Dale, como totally, soy la peor persona del mundo, me digno solo ahora a sacar el tiempo suficiente para venir y hacer una entrada mínimamente decente para felicitar como Dios manda a nuestra querida
apocrypha73 que cumplió años AYER y yo no pude venir a felicitarla. Así que ahora vengo rápidito para gritarle alto y claro:
¡Feliz cumple atrasado, Apo!
Jesús, que eres como, dude, una de las mejores personas que he conocido en el mundo mundial, que ama a sus hijos como nadie los podrá amar nunca, que adora el Dean/Castiel sobre todas las cosas y escribe de una manera impresionante. No te conozco lo que se dice conocer, pero, Dios, mentiría si te dijera que no tienes un espacio en mi corazón así con letras grandes y lucecitas de colores a los costados *hugs*
Espero que la hayas pasado de maravilla con tu espos, tus hijos y, en fin, con tu familia en general.
Tu regalo, por cierto, es lo de abajito. Es muy chunguito y sin sentido, pero es lo único que he podido hacer en el poco tiempo que tengo libre. Honestamente, el colegio es una porquería xDD
Dean no entiende cuando fue que pasó.
Es como una de esas cosas verdaderamente raras que pasan una vez en la vida ― o bueno, tal vez dos veces ― que llegan sin avisar y en el momento menos esperado te gritan un “hey, estoy pasando” en el oído y nunca terminas de acostumbrarte a la idea de que, hey, realmente está sucediendo. Justo ahí, en ese lugar y sin que te des cuenta.
La primera vez que lo vio, Dean acababa de salir del infierno con una mano marcada en carne viva sobre el brazo como única herida y más preguntas que respuestas en una cabeza que no alcanzaba para retener tanta información. Una cabeza que parecía explotar de a ratos y que no tenía el tiempo suficiente para reconstruirse como Dios mandaba.
(Y que valga la ironía, por supuesto).
Se hacía llamar ángel, el mal nacido, y si la situación no le hubiera parecido tan seria, ― ya sabes, acababa de salir del infierno y no tenía ni puta idea de quien lo había sacado de ahí y todo eso ― Dean se hubiera reído en su cara de una manera impresionante. No lo hizo, claro, pero lo hubiera hecho si Bobby no hubiera estado inconciente en suelo y Castiel no hubiera tenido esa cara de estar hablando completamente en serio.
En ese entonces, Dean no creía en las cosas de las que Castiel hablaba. No creía en los ángeles ni en que supuestamente eran guerreros del Señor y luchaban en la tierra para proteger a los humanos. Que se lo hubiera dicho a alguien más ingenuo, pasaba, la verdad, pero que se lo haya dicho a él, que había visto el mal en todas sus formas posibles opacando todo el bien que podría haber en el mundo, fue como decirle a los italianos que no habían creado la pasta.
Una completa falta de respeto.
Hasta ahora.
Dean sigue creyendo en que los ángeles no son tan grandiosos como los pintan en todas partes, pero también ha comenzado a creer seriamente en que no todos son una verdadera porquería. Ha visto todas las fases de Castiel las veces suficientes para darse cuenta de que no son tan distintos como parece.
Castiel es como la oveja negra de la familia que se rebela cada vez que puede y es casi mágico que solo él, que parece que se desbarata cada dos por tres y no aparenta ni la mitad de lo fuerte que es, haya podido hacer lo nadie había podido hacer antes.
Hacerle creer.
No está muy seguro en qué, pero se cortaría la mano derecha si ese soplido en el corazón que no estaba ahí antes, pero que si está ahí ahora, no es lo que todos llaman fe. Esa confianza ciega en que no importa lo que diga La Biblia, el hombre del noticiero de las siete o el chico del clima sobre que el mundo es un completo gasto de espacio en el universo, de seguro todo terminará bien.
Y parece mentira que haya pasado tanto tiempo.
Parece mentira toda la confianza que se tienen y las peleas y las riñas que han tenido a lo largo de los meses, pero que, hagan lo que hagan, siempre terminan de la mejor manera. Parece mentira en lo que Cas se ha convertido y en lo que lo ha convertido a él, el hijo de puta.
Por eso no se sorprende cuando le escucha decir a Chuck que no importa nada, que ellos improvisan sobre la marcha, que, qué demonios, ellos hacen como si estuvieran dentro de la historia porque es lo único que pueden hacer. No se sorprende, por supuesto, porque Dean en lo más profundo de sus ser, siempre supo que Castiel era mejor que todos los demás, porque se preocupaba por algo más que sacarle brillo a sus alas. Algo como la gente y las familias, algo como lo que en verdad importa.
Y, claro, tampoco se sorprende mucho al darse cuenta de las ganas que ha tenido de ponerlo contra una pared y besarle con fuerza y poco tacto ― como solo él sabe ― hasta que ya no le quede nada en el cuerpo y se canse. Ha tenido esas ganas tremendas desde que le permitió ver su otro lado y comenzó a hacer bromas sin darse cuenta.
Y es ahí, ahí y no en otro lado en donde se da cuenta de que le importa una mierda el Apocalipsis, de que le da lo mismo si muere o no, si tan solo tiene la oportunidad de decirle todo eso.
Eso, lo de que está bien ser la oveja negra de la familia de vez en cuando. Que está bien tener dudas y no saber que hacer, y que no se preocupe, que ser el rebelde sin causa no siempre es tan malo pues él lo ha sido toda la vida y ser así lo ha llevado hasta ahí.
Y, vamos, que su vida tampoco ha sido una completa porquería.