Hi there!! Llego más tarde que el conejo de Alicia para darle el regalo de cumpleaños a Mindu, pero aquí estoy!!!! So....al lío!
Titulo: Londinium
Fandom: Inception
Pairing: Arthur/Eames
Disclaimer: Nada es mio, todo de Mister Nolan y derivados.
Nota: It's your be late birthday
shinjuuu_san !!!! Let's go celebrate!!!!! Espero que te guste, no me mates al final y sorry por tardar tanto ^^
Londinium
No está seguro de cuántos años han pasado desde el trabajo que hizo para Cobb. Desde aquel primer y único Inception, ha trabajado siempre lejos del radar de todos los que conocía. En trabajos más bien normales. Al menos normales para lo que solía hacer. Recogidas, entregas, incursiones en territorios enemigos, recuperación de mercancía y activos; cosas para las que fue entrenado antes de entrar en el mundo de los sueños. Se ha mantenido alejado del resto y no ha querido saber nada de ellos. Tan sólo se encontró con Yusuf una vez, en oriente medio tras una misión de rescate mientras descansaba en Tel Aviv esperando el transporte de vuelta a casa. No charlaron mucho y, ante todo, no preguntó por nadie de aquel equipo. Tampoco hizo falta, Yusuf ya se lo contó todo sin mucha ayuda.
Pero de eso hacía tiempo. Y Yusuf no era una fuente de información muy fiable. Así que cuando un trabajo de espionaje empresarial le llevó a Londres, su sorpresa fue mayúscula cuando se encontró con Eames en uno de los despachos que vigilaba. Al principio pensó que el falsificador estaba estafando a alguna de esas empresas pero, tras una semana de vigilancia, se dio cuenta de que no era así. Su nombre figuraba en los estatutos de la empresa como asesor ejecutivo externo. La gran pregunta era, cómo había llegado hasta ahí.
Prefirió no pensar más en ello y seguir con su trabajo. O al menos no pensó más en la situación hasta que, una mañana en la que hacia su ronda de vigilancia tomando un café frente a la oficina del objetivo, Eames se sentó en la silla frente a él.
-Cuánto tiempo Arthur -saludó desabrochándose el botón de la americana y acomodándose en la silla esperando a que la camarera se acercase-. Un latte con canela para llevar, Sammy. Gracias -pidió guiñándole un ojo a la chica que se apresuró a ir a por su pedido-. ¿Tanto me echabas de menos que has buscando mi oficina para venir a verme?
-No sé de qué hablas. Estoy aquí por trabajo, no para verte a ti -gruñó sin apartar la vista del periódico que ojeaba.
- ¿De verdad? -una pequeña sonrisa se abrió paso en el rostro del inglés-. Entonces, ¿que tu objetivo sea la empresa para la que trabajo es una mera casualidad?
-Una horrible casualidad -aseguró doblando el periódico, terminándose su café y mirándole con su mejor cara de circunstancia. En ese momento llegó la camarera con el pedido de Eames. Éste pagó su café y ambos se levantaron de la mesa.
-Es una lástima que tan sólo sea una horrible casualidad -continuó mirándole sin perder un ápice de su sonrisa socarrona-. Podría ayudarte con tu misión -aseguró dándole un sorbo a su café.
-Lo dudo mucho. No creo que tus habilidades de falsificador me sirvan en mi misión -aseguró Arthur intentando caminar lejos de él.
-Quién sabe. Te sorprendería lo que he aprendido en este tiempo -sonrió aún más y le tendió una tarjeta antes de que pudiese decir nada al respecto-. Deberías revisar el objetivo de tu misión, querido. Puede que sí puedan servirte de ayuda mis servicios.
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Odiaba reconocerlo, pero Eames tenía razón; necesitaba su ayuda. O mejor dicho, con su ayuda acabaría con su misión en seguida. Y es que su antiguo compañero tenía la clave para resolver la misión, lo cual era gracioso; casi irónico. Eames se había convertido en el guardián de los secretos de la empresa. Secretos que Arthur debía conseguir para su cliente. Por lo que más rápido era preguntarle al estafador por ellos y esperar a que quisiese compartirlos sin pedir nada a cambio.
Haciendo de tripas corazón no le quedó más remedio que coger la tarjeta que le había dado en el café y mandarle un mensaje para quedar para hablar de negocios en un pub de la capital inglesa. Esperaba que el ambiente distendido jugase a su favor, aunque la verdad; sería más fácil sacarle la información a golpes.
The Lion King era el pub más famoso del Soho londinense y además uno de los favoritos de Arthur cuando pasaba por la capital inglesa. No era común que él bebiese, mucho menos cerveza, pero aquella noche le apetecía una buena pinta de cerveza negra que le relajase y le camuflase entre la variopinta clientela del local. Había dejado el traje de tres piezas en su piso alquilado durante la misión y se había decantado por un look menos formal: vaqueros oscuros, camiseta lisa y una chaqueta para resguardarse del frío de la noche londinense. La cerveza comenzaba a darle cierto sopor y ahora sólo faltaba que Eames se dignase a aparecer para así dejar de repasar las mil y una formas de abordar el tema sin arrastrarse demasiado.
-Vaya, nunca pensé que te vería tomando una pinta. ¿No decías que eso no era digno de tu refinado paladar? -se presentó Eames sentándose frente a él con otra pinta de cerveza negra en la mano y una sonrisa sardónica en la boca.
-Qué bonita manera de empezar una conversación -rodó los ojos Arthur al oírle. El inglés le dio un sorbo a su pinta y sonrió.
-No me digas que no te ha gustado mi entrada -le pico guiñándole un ojo.
La verdad es que le había gustado. No solo por la sorpresa sino porque nunca había visto a Eames así de desenfadado. A pesar de sus estilismos dudosos, el inglés siempre había sabido lucir la ropa de una forma que casi podía clasificarse obscena. Quizás esa era la razón por la que elegía estampados tan poco acertados, para que lo bien que le sentaba la ropa no rivalizase además con un gran sentido de la moda. Pero ahora era distinto. Igual era porque no tenía que fingir ser un turista en una ciudad de África central, o igual era porque vivir en Londres le había inculcado algo de su cultura sobre moda; no estaba seguro pero su estilismo había cambiado y su gusto había mejorado mucho.
Ya se había percatado en el café, cuando se habían encontrado desayunando, pero ahora era aún más patente. Elegir un traje era relativamente fácil; un color de fondo y no estropearlo con el corte. Elegir ropa para salir no lo era tanto; y esa noche lo había hecho de maravilla. Vaqueros desteñidos y algo rotos en sitios estratégicos; camiseta blanca, suficientemente ceñida para marcar bien músculos que seguramente se habían metido en demasiados problemas anteriormente y, para rematar, una cazadora de cuero que gritaba "bad boy" por cada arruga de la piel curtida.
Se miraron durante unos largos minutos sin decir nada. Arthur no sabía muy bien cómo atajar el tema sin dejarse en evidencia. No quería dar muestras de lo desesperado que estaba pero la verdad era que esa misión le estaba llevando al límite. Su paciencia estaba poniéndose a prueba, no solo porque el equipo elegido por su cliente parecía más bien poco adecuado para la tarea; sino porque parecía imposible conseguir la información que habían pedido. No eran los códigos de un lanza misiles, era solo espionaje entre empresas; pero casi parecía la fórmula secreta del refresco más vendido del mundo de lo bien guardada que estaba.
-Bueno, tú dirás -comenzó Eames-. ¿Para que querías verme? Porque no creo que fuese solo para disfrutar de mi compañía.
-No. No es esa mi intención -bebió un largo sorbo de su pinta de cerveza antes de hablar tras un pequeño suspiro-. ¿Sigue en pie tu propuesta de ayuda?
-Si no fuese así no estaría aquí, ¿no crees? -sonrió divertido-. ¿En que habías pensado?
-Lo primero, ¿cómo has llegado a ese puesto? No es tu clase de trabajo Eames -preguntó realmente curioso. Desde que descubrió cuál era su relación con la empresa que vigilaba, la curiosidad le había asaltado más de una vez mientras revisaba las notas de vigilancia.
Eames se rió ante su pregunta y no dejó de mirarle mientras sopesaba si contestarle o dejarle con la incógnita. Ambas opciones le gustaban.
-Digamos que tuve suerte -acabo contestándole.
-Solo vas a decirme eso. ¿Y debo confiar en tu buena fe sin más? No das mucho crédito a tus palabras, Eames -le recriminó el americano con un gesto de fastidio.
-Lo sé. Lo sé -rió acabándose la pinta de un trago largo-. Hagamos un trato. Invítame a otra pinta y te contaré todo lo que quieras saber sobre mi vida durante estos años en que no nos hemos visto.
-De acuerdo.
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Siete pintas de cerveza negra después, Arthur no estaba muy seguro de si había entendido bien la historia que Eames le había contado. Si no le fallaba la memoria, y el embotamiento de su cerebro no le daba mucho la lata, Eames había probado suerte tras el trabajo para Cobb en los Estados Unidos. Sin embargo, no le salió nada. Trabajó unos meses como falsificador para un par de contactos de la mafia y cuando sintió que no había nada para él, volvió a Europa. Hizo algo de turismo por el mediterráneo, visitando y disfrutando de todas las ciudades costeras con fama de derrochadoras. Roma, Mónaco, Venecia, Saint Tropez, Ibiza... Arthur prefiere olvidarse de los detalles escabrosos que han salido de la boca del inglés gracias a la cerveza. Cuando se cansó de gastar dinero conoció a su actual presidente en las mesas del casino de Mónaco y el azar quiso que le ayudase a cerrar un negocio con unos rusos.
-El hombre estaba tan agradecido que insistió en que le acompañase a Londres y entrase a formar parte de su plantilla como asesor, me negué unas diez veces claro que... el sustancioso cheque por mi consejo con los rusos y la posterior nomina acabaron por convencerme -terminó su historia con otro largo trago a su pinta.
-Siempre te has movido por el dinero, eso no es nuevo -Arthur chasqueó la lengua en desaprobación.
-Y me lo dice quien ahora se dedica a trabajar de espía para el mejor postor -le recordó irónico.
-Para sobrevivir hay que hacer cosas que uno no desea. Eso no significa que haya vendido mis principios morales.
-Siempre has sido demasiado ético y moral. Es algo que me fascina de ti-admitió el inglés sin dejar de mirarle fijamente-. Me encantaría ver cómo pierdes toda esa moral y ser en parte culpable de ello -susurró tan suavemente que, por un momento, Arthur creyó que había sido su imaginación, pero no había sido así. En los ojos de Eames, con un poco de rabia, una pizca de reto y varias toneladas de desafío, estaba aquella frase impresa.
-Los seres superiores tenemos principios, Eames.
-Los principios no te dan de comer, Arthur.
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La noche podría haber acabado ahí. Unas pintas en un pub, la fácil y familiar forma de picarse mutuamente y, finalmente, un poco de información para que Arthur pudiese seguir su camino y no volver a verse nunca más; si el destino así lo quería. Pero desde que Arthur había puesto el pie en Inglaterra todo había sido parte de un chiste mal contado y nada parecía ser como debiera.
Pagaron la última ronda de cervezas, recogieron sus cazadoras y salieron a la calle cuando las campanas del reloj de una iglesia cercana tocaban las once de la noche. Temprano en cualquier sitio del mundo, tarde para la tradicional urbe inglesa. Eames le sonrió y le condujo por las calles grises del barrio londinense que tan bien conocía. Sin embargo, sería efecto de la cerveza, pero aquella noche sentía que estaba redescubriendo las calles del Soho mientras caminaba al lado de Eames bajo las luces de la calle.
En alguna lejana época aquellas habían sido malas calles, de las que usaban los criados, los tenderos, los comerciantes y toda aquella gente de clase baja y obrera. La parte trasera de las grandes mansiones y casonas, ahora reconvertidas en apartamentos o estudios para artistas y gente "it". Sin embargo, la sensación que tenía Arthur era de estar en aquella época de peligrosidad, no en la actual. Era casi como vivir una fantasía, un sueño… algo prohibido. No sabía explicarlo, pero se sentía dominado por alguna clase de deseo oculto que le impulsaba a seguir a Eames a medida que éste se internaba más y más en aquel laberinto de callejuelas, sin volver la vista atrás ni pensar en la verdadera razón por la que había llegado allí.
Era un poco como seguir al conejo blanco de Alicia salvo que Eames no era un conejo y que Arthur no había caído por ningún agujero abierto en la tierra, o quizás aquellas pintas de cerveza habían sido su propio agujero negro. Antes de darse cuenta, su antiguo compañero había dejado de caminar por las laberínticas calles y le esperaba bajo el dintel de un portal del que apenas se veía el número, borrado por el paso del tiempo y el famoso humo negro que antiguamente había sido signo de identidad de la urbe.
-¿Quieres pasar a tomar la última? -oyó el americano entre la neblina del alcohol y su propia ensoñación. No sabía qué le sucedía aquella noche, era como si su instinto estuviera atontado y la presencia de Eames le tranquilizara y le inspirara confianza. Quizás le había drogado a traición.
-¿Intentas aprovecharte de mí, Eames? -preguntó tratando de mirarle suspicazmente y fallando estrepitosamente debido a la embriaguez de sus sentidos. Eames emitió una pequeña risa divertida.
-Si quisiese eso, no tendría que llevarte a mi casa para ello -sonrió como el Casanova que presumía de ser (y que en opinión de Arthur no era)-. Quiero que veas unos papeles. Lo que has venido a buscar a Londres, querido.
El espía gruñó sin saber bien qué contestar y aceptó entrar en el cálido recibidor de la casa de estilo victoriano. Normalmente aquellas casas estaban divididas en varios apartamentos para aprovechar al máximo el espacio, pero aquel no era el caso. Lo que antes habría sido un estrecho recibidor se abría a derecha e izquierda sin barreras dejando la escalera suspendida en medio de la estancia, renovada y presidiendo la estancia como foco de atención. A un lado, un salón acogedor con su chimenea y su toque clásico, al otro un estudio con altas estanterías llenas de libros y equipos de última generación. Ambas estancias se comunicaban con la cocina, moderna y funcional pero sin perder el toque clásico, en el fondo de la planta.
Se esperaba otra cosa, o quizás no. No sabía lo que esperaba realmente. A lo mejor había esperado una alfombra de león o cebra y una estatua de madera africana, pero la verdad es que la casa era bastante... inglesa. Demasiado para la opinión que tenía de Eames. Aunque, debía reconocer, su opinión de Eames no era bastante buena.
-¿Vino, cerveza o algo más fuerte? -preguntó el inglés tras deshacerse de su chaqueta en la entrada y dirigirse a la cocina dejándole explorar tranquilamente la casa.
-¿Vino? ¿Eso no es demasiado pijo para ti, Eames? -trato de no meterse con él, pero era difícil cuando su relación se había basado prácticamente en eso.
-Con el tiempo he aprendido a valorarlo. En la empresa es el regalo estrella y, al final, o me bebía las botellas o las tiraba -explicó resignado, apareciendo de nuevo en el salón con dos copas de vino tinto. Le tendió una a Arthur e hizo un amago de brindar con él-. Por los reencuentros.
Arthur sonrió irónico y chocó su copa contra la de él antes de darle un profundo trago a su vino, deleitándose su sabor.
-No está nada mal -tuvo que concederle a pesar de su reticencia inicial. Eames sonrió complacido y le guió hacia la parte que usaba como despacho para la búsqueda de aquellos papeles que prometió enseñarle.
-Me ha costado encontrar lo que buscabas. Tu cliente es un tanto rebuscado.
-¿Y cómo puedes saber eso? No te he dicho qué buscaba -le recordó enarcando una ceja sin dejar de mirar cómo escudriñaba papeles.
-No hacía falta que lo hicieses, todos buscan lo mismo. ¿Crees que eres el primero al que envían a por esto? -sonrió petulante sosteniendo triunfal un dossier en la mano -. Debe haber algo muy valioso en juego para que tu cliente quiera esta información, ¿no? ¿Cuán valioso es este dossier para tu cliente? -preguntó mostrando parte de sus cartas.
-¿Estás chantajeándome? -la sorpresa fue mayor que el propio atrevimiento por parte del inglés.
No precisamente -le explicó-, tan sólo me cubro las espaldas por si la mano que me da de comer se entera de mi contribución a tu trabajo.
-Siempre has sido tan... -comenzó con tiento, terminándose lo que restaba de vino de un trago antes de espetarle- rastrero.
-No, querido -se mofó Eames mientras le tendía el dossier-. No es ser rastrero, es sobrevivir.
-Tu manera de sobrevivir es rastrera -puntualizó entonces, tratando de coger la carpeta con su información.
-Depende de cómo se mire. ¡Ah, no! -apartó la carpeta en el último instante-. No va a salirte tan barato. ¿Qué vas a ofrecerme a cambio de ella? -preguntó mirándole divertido. Le encantaba poner a Arthur contra las cuerdas de todas las maneras posibles.
-¿Qué quieres? ¿Inmunidad? ¿Dinero? ¿Un Whisky de treinta años? ¿Cuál es tu precio? -preguntó gruñendo sin ninguna gracia. No le gustaba el rumbo que iba tomando aquello. En realidad, no le gustaba aquello desde el segundo en que el inglés se sentó frente a él en aquel café.
-Nada tan caro, en realidad no te va a costar nada. Sólo voy a pedirte un favor, no se sabe cuándo, dónde, o el qué, pero te pediré un favor -amplió su sonrisa aún más al ver la mueca de desagrado que puso el americano-. Puede que sea que me pases el mando de la tele, que me hagas la declaración de la renta o que me prestes dinero. No puedo saber qué será... pero me cobraré ese favor.
-Eso es peor que un chantaje -bufó cual gato enfadado-. ¿Cuándo has aprendido a ser tan retorcido Eames?
-El mundo empresarial es un mundo muy competitivo, querido -apuntilló Eames sardónicamente-. Uno aprende rápido.
-Está bien, acepto tus condiciones -extendió la mano esperando que el dossier fuese depositado en ella.
-Recuerda, me deberás un favor -posó la carpeta en su mano abierta-. Y soy de los que cobra sus deudas -sonrió desapareciendo de su vista con las dos copas de vino ya vacías.
Arthur se quedó un par de segundos estático, mirando la ansiada carpeta que tanto había sufrido para conseguir. Cuando se recuperó de su estupor, buscó a Eames para finalmente encontrarle junto al recibidor cerca de la puerta.
-Ha sido un placer hacer negocios contigo, Arthur -aseguró abriendo la puerta, esperando a que saliese por ella.
El americano parpadeó un tanto impresionado por su acritud, pero no dijo nada y cruzó la puerta de vuelta al frío londinense. Cuando sus pies tocaron los adoquines de la calzada se giró y miró por última vez a Eames.
-Gracias -consiguió decir a pesar de sus diferencias.
El inglés sonrió asintiendo antes de cerrar la puerta y dejarle en la calle con su trofeo y una extraña sensación de vacua victoria.