May 26, 2011 20:30
Después de esperar la vida, te subes al metro y te sientas donde puedes. La gente te mira como si acabases de escupir en la cruz con cristo clavado porque no vieron antes el asiento, pero alejas esas miradas y lees. Y Es Aterrador cuando piensas que nada te puede conmover, pero te conmueves y conmovida, llena de imágenes raras, buscas un lápiz, y buscas un lápiz y sigues buscando un puto lápiz. Están todos escondidos, aunque busques en los lugares más recónditos y oscuros de tu bolso se han quedado en una mesa, quizás en el suelo de alguna sala y el puto lápiz no aparece. Entonces intentas retener en tu cabeza todo lo que piensas, pero sabes que todo se escapara. Empezás a hablar en argentino para parecerte a la escritora que te estremeció, che.
Ya estás en Tobalaba y tratas de bajar entre esa gente, en ese ambiente temperado por esas gotas de sudor pestilente que e condensan y pueblan el aire. te acuerdas que odias el metro, sus rieles, sus carros y toda la gente en él. Piensas en los minutos anteriores, que las prefieren santas, tontas, perras, lobas, locas, las prefieren a todas, menos a ti. La gente que nada te exige es porque
a) nada espera de ti
b) no le importas
c) ambas cosas
A duras penas, logras cambiar de línea, la gente se abalanza hacia los asientos, te atropellan con cara de "soy yo o eres tú" y sientes que todo tu contenido digestivo será derramado encima del infeliz que etá sentado durmiendo, pero quién podría culparlo. Y ese puto lápiz. Te tiemblan piernas, párpados y consciencia, por supuesto nadie lo nota y te vuelves invisible.
Tu estación abre sus puertas y tienes que pegarle a la estúpida que no se mueve del frente de la puerta. Y ese puto lápiz. Las prefieren santas, tontas, perras, lobas, locas, las prefieren a todas, menos a ti. Sales del microclima apestoso y te llega el agardable aire frío de una tarde de un mayo bipolar. Totalmente asqueada del mundo y sus confines prendes un cigarro y una persona con una cara peor que la tuya te pide fuego y, obvio, se lo das pensando qué le habrá pasado. Una vez en la micro te tocan todas las luces rojas y la gente se demora siglos en subir y bajar, como conspirando contra tu tiempo. Y ese puto lápiz.
Llegas a tu casa, agradeces tener una memoria bastante desarrollada, aunque la certeza de que se te ha escapado la mitad del texto te abruma. Piensas en ese puto lápiz y que, aunque te toque esperar hasta la muerte, la próxima vez, esperarás la micro.
en el metro