El largo camino a casa
El dolor envuelve los recuerdos de Angel con una densa niebla, una bruma opresiva que se cierne sobre su corazón y su mente. Le cuesta recordar lo que ha pasado durante estas últimas semanas. Después del Apocalipsis, después de la batalla final en aquél oscuro callejón sus recuerdos son poco claros.
Recuerda que después de matar al último demonio miró a su alrededor para descubrir que el único que seguía en píe, a parte de él mismo, era Spike. Recuerda que fue cuando el dolor llegó como una marea implacable. Wes, Gunn, Fred, Cordelia, todos sus amigos, los que habían sido parte de su vida hasta entonces, habían desaparecido para siempre. Muertos. No los volvería a ver nunca más. Recuerda que cayó de rodillas bajo aquella incesante lluvia y de no haber sido por Spike hubiera esperado allí al amanecer, vencido y agotado. Asqueado. Pero el condenado muchacho consiguió arrastrarlo a las alcantarillas entre gritos y empujones, poniendo a los dos a salvo de los primeros rayos de sol que empezaban a vislumbrarse en la lejanía. Recuerda haberle oído gritar que estaban vivos y que no iba a permitir que el sol acabara lo que no habían conseguido terminar los demonios.
No recuerda mucho más.
No sabe cuanto tiempo pasaron en el subsuelo de Los Angeles, supone que bastante, porque su siguiente recuerdo es un angustiado Spike con lágrimas en los ojos, desesperado ante su falta de reacción, preguntándole que quería que hiciera.
-Llévame a casa.- Fue toda su respuesta, apenas musitada.
Es irónico, casi cien años en América, casi cien años sin apenas contacto con Spike y aún ambos conservan el mismo arraigo a sus raíces… Spike no necesitó más explicación para saber a que se refería con su casa, con su hogar.
Europa.
¿Cuanto tiempo hace falta para atravesar un país como Estados Unidos de costa a costa? Angel no lo sabe con exactitud pero imagina que días, muchos días, aún conduciendo sin descanso.
No quiso preguntarle a Spike de donde sacó el coche con los cristales pintados de negro, no le importó demasiado. Tampoco le preguntó la ruta que pensaba tomar hasta New York. Sencillamente se dejó llevar por las interminables carreteras, atravesando estado tras estado. De vez en cuando Spike paraba para repostar o entraba en pequeños pueblos y le dejaba un rato solo para volver con bolsas de sangre y en todas las ocasiones siempre le decía lo mismo antes de marcharse "Espérame aquí, en seguida vuelvo". Nunca se molestó en mirar cuanto tiempo estaba fuera, pero después de varios días se dio cuenta que en todas las ocasiones en las que Spike se iba, este le miraba a los ojos y le obligaba a devolverle la mirada, buscando su contacto, aunque sólo fuese visual. Y a pesar de su estado de absoluta abstracción provocado por el dolor Angel descubrió algo en la mirada de Spike que le sorprendió. Miedo. Miedo a que Angel se dejara morir.
Lo cierto es que la idea del suicidio se le había pasado por la cabeza. Hubiera sido tan fácil. Sólo abrir la puerta del coche una mañana mientras circulaban en medio de la nada y saltar. Pero no lo había hecho.
Quizá el instinto de supervivencia se lo había impedido. Quizá quedaba en él algo del viejo Angel luchador, aquel que aun abrumado por su alma recién recuperada no se había dejado vencer, aquel que aun a pesar de sus remordimientos por décadas de matanzas se había construido una nueva vida.
No estaba muy seguro de por qué no lo había hecho, pero después de descubrir aquello en la mirada de Spike supo con absoluta seguridad que ahora ya no sería capaz de hacerlo.
Cuando Spike volvió al coche aquella vez, por primera vez en días intentó salir de su doloroso letargo y estuvo un rato observándole, preguntándose por qué estaría allí con él, por qué le acompañaba una vez más.
Se dio cuenta de que Spike le había tratado con solicitud, casi diría que con cariño, quizá con amor. Había respetado su absoluto mutismo, le había proporcionado sangre periódicamente aunque él no se la había pedido, había conducido día tras día y noche tras noche sin apenas descansar. Y no sabía por qué.
La curiosidad le hizo preguntar por primera vez en días.
-¿Por qué haces esto?
Vio como Spike se sobresaltaba al oír su voz después de tanto silencio.
-¿Por qué hago qué?- respondió, aferrando el volante con fuerza.
-Esto. Llevarme a Europa.
-¿Qué otra cosa podía hacer? A mi tampoco me queda nada aquí- contestó sin mirarle, cerrando los ojos apenas un instante, con la voz transida también de dolor.
Angel notó como su corazón se llenaba de ternura. Spike también lo había perdido todo pero no por eso se había dejado vencer.
Deslizó la mirada por el rostro familiar de su childe, los mismos ojos azules de siempre llenos de determinación, su boca firmemente apretada, sus rizos rubios que ahora empezaban a oscurecerse por las raíces.
No pudo evitarlo y alargó la mano entrelazando los dedos entre su pelo para acariciarlo suavemente.
-Se te está yendo el tinte.
Spike sonrió, una sonrisa cargada de amargura y cansancio, y respondió.
-Y tu carísimo traje de Armani está todo arrugado.
Por primera vez en todos esos días Angel esbozó una tímida sonrisa.
Cuando llegaron a New York Spike se las arregló para embarcarlos en un viejo mercante que partía a la mañana siguiente. Como desde el principio Spike se encargó de todo y Angel, simplemente, se dejó llevar.
Los días fueron sucediéndose desesperadamente iguales, desesperadamente silenciosos.
De vez en cuando Angel descubría a Spike observándole fijamente, con una mezcla de sentimientos contradictorios brillando en su mirada. Acurrucado en un rincón su childe vigilaba atentamente sus movimientos esperando no sabía qué.
Algunas noches subían a cubierta y pasaban las horas mirando las estrellas en completo silencio. La oscuridad les envolvía y, a pesar de su opresivo dolor, podía sentir el apoyo silencioso de Spike, acompañándole sin reservas, sin esperar nada a cambio, sin desfallecer.
Sin desfallecer hasta aquella noche.
Apenas se había dormido cuando unos ruidos sordos despertaron a Angel. Al principio no supo lo que era, pero luego descubrió, horrorizado, que eran sollozos. Sollozos de Spike ahogados contra la almohada para evitar despertarle.
Sintió como si le hubieran golpeado en el estomago dejándole sin respiración. Spike, su Spike, tan fuerte, tan entero, derrumbado. Parecía imposible.
Se levantó despacio y se acercó a la cama de Spike, apenas iluminado por los escasos rayos de luna que entraban por la escotilla.
Tumbándose a su lado, sin saber que hacer, con infinita ternura acarició las rubias guedejas en un torpe intento de hacerle saber que compartía su dolor.
Spike, sobresaltado, se giró para mirarle. En sus ojos, además de las lágrimas, brillaban el dolor y el miedo. Dolor por no ser capaz de sacarle de ese estado depresivo y miedo a perderle, a perderle para siempre.
Angel, desarmado por el profundo dolor de Spike, solo se le ocurrió una cosa para consolarle, para demostrarle que sus desvelos habían tenido respuesta a pesar de todo. Acercó despacio su rostro al de Spike, buscando su contacto, buscando sus labios suaves.
Juntaron sus bocas apenas en un tímido roce al principio que fue creciendo de intensidad poco a poco. Lo que empezó como una caricia de consuelo se convirtió en una necesidad anhelante de devorarse el uno al otro. De sentirse el uno al otro. Piel con piel. Caricias enfebrecidas con el propósito compartido de alejar el dolor que les embargaba. Murmullos ahogados y susurros apenas dichos. Gemidos acompasados mientras buscaban la dulzura del cuerpo tibio del otro. Y poco después un orgasmo tan brutal que Angel pensó que posiblemente había sido el mas intenso de su vida y de su no-vida. Mientras empujaba febrilmente dentro de Spike, derramándose en él, el dolor de su corazón pareció irse diluyendo poco a poco, y cuando, por fin, Spike se dejó ir entre sus manos gritando su nombre como una letanía imposible, el alivio de su alma fue tal que las semanas anteriores se convirtieron en un mal sueño pasado.
Derrumbados y agotados se quedaron dormidos uno en brazos del otro, satisfechos y aliviados.
Horas después Angel despertó. Spike dormía sobre su pecho, tranquilo, como un niño sin ninguna preocupación y le abrazó suavemente, acariciando su espalda con toda la dulzura que le inspiraba. Pensó en todo lo que habían pasado juntos y se reprochó a si mismo su egoísmo, todos aquellos días sólo concentrado en su dolor, sólo anclado a este mundo gracias a los cuidados de Spike, inconsciente del dolor que este sufría también.
Mientras inspiraba el aroma adorado de su niño y se llenaba de el, le prometió en silencio que le devolvería todo el amor que tan incondicionalmente le había brindado sin pedir nada a cambio. Le sorprendió no haberse dado cuenta antes de lo mucho que lo amaba y una sonrisa iluminó su rostro al saberse correspondido.
Sus manos, imposibles de detener, iban deslizándose por el perfecto cuerpo de Spike, deseando lo que Morfeo le impedía disfrutar, y a pesar de su extremo cuidado, sus caricias terminaron por despertar a su amante.
Spike parpadeó varias veces y, levantando la cabeza, buscó la mirada de su sire. Angel pudo ver en aquellos amados ojos azules el destello de la devoción de Spike hacía él, pero apenas inmediatamente ese amor trocó en angustia e incertidumbre. Susurrando quedamente Spike le dijo:
-Mañana, cuando atraquemos en el puerto, me iré, si tú quieres.
Angel se asustó.
-¿Irte? ¿Por qué?
-Desde que estábamos en Los Angeles he sido una molestia para ti. Me lo dijiste varias veces. Allí quizá podía tener una misión pero ahora ya no me necesitas para nada. Puedes ir a donde quieras, no te seguiré.
Angel le miró fijamente y ni siquiera quiso imaginar su vida sin Spike. Buscando su boca de nuevo murmuró contra sus labios.
-¿Y a donde diablos iba a ir yo sin ti, maldito crío?
El escalofrío de alivio que recorrió el cuerpo de Spike fue tal que Angel casi pudo sentirlo dentro de él y juntando sus bocas sellaron una promesa de amor eterna.
El beso ahogó apenas las carcajadas de ambos.
Y mientras volvían a buscar la tierna complicidad de sus cuerpos, mientras estos volvían a encenderse y a endurecerse buscando al otro llenos de necesidad, Angel supo que daría igual donde estuviese o lo que hiciese, daría igual lo que volviera a pasar, daría igual su pasado, su presente o lo que le deparase el futuro, no volvería a sentir dolor y no volvería a estar solo nunca más mientras tuviese a Spike a su lado.
Y no pensaba dejarle que se marchara a ningún maldito sitio sin él.
Fin