconocibles. Los tonos, el idioma, las expresiones y ese fantástico tono adulto de voz… Eran ellos, los cuatro, juntos de nuevo. Como los viejos tiempos. Todas se cubrieron la boca con ambas manos: habían practicado el mantener el control durante semanas, tratando de recordarlos en los recitales, estando a pocos metros o menos, o cuando pasaban en sus limosinas y una mano se asomaba a saludar.
Entendieron algunas frases lejanas, cada vez más cuando se acercaban.

―… no sé, le falta algo ―dijo, inconfundiblemente, Bill. Jenell soltó un gemido imposible―. Un suave inicio para impactar con la entrada de mi voz.

―No escucho órdenes, Billa.

Una puerta se abrió y las voces se intensificaron. Aubrey casi grita, a los cuatro vientos, que Tom llamaba a su gemelo “Billa” en privado.

―Por el amor de Dios, ¿por qué tanta botella de cerveza? ―Gustav sonaba realmente preocupado―. ¿Traen desnudistas también a las grabaciones?

―Lo que sea por inspiración ―respondió Tom, dispuesto a sacrificarse por su banda.

--Así que ahora lo llaman "inspiración" --rezongó Gus-- No creo que Baudelaire o Poe estuvieran de acuerdo con esa definición.
--Claro, porque ellos preferían la absenta -Apuntó George con una risita, golpeando el hombro de Tom- Pásame una, compañero. Espero que estén frías.
Bill rió de esa forma tan aguda y suave, tan suya, que las hizo suspirar al unísono.
Se hizo un silencio repentino. Ellas se miraron entre sí, con el corazón saltando. ¿Las habían escuchado? Se mantuvo la calma durante unos segundos, hasta que el sonido de una tapita de botella rompió el silencio.

―Estás paranoico, Bill ―comentó su hermano, iniciando una nueva cadena de sonidos.

Todas ahogaron un nuevo suspiro ruidoso, pero el alivio fue gigante. Se acercaron a la mesa, de vuelta, sin mover una sola cosa de lugar: estaban tan cerca, separados por una pared delgada y una puerta. Se tomaron de las manos, rodeando la mesa, y comenzaron el ritual que había practicado durante meses. Debía funcionar. Todo dependía de ese momento. Se miraron unas a otras, nerviosas y emocionadas. Entonces comenzaron la oración:
"Por el fuego de los montes y las nieves ancestrales
por la tierra derramada y la sangre de los mares
por la luz y las tinieblas, por la luna y los pesares
Por las estrellas del día y el viento en los arenales
por la diosa poderosa que a sus manos nos atrae
por el poder de los siglos...
¡que vuelva el tiempo a su fuente y la juventud  repare!"

Una ligera brisa se levantó entre ellas, formando un remolino invisible que partía de sus manos enlazadas y se concentraba en el centro del círculo. Las chicas, tan concentradas en su ritual, no se dieron cuenta de lo que ocurría... hasta que de pronto se hizo el silencio.
―¿Funcionó? ―murmuró Audrey. Le respondieron con una mirada de enojo y esperaron unos segundos.

De pronto, todo ocurrió muy rápido: escucharon gritos, cosas que se caían, botellas rotas. Algo había pasado, indudablemente, pero… ¿Qué? Se paralizaron en el momento que un bebé comenzó a llorar. ¡No, eran dos! Soltaron sus manos, se pegaron a la superficie de la puerta para escuchar mejor, pero era imposible entender lo que ocurría. Leyna no pudo esperar: de un movimiento impulsivo, abrió y salió de la habitación. Aubrey la siguió, sin importar cuantto Jenell tratara de detenerla.

Se encontraron de frente a Tom, arrodillado en el suelo, tratando de cubrir a un pequeño, de no más de dos años, que se hallaba enredado por una enorme camisa y tirantes. Lo abrazó protectoramente cuando ellas se abalanzaron dentro, pero se observaron en silencio por unos segundos.

―¡Lo siento… tanto! ―Comenzó Jenell.

―¡Convertimos a tu amante en bebé! ―Aubrey estaba histérica―. ¡Ni yo podría aceptar una perversión como esa, lo siento tanto!

―¡Por Dios, Aubrey! ―Leyna estaba indignada por tantas cosas que no podía elegir una―. ¡Gustav también!

Georg, con la misma expresión extraña, sostenía a otro pequeño, más cerca de la puerta. Parecía a punto de salir corriendo, pero algo no terminaba de reaccionar en él.
―¿¡Ustedes hicieron esto!? ―Gritó Tom, levantándose con Bill llorando en sus brazos―. ¿¡Quiénes son!? ¡Regrésenlo a la normalidad!

-Nosotras... nosotras sólo... -balbuceó Jenell, sin acertar a explicarse lo que había pasado. Supuestamente el hechizo sólo servía para hacer retroceder a las personas elegidas algunos años en el tiempo, no para llevarlas a la infancia de un tirón. Además, ¿cómo era posible que hubiera funcionado? Ellas los habían conjurado un poco por aburrimiento, un poco por juego y un mucho por nostalgia. Esto no tenía que haber pasado.

-¡¡Joder, hablen claro de una vez!! - Tom estaba pálido y desencajado. Parecía haber envejecido diez años allí de pie, con un Bill de dos años en brazos. Éste sonreía feliz como si el mundo fuese de caramelo, y jugaba con la barba de su hermano ahora visiblemente mayor.
-... Que a mí me gusta el shota, lo reconozco, pero esto es... morboso... -Aubrey seguía murmurando para sus adentros.

-Esto es... esto es... ¡culpa de ustedes! -Gritó Leyna en un arranque dramático.

-¿Nosotros? -Preguntó Geo, que hasta entonces había estado paralizado por el horror y la sorpresa. Miró al pequeño Gustav, una bolita rubia de grandes ojos que bostezaba entre sus brazos-. ¿Qué hemos hecho nosotros para merecer semejante... castigo?

-¡Ustedes nos han tenido abandonadas durante cuatro años! -Siguió Leyna, retorciendo sus manos crispadas- Los hemos estado esperando día tras día, ¡cada minuto de cada día! Y ustedes han seguido sus vidas como si sus fans ya no les importásemos nada.

-Les extrañamos, ¿saben? -Murmuró Janell con los ojos bajos, sin atreverse a mirar el resultado de su propio hechizo- Extrañamos a aquellos chicos que un día nos enamoraron, tan hermosos y llenos de ilusión. De algún modo basamos nuestra felicidad en vosotros, y ahora...

Con la conversación no les prestaban atención a las dos pequeñas víctimas. Bill se estaba aburriendo y quería jugar: se comenzó a retorcer, sin importarle qué se veía o no por el girón de ropa improvisada que trataba de cubrirlo. Tom peleaba contra él, con sostenerlo, para que no se le cayera ni se lo quitaran. Pero Bill insistió, tirando del pelo de su hermano mayor, hasta que se cansó y lo apoyó en el suelo, a su lado. Gustav logró lo mismo, y Georg no podía sacarle la mirada de encima a ninguno de los dos. Pero la conversación estaba tan agitada, que no los mantuvo a raya.
Cuando volvió a vigilarlos… no estaban.

―¡Joder, Tom! ―vociferó, pero este no escuchaba―. ¡No están!

―¿¡Qué!? ―Olvidó la discusión y miró desesperado a su alrededor. ¡Su hermano había desaparecido!―. ¡Bill! ¡BILL KAULITZ, VEN AQUÍ!

Corrió a cada habitación: las chicas se hacían a un lado, pero Jenell sabía dónde estaban los pequeños. No iba a desaprovechar esa oportunidad. Cuando Tom le dio la espalda, corrió hacia el otro lado.

Ambos habían caminado hacia dentro de la sala de grabación, simplemente jugando, perdiéndose de vista. Ella tenía un hermano pequeño, sabía manejarlos, no le costaría recibir un abrazo de su mini-Bill. ¡Era su creación! Ella había pensado en tener un bebé como ese. Era evidentemente su culpa.
Georg trató de atajarla, pero solo tironeo de Leyna, que se interpuso. Cerró la puerta detrás y le sonrió maníacamente a los bebés. Ellos tironeaban de algunos cables y de un bastidor, que debía sostener la letra de las canciones… de pronto se sentía dudosa. ¿Y si había algo nuevo? ¡No, no!

―Hola, Billa.
Este alzó la cabeza. Arrastraba la camisa y en cualquier momento se tropezaría con ella.

―¡Aléjate de mi hermano, bruja!

―Ven a darme un beso… ―se aproximó despacio, pero Bill dudaba―. Voy a darte un Skittle…
Eso fue suficiente para que dejara de tironear de cosas peligrosas y se concentrara solo en ella.

―¡No lo toques! ―Tom no llegó a separarlos, porque ella ya lo tenía en brazos.

―¡Te amo, Bill! ―Lo apretó tanto que soltó un quejido―. Siempre desee un tú chiquito.

―Por favor, regrésalo a la normalidad… ―Rogó―. Por favor… éramos muy complicados de bebé, no vas a querer tenerlo mucho tiempo.

-Pero... -miró los ojitos de Bill, tan dulces e inocentes-Nosotras no queríamos tenerlos de bebés, por muy lindos que sean... ¡No queríamos nada de esto! ¿Sabes? -Dijo, abrazando al pequeño como si fuera la vida en ello- Lo siento, Bill. Yo soñaba con tener un pequeño como tú, y eso ha estropeado el hechizo...
-¡Pues tienen que hacer algo! -Gritó Tom, aturdido y enojado- Ya está bien de juegos ¡Y devuélveme a mi hermano! ---- En un solo movimiento le arrebató el bebé, y lo acunó con un cuidado impropio de sus ásperas manos del guitarrista.
-Muy bien, no sé cómo lo conseguimos y no sé cómo lo vamos a romper, pero lo intentaremos.

-No lo intenten, ¡háganlo! -Bramó Geo, que acababa de dejar al pequeño rubio en el suelo, jugando con los pliegues su propia ropa.                                                 
Los dejaron en la sala de grabación y volvieron a la pequeña sala del club, aquel lugar donde había comenzado todo. Las tres se miraron con tristeza. No había palabras mágicas para revertir el hechizo, pero en ese momento no importaba. Tenían que hacerlo, sea como sea, así que de forma instintiva volvieron a tomarse de las manos. En silencio, recordaron todos esos momentos en que la banda las había hecho felices, las ilusiones que habían compartido, la forma en que sus canciones habían marcado momentos fundamentales en sus vidas y cómo todavía lo seguían haciendo...
Una cálida brisa brotó de sus manos y se fundió con el aire en forma de pequeños puntos dorados. Esta vez tenían los ojos bien abiertos para ver el prodigio.
De nuevo se hizo el silencio.

―¡Trae mi ropa, pronto! ―Escucharon, reconociendo a Bill―. ¡No pueden verme así!
―¡Georg, aléjate! ―Gustav también estaba de vuelta.
No se atrevieron a mirarlos. De pronto se dieron cuenta que no sabrían revertir algún cambio adicional a causa de su hechizo… tentáculos, manchas raras, cambios de color en la piel. Estaban horrorizadas.
Su magia ya no tenía límites ni control.

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