Exámenes y sueños

Sep 12, 2007 10:58

Ayer tuve que vigilar un examen de métrica a las tres y media de la tarde. Manda narices. No me puedo creer que por muchos exámenes que haya que hacer en letras y por pocas aulas que tengan no puedan ponerse a horas más razonables; y lo digo sobre todo por los pobres alumnos. Me temo que sea desidia funcionarial: empezando a esa hora ya sí que no hay que estrujarse la cabeza encajándolos, caben todos. Para más inri de organización, el aula donde debía tener lugar estaba en obras. Toma ya. Sea como fuere, no se presentó nadie, y me pasé los tres cuartos de hora de rigor en el aula de enfrente, esperando por si acudía alguien, dibujando en la pizarra arquitecturas barrocas imposibles, cosa que suele distraerme una barbaridad (y que no había vuelto a practicar desde hacía años). Sería divertido estar allí cuando el aula se ocupe; ¿qué clase de friki habrá estado aquí?, supongo que se preguntarán mientras borran mi obra de arte efímero. Mientras, desde el enorme ventanal de la clase, veía en la de enfrente a otros alumnos haciendo un examen; traté de ponerme en su lugar; de recordar aquellos malos ratos ya lejanos, aquella tensión tan caractarística, la liberación posterior... Seguramente por todo esto esta mañana, a poco de despertar, he tenido un sueño horrible: tenía que hacer un examen y estaba muy nervioso. El aula era alargada y muy blanca. Los pupitres estaban dispuestos a derecha e izquierda pero sin alinear, de modo que para atravesar el espacio había que andar en zig-zag. Una de las mesas la ocupaba ya mi amigo Javier Serrano. Yo me sentaba delante de él y entonces el profesor, un tipo con barba, me llamaba. Me mostraba un ejercicio mío escrito en una ficha; algo así como deletreos. Me decía que había muchas faltas. La letra era redondeada e infantil y no era mía. Yo le explicaba que ese ejercicio no era mío. El no me decía que no, pero se veía a las claras que no se lo creía, en su modo paternalista de replicar. Al final, tras un breve rifirrafe verbal ,me instaba a demostrarlo haciendo antes del examen la prueba práctica: un dictado. En ese momento yo recordaba que, en efecto, el examen también incluía un dictado. Me alegré: yo no tenía el más mínimo problema en hacer un dictado; y, con todo, estaba algo nervioso. El dictado se hacía en una pizarra. El profesor comenzó a dictarme. Yo me puse a escribir en la pizarra pero las palabras no me salían. Escribí la primera frase con una caligrafía temblorosa y absolutamente ilegible. Borré la oración e intenté escribirla de nuevo, pero no podía. El profesor sonreía como diciendo "a mí no podías engañarme". Entonces le pedía por favor hacerlo sobre papel. Pero tampoco podía manejar el bolígrafo... Qué alivio al despertar.

académico, personal, sueños

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