Tabla Amorosa [Antonio/Lovino] - Cuatro Comidas

May 01, 2009 11:03


Título: 5 Situaciones Ítalo Españolas
Título del capítulo: Cuatro Comidas.
Prompt: #5 "Caricia"
Género: Romance/Drama (Y algo de humor)
Categoría: PG / K+
Palabras: 1884 <-- Comenzó como un drabble y terminó siendo un one-shot O_O;;
Sumario: Tomado de la comunidad musa_hetaliana .
Advertencia: Reiterado uso de las palabras "idiota" o "imbécil" por Lovino.
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Luego del desayuno pasaba. Después del almuerzo y de la merienda por supuesto que también. ¡Y claro que sucedía cuando terminaban de cenar! Antonio nunca, nunca se olvidaba de hacerlo en agradecimiento cada vez que terminaban de comer.
De acariciarle la cabeza a Lovino, eso era.

Y como era de esperarse, la mitad sureña de Italia lo detestaba. Sin embargo, en su ingenuidad e inocencia, el español no lo notaba. Seguía desordenándole los cabellos cada vez que le daba las gracias por la comida, sin darse cuenta que cierto italiano lo apuñalaba con una mirada asesina. Así fue, claro, hasta que un día la paciencia de Lovino conoció su límite.

- ¡Ya, idiota! -corrió bruscamente la muñeca del otro joven con su mano cuando estaba a punto de hacer el ritual de siempre, una mañana luego de desayunar.

- ¿Q-qué cosa? -Antonio llevó su brazo contra su pecho con miedo, pensando por un segundo que Lovino sería capaz de arrancárselo.

- ¡De hacer eso siempre! -gritó, ya salido de sus casillas - ¡Lo detesto! ¡No vuelvas a tocarme!

- Oh… E-esta bien, Ita-chan -bajó la mirada algo dolorido, pero colocando en su rostro su típica sonrisa, la que intentaba decirle a todo el mundo que todo estaba bien, fuera verdad o no.

Sin agregar nada más ninguno de los dos, Antonio se dio media vuelta y desapareció de la vista del italiano quien dejó escapar un suspiro para liberar tensiones. ¿Por qué España tenía que ser tan meloso e ignorante? ¿No se daba cuenta que era un pesado? Afortunadamente para Romano, eso ya había acabado.

Las horas pasaron mientras uno trabajaba en su estudio y el otro pintando, siguiendo algunos consejos que le había dado su hermano menor hasta que llegó la hora del almuerzo. Comieron apenas hablando sobre cosas irrelevantes, pero mayormente en un silencio incómodo, que hasta ese entonces había sido algo totalmente desconocido en su relación. En un momento y en un descuido, Lovino tocó con la parte trasera de su mano un recipiente de metal que estaba sobre la mesa, que estaba caliente por decir poco. En consecuencia, gritó del dolor, haciendo que un par de lágrimas se asomaran entre sus párpados.

- Pon la mano bajo el agua fría -dijo como si nada el español, señalando el grifo de la cocina. Automáticamente el italiano hizo como se lo habían indicado, dejando que el agua aliviase el daño - ¿Mejor? -le preguntó después de unos minutos apareciendo detrás de él.

- Sí -Lovino iba agregar algo más, pero fue interrumpido por España.

- Bien, yo voy a continuar con mi trabajo. Deja los platos allí, los lavaré luego -tal como lo había hecho esa mañana, dio media vuelta y se fue, pero antes de cruzar el marco de la puerta se detuvo - Ah, gracias por la comida.

Lovino lo observó marcharse mientras cerraba el grifo. Wow, Antonio se había tomado muy en serio el “no vuelvas a tocarme”. Honestamente, el italiano había esperado que el español entrara en pánico al verlo quemarse, puesto él mismo la mano bajo el agua y hacerle algún que otro mimo para hacerlo sentir mejor.

Pero bueno, eso era lo que él le había pedido… ¿verdad?

Más tarde se dispuso a ir a visitar a su hermano menor para examinar la situación del territorio que le pertenecía a ambos. Allí Feliciano lo recibió tan radiante como siempre. Hicieron algunos controles, administraron algunas otras cosas, hablaron sobre el tema del terremoto que no hacía mucho le había causado un gran dolor a Lovino, entre otras.

- Italia, estoy en casa -se oyó la voz que más detestaba en el mundo y acto seguido Ludwig apareció en escena.

- Bienvenido, Alemania -le sonrió su amante.

- Bienvenido, macho -lo imitó el mayor con desdén. El rubio se tan sólo lo observó sin darle importancia, acercándose a Feliciano para saludarlo con un beso en cada mejilla.

- ¿Cómo te encuentras? -le preguntó Ludwig.

- Ya estoy bien, no hay de qué preocuparse -siguió tan radiante como siempre.

- ¿En serio? -frunció un poco el ceño.

- En serio -la respuesta hizo que el alemán sonriese, y a continuación le desordenó los cabellos, gesto que por un segundo se le hizo conocido al italiano mayor. Acto seguido, Ludwig se marchó. Lovino, que los había estado observando desde el comienzo, no pudo evitar curiosear:

- ¿Qué pasó?

- ¿Eh? -Feliciano lo miró sin entender al principio, pero una vez que bajó de la luna comprendió lo que su hermano le preguntaba -. Ah, es que ayer fuimos a cenar a la casa de Inglaterra - “suicidio” pensó Lovino - y cuando volvimos mi estómago comenzó a doler. Por eso Alemania se quedó conmigo toda la noche hasta que me sentí mejor.

- Pfff. Seguro que el macho sólo quería asegurarse su próxima ración de pasta -revoleó los ojos.

- ¡No digas eso, hermano! -la sonrisa de Feliciano desapareció -. Alemania se preocupa por mí, yo soy importante para él. Además, ¿sabes qué? -el mayor levantó una ceja, “¿qué?”. Como era de esperarse, el italiano menor volvió a iluminarse-, ¡hasta me agradeció por ponerme bien!

¿Preocupación? ¿Importancia? ¿Agradecimiento? Lovino salió de la casa de su hermano pensando en ello como patrañas. Estúpidas, sucias patrañas. Pero entonces, ¿por qué luego de escuchar a Feliciano algo comenzó a molestarlo? ¿Por qué había reaccionado al ver al macho jugar cariñosamente con los cabellos de su hermano?

Sin darse cuenta, llegó a casa. Miró el reloj de pared que tenía cerca: generalmente se encontraba merendando con Antonio a esa hora. Sin preocuparse por lo que éste podía estar haciendo, decidió preparar algo para los dos. Una vez lista la comida, busco al español y lo encontró en su estudio, hablando por teléfono. ¿Por qué estaba trabajando tanto últimamente?

De todas formas no quiso interrumpirlo. Se engañó a si mismo diciéndose que España estaba muy ocupado, pero en realidad quería evitarlo por la pelea de esa mañana. Merendó solo en la cocina, con la pequeña esperanza que Antonio apareciese a acompañarlo, pero nada. Resignándose, recalentó el café que le había hecho al de ojos verdes y puso todo lo que debería haberse comido junto a él en una bandeja, para llevársela a su oficina.

- Lo sé, lo sé, Francia. ¿Pero por qué decidieron ir a la casa de Inglaterra? … Oh, ya veo… Sí, recuerdo lo que pasó la última vez, Austria se había enojado mucho contigo -hizo una pausa y asintió con la cabeza -. Sí, sí, yo prefiero tu cocina, por supuesto, pero francamente yo también me sentí incómodo cuando sugeriste que fuésemos todos vestidos de terciopelo rosado…

Lovino entró a la habitación oyendo esa última parte y recordando ese asqueroso incidente. En serio, lo único rescatable de ese evento había sido la comida de Francis. Al ver al italiano entrar a la oficina con la bandeja, Antonio interrumpió por un segundo a su vecino.

- Ah, lo siento Italia, yo ya he merendado hace un rato, no te preocupes por mí. Gracias de todas formas -y con esto continuó la otra conversación. Auch.

Una vez que las tazas y platos estaban limpios y secos, Lovino se tiró en el sofá a pensar. Estaba fastidiado y no entendía muy bien el por qué. Sabía que la causa de todos los males era Antonio, eso sí. Éste no sólo había dejado de tocarlo de un momento a otro, sino que también se dirigía a él de una forma más fría, se comportaba más distante y apenas le hablaba. ¿Quizás… quizás estaba molesto con él? No, no podía ser, España no se había ni enojado con él el día que le había estrujado un tomate contra la cara. Sin embargo no tenía explicación alguna sobre el por qué su actitud había dado un cambio tan drástico. Se recostó sobre el sofá y colocando con cuidado la mano que se había quemado a un lado, cerró los ojos y se quedó dormido.

Cuando los volvió a abrir, se encontró con la casa a oscuras y con una manta encima. Se levantó acomodándose los cabellos e inmediatamente se dirigió a la cocina, donde encontró la cena preparada. La comida estaba envuelta en plástico transparente para que no perdiese el calor y sobre ella había una nota, la cual tenía escrito en la letra de Antonio: “Si está muy fría sólo recaliéntala, yo me fui a dormir”. Lovino miró su dorso, buscando algún dibujito de los que su novio frecuentaba hacerle, como un corazoncito o una carita feliz, pero al ver la parte trasera de papel, se encontró un simple e indiferente blanco.

Suficiente. Corrió a la habitación que compartía con el español y al llegar abrió la puerta de una rabiosa patada.

- ¡La puta madre, España, ya basta! -gritó a todo pulmón, sin siquiera considerar que podría despertar a los vecinos. Antonio, que hasta ese momento había estado tranquilo descansando, se despertó sobresaltado.

- ¡Ah! …¿Eh? -terminó de despabilarse al ver al italiano furioso cual toro que acaba de ser liberado para destrozar al toreador - ¿Italia qué sucede?

- ¡Gaaah! -se tiró sobre la cama y se arrodilló en ella, comenzando a golpearla para no desquitarse con el otro - ¡De todo sucede! ¡Ya estoy harto! ¡Harto de no entender nada!

- ¿Pero de qué estás hablando? -ante tal acto comenzó a asustarse, pero su pregunta fue totalmente ignorada.

- ¡Deja de comportarte tan distante! ¡Deja de ser tan frio! ¡No lo soporto! ¡¡No lo soporto más!! -lágrimas habían comenzado a escapársele de los ojos hasta que progresivamente dijo esa última frase entre llantos y sollozos. Se llevó las manos al rostro para cubrírselo y decir en voz baja: -… Quiero que vuelvas a tocarme… -

Antonio no pudo hacer más que observarlo atónito por unos instantes, hasta que lentamente quitó suavemente las manos que cubrían la cara de Lovino. Lo vio con mejillas coloradas, con pequeñas gotas todavía cayendo por ellas.

- Discúlpame si te hice sentir mal -sonrió como lo había hecho siempre antes de la discusión -. Para serte sincero… Pensé que no sólo te molestaba que te tocase, sino que también fuese cariñoso contigo -se llevó la mano a la cabeza y se rascó el cuero cabelludo -. Ya sabes que está en mi naturaleza y que no puedo evitarlo, pero me aterraba la idea de hacerte enojar aún más -comenzó a mimarlo posando su mano sobre la frente de Lovino, cuidando de no tocar cierto pelincho sensible -, creí que era mejor cambiar algunas de mis actitudes hacia ti.

Dejaron que el silencio se apodere de la situación por unos segundos. Sin previo aviso, el italiano se dejó caer sobre el cuerpo de su amante quién lo recibió gustoso. El español comenzó a mimarle los cabellos con una mano y lo rodeó con el brazo que tenía libre.

Al día siguiente, luego de las cuatro comidas, Lovino recibió una caricia no sólo como agradecimiento por la comida, sino por dejar que Antonio le demostrase lo mucho que lo apreciaba.

hetalia

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