Ocaso escocés

Apr 10, 2011 16:21

Hay tres personas sentadas al atardecer en algún lugar a las afueras de Edimburgo. Comparten el silencio mientras observan distraídamente cómo las sombras van trepando por la colina de Holyrood y la oscuridad se adueña de la capital de Escocia, perdidas en sus propios pensamientos.

La primera de ellas espera quedarse mucho tiempo en las Highlands, o por lo menos no tener que volver a España. Está intentando doctorarse en farmacia, pero la universidad ha decidido que no necesita pagarle por un trabajo que lleva varios meses haciendo gratis. Para olvidar esas preocupaciones se ha buscado otras diferentes, y está liada con un hindú de la casta de los brahmanes. En cuanto tiene un ordenador cerca consulta compulsivamente la wikipedia en busca de información sobre su cultura y religión. Por una parte trata de entenderlo mejor, y por otra asegurarse de que no va a terminar casándose a lomos de un elefante por culpa de lo que para ella no es más que una relación puramente física.

A la segunda le quedan dos semanas en Edimburgo, y lo último que quiere es irse. A pesar de que pague un dineral por una habitación realquilada a un ghanés que, no pudiendo pagar sus deudas, ha terminado viviendo en un armario. A pesar de que a ella tampoco le queda ya nada con lo que afrontar el pago del siguiente alquiler, y de que uno de sus compañeros de piso (un alemán enorme) se haya empeñado en cortejarla a la vieja usanza. Porque sabe que cuando vuelva al soleado sur, aunque no tendrá que esconderse cada vez que el dueño visita la casa, tampoco le ocurrirá nada ni remotamente interesante durante meses.

El tercero soy yo, y para mí es la última tarde en Escocia. Al día siguiente volveré a mi rutina de madrugones y ordenadores, y no dejo de pensar en lo gris que parece el resto de la vida comparada con momentos tan absurdos y bellos como este.

viajes, personal

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