Apr 05, 2008 23:54
Volvió a mirarse el reloj, nerviosa. Ya pasaban cinco minutos de la hora acordada. No vendría. Y, en lugar de decepción, la recorrió un torrente de alivio. Ahora era ella la víctima, y no él. Ya no tenía que sentirse culpable por no haberle dicho toda la verdad.
Sin embargo, cuando se disponía a irse, lo vió llegar.
Era más bajito de lo que lo había imaginado, pero tenía esa misma media sonrisa canalla de las fotos. Miró hacia ambos lados buscándola, y finalmente reparó en ella. La sonrisa no se extinguió, pero se torció un poco conforme se acercaba.
- Lo siento, se me ha hecho un poco tarde. ¿Eres tú, verdad?
- Sí -admitió ella, avergonzada. Había sido todo un error, desde el principio.
- ¿Y no te habrás olvidado de mencionar algún pequeño detalle en nuestras conversaciones por internet?
- Es posible -volvió a asentir ella, deseando que la tragase la tierra, junto con esa silla de ruedas cuya existencia no se había atrevido a reconocer-. Ha sido una putada, y lo siento. Si quieres irte, lo entenderé.
- En realidad es una ventaja para mí: así te resultará más difícil salir huyendo si empiezo a aburrirte.
Se hizo un instante de silencio. Se miraron. Finalmente, ella estalló en carcajadas.
- ¿Sabes que eres la primera persona que se atreve a bromear con mi condición nada más conocerme?
- Siempre tiendo a reírme de las cosas que menos gracia tienen. Curiosamente, no es una virtud muy apreciada.
- Empiezo a sospechar que ocultas defectos bastante peores. ¿Dónde vamos a ir?
- Hay un café sin escalones aquí al lado. Para ser un caballero, ¿se supone que tengo que empujarte la silla, o algo?
- Creo que puedo hacerlo sola, gracias.
- Menos mal, porque conduzco fatal.
Y se fueron juntos, sonriendo a pesar de sus miedos. A pesar de sus inseguridades. A pesar sobre todo de la seria duda, forjada a fuerza de desengaños, de si aquel encuentro llegaría a ser algo más que una anécdota que contar a los amigos.
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