Otoño - Tabla Estaciones
Tabla: Estaciones
Fandom: Harry Potter
Título: Otoño en Nueva York
Claim: Mackenzie Bell/Samanta Adams
Personajes: Samanta Adams
Tema: #3 Otoño
Nº de palabras: 512
Notas: Había que empezar esta tabla en algún momento. Me he puesto muy triste con esto, la verdad es que vaya modo patético de retomar a estas dos...
Advertencias: Femslash.
3: Otoño:
Otoño en Nueva York
Y mientras fumaba un cigarrillo sentada en Central Park, se preguntaba como podía ser posible que el mundo continuara girando sobre su órbita y al común de la gente no le importaba otra cosa que un hipotético aumento salarial o el diseño de Channel de turno, mientras su realidad entera parecía estarse derrumbando.
Y mientras veía caer una tras otra las hojas secas de los árboles- verde que se convierte en amarillo, amarillo que se convierte en naranja, naranja que se convierte en marrón, marrón que eventualmente será negro, negro que será cenizas y la ineludible idea de la muerte- no podía reprimir una carcajada amarga al darse cuenta de que aquella situación que estaba pasando podría servir perfectamente de argumento para una lacrimógena película romántica (por supuesto, siempre y cuando se adaptara primero la pareja protagonista a los parámetros aceptados por la obtusa civilización occidental, mismos parámetros que solían causarle ataques de hilarante histeria).
Porque no podía olvidar ni por un instante que la vida de Mackie era dependía cada vez más de todos y cada uno de los tubos y cables que salían por partes insospechadas de su cuerpo, y que le dolían más que si estuvieran siendo el sostén de su propia existencia.
Porque Sam no podía evitar hundir su rostro entre las manos cada vez que recordaba que los momentos de lucidez de Mackenzie eran cada vez más breves y menos frecuentes, que seguramente ya no recordaba ni siquiera donde estaba- aunque eso, en cierto modo, era preferible: Mackenzie nunca le hubiera perdonado aquel manotazo de ahogado de haber terminado en las garras del diabólico imperio del mal, ni aunque su vida dependiera de ello-, y en las raras ocasiones en las que la reconocía, sus ojos castaños se llenaban de miedo y anticipación, porque leía perfectamente el presagio en sus gestos.
Porque para Samanta era casi imposible de soportar la terrible realidad de que la magnífica mujer que amaba, antes todo abalorios de gitana, ironía, labios voluptuosos, pestañas espesas e iniciación ritual, no era ya más que un cuerpo famélico y quebrado en una cama blanca, un nombre más dentro de una lista interminable de nombres a los que sólo les quedaba la esperanza del milagro.
No era que la amara menos por eso, sino todo lo contrario: Samanta había aprendido que pese a todos esos obstáculos aparentemente insalvables- y muchos más, como que no era primavera ni estaban en París- se podía vivir un gran amor.
Y mientras regresaba al hospital mascando un chicle por pura costumbre- Mackenzie siempre había dicho que sus pulmones eran suyos, pero sus labios eran de ella, y no estaba dispuesta a tolerar el aliento a tabaco- Sam se dijo a si misma que lo verdaderamente lamentable era tener que contemplar el espectáculo magnífico de Nueva Cork en otoño con los ojos empañados de lágrimas, porque el ciclo de las estaciones es inagotable y eterno, pero el ocaso de la vida amada llega una sola vez y para siempre.
Luego de la hora fatal, no volvería a haber primavera para ella.
Fandom: Harry Potter
Título: Otoño en Nueva York
Claim: Mackenzie Bell/Samanta Adams
Personajes: Samanta Adams
Tema: #3 Otoño
Nº de palabras: 512
Notas: Había que empezar esta tabla en algún momento. Me he puesto muy triste con esto, la verdad es que vaya modo patético de retomar a estas dos...
Advertencias: Femslash.
3: Otoño:
Otoño en Nueva York
Y mientras fumaba un cigarrillo sentada en Central Park, se preguntaba como podía ser posible que el mundo continuara girando sobre su órbita y al común de la gente no le importaba otra cosa que un hipotético aumento salarial o el diseño de Channel de turno, mientras su realidad entera parecía estarse derrumbando.
Y mientras veía caer una tras otra las hojas secas de los árboles- verde que se convierte en amarillo, amarillo que se convierte en naranja, naranja que se convierte en marrón, marrón que eventualmente será negro, negro que será cenizas y la ineludible idea de la muerte- no podía reprimir una carcajada amarga al darse cuenta de que aquella situación que estaba pasando podría servir perfectamente de argumento para una lacrimógena película romántica (por supuesto, siempre y cuando se adaptara primero la pareja protagonista a los parámetros aceptados por la obtusa civilización occidental, mismos parámetros que solían causarle ataques de hilarante histeria).
Porque no podía olvidar ni por un instante que la vida de Mackie era dependía cada vez más de todos y cada uno de los tubos y cables que salían por partes insospechadas de su cuerpo, y que le dolían más que si estuvieran siendo el sostén de su propia existencia.
Porque Sam no podía evitar hundir su rostro entre las manos cada vez que recordaba que los momentos de lucidez de Mackenzie eran cada vez más breves y menos frecuentes, que seguramente ya no recordaba ni siquiera donde estaba- aunque eso, en cierto modo, era preferible: Mackenzie nunca le hubiera perdonado aquel manotazo de ahogado de haber terminado en las garras del diabólico imperio del mal, ni aunque su vida dependiera de ello-, y en las raras ocasiones en las que la reconocía, sus ojos castaños se llenaban de miedo y anticipación, porque leía perfectamente el presagio en sus gestos.
Porque para Samanta era casi imposible de soportar la terrible realidad de que la magnífica mujer que amaba, antes todo abalorios de gitana, ironía, labios voluptuosos, pestañas espesas e iniciación ritual, no era ya más que un cuerpo famélico y quebrado en una cama blanca, un nombre más dentro de una lista interminable de nombres a los que sólo les quedaba la esperanza del milagro.
No era que la amara menos por eso, sino todo lo contrario: Samanta había aprendido que pese a todos esos obstáculos aparentemente insalvables- y muchos más, como que no era primavera ni estaban en París- se podía vivir un gran amor.
Y mientras regresaba al hospital mascando un chicle por pura costumbre- Mackenzie siempre había dicho que sus pulmones eran suyos, pero sus labios eran de ella, y no estaba dispuesta a tolerar el aliento a tabaco- Sam se dijo a si misma que lo verdaderamente lamentable era tener que contemplar el espectáculo magnífico de Nueva Cork en otoño con los ojos empañados de lágrimas, porque el ciclo de las estaciones es inagotable y eterno, pero el ocaso de la vida amada llega una sola vez y para siempre.
Luego de la hora fatal, no volvería a haber primavera para ella.