Segunda parte de El bosque de los enáneres, cuya primera parte y ficha están
aquí.
Era de noche cuando por fin consiguió cruzar la frontera de Alemania. Aislados en la isla de Gran Bretaña, los británicos parecían vivir con la idea de que el resto del mundo vivía por y para ellos, o ni siquiera existían más que para enseñar geografía a los niños. El mundo mágico británico funcionaba aparte que el mundo muggle, al contrario que en el resto de Europa. Europa era una tierra vieja, donde las supersticiones seguían a la orden del día, y a pesar de la Ley de Restricción Mágica todas las grandes familias tenían sangre mágica. De hecho, la guerra entre sangre limpia y "sucia" no era más que otro nombre para designar una guerra de clases. La mayoría de los magos estudiaban en sus casas, con institutrices y maestros a la vieja usanza. Sin embargo, los pocos magos de casas humildes se veían obligados a estudiar hasta los quince años, y a prepararse como bien pudieran -algunos pedían plaza en los colegios de Beauxbatons y Durmstrang -para ir a la Universidad Mágica, que congregaba a casi todos los magos de Europa, y donde los idiomas predominantes eran el francés, el alemán y el latín.
En las cuarenta y ocho horas que tuvo Hermione para llegar allí -prefería mil veces el tren a un transportador -, aprendió un poco por encima las costumbres de los europeos gracias a las personas que se iban sentando con ella en el tren. Y si no hubiera sido por la última, un pareja de jóvenes que iba a hacer montañismo y ya conocían el Bosque de los Enáneres, no hubiera sabido cómo llegar.
-Parece un labertinto. Es sumamente fácil perderse.
-¿Qué has dicho que vas a estudiar allí?
-Oh, bueno, no a estudiar. Más bien a...
-Bueno, hay mucha gente que va allí a fotografiar los lugares.
-Claro que también hay otros tantos que vuelven con las manos vacíos.
-Es curiosísimo. Siempre dicen que tienen grandes imágenes y enormes historias que contar, y al final, les pasa algo siempre como que les roban la cámara, o se olvidan algún carrete allí, o el propio duque los requisa los documentos.
-Es un tipo curioso, extraño cuanto menos.
-Dicen que perdió a toda su familia en una gran catástrofre y...
-No le hagas caso. Es un tipo normal, sólo hay que conocerlo bien.
-¿Acaso tú le conoces?
-Bueno, no exactamente, pero...
La chica se quedó callada y a Hermione no se le pasó el brillo opaco de su última mirada antes de desviar la atención hacia la ventana. Eran una pareja bonita, rubios de ojos claros, que aunque no paraban de interrumpirse, lo hacían respetando los turnos de cada uno y sin perder la sonrisa. Hermione se acordó de cuando discutía con Ron, que uno de los dos siempre acababa a malas.
-A ver, no perdió a su familia, sólo que ésta se mudó. Hubo un... malentendido. O un desacuerdo más bien.
-¿Renegó de su familia? -Preguntó Hermione porque, de alguna forma, le había venido Sirius a la cabeza.
-Algo así, aunque no por las razones que todo el mundo dice. Digamos que tenía otros puntos de vista distintos.
-Sí, de allí de donde vengo hemos tenido muchos malentendidos de esos -murmuró con intención.
Tenía la sospecha de que la joven era una bruja pero como no estaba segura de su acompañante, lo mejor era ir con tacto.
-¿De dónde eres?
-De Londres. Aunque estudié en Escocia.
-¿En Escocia?
-Bueno, creo que el colegio estaba en Escocia.
-¿Tan mala eres en Geografía?
-Depende qué mapas sea los que esté leyendo.
-Tiene razón -. La mirada de reconocimiento de la chica le hizo entender que había acertado. -Algunos no saben dónde colocar bien los sitios.
-¿Ah si? -Preguntó él con esceptismo.
-Sí, por ejemplo, me sé de un chico que lo mismo le da poner Sevilla que Galicia en un mapa, ¿verdad?
-Bueno, eso ha sido un pequeño fallo. Todo el mundo lo tiene.
-Vaya verano me has dado.
-¿Te quejarás?
-No, no me quejo.
Cuando el chico se ofreció a traerles algo de la cafetería del tren, ellas aprovecharon para hablar.
-No te aconsejo quedarte a dormir en el bosque, a no ser que te entrevistes con el hijo del duque, que es quien vive allí. Pero rara vez sale de su casa, excepto para pasear solo por allí. Aún tiene a gente a su cargo, y es mejor que hables con ellos. De hecho, te aconsejo que hables con el guardabosques y su familia, que conocen la zona mejor que nadie, y son gente muy amable. De hecho, son parientes míos, así que pueden darte un par de consejos sobre -la chica bajó el tono de voz y se acercó a Hermione -ciertas criaturas. Toma, te daré su dirección. Les mandaré una mensaje en cuanto tenga tiempo.
-¿Por lechu...?
-Oh, no, alguno de ellos son muggles, así que tenemos que tirar de ordenadores y demás aparatos eléctricos.
-¿Ordenadores?
Y así fue como el final de la conversación cambió completamente el rumbo e hizo sentir a Hermione como si hubiera dejado de pertenecer al mundo que la vio nacer. Como si ella misma hubiera renegado, en algún momento, de su mundo y se hubiera decantado por aquel que Hogwarts había abierto para ella. No se arrepentía, claro, pero sentir que no formaba parte de algo siempre era doloroso. Puede que no fuera más que cuestión de tomar la decisión correspondiente, Hermione tenía que admitirse así misma que le faltaba valor para tratar de encajar en ambos mundos. Aunque mirando a la joven que tonteaba con su novio y hablaba con ella con toda naturalidad no parecía muy complicado.
La dirección que la muchacha le había escrito le llevó hasta una enorme casa de piedra y madera situada en los lindes de un frondoso bosque. Los árboles, altos, esbeltos, y de hoja perenne daban paso a una vegetación donde las sombras parecían jugar al escondite si mirabas muy detenidamente. Mientras que el Bosque Prohibido inspiraba cierto temor y rechazo, éste parecía algo más inocente, como si guardara secretos que llevaban tiempo queriendo revelarse.
-Es bonito, ¿verdad? -Escuchó una voz detrás de ella.
Hermione se preguntó si siempre que viajara iba a comparar todo aquello que conocía por primera vez, con lo que ya había vivido. Porque si el Bosque de los Enáneres le traía a la memoria al Bosque Prohibido, la señora que resultó ser la tía abuela de la muchacha del tren le recordaba a una Molly Weasley con un montón de pecas menos y unos enormes ojos azules. Pelirroja, redondita y cargando una cesta gigante que, por los esfuerzos de la mujer al emprender de nuevo el camino, debía de pesar bastante.
-Oh, querida, perdón por no presentarme, soy la señora Heissen-Berg, la esposa del guardabosques.
-Me habían hablado de usted, sí -comentó Hermione que no sabía muy bien cómo actuar. -Yo soy Hermione Granger.
-Maravilloso. ¡Llevamos esperando tu llegada desde hace una semana! ¿Qué tal el viaje en tren? Precioso, ¿verdad?
-Una pasada. -Eso había que reconocerlo.
-Pero, ven, pasa, pasa. Ahora mismo te traigo algo de comer. Aparte de lo que nos dijo mi sobrina, también recibimos un par de lechuzas de la Universidad Mágica. Mi sobrino Bob estará encantado de conocerte, lleva tratando de trabajar en el Departamento de Regulación de Criaturas Mágicas del Gobierno Mágico Británico ni sé el tiempo. Pero entre la guerra y demás, nada. Ahora, con la ley de reinsercción social que estáis llevando a cabo allí, le será más fácil.
Hermione se hubiera maravillado de la capacidad que tenía la mujer para hablar, ordenar la salita, y preparar la comida. Un par de movimientos de varita y en la mesa apareció un suculento desayuno compuesto por huevos, leche, mermelada, rebanadas de pan, arándanos, mandarinas, y muchos tipos de fruta de temporada y de fuera de ella.
-Come, mujer, que estarás cansada. Y si tienes hambre -algo que Hermione dudaba mucho -, sólo tienes que avisar a Pinker que te traerá lo que necesitas.
-¿Pinker?
-Es nuestra elfina doméstica. Si no fuera por ella, dudo que pudiéramos cuidar de nosotros y nuestra familia, además del bosque. Y más con los nuevos cambios.
-La verdad es que conozco muy poco del Bosque. He venido para hacer unas investigaciones, pero aún tengo que revisar un par de notas, y lo cierto es que no sé muy bien cómo empezar.
Cuando había llegado a casa de los Lovegood casi no le había dado tiempo a echar vistazo alguno a los apuntes de la madre de Luna, porque, al igual que Harry, se había conmocionado al ver cómo ésta había decorado su habitación y decidió guardarlos para más adelante, y dedicar el tiempo que disponía en ese momento para estar con su amiga.
-¿Qué es exactamente lo que buscas?
-Lo que pueda encontrar sobre los Enáneres... -suspiró Hermione.
-Bueno, yo no sé mucho, pero es posible que Bob sí lo sepa. Hasta hace unos años, trabajaba en el equipo de investigación de la fauna y la flora de este bosque, con intención de seguir la tradición familiar y relevar a mi marido cuando le tocara. Pero, ahora mismo, desde la vuelta del duque, que es el legítimo dueño de las tierras, aunque su familia concediera ciertos privilegios a la Universidad... No sé, las cosas no andan muy bien. Y mi pobre Egbert bastante tiene con tratar de que el duque no se prenda fuego en su mansión y acabe quemando todas sus tierras con él. Que no sería ni el primero ni el último noble que lo hace, por esas de que como no tiene descendientes...
-¿Tan mayor es?
-Uy, no, hija, no. Eso es lo más triste. No tendrá ni cincuenta años, harto que llegue a los treinta y cinco. Pero ay, el pobre hombre está enfermo. Y nadie sabe qué le ocurre.
-¿No ha ido al médico?
-Estuvo internado en San Mungo hace un tiempo, pero le dieron el alta porque no encontraron nada raro. E incluso estuvo haciéndose varias pruebas en el Instituto de Salud de la Universidad pero ni por esas. Y ya sabes que aquí en Europa no son tan cerrados, perdone la expresión, como en Inglaterra, y van desarrollando las patentes y los proyectos en paralelo con la ciencia muggle, porque oye, maravillas las que hacen estos muggles nuestros sin varitas. Yo desde el tema de los clones, que fue el primer trabajo que hicieron los muggles solos, les tengo en un alta estima. Pero no hubo manera de ayudarlo. Y mira que era agradable de niño. Una preciosidad de chaval. Tan atento, amable, buena persona y, ay, lo que le gustaba su bosque. Vivía por y para él. Incluso una vez graduado en la Universidad, sí, hija, hizo exactamente lo mismo que tú, y de hecho, estuvo de acuerdo con las investigaciones que se llevaron a cabo. Pero una vez volvió de sus viajes por Oriente Próximo y todo cambió. Todo cambió radicalmente.
-¡Janika! Mujer, ¿con quién hablas ahora? -Se escuchó de pronto una voz desde el otro lado de la puerta.
-Egbert, querido, llegas justo a tiempo. -Se levantó su mujer para preparar un plato para el nuevo comensal. -Pasa, pasa, que ya ha llegado la chiquilla inglesa. ¿Está Bob por ahí?
-Un momento, mujer, que tengo compañía. No vas a creer a quién tenemos aquí.
Y tal y como el señor Egbert Heissen-Berg había predicho, Hermione no lo creyó a pesar de que no había duda alguna. Mientras el marido de Janika se sentaba a la mesa, Hermione se descubrió así misma comparando -nunca se quitaría esa manía, ni aunque viviera mil años y viajara a otros planetas -al viejo y al reciente Draco Malfoy. Las últimas veces que se habían visto no había habido tiempo, ni siquiera interés, en fijarse el uno en el otro. Aunque Hermione siempre había sido atenta y capaz de retener hasta el mínimo detalle de las personas que la rodeaban, cuando Harry, Ron y ella aparecieron en Malfoy Manor con la cara hinchada y rojiza, Hermione no pudo y no quiso ver el aura cadente que envolvía a Draco.
Toda la energía vital de su compañero de curso había ido desapareciendo paulatinamente cuando ambos cursaron sexto, pero tras la muerte de Dumbledore y la presencia de Voldemort en su casa, Draco había dejado para siempre a aquel niño mimado cuya vida sólo era un juego en el que él siempre ganaba. Había aprendido por las malas, como estas cosas siempre se aprenden, la importancia de una familia. No de la sangre como decía Bellatrix, ni del poder del dinero como alardeaba Lucius, sino del hecho de que estuvieran unidos, como siempre había querido Narcissa. Los Weasley y los Malfoy podían ser completamente opuestos los unos a los otros, pero si algo tenían en común es que entre ellos se querían, y por la familia se harían los mayores sacrificios. Y eso fue lo que descubrió Draco durante la guerra: cuánto más héroe era su madre, por conseguir mantenerlos a todos con vida y junto a ella, que su padre.
Sin embargo, habría tenido que estar completamente ciega para no darse cuenta del cambio ocurrido en el chico. Más alto, con el rosto más serio, de porte aún más elegante ahora que las ojeras y las pesadillas habían ido menguando. Aún tenía noches en las que se despertaba con los gritos de algún recuerdo que se retorcía entre luces verdes y crucios, entre aullidos y risas histéricas. Pero, desde que había llegado al Bosque de los Enáneres, para pasar una temporada en casa del duque, más y más noches dormía de tirón.
La mirada de reconocimiento que le lanzó tenía que haberle dicho todo. Parecía como si fuera otra persona, nada que ver con el Draco anterior, pero, en realidad, ¿qué sabía ella realmente de él? Al fin y al cabo, bien podría haber sido todo una máscara, un disfraz para inspirar respeto que había conseguido exactamente lo contrario. Y, de todas maneras, tras el juicio del Wizengamot casi nadie había sabido de él. Algo sobre la restauración de Malfoy Manor, otro poco sobre el traspaso de Lucius desde Azkaban hasta un centro psiquiátrico de San Mungo para tratar las torturas que los Malfoy alegaban haber sufrido -y que Hermione sospechaba que eran más verdad que mentira, por lo que Harry le había comentado sobre el comportamiento que Voldemort con sus mortífagos cuando fallaban -, y un par de detalles sobre la vuelta de Draco a Hogwarts, en la que lo único que destacó fueron las altas calificaciones que casi consiguieron evitar que Hermione fuera la primera de su promoción.
El ¿qué haces aquí? atónito que se leía en los ojos de Hermione fue contestado con un mudo déjalo tranquilo y algo aburrido de Draco.
-¿Y este jovencito es...? -Preguntó la señora Heissen-Berg
-El nuevo pariente del duque Anhalt-Bernburg -respondió con cierta pomposidad Egbert.
-Vamos, que tenemos heredero -se sorprendió su mujer.
-Bueno, no sé yo si iría tan lejos. Antes el jovencito tendría que demostrar que este bosque le gusta y no sé yo cuánto de acostumbrado está a andar entre zonas de barro y a lidiar con centauros, chizpurfles, bundimuns, doxys. Eso sin contar que aún quedan algunos ejemplares de Erkling de la plaga que vino desde la Selva Negra.
-¿Plaga de Erkling?
Todo el mundo que se hubiera leído Animales Fantásticos y dónde encontrarlos, sabía que los Erkling comían niños y que había traído de cabeza al Ministerio Alemán hasta que éste incrementó el control de estas criaturas.
-Oh, tranquila, fue hace mucho tiempo. Yo aún era un bebé -le quitó importancia Janika.
-Aún así, puede parecer un bosque tranquilo, pero... Que no sea como el Bosque Prohibido al que estáis acostumbrados no significa que más de uno no haya encontrado aquí su tumba. -Concluyó Egbert con un orgullo extraño. -En fin, querida, te dejo que en realidad solo venía porque necesito comprobar que los granian están bien, antes de partir.
-¿Adónde? -Se asombró su mujer que acababa de dejar el plato de Draco.
Hermione sonrió para sí misma cuando se dio cuenta de que Malfoy, en lugar de hacer amago alguno de comer, se alejaba prudencial y disimuladamente del plato. ¡Por fin un rasgo Malfoy que reconocía!
-Oh, ¿no te he contado? -Se sorprendió Egbert -Veníamos a recoger a la señorita...
Miró a Hermione intencionadamente y ésta, tras atragantantarse con un trozo de pan y toser un par de veces, completó la frase:
-Granger, Hermione Granger.
-La señorita Granger. Al parecer, el duque quiere que presente sus respetos ante la Casa de Anhalt-Bernburg.
Hermione recordó lo que le había dicho Scamander, como también el pequeño detalle que no tenía nada que ponerse.
-No sé si queda bien que vaya así -musitó una disculpa pobre para ver si la señora Heissen-Berg entendía exactamente lo que quería decir.
Desgraciadamente, aparte de ella también Malfoy la entendió y le dedicó una mirada que parecía dejar muy claro que ni aunque fuera con el mejor vestido de Narcissa quedaría bien. Hermione le ignoró -cielos, hasta echaba de menos el callado y aparentemente maduro Malfoy. Aunque tampoco es que esta nueva versión del viejo Malfoy hubiera abierto aún la boca - y Janika la entendió.
-No te preocupes, Bob llegará en cualquier momento y te acompañará al pueblo. Allí podrás comprar algunas cosas para tus trabajos aquí, pero no hace falta que te pilles una tienda de campaña. Te prepararé una de las habitaciones de la casa de huéspedes.
-¿No se puede acampar en el bosque?
Inmediatamente se arrepintió de aquella pregunta. No por la mirada condescendiente que le dirigió el matrimonio Heissen-Berg, sino por la clara directa de Malfoy de que había que ser imbécil integral para cuestionar algo tan simple.
-Oh, no, por supuesto que no. Es demasiado peligroso. Además, que si fueras con un equipo correspondiente y tuvieras el permiso del duque, aún, pero no, así, tú sola no.
Se calló a tiempo de decir que ella sola -bueno, con Harry -había sobrevivido a peligros que probablemente ellos ni conocieran. No lo dijo por respeto, pero después se arrepintió siquiera de haber pensado así. ¿Qué sabía ella de la vida que habían llevado los Heissen-Berg? Pueden que no tuvieran ese afán suicida que caracterizaba a Hagrid, pero eso tampoco quería decir que no se hubieran enfrentado a peligros que les superasen.
-Entonces, quizás sea mejor que me vaya ya -habló por primera vez Malfoy, levantándose de su asiento.
-Por supuesto, señorito Malfoy. Lamento profundamente que haya tenido que venir para nada. La próxima vez le avisaremos cuando estemos más seguros. -Se levantó y disculpó Egbert.
-Eso espero -respondió Malfoy secamente pero sin perder la sonrisa.
-¿Qué hacías aquí ? -Preguntó entonces Hermione, ignorando las asustadas miradas de los dos alemanes.
-Venía a recogerla, señorita Granger. Para llevarla ante el Duque Anhalt-Bernburg -respondió Malfoy, y sólo Hermione detectó el tono de burla con que lo hizo.
-¿Vas a llevarme tú hasta allá? -Se asombró y casi asustó ella.
-Supongo que te referirás a que te guiaré hasta allá. Porque no tengo ninguna intención de hacer lo que hará un Aetronan. Aún soy muy joven para actuar como un caballo alado, si es que existe una edad para ello.
Hermione empezaba a molestarse con la nueva actitud de señorito, que por otra parte Malfoy siempre había tenido, que el chico enarbolaba. Los amables alemanes la miraban sin saber cómo reaccionar, pues no entraba en sus cabezas que alguien pudiera tratar con tan poco respeto a un señor, y menos cuando podría llegar a ser el heredero de las tierras donde vivían. La señora Heissen-Berg se había quedado tan blanca, que Hermione se mordió la lengua al responder, por si acaso la mujer cambiaba de opinión y decidía no darla cobijo. Además, aún no tenía que el permiso del duque para entrar en sus tierras. Maldito Malfoy, ¿por qué tenía que aparecer en su vida cuando había desaparecido de la de todo el mundo?
Bob, al igual que su tía, era un muchacho redondo y muy charlatán. En cuanto supo quién era Hermione se lanzó a hablar de todo lo que sabía sobre la fauna y la flora de Alemania, de los proyectos de la Universidad, de la relación entre las embajadas del Ministerio de Magia Británico y Alemán. Aunque, también había que admitir que escuchaba con suma avidez todo aquello que Hermione pudiera contarle sobre Londres y los parajes de Escocia, sobre Hogwarts y sobre lo que había conocido en sus viajes por Oriente Medio. El único problema de hablar con Bob era que el chico iba de tema en tema sin que Hermione pudiera entender la relación hasta un rato más tarde, sintiéndose perdida los primeros momentos, a veces cruaciales, de cada nuevo discurso.
Tras una mañana productiva en el centro del pueblo, donde entusiasmaron a la señora del sastre con el encargo de remendar un par de vestidos viejos de gala que estaban aún en buenas condiciones, para que Hermione pudiera vestirlos, Bob le acompañó hasta la casa de los huéspedes.
-Ven, voy a enseñarte cuál será tu Aetronan. Será mejor que vayas con él a todas partes si quieres moverte por este bosque. Es muchísimo más grande de lo que parece, porque es un auténtico laberinto.
-Bueno, supongo que con un buen mapa y el encantamiento brújula conseguiré no perderme -trató de aliviar un poco el tema Hermione.
-Oh, no, te perderás igualmente. De hecho, es lo mejor que puedes hacer. La única manera de conocer bien una cosa es perderse en ella.
Lo más probable es que andes por una zona y de pronto aparezcas en otra. Las sombras se mueven a través de los árboles y si una te pilla, en un abrir y cerrar de ojos tan rápido que nunca te darías cuenta, te llevarán a la otra punta del bosque. No suelen hacerlo con mala intención, pero a veces es un gran inconveniente. -Se paró delante de los establos y abrió la puerta -. Claro que a veces te gustaría que vinieran a por ti y siempre se hacen de rogar.
-Y eso, ¿cómo lo sabéis?
-Bueno, a parte de la sabiduría popular, se hizo más famoso cuando Kelvin Branden inventó el primer prototipo de un traslador, porque uso parte de la esencia de las sombras. Y, porque además, hay criaturas, como los caballos alados y los fenix que las pueden mantener a raya. Por eso viajamos con los Aetronan, que son parecidos a los threstal, pero que todo el mundo puede ver. Además, es más fácil capturar un Aetronan que un fenix.
Después de que Bob le enseñara cómo cuidar del animal y cómo montarlo sin que la criatura se ofendiera y le propinara una buena coz, Hermione decidió invitarle a pasar a tomar un café. Al entrar al salón, ambos vieron a un elfo doméstico.
-¿Ésta es Pinker?
-Oh, no. Pinker vive con mis tíos abuelos. Éste es Luzse, es tu propio elfo doméstico.
-Pero yo no quiero un elfo doméstico -se escandalizó Hermione.
-No deberías decir eso -le recriminó Bob y Hermione descubrió que el chico ponía una cara similar a la de Egbert cuando se escandalizaba por algo que creía de mala educación.
-¿Por qué no?
-Aparte de que es una gran falta de respeto, es una tradición aquí. Igual que no rechazaste la comida de mi tía abuela cuando te invitó esta mañana, tampoco deberías rechazar a su elfo doméstico. Si no quieres, no le mandes nada, pero no hagas de menos a una criatura a la que hace feliz servirte.
Hermione calló un momento, y Bob aprovechó para pedirle a Luzse que les prepara algo, que estaban cansados de andar y hambrientos. Recordaba que Ron le había comentado algo parecido alguna vez, pero siempre se le había antojado una tradición clasista y egoísta. La P.E.D.D.O. había sido fundada con la idea de erradicar esas tradiciones, o de, al menos, mejorar las condiciones de vida de los elfos. Durante su tiempo en la oficina de Recolocación de Elfos domésticos había visto cuán útil sería un proyecto así. Pero oírselo decir a Bob que, aunque le acabara de conocer, demostraba tener una gran simpatía por todas las criaturas del mundo, excepto las acromántulas y los escorbutos, hacía que una parte de ella sintiera una pequeña vergüenza. Sin embargo, no era algo que pudiera dejar dejar pasar así como así, y, como además, era ésa la respuesta que estaba buscando en ese bosque, le preguntó si sabía qué relación tenían los elfos domésticos con los enáneres, porque había leído algo por ahí.
-Hay ciertas leyendas por esta zona acerca de eso. -Reflexionó él una vez que Luzse hubo puesto todo sobre la mesa. -Pero si les preguntas a ellos nunca te lo dirán. Ni siquiera aunque se lo ordenes. Es como una máxima que tienen: no revelarle a nadie de dónde provienen. Sin embargo, eso no quita que haya historias populares sobre el tema. Se dice que el Bosque de los Enáneres recibe su nombre por las extrañas criaturas que vivían en él. Hubo un tiempo que existía una gran ciudad donde ahora sólo hay rocas y vegetación, porque nadie ha encontrado ese poblado. Era un lugar próspero, sano y alegre. Y la alegría se debía a los Enáneres. Estos animales, aunque tenían forma de gnomos, se parecían más a un mezcla de kneazle y puffskein. Los únicos dibujos que hay sobre ellos les presentan como gatitos que andaban sobre dos patas y que les gustaba llevar sombreros de copa. Pero lo importante era la fidelidad con la que se quedaban en un familia, y en aquella ciudad todos tenían al menos un Enáner para cada uno. Eran una fuente de calor y emanaban una gran cantidad de energía mágica que hacía que los pastos crecieran más fuertes y sanos. Eran, por decirlo de alguna manera, los seres opuestos de los dementores, porque se alimentaban de las penas ajenas. Por eso la ciudad fue una maravilla en su tiempo, porque anulaba la rabia, el odio, el rencor, la tristeza y la apatía. Nadie tenía de qué lamentarse y todos pensaban de la mejor manera para arreglar sus problemas. Sin embargo, los Enáneres no podían hacer nada con la preocupación que les vino encima a los habitantes del lugar cuando vieron cómo sus dulces mascotas morían por que ya no quedaban penas que les dieran de comer. Nadie sabe qué pasó después, pero el hecho es que nadie ha encontrado ni rastro alguno de la ciudad, ni un solo Enáner vivo. Se presupone que muchos evolucionaron a los elfos domésticos porque los primeros elfos tenían cabeza de gato, y seguían con la tradición de estar ligados de por vida a sus familias y hacerlas feliz
-Es una leyenda muy bonita -admitió Hermione.
-E interesante. Si pudiera dar con la antigua metrópoli podríamos testificar para que aprobaran el Bosque de los Enáneres como un Centro de Estudio Biológico, la Universidad podría volver a encargarse de él. -Suspiró Bob
-¿Quieres quitarle las tierras al señor duque? -Se rió Hermione.
-No, no. Pero creo que le vendría bien.
-¿Quedarse sin su herencia?
-Era un tipo normal hasta que tuvo que volver aquí. A mí me gusta esta zona, pero no sé qué tendrá su castillo o palacete, nunca me acabo de aclarar del todo, que desde que volvió no ha parado de ser un peligro. Y más para sí mismo que para los demás. En realidad me caía bien. Ahora...
-¿Ahora no?
-Ahora siento que no le conozco. ¿No te pasa? Que después de un tiempo cuando creías que conocías a una persona del todo, pasa algo y esa sensación desaparece. Y tienes que empezar de nuevo y ya no sabes qué hacer.
-La verdad es que no me ha pasado muy a menudo. O sea, sí he cambiado la opinión de algunas personas, pero también es verdad que rara vez dudé de aquellos que luego resultaron ser buenas personas. -Admitió Hermione.
-Afortunada eres, entonces. O eso, o aún te queda mucho por aprender.
-Supongo que mañana empezaré a hacerlo. Bueno, si el duque se decide a darme el permiso de investigación o no.
-Ahí va, es cierto. Mi tío le mandó una lechuza esta mañana. Debería llegar de un momento a otro, con la respuesta o la invitación.
-¿De verdad hay bailes de gala y eso? -Se asustó un poco Hermione.
Puede que su pelo hubiera mejorado desde que entró en primero en Hogwarts, pero seguía siendo casi misión imposible domarlo, y cuando había preparado su baúl de cosas para llevar para allá, en ninguna lista de todas las que hizo para que no se le olvidara nada, había metido poción alisadora. A lo mucho, el cepillo y un par de gomas para que no le molestara cuando estuviera en el bosque.
-Eso dicen. Yo nunca he estado. -Al ver la cara de Hermione, se apresuró a explicarse. -Al ser sobrino del guardabosques, llevaba el permiso casi como herencia.
En ese momento, una lechuza entró por la ventana con la invitación del duque atada en la patita. Escrita con tinta plateada sobre pergamino oscuro, resaltaba una letra elegante, pequeña y bonita. Hermione admiró las mayúsculas con las que el duque había escrito aquello, en especial aquellas que ella misma tenía en su nombre y le pareció que tenían un toque precioso.
-¿Quién es D. Malfoy? -Preguntó de pronto Bob mientras ella seguía admirando la hermosa letra de aquellas dos líneas que le decían que pasarían a buscarla a las ocho.
-¿Quién?
-El chico que firma la carta.
Oh. Mierda. Por un momento, se había olvidado de la existencia de Draco. Así que a las ocho tendría que prepararse para un viaje a través de un bosque que había sido capaz de tragarse una ciudad entera en el tiempo y en el espacio, montada en un caballo alado, rumbo a un castillo donde les esperaba un duque que le recordaba vagamente al antihéroe del que Beedle el Bardo había escrito en el Corazón peludo del brujo.
En otras palabras, más le valía descansar un poco para prepararse para lo que, sospechaba, sería el principio de sus aventuras. No tenía ni idea de hasta qué punto acertaba.
Al otro lado del Bosque de los Enáneres, se encontraba el viejo palacete de uno de los herederos de los Anhalt-Bernburg. Cuando Lucius Malfoy le había comentado a su hijo que había encontrado una forma de cumplir su deseo de exiliarse de Gran Bretaña sin perder su estatus social, Draco nunca pensó que éste le mandaría a vivir con un tío loco. Oswald Bernburg era el hijo de la segunda esposa del primo segundo del padre de Abraham Malfoy, su abuelo, y, de alguna manera que Draco no acababa de entender a la primera, y tampoco tenía tiempo ni ganas de pensar en ello, esto podría convertirle en el heredero de su palacio. Por supuesto, Oswald no tenía intención de darle todo lo que tenía a un completo extraño, menos cuando aún estaba a tiempo de tomar esposa y tener hijos por muy loco y autista que el hombre fuera. Así que a Draco le pareció completamente plausible que su... ¿Primo? Le invitara a pasar un tiempo con él para conocerle y ver si era merecedor de su confianza. Una vez recibida la carta, Draco tardó un par de días en preparar todo lo que tendría que llevarse a esas nuevas tierras, donde, por fin, podría disfrutar de esa superficialidad de la que gozaba cuando era un niño, antes de que todo se complicara.
Quería volver a ser aquel chiquillo sin miedos que confiaba en lo que le decían sus mayores, y que no le importaba no destacar siempre y cuando no existieran problemas a los que enfrentarse. Estaba harto de ir contra el mundo, contra la sociedad y a la vez cansado de dejarse llevar por ella. No quería más historias de casas enemigas, que si eras de Slytherin entonces no te importaba nada más que destruir el mundo, y que si eras Gryffindor todo saldría tal y como querías. No soportaba ni un minuto más respirar el mismo aire de Inglaterra que todos aquellos a los que conocía y que nunca sabría cómo eran. Nada de lo que quedaba en Reino Unido era lo que una vez fue, y no quería quedarse allí a construir un nuevo futuro. Quería largarse, llegar a algún lado y que alguien hiciera todo por él. Ya se encargaría él de quejarse, y poner críticas a todo, de pedir por esa boquita cuando se le antojara y tomar prestado para no devolver nunca más aquello que le gustaba, como cuando era un crío.
Sin embargo, desde que había pisado aquella mansión y decidido que quería ser el heredero de las tierras, todo había salido patas arriba. A él no le interesaba el castillo, pero adoraba aquellos bosques. Le daba una vitalidad, una pasión por todo lo que hasta entonces le provocaba total apatía, que a través de largos y solitarios paseos a pie, o montado en su aetronan favorito, podía reflexionar sobre asuntos que siempre le inspiraron cierto temor y desconfianza. Pero su primo estaba loco de atar. Ido de la olla, enfermo aunque los expertos de San Mungo hubieran dicho lo contrario. Tenía extraños caprichos y un gusto tan horrible en la decoración que Draco estaba seguro de que en realidad era pariente de Barbaazul y cualquier día su, cada día más extinguida, rubia cabellera y su cabeza iban a acabar decorando la enorme araña que iluminaba el comedor donde se reunían para cenar, siendo ese momento el único en que coincidía con su primo. Cerraba la puerta del dormitorio con un conjuro y ordenaba al elfo doméstico que le habían asignado que no dejara pasar a su primo, independientemente de lo que éste le dijera u ordenara. Hasta se planteó volver a Malfoy Manor, pero gracias al Departamento de Aplicación de la Ley Mágica, y en su cabeza, más concretamente, toda la culpa era de San Potter, la humillación por fallar sería por partida doble, y todo el mundo sabía que Draco tenía más de orgulloso que de sentido de la supervivencia, por no hablar de sentido común.
Así que cuando le dijeron que tendría que ir a buscar a un nuevo explorador que necesitaba el permiso de su primo para campar a sus aires por el bosque, Draco no pudo sino saltar de alegría. Oswald había estudiado Biología en la Universidad Mágica y le fascinaba todo aquello que tuviera algo que ver. Probablemente se tiraran horas y horas estudiando entre ambos todo aquello que a Oswald le intereara, y cuando se aburriera del explorador en cuestión, o le mandaría a tomar viento fresco o a decorar el jardín de su casa con la cabeza tan perfectamente rebanada que sería la envidia de todos los fantasmas de El Club de Cazadores sin Cabeza que había en Hogwarts.
El problema fue cuando descubrió que el nuevo explorador no era otro sino Hermione Granger. No es que tuviera nada en contra de la chica, a parte de que fuera la mejor amiga de San Potter y Comadreja; ni que fuera la primera de su promoción cuando tenía que haberlo sido él; ni que fuera de padres muggles y eso fuera un poco en contra de lo que siempre había pensado -aunque tras la guerra, prefería no darle muchas vueltas a estas ideas -; y de que tuviera un pelo tan jodidamente horrible que fuera imposible verla bonita, pero es que no sabía que afán tenía aquella muchacha por relacionarse con él. Bueno, más que con él con esos miembros de su familia que hacían que su vida -y la de todo el mundo -corriera verdaderos peligros.
Y es que, podrían pasar cientos de años, o sufrir un hechizo desmemorizador, pero Draco nunca conseguiría sacarse de la cabeza los gritos de Hermione durante la tortura a la que Bellatrix la sometió en Malfoy Manor. Su madre podría haber reconstruido la mansión desde sus cimientos, pero aquella escena nunca se borraría de su mente. Cada vez que pasaba por el salón -jamás se detenía en él -, la escena se reproducía una y otra vez ante sus ojos, dándole arcadas y obligándole a salir rápidamente de allí y sentarse en cualquier sitio hasta que dejaba de temblar. ¿Por qué se acordaba él casi más que la propia Hermione de la escena? Quizás porque no había sido una loca mortífaga cualquiera, sino su tía; porque no había ocurrido en cualquier sitio, sino en su salón, donde tantas veces había jugado con Pansy, Theo, Daphne y Gregory. Porque los cruciatus tenían como primer objetivo eliminar cualquier rastro de hidrocortisona, lo que imposibilitaba a la víctima a bloquear los malos recuerdos, y Draco había perdido la cuenta de todas las veces que le habían torturado. Por eso, encontrársela de nuevo allí, frente a frente, en una situación de peligro inminente -¿Es que la chica era tonta? ¿Bosque extraño, personas amables, duque treintañero solitario? Siempre había pensado que ella era la lista del trío calavera, pero ¿de verdad habían salvado ellos al mundo mágico? -, después de haberla tratado de salvar en vano en todas y cada una de sus pesadillas, no le hacía ni pizca de gracia.
Uno, porque a lo mejor el destino era un tipo sádico y cruel, y había decidido que ahora sí podría salvarla.
Dos, porque ella traía consigo recuerdos que más que avergonzarle, le dolían. Porque si ahora por fin había empezado a conseguir dormir por las noches, ahora se daría con un canto en los dientes si podía pegar un ojo con la preocupación.
Y tres porque, de haber sido cualquier persona, pase, pero justo Hermione Granger... Tenía que ser una broma del destino, lo que le devolvía al paso uno.
La primera solución con la que se encontró, una vez sentado a la mesa de los amables guardabosques -¿por qué el viejo Dumbledore no había contratado a personas así de normales para Hogwarts en lugar de al semi gigante de Hagrid? En serio, los héroes del mundo mágico británico eran todos para formar un circo de raros -, fue la de hacerse el irritable Malfoy que también sabía representar, para que la chica quisiera largarse de allí y dejarles a todos tranquilo. Mala idea. Si hubiera sido Pansy Parkinson o Astoria Greengrass ambas hubieran pasado del tema, y se hubieran ido a otro lado; pero las de Gryffindor tenían la horrorosa manía de querer quitar de un puntapié a todo aquel que les estorbaba, y eran incapaces de pillar indirecta alguna, así que, cuando Draco partió en busca de Hermione a la casa de los huéspedes, supuso que verle a él ahí a ella le habrían dado más ganas de quedarse. Sólo por joder. Típico de Gryffindor.
Hermione le esperaba más cerca del bosque que de la casa. El vestido rosa pálido se deja adivinar por debajo de la capa que la envolvía, aunque no pegara mucho con sus botas de montar. Draco estuvo a punto de abrir la boca, pero pensó que mejor probaría una segunda táctica: la de voy a ignorarte y así cuando te grite peligro me tomarás más en serio. Por supuesto, Hermione, que alucinaba en colores y no solo por todos los que había según se adentraban en el bosque, estaba empezando a mosquearse. Cuando llegaron al palacio, Hermione estaba más que decidida a desconfiar de él todo y más. El chico no había abierto la boca en todo el tiempo, la había guiado sin problemas y con exactitud hacia el lugar, y no había tratado de atacarla en ningún momento. Evidentemente, las alarmas de peligro estaban todas encendidas, concentradas en Draco y olvídándose del duqe, del caul tenían todos la seguridad de que sufría trastornos de personalidad.
Pero cuando Hermione se inclinó en una educada reverencia ante Oswald Bernburg, tanto Draco como ella pensaron que todo no eran más que exageraciones de la gente. Draco no había visto nunca antes los ojos de su primo brillar con tanta fuerza, como si le estuviera queriendo decir algo muy concreto a Hermione y sólo tuviera sus pupilas para expresarse. Cuando se sentaron a comer y ambos comenzaron a hablar sobre las criaturas del Bosque de los Enáneres, el joven Oswald parecía haber recuperado sus veinte años, cuando todo le parecía posible.
-Ay, cómo añoro los viejos tiempos. Recuerdo cuando yo era un jovenzuelo, y mis padres aún residían aquí, y estaban todos en ese club de la Universidad que estudiaban todas las criaturas del lugar. Solían reunirse aquí, y se cantaban poemas larguísimos sobre las leyendas de la ya desaparecida metrópoli. Eran otros tiempos, por supuesto, ni mejores ni peores, pero sí otros.... Recuerdo los bailes, y las conversaciones entre los jóvenes de las mejores familias. Ay, qué de casamientos se crearon con cuatro bailes.
-¿Le gusta bailar, señor? -Le preguntó educadamente Hermione.
Draco levantó una ceja. ¿Estaría de verdad pensando Hermione en bailar con él? Trató de imaginarse la escena, con apuñalamiento y todo... No, eso no tendría gracia; y, si había algo que decir de los locos de su familia -no importaba que Bellatrix fuera Black, y Oswald de una rama muy lejana de los Malfoy -es que eran excéntricos con ganas.
-Prefiero ver bailar -susurró con una sonrisa Oswald.
-Oh -Hermione no supo qué decir y, ante el claro gesto que le hizo su anfitrión, tragó saliva.
Quería agradar a aquel hombre, que además le parecía sumamente simpático. Pero eso de bailar con Malfoy le hacía muy poca gracia. Miró a su compañero a ver qué le parecía y le sorprendió verle con una mirada soñadora en los ojos. ¿En qué estaría pensando exactamente?
-Draco, me parece que le toca a usted hacer los honores -le devolvió a la tierra Oswald.
Draco miró a su primo, sobresaltado, y después a Hermione. La joven estaba de pie a su lado, con la espalda erguida y la cabeza bien alta, de porte orgulloso. Cualquiera la hubiera puesto en Ravenclaw tras ver esa mirada. Se levantó tan elegantemente como pudo y sin mediar palabra con ella, le ofreció una mano. Oswald murmuró algo para sí mismo, pero ninguno de los dos le oyó. Bastante tenían con el torrente de pensamientos que ocupaban sus cabezas en ese instante.
-Qué poco habladores...
Draco tragó saliva. ¿De qué leñes iba a hablar con Granger? Hola, Granger, mira, creo que este tío quiere apuñalarte mientras duermes o darte de comer veneno de doxy, pero no me hagas mucho caso, es posible que sean paranoias mías aunque al fin y al cabo casi todos los de mi familia están tocados del ala y quieren destruirte. No, no parecía una conversación factible.
-No me suena haber visto ese vestido en el pueblo. -Por Merlín, Pansy estaría orgulloso de él.
-No es del pueblo. Al sastre no le dio tiempo a terminarlo, y Ginny me había metido el vestido del Baile de Navidad de cuarto en la maleta. -Respondió Hermione.
Estaba hablando de vestidos de chicas con Draco Malfoy. La última conversación que se le hubiera ocurrido tener con alguien como él. Bueno, siempre era mejor eso que de maldiciones imperdonables o al quién es quién entre mortífagos y víctimas, a ver quién conocía más.
Llegaron al centro del salón y Draco miró a su primo:
-¿Música? Maestro...
Oswald dio un par de palmaditas al aire y agitó la varita. Una corte de fanstasmas salieron desde todos los rincones y los rodearon. Una suave melodía empezó a recorrer el lugar y Draco dio el primer paso para llevar a Hermione. Ésta recordaba vagamente sus clases de baile, así que Draco tuvo que ir muy despacio al principio, hasta que ella fue pillando el ritmo.
-"Lo que hace uno por mantener la cabeza pegada a los hombros"-pensó sin poder disimular que eso era lo último que le apetecía hacer.
-Podemos seguir hablando de vestidos -le replicó Hermione al ver su mirada.
-Será un placer. -Respondió él con sorna -. Dime, ¿qué sabes de ellos? Ah, es cierto, que no sales de tu uniforme de clase. Se me había olvidado lo poco femenina que eras.
-"Cierra el pico"-pensó Hermione enrojeciendo de rabia.
La culpa era suya por preguntarle, pero había sido él quien primero habló. Empezaba a sospechar que lo que había transformado al joven Oswald había sido la llegada de su primo Malfoy, que le había pegado su problema de personalidad. Porque si no, que le explicaran a ella el porqué de los distintios y raros comportamientos que había tenido Malfoy con ella desde la entrevista con los guardabosques.
Además, ¿qué sabía él de vestidos de chicas? Como no fuera los que iba quitando por la noche.
Sin buscarlo ni quererlo un escalofrío le recorrió la espalda y se puso rígida para evitar que se notara. Pero al duque, que les veía dar vueltas con mucha tranquilidad, aquello le aburría.
-Más juntos, hombre, que me da espacio suficiente para bailar a mí entre medias. Más, un poquito más. Ahí, sí, señoritos. Que no se digan que los ingleses son fríos y rígidos. -Les animó e incomodó Oswald mientras Draco y Hermione se acercaban mientras trataban de separarse a la vez, lo cual dificultaba aún más si cabía el baile. -Ay, querido, qué poca maña con las mujeres que tienes, déjame a mí, déjame a mí.
Si hubiera elegido otras palabras, Draco le hubiera dejado gustosamente su pareja de baile, pero esa insinuación de que el que no sabía bailar era él, que llevaba recibiendo esas clases desde los cinco años, y no ella que llevaba pisándole media noche sin que él la dijera nada, era una ofensa en toda regla. Pero cuando su primo apareció a su lado, portando dos copas de champán que le dio antes de coger a Hermione y sacarla a bailar, no pudo hacer nada. Excepto mirarle con cierto resentimiento, y oler disimuladamente lo que sospechaba era una poción. ¿Cómo iba a no beberse eso sin que el tipo se diera cuenta? De pronto, levantó la vista sobresaltado, pensando que Oswald se había dado cuenta de que estaba mirando con desconfianzas sus copas, pero sólo era Hermione que no acababa de entender qué pasaba allí. Le dedicó una sonrisa irónica y ella apartó la vista con un bufido a medio soltar. Al rato, ambos pararon y Oswald se acercó a recuperar una de sus copas.
-Venga, muchachos, brindemos. -Le pasó la copa a Hermione y dio otro par de palmadas. -Lamento no poder acompañaros en el brindis, pero es que no soportó el champán.
-"Así que de verdad quieres que creamos que es champán"-se alarmó Draco tratando de buscar una excusa desesperadamente.
-Y, ¿cuál es el motivo, señor? -Le preguntó educadamente Hermione.
-Oh, que ya tengo un heredero -sonrió Oswald con los ojos brillándole de emoción.
¿Era ése el truco? ¿Declararle heredero y luego envenenarlo y matarlo? ¿Y para eso quería bailar con Granger? ¿Cuál era exactamente el nivel de locura que tenía su familia en la sangre? A este paso, iba a ser hasta buena idea casarse con mestizos. Por lo menos sus hijos no saldrían como una puta regadera.
-Ya se ha decidido, entonces. -Murmuró Draco con una sonrisa.
-Oh, bueno, aún falta un último detalle, pero podéis brindar. Levantad las copas, amigos. Porque el legado de los Anhalt-Bernburg no se pierda nunca.
Draco y Hermione levantaron sus copas y, a pesar de los gestos de aviso que le mandaba Draco, Hermione tragó su copa sin desconfiar lo más mínimo. Él decidió preguntar por ese detalle antes de mojarse los labios.
-Oh, sólo tendríais que casaros los dos. Con una esposa como ella, me atrevería a dejarte mi patrimonio. Si no, me temo que lo encuentro imposible.
Desde luego que si el tipo lo que buscaba era que Draco encontrara la excusa perfecta para no beberse aquello, había dado con la clave. A Hermione se le había atascado el líquido en la garganta, y por mucho que tosía no conseguía librarse de ello. Al final, a duras penas, consiguió pronunciar cuatro palabras roncas para salir del paso, teñidas de una sinceridad que llevaba evitando toda la noche.
-Pero, señor, eso sería imposible. Intentaríamos matarnos en cada ocasión.
-En eso consiste el matrimonio, querida, en que nunca lo consigáis. -Dijo mientras movía la varita y limpiaba el salón de comida y fantasmas. -Venga, chiquilla, date prisa.
Draco y Hermione le miraron extrañados, pero un segundo más tarde, Hermione se desmayó. La poción era, desde luego, rápida.
-¿Te encargas tú de ella, Draco? ¿Para ir probando los secretos del matrimonio? -Se despidió Oswald subiendo las escaleras y sin hacer ademán alguno de ir a ayudar a Hermione.
Draco tardó unos minutos en reaccionar. No acababa de entrarle en la cabeza lo que acababa de pasar. Si le hubieran dejado con una Hermione drogada y bien vestida en sus años de colegio... Hubiera hecho que aquella noche pasara a ser catalogada como su peor pesadilla. Sonrió pícaramente al recordarlo, pero luego otra imagen -esa misma imagen de siempre -le vino para decirle que Hermione ya había pasado por esa noche de pesadilla y que había sobrevivido. Aún así, un poco de diversión no le vendría mal. No podía dejarla dormir sola, porque el elfo doméstico no podría vigilar dos puertas, y mejor en su cama -en la que no iba a pasarle nada -que en la de Oswald que lo mismo le daba por rebanarle la cabeza en un momento de despiste. Así que, con un encantamiento levitador hizo que el cuerpo de Hermione le siguiera lentamente, sin ningún cuidado en que se rozara contras las paredes, o se enganchara en algún tornillo, o se golpeara con las puertas.
Llegó a su habitación cuando a punto estaba de cogerla en brazos para evitar que el vientecillo que creaba el encantamiento siguiera jugando con el bajo de su falda y de enseñarle media pierna. La depositó en la cama y se quedó mirándola. Tenía que admitir que se había equivocado. Estaba guapa. Era guapa. En especial, con la boca callada, el rictus relajado y la mano no levantada. Casi hasta le daban ganas de dejarla ahí y no hacer nada, pero, una cosa es que la guerra le hubiera hecho madurar, y otra que no siguiera siendo el mismo cabrón redomado que hacía putadas cuando se aburría. Y en ese lugar lo hacía, porque estaba a punto de volverse loco con su primo Oswald para aquí y para allá con sus paranoias. Así pues, preparó el escenario para que cuando Hermione se levantara quedara, como mínimo, traumatizada por sus propios actos.
Se quitó los zapatos y la ropa, y se puso el pijama. Acto seguido abrió la cama y colocó a Hermione bajo las mantas. Descalzó a la chica y con mano experta tanteó sin levantar el vestido hasta dar con sus bragas, que dejó sobre sus zapatos. Se acercó a su pelo para deshacer la trenza con la que Hermione casi había conseguido domar su cabello, y se sorprendió al encontrarse una piel tersa y suave. Sus dedos acariciaron el cuerpo que el vestido no cubría y justo a tiempo se descubrió Draco con la otra mano subiendo por las piernas de la chica. Se separó del cuerpo de su víctima con rapidez, y decidió que mejor la desvestía con los ojos cerrados. Que cuanto menos viera, más seguro para todos sería. El problema fue encontrar la cremallera del vestido, que estaba atrás. Tuvo que levantar el cuerpo muerto de Hermione, y desvestirla a duras penas. Generalmente, las chicas con las que se acostaba -últimamente más de las que podía acordarse, porque era la mejor manera de usar la noche ya que no podía dormir, y los años y la guerra le habían dado aspecto misterioso -le desnudaban a uno, y sabían como quitarse todas aquellas prendas que las hacían parecer tan sexy aunque luego no lo fueran. Con la lentitud que da la torpeza y la inesperiencia, consiguió desnudar a Hermione. La poción debía de ser potente, pues ésta no se había ni enterado. Ahora, tocaba lo más difícil, meterse a la cama y mantenerse lejos. En un principio pensó que podría ser tan fácil que hasta resultaría aburrido, pero ahora, mirándola con la luz que emanaba de las lámparas sujetas a la pared, se le antojaba un reto complicado. Respirando con una lentitud demasiado articial agarró la sábana y trató de taparla ante sus ojos. Se maldijo en todos los idiomas que conocía cuando la tela se adaptó a la forma de su cuerpo y, al no enseñar nada, envió una imagen demasiado erótica para no incitarle a cometer actos impuros. Joder, que estaba dormida. No es que no fuera ese tipo de hijo de putas, pero ya que se lo hacía con alguien que no fuera de su clase, lo que quería es que ella lo recordara con avidez, que no pudiera sacárselo de la cabeza ni con un obliviate. Tras siete años compartiendo colegio debería haber aprendido que la suerte estaba siempre de su parte, y que con él el karma era un cabrón. Así que, muy a su pesar, pero sin poder hacer nada por evitarlo, se metió la mano en el pantalón para terminar con aquella agonía que le estaba empezando a volver loco. Un poco de presión, y arriba, abajo, arriba, abajo. Al principio despacio con la mano apoyada en la cama, sin tocarla para mantener la distancia. Y acercarse a su cuerpo a ver si el orgasmo llega antes, y atreverse a rozar sus pechos con la yema de los dedos para terminar con la agonía. Y sentir la sangre en la garganta porque aunque hubiera muchas cosas que Draco se pasase por el forro a la hora de actuar con los demás, esto sabía que estaba mal, y hubiera sentido vergüenza por ello si todos sus sentidos no estuvieran concentrados en su polla. Y terminar mordiendo donde no tiene que tocar, porque, sí, por fin, dios, ya, ahora, uf, y un gemido que se obligó obligado a ahogar en los labios de Hermione por miedo a que lo oyera todo el castillo. Fue cuando trató de sacar la mano del pantalón, que descubrió que hacía tiempo se había deshecho de él, que estaba vaya usted a saber dónde y que la cama estaba calada, excepto la parte de Hermione, que andaba tan seca como si mientras él sufría una agonía sexual ella estuviera durmiendo la mona. Así que aprovechó, más tranquilo, para cambiarse de lugar con ella.
Durmió como pudó, tratando de no pensar en quién tenía detrás, y menos aún en lo que acababa de hacer. Y la noche se acostó sobre ellos y el sueño se coló bajo sus párpados.