Fic: Secretos (Segunda parte) (Pep Guardiola/Leo Messi, Carles Puyol/Gerard Piqué)

Mar 28, 2010 20:56

Título: Secretos (Segunda parte)

Summary: a veces, la mejor parte de guardar secretos es cuando otros los descubren...
Pairing: Pep Guardiola/Leo Messi, Carles Puyol/Gerard Piqué
Advertencia: Slash.
Rating: PG-13.
Palabras: un poco más de 12,000.
Disclaimers: esto no es cierto, es fruto de imaginación, y no pretendo hacer que nadie me crea ni mucho menos me dé dinero por esto.

A/N: escrito, as usual, para miss_black91, y beteado por ella misma. ¡Gracias, cielo!

Primera parte



Pasan los días. No muchos, pero tampoco es cuestión de un par de horas. Pasan los días, los entrenamientos, los partidos. Leo se fija, como se lo pidió Gerard. Pep se fija, como se lo ordenó Carles, y después intenta no fijarse, como se lo ordenó a sí mismo. Gerard y Carles observan desde la distancia, a veces casi conteniendo el aliento para no interrumpir el precario equilibrio que se está construyendo.

Y pasan los días.

-Quiero que sepas, tío, que me vas a hacer perder una apuesta.

-Eso es porque sos muy malo a la hora de decidir por qué apostar -responde Leo con una sonrisa-. ¿Qué habés apostado esta vez? ¿Qué no voy a marcar más goles?

-¡Para que después la prensa diga que eres humilde y esas cosas! -finge indignarse Piqué, empujando ligeramente a su compañero de equipo, que se escapa entre risas.

-¿Qué apuesta habés hecho, entonces? -dice Leo, volviendo a su lado cuando es evidente que la amenaza de represalias ya ha pasado.

Gerard mira a su alrededor, más por costumbre que porque crea que hay alguien en los alrededores.

-Le aposté a Puyi que le dirías algo a Pep antes que él a ti, y Puyi dijo que antes Pep te llamaría a su despacho…

El defensa mira a su amigo, esperando que se lo tome bien. Leo se queda quieto, baja la vista al suelo, y después sonríe, sólo un poco.

-No creo que vayás a perder esa apuesta -dice, y su tono de voz no es tan alegre como Gerard querría.

-¿Eh?

Leo se encoge de hombros.

-Incluso si tenés razón y Pep… ya sabes… igual él no quiere nada… igual por eso es que no quiere decirme nada… así que tu apuesta no es tan mala…

Gerard desea de verdad que Cesc aparezca de repente, sabiendo como sabe decir lo necesario para animar a Leo, siempre; pero sólo está él, así que se rebusca los sesos buscando qué decir. Está dividido entre “todo va a salir bien” y “Pep es un idiota si no te hace caso”, cuando Leo lo interrumpe.

-¿Geri?

-¿Sí?

-A vos te gusta Puyi, ¿verdad?

Es verdad que Piqué estaba deseando un cambio de tema, pero no precisamente a *ése* tema. Abre y cierra la boca un par de veces, pero su cerebro está (una vez más) en blanco.

-Nunca lo hemos hablado, pero… -Leo se encoge de hombros de nuevo, casi tan incómodo con el tema como Gerard-. Bueno, en estos días me di cuenta que… es decir, pensé que…

Gerard sigue con la boca abierta; Leo lo mira y se ríe.

-Perdoná, che -dice-. Pero es que… ¡menudo par estamos hechos!

Su risa coge por sorpresa a Gerard, que no puede más que reírse también.

-Sí -suspira, aún sonriendo, cuando los dos se calman un poco-. ¿Para qué voy a mentirte? Puyi…

No tiene palabras, así que Gerard gesticula vagamente, haciendo que Leo se ría de nuevo.

-Lo sé -dice el argentino-. Después dirás de mí, che, pero se te nota a leguas, a veces…

-No lo digas ni en broma… a Puyi esas cosas… no le van.

Leo lo mira, con la cabeza un poco inclinada, como cuando está intentando entender a Ibra.

-¿No? Pues bastante que te mira, entonces…

Si Gerard no estuviese tan sorprendido, se reiría de sí mismo y de las veces que la conversación lo estaba dejando con boca abierta.

-¿Qué Puyi me mira? No… ¿cuándo? Pero no… jo, no, no puede ser, Leo, eso es que te has quedado atontado de tanto marcar goles de cabeza… porque sí, vaya, pasamos bastante tiempo juntos y eso, pero… no… si me mira, será para asegurarse que no esté haciendo ninguna tontería… sí, eso…

Es evidente que Leo está haciendo un gran esfuerzo para no reírse.

-Geri… no puedo creer que te la pasés diciéndome que me fije, y seás tan boludo de no fijarte vos en lo que debería importarte…

-¡En cualquier caso…! -lo interrumpe Piqué en voz muy alta, tapándose los oídos-. No estábamos hablando de mí. Ni de Puyi. Y mucho menos de mí y de Puyi a la vez.

-¿No?

-No -dice Gerard, cruzándose de brazos para darle más énfasis a su declaración-. Estábamos hablando de ti… y de Pep.

-Y no hay nada de qué hablar ahí. Mirá, Geri, yo soy el primero que quiere que pase algo, pero, ¿qué querés que haga? ¿Qué me presente en su despacho y…?

-¡No es mala idea! -exclama Gerard, en parte porque piensa que lo que necesitan esos dos es un poco de iniciativa, y en parte porque puede que sean muy amigos, pero eso no significa que quiera oír exactamente qué quiere hacer Leo con Pep en su despacho.

-Gerard, boludo, hablo en serio…

-Y yo… vamos a ver, Leo, estamos de acuerdo en que Pep no a hacer nada, ¿verdad? Pues eso, que tendrás que ser tú el que… tome la iniciativa. Y eso. -Geri hace una pausa en su discurso-. Y estas cosas se le dan mucho mejor a Cesc. No puedo esperar a que le fichen y sea él el que tenga que lidiar contigo, tío… sólo que no va a ser así, porque cuando fichen a Cesc, tú ya estarás liado con Pep y Cesc sólo podrá… yo que sé, darte consejos sobre qué regalarle en vuestro aniversario o…

-Geri, callate, por favor. En serio, callate y hablemos de otra cosa. No estoy de humor.

A veces, Leo piensa que en algún momento de su vida debió haber conseguido mejores amigos. No es que le resulte fácil, con lo tímido que es, pero está seguro de que si se hubiese juntado con gente normal en La Masía (aunque, ¿había gente normal en La Masía?) no tendría tantos problemas.

Pero no, sus amigos son Geri (Geri, que le da codazos cuando Pep menciona su nombre, incluso cuando sólo está haciendo los equipos para los partidillos) y Cesc (al que Geri ha llamado para contárselo todo, y que ahora llama a Leo cada tres días para pedirle informes y sugerirle tácticas a cual más descabelladas, con argumentos tales como ‘¡pero a Nicklas le ha funcionado!’ o ‘¡Theo me dijo que era buena idea!’). Y así le van las cosas, reflexiona, mientras avanza por el corredor.

-Leo… -Manel le sonríe desde la puerta de la sala de prensa-. Pep ha dicho que si puedes pasarte por su despacho…

No puede decir que no lo estuviera esperando. No puede negar que llevaba ya un tiempo contando los días antes de que, como está establecido en el calendario mental de Pep, que ya todos conocen, le tocase ir a su despacho para tener una pequeña charla. Y tampoco puede evitar el momento de pánico que hace que Manel lo mire con aire preocupado, ni que le tiemblen un poco las piernas mientras se obliga a caminar hacia el despacho de Pep.

Su valentía, sus esperanzas se han ido disolviendo en los días en los que Pep le hace cada vez menos caso, en los que cada vez le habla menos, en los que sus abrazos y sus sonrisas parecen dirigidos hacia cualquiera menos hacia Leo. Y aunque la voz, que se parece a la de Geri, sigue susurrando en su oído “a Pep le gustas” en los momentos menos adecuados, hay otra voz que llega a acallarla con frases como “¿y qué? Seguro que le han gustado otros antes”, “¿crees que arriesgaría su trabajo y al equipo por ti?”, o “recuerda, por esto es por lo que nunca debiste haberte hecho ilusiones”.

Antes de llamar a la puerta, Leo se detiene a hacer los ejercicios respiratorios que le enseñó Juanjo y a recordarse que es sólo una charla sobre fútbol, nada más. No es ninguno de los escenarios poco plausibles de Cesc (que suelen llevar chocolate de por medio), ni él es el Don Juan atrevido que Geri pretenda que sea (aunque, de todas formas, Geri sea el más cobarde de todos).

-¡Adelante! -Pep le sonríe desde detrás de su escritorio-. Sigue, Leo. Siéntate… ¿cómo va todo?

-Bien -dice Leo, tal como se espera de él, sentándose y juntando las manos en su regazo, intentando desesperadamente parecer relajado, cómodo, tranquilo, todo lo opuesto de cómo se siente en realidad.

Pep lo mira fugazmente, apartando la vista en cuanto ve que Leo le devuelve la mirada, y ocupándose de unos papeles sobre su escritorio. Hay un momento de silencio, antes de que Pep se aclare la garganta.

-Me alegro…

-¿Pep?

Y Leo podría jurar que hace cinco segundos no pensaba hacer eso; porque, si hubiese pensado hacerlo, se hubiese asegurado de su voz no sonase tan tímida, y también habría pensado qué decir cuando Pep le mirase con esos ojos.

-¿Sí?

-… no, no es nada -murmura, sintiendo que se le escapa el valor necesario para hacer… ¿para hacer qué? ¿Qué le va a preguntar a Pep, allí, en su despacho? “¿Te gusto?”. “¿Quieres ir a cenar conmigo esta noche?”. “¿Sabes que cuando sonríes me quedo sin aliento?”. “¿Por ti haría (he hecho) lo que fuera, tanto en el campo como fuera de él?”.

-¿Estás seguro? -le pregunta Pep, y Leo ve exactamente el momento en el que el nerviosismo con el que ha estado tratando a Leo en los últimos días se desvanece, y Pep vuelve a ser su entrenador.

-Sí, seguro.

-Leo… sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? Si algo te preocupa, si tienes algún problema…

Pep siente que está jugando con fuego. Pero sería más sospechoso no llamar a Leo a su despacho cuando ya todo el equipo sabe la rotación por la que tienen que tener pequeñas charlas con su entrenador; y además Pep quiere ponerse a prueba, demostrarse a sí mismo que puede controlarse (y puede controlar a Leo), que no hay nada de lo que preocuparse.

Así que le pide a Manel que llame a Leo y se prepara mentalmente para la conversación. Tendría que haber sospechado que toda la preparación del mundo no sería suficiente ante esa sonrisa tímida, ante esos ojos que no se apartan de los suyos, ante esa mezcla de valor y timidez que siempre ha sido Leo, y que ahora lo ha puesto en la difícil situación de tener que preguntarle exactamente lo que menos quiere saber.

-Leo… sabes que puedes contarme lo que sea, ¿verdad? Si algo te preocupa, si tienes algún problema… -Las palabras le saben a engaño, y parece que a Leo también, porque el argentino lo mira y le responde con triste incredulidad.

-Sí, claro…

-Leo.

-Estoy bien -dice el chico, con inesperada ferocidad-. Estoy bien, estoy sano, estoy marcando goles… ¿qué más querés de mí?

Por un instante, Pep casi se da el lujo de enfadarse.

-Leo, sabes que aunque soy tu entrenador y me preocupe porque estés sano y estés jugando bien… que lo estás, eso no tengo ni que decírtelo… sabes que eso no es lo único que me preocupa, ¿no?

Leo alza la vista y lo mira, y Pep podría ahogarse en la tristeza que hay en sus ojos.

-¿No? -pregunta el argentino.

Uno de los rasgos definitivos de un buen futbolista es el saber reconocer el momento justo, la oportunidad perfecta, el segundo que no puede dejarse escapar (para un pase, para un regate, para una entrada, para un gol), y tanto Pep como Leo son demasiado buenos futbolistas como para no reconocerlo ahora. Sus miradas se encuentran y Pep respira hondo.

-No.

Pep ve a Leo apartar la vista, sonrojarse un poco, y todas las ganas que lleva refrenando en los últimos días (los últimos meses) vuelven ahora, con tanta fuerza que se aferra al brazo de su silla para no ponerse de pie y hacer algo de lo que podría arrepentirse.

-Lo sabes, ¿verdad? -le pregunta con urgencia, en vez de cogerlo y besarlo hasta que esa tristeza abandone sus ojos-. Dime que lo sabes, Leo…

-Nunca… nunca me habés dicho nada -objeta Leo, mirándolo fugazmente, con lo que Pep adivina que es una sonrisa bailándole en los labios.

-Te lo estoy diciendo ahora.

Leo hace el ademán de ponerse de pie, y Pep lo detiene con un solo gesto.

-Aquí no -le advierte-. Aquí ni siquiera deberíamos estar teniendo esta conversación.

Leo vuelve a sentarse, obedientemente, pero fija en Pep una mirada que dice bien a las claras que esta es la única concesión que piensa hacerle.

-Vení a mi piso esta tarde, entonces.

Pep entiende que no es una invitación, más bien una orden y una súplica; también sabe que no debería hacerlo, tanto como sabe que es demasiado tarde para pensar en eso.

-¿A las cinco te viene bien? -Leo asiente en silencio; Pep se siente como si se hubiese quitado un enorme peso de encima de repente-. Muy bien… y ahora, a por lo que te había llamado…

-No era sólo para verme, ¿entonces? -pregunta el argentino con una pequeña sonrisa de las suyas.

-Leo… -Pero Pep no puede más que devolverle la sonrisa-. Fútbol, ¿recuerdas? Quería hablarte de Ibra…

Y algo del pánico que restalla en la mente de Pep (tras la euforia de ver a Leo sonreírle de esa forma, y el alivio de haberlo dicho, por fin) se calma cuando ve a Leo asentir y ponerse serio y escuchar atentamente lo que Pep tiene que decir sobre el sueco, como el profesional que es (que ambos son).

Por un momento, Pep casi puede creer que las cosas les saldrán bien.

-¿Vienes al torneo de ProEvo en mi casa esta tarde? -pregunta Geri, pasándole un brazo por los hombros a Leo.

Odia ver a su amigo tan decaído como anda esos días. Odia haberle dado esperanzas, haberle dejado que se hiciera ilusiones. Odia a Pep, a veces. Y no se le ocurre nada mejor para arreglarlo que llevarse a Leo a su casa, distraerlo con videojuegos, y esperar a que se le pase; ni siquiera Cesc podría arreglar las cosas, a estas alturas.

-No.

-¡Oooooh, venga, tío, va, ven! -Geri busca mejores argumentos-. Busi va a venir… ¡puedes jugar contra él, toda la tarde, y ganarle cada vez!

-Vete a la mierda, Geri -sugiere Sergio, que va caminando por el corredor rumbo al aparcamiento, unos metros por delante de ellos, sin darse la vuelta siquiera-. He estado practicando, que lo sepas…

-Lo dices como si te fuese a servir de algo… ¡Leo y yo vamos a aplastarte!

-Hoy no, Geri -dice Leo, quitándose el brazo de Gerard de encima.

-Pero Leo…

-Que no, Gerard, que no.

Piqué siente como se le revuelve el estómago. Leo no quiere ni mirarlo, y su tono dice bien a las claras que no quiere ni oír hablar de la invitación, ni de nada más. Sospechaba que el argentino estaba bajo de ánimos últimamente, pero no sospechaba que estaba tan mal.

-¿Quieres hacer otra cosa? -sugiere, en voz baja para que nadie lo escuche-. Puedo cancelar el torneo y… no sé, ¿quieres ver una peli?

-¡Que no, Gerard! Mirá, me voy a casa. Hasta mañana.

Gerard, sin hacerles mucho caso, se despide de quienes van a ir al torneo esa tarde y, aunque debería irse a casa a asegurarse de que todo (las cervezas y las patatas fritas, básicamente) esté listo, se queda mirando a Leo hasta que éste sale conduciendo a toda prisa del aparcamiento, y suspira.

Carles se aclara la garganta, pero Gerard no parece darse cuenta. Está apoyado en su coche, mirando al suelo, y, aún de espaldas, se nota que no está bien. Carles suele ser el primero en llegar y el último en irse, y le extraña ver a alguien todavía en el aparcamiento.

-¿Gerard?

-Eh, Puyi, ¿qué tal? -pregunta el otro defensa, con voz apagada.

-¿Qué pasa?

Piqué se encoge de hombros y mira a su alrededor.

-Es Leo -admite, dándose la vuelta para mirar a Puyol.

-¿Qué pasa?

Gerard se encoge de hombros otra vez.

-No debería haberle dicho nada, Puyi… debería haberme quedado callado, y haberlo llevado de fiesta, o haberle comprado un juego nuevo para la PSP, o… ¡cualquier cosa! Cualquier cosa habría sido mejor que lo que hice… y ahora ni siquiera puedo arreglarlo, porque Leo no quiere hablar conmigo, y soy un desastre como amigo, tío, un completo desastre…

Carles está un poco preocupado por Leo, pero ahora lo está mucho más por Geri, que tiene la espalda encorvada como si cargase con el peso de las desgracias personales de todo el equipo.

-No digas tonterías. Leo no podría tener un mejor amigo que tú.

Gerard resopla con escepticismo, y Puyol se debate por un momento entre el afecto y la exasperación.

-Debería haber…

-¡Por Dios, Gerard, no podrías haber hecho más de lo que hiciste! -lo interrumpe Carles, perdiendo la paciencia al verlo tan desanimado-. Le has dado a Leo tu apoyo, tu ayuda, le has escuchado, le has animado… pero no puedes solucionarle todos sus problemas. ¿O acaso tus amigos te solucionan a ti la vida?

-Bueno, no se puede decir que tenga muchos problemas desde que te conocí…

Carles abre mucho los ojos, sin poder evitarlo, y ve cómo Gerard se da la vuelta, aunque no lo suficientemente rápido como para ocultar, aún bajo la poca luz del aparcamiento, su sonrojo.

-Quiero decir…

-Eh…

-Esto… en fin, que tengo que irme a casa a organizar todo para cuándo lleguen estos a jugar -dice Gerard a toda prisa, abriendo la puerta de su coche y prácticamente lanzándose dentro-. Y… gracias por… por animarme, ¿vale? Y… esto… ¡hasta mañana!

Carles se queda mirando el coche salir del aparcamiento (y ser recibido por los habituales chillidos de las fans a la salida). ¿Exactamente qué ha pasado? Estaban teniendo una conversación normal, y de repente Gerard… bueno, no ha hecho nada, pero… ese comentario… aunque, claro, estaban hablando de amistad… eso es, sólo de amistad… ¡pero se ha sonrojado!... eso no tiene porqué significar nada… aunque Gerard nunca se sonroja… tal vez… tal vez ha pensado que *Carles* malinterpretaría su significado… como en realidad está haciendo… no, no, estaban hablando de amistad y no hay más que hablar.

Con ese pensamiento fijo en su mente, Puyol se sube en su coche e intenta no fijarse en la enorme sonrisa que se refleja en el espejo retrovisor.

Pep no le sonríe a su retrovisor; de hecho, aunque sus ojos están fijos en él, no ve su reflejo.

-¿Qué estoy haciendo? -se pregunta, cerrando los ojos y apoyando su cabeza en el respaldo de su silla.

Está en su coche, en el aparcamiento de visitantes del edificio donde Leo Messi tiene su piso ‘de persona mayor’, aunque siga viviendo la mayor parte de su tiempo con su familia (Pep sospecha que debido a su incapacidad para hacerse la cena). Está intentando evitar el reloj que le dice que faltan dos minutos para las cinco de la tarde. Está, aunque no lo quiere admitir ni para sí mismo, tan nervioso que bien podría definirse como ‘asustado’.

Pero no hay nada que hacer. Desde esa mañana en su despacho (tal vez, desde mucho antes), la suerte está echada, o, por lo menos, en manos de un chico de veintiún años que Pep no puede evitar temer que sea demasiado joven para entender la magnitud de lo que van a hacer (porque es evidente ya que van a hacerlo). Y aunque una de las cosas del Leo que más atraen a Pep es esa lealtad a prueba de todo del chico, esa sorprendente capacidad para el afecto que demuestra, son tantos los riesgos…

Si Pep fuese un hombre que se arredrara ante el peligro, no habría llegado a donde lo ha hecho (ni a las seis copas, ni a ese aparcamiento); a pesar de esto, se alegra de que nadie lo vea entrar al edificio ni coger el ascensor hasta el piso cuyo número ha tenido que consultar en la base de datos del club (por alguna razón, ese detalle lo ha incomodado casi más que cualquiera otra cosa).

Leo está planteándose seriamente saltar por la ventana. Vive en un octavo, alguna ventaja tenía que tener, ¿no?

No son aún las cinco y está de los nervios. Desde que Pep le puso fin a su charla sobre Zlatan y le dijo que podía irse a comer, Leo ha pasado las horas con los nervios a flor de piel.

No puede creer que realmente hayan tenido esa conversación. No puede creer que Pep realmente le haya dicho que lo quiere (porque eso es lo que ha dicho, aun sin decirlo del todo, ¿verdad?). No puede creer que él haya dado con la respuesta adecuada, que haya encontrado de repente el valor para llevar las cosas más allá (aunque se sonroja de sólo pensar que estuvo a punto de inclinarse sobre el escritorio y besar a Pep allí, en su despacho). No puede creer que falten apenas unos minutos para que Pep llegue y…

Y suena el timbre.

Por un momento, Leo piensa en esconderse en su habitación y no abrir la puerta, ni ir a entrenar al día siguiente, ni volver a ver a nadie nunca más en su vida; el miedo a estropearlo todo es casi superior al miedo a tener por fin lo que siempre ha deseado, y las ganas de ver a Pep ganan la partida por un muy estrecho margen.

Así que se obliga a abrir la puerta, y ve a Pep ahí, con esos vaqueros, sonriéndole un poco (y él también está nervioso, Leo lo ve en la forma que tiene de juguetear con las llaves del coche, que tiene en la mano).

-Seguí…

-Gracias…

Leo cierra la puerta tras su huésped y respira hondo antes de darse la vuelta, sintiéndose de repente muy joven y muy tímido.

Pep sigue allí, a apenas un paso de distancia, y cuando Leo se gira para mirarlo, alza la mano y la apoya en su hombro, sin hacer apenas presión, pero claramente indicando que aquí, en privado, esos contactos sí están permitidos.

Leo no necesita más señales para hacer lo que lleva tanto tiempo deseando hacer y, antes de que su timidez lo haga arrepentirse, se pone en puntas de pie y besa a Pep, cerrando los ojos y sintiéndose temblar de pies a cabeza. La mano de Pep se desliza por su espalda, atrayéndolo más cerca, más aún, hasta que el beso se desborda, se sale de cauce, pasa de ser una tímida declaración a un ‘te necesito’ sin palabras.

-Leo… -le susurra Pep al oído cuando sus labios se separan (que no sus cuerpos, ya que Leo se da cuenta de repente que está apoyado contra la pared, con Pep apoyado sobre él)-. Leo…

Llámese cobardía, timidez, inseguridad, lo que sea, pero Leo no quiere oír a Pep hablar ahora. Le tiene entre sus brazos, contra sus labios, sobre su pecho… lo último que quiere son palabras, que siempre lo complican todo. Así que se gira y le besa de nuevo, y de nuevo, y aún otra vez, y otra más, hasta que Pep parece captar el mensaje y deja de susurrar su nombre, y pasan a comunicarse con sus labios y sus manos y el resto de sus cuerpos.

-No te entiendo, macho… -suspira Gerard, dejándose caer junto a Leo y pidiendo por señas una botella de agua, que Pinto amablemente le lanza desde el otro extremo del campo.

-Perdoná por lo de ayer, Geri -responde el argentino, haciéndose a un lado para que Geri pueda atrapar la botella sin aplastarlo.

-No, si no pasa nada… pero hoy, hoy sí que estás raro, chaval…

Leo se muerde los labios.

-¿Sí?

Gerard lo mira y asiente.

-Raro, raro, raro… ¿algo que quieras contarme?

Leo se deja caer de espaldas.

-¿Por qué debería haber algo…?

Gerard intenta esconder su sonrisa detrás de la botella de agua. Ha pasado algo, eso está más claro que Leo es el mejor jugador del mundo. No hay nada que ver entre el argentino sonriente, hiperactivo y animado de hoy, y el argentino callado, malhumorado y preocupado de ayer; y si Leo no quiere contarle que ha causado el cambio, bueno, son cosas que los amigos entienden, pero eso no significa que Geri no vaya a molestarle un poco para cobrarse el corte del día anterior en el aparcamiento.

-A saber… tal vez porque parece que hayas hecho algo mucho más interesante ayer por la tarde que mi torneo de ProEvo… ¡y eso que Sergi se cabreó después de perder su partido con Dani… jugando con el Inter, tío… y se enredó con los cables y por poco se desgracia el chico! ¡Fue genial!

-Me imagino…

-Pero lo tuyo tuvo que haber sido mejor, ¿a qué sí? Venga, desembucha…

Gerard se tiende en el césped junto a Leo y se pregunta cuánto tiempo tendrá para darle la lata antes de que Pep los ponga a entrenar de nuevo.

-Pep estuvo en mi piso ayer… y quedate callado, Geri, o te juro que te mato…

Ante la amenaza, Gerard se calla, a duras penas, el grito que iba a soltar, y se da la vuelta para mirar a Leo. El argentino está mirando al cielo, pero su sonrojo y la sonrisa de oreja a oreja no dejan lugar a dudas.

-Hostia… -susurra Gerard, siguiendo la orden de no gritar-. Y… ¿y qué? ¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que ha ido a parar allí? ¿Ha pasado algo? Y… hey, ¿qué ha pasado con mi apuesta?

-¿Tu apuesta? ¿Estás preocupado ahora por tu pendeja apuesta? Geri, sos lo peor… y habés perdido… o no, bueno… no, no habés perdido… pero tampoco habés ganado… solucionalo como querás con Puyi…

-¿Cómo así?

-Ah, ¿ahora sí querés que te lo cuente?

-Chicos… -Tito se les acerca y les hace señas para que se pongan de pie y se unan al resto del grupo.

-Hoy no comes hasta que me lo hayas contado, joder -le gruñe Gerard a Leo, mientras lo ayuda a ponerse en pie-. ¿Cómo sueltas una cosa así en medio del entreno…?

-¡Me lo has preguntado tú!

-¡Pero no pensé que fueras a decirme nada!

-Chicos -repite Tito-. He dicho que cotilleos más tarde, ¿vale?

Pep no está preocupado. No del todo. Confía en Leo, en su discreción, en que sabe que es preciso mantener el secreto, y en que sabrá a quién contárselo y a quién no. Así que cuando lo ve hablando con Piqué (que cojea del mismo pie, y Pep no necesita a nadie que se lo confirme), apenas sonríe y espera que el defensa no arme demasiado escándalo en su sorpresa.

Y si se siente un poco extraño al mirar a su alrededor y saber que muy pronto su secreto no será tan secreto, que algunos lo mirarán con otros ojos y le sonreirán de forma un poco distinta (porque una vez lo sepa Piqué, lo sabrá Puyol, y entonces lo sabrá Xavi, y entonces lo sabrá Andrés, y entonces lo sabrá Víctor, y Leo se lo tendrá que contar a Gaby, y tal vez también a Dani), bueno, es una sensación liberadora a la vez que un tanto vertiginosa.

Pep se cuida de sonreír demasiado, y se pregunta cuánto tardará Manel en buscarlo para que le confiese lo que está pasando.

Es una sensación curiosa, la de estar volando. Y vale, sigue teniendo los pies firmemente plantados en el suelo, pero a la vez está volando, y lo ha estado desde que Leo terminó de contarle su historia, escondidos en una sala de material cuando deberían estar en el comedor.

Y no es que vaya por él, pero cuando Leo le ha contado todo sobre la visita de Pep a su piso (vale, *casi* todo, el argentino se ha cerrado en banda a la hora de dar detalles), Gerard ha sentido que se abría ante él todo un universo de posibilidades, como la primera vez que Sir Alex lo alineó con el primer equipo.

Vuela durante de la comida, planeando con facilidad sobre las bromas de Dani a Sergi, y vuela hasta el aparcamiento después, esquivando casi sin pensárselo a aquellos que quieren retenerlo o despedirse de él, y vuela mientras conduce a casa, con la música que el resto del equipo tanto odia a todo volumen.

Carles se echa sobre el sofá y se pregunta por qué hay días en que el cuerpo parece pesarle tanto. Ha terminado su rutina de yoga y juraría que nunca le había costado tanto. Con un suspiro, decide que debe ser el peso de tantos años que lleva encima.

No es, en absoluto, que Gerard escasamente le haya dirigido la palabra hoy. No es que el otro defensa parezca haberse arrepentido tan totalmente de lo que dijo en el aparcamiento la tarde anterior que no se ha separado de Leo en todo el día (y eso que el argentino parecía de buen humor, sin necesidad de un amigo que lo siguiera a sol y sombra), sin apenas mirar a su capitán. No, claro que no es eso.

Le cuesta convencerse de darse una ducha, y se arrepiente diez minutos después, cuando tiene que salir a toda prisa porque hay alguien llamando a la puerta.

-¿Gerard?

Gerard no contesta. Está ahí, de pie, con un pack de Coronitas en una mano y un DVD en la otra, y Carles se sonroja al darse cuenta de que está vestido con una toalla y un litro o dos de agua escurriendo sobre el parquet; lo que en los vestuarios tiene apenas importancia, en el recibidor de su piso parece distinto.

-… Carles. -Geri le sonríe y le enseña el DVD de Millenium-. Hola.

-Pasa, pasa… -Carles se hace a un lado, intentando ocultar su agitación; Gerard le estaba mirando, y no precisamente a los ojos, no cabe duda-. ¿A qué viene todo esto?

-¿No te acuerdas de nuestra apuesta? -le pregunta Geri, haciendo pucheros.

A Carles le cuesta hasta acordarse de su nombre en esos momentos, pero se concentra (difícil al sentir el roce del brazo de Piqué sobre su espalda desnuda mientras su ‘invitado’ se quita la cazadora) y tras unos segundos, lo consigue.

-¡Joder! ¿Pep…?

-Sip… Leo me dijo que puedo contártelo, así que… -Geri coge cervezas y película y hace ademán de pasar al salón-. Bueno, supongo que será mejor que te vistas antes o algo, ¿no? Vas a dejar el sofá perdido de agua si no…

Tiene su gracia, el que su invitado no-invitado le esté dando órdenes en su propia casa (y una parte de Carles quiere comprobar si en realidad Geri le estaba mirando *así*), así Carles se ríe y se va a vestirse, dejando que Geri que se ponga cómodo, como si estuviese en su propia casa.

-Tendremos suerte si un día de estos llegamos al entrenamiento y no nos lanzan arroz…

Leo se ríe, con cuidado de no moverse mucho, para que las manos de Pep sigan jugueteando con su pelo. Están echados en su cama, vestidos (bueno, casi, Pep ha llegado hace sólo cinco minutos y Leo ya ha conseguido quitarle el jersey), y hablando de Geri y de quién más puede saber lo suyo.

-¿Y te molestaría, acaso? A mí, mientras no canten…

Leo siente que se le hincha el pecho de orgullo al ver a Pep reír, y después inclinarse para darle un corto beso.

-Claro que me molestaría -dice, lo suficientemente serio para que Leo alce una ceja-. Soy catalán, y es un desperdicio de arroz y de dinero… pero, por lo demás…

Otro beso, un poco más largo, lo suficiente para acallar las risitas de Leo. Y después otro, para oír de nuevo ese suspiro que suelta cuando se separan. Y otro, porque sí. Y otro…

-En realidad no se puede decir que yo haya ganado la apuesta -dice Puyol, siempre justo, cuando Piqué termina de contarle su historia.

-Bueno, Pep llamó a Leo al despacho, como tú dijiste…

-Pero el que tomó la iniciativa fue Leo…

-Jo, tío, si tanto te preocupa, me llevo la peli y te fastidias -bromea Piqué, intentando alcanzar el DVD de la edición de coleccionista de la peli.

-¡Eh! No te pases, chaval…

-Tú mismo has dicho que no has ganado la apuesta…

-Pero tampoco la he perdido. Y no tengo la peli.

-Pues entonces tú también tendrás que pagar, ¿no?

Gerard no sabe cómo puede seguir hablando; el corazón lo tiene en la garganta, latiendo a mil, y le cuesta lo que no está escrito mantener la sonrisa en la cara.

-Venga, vale… -dice Carles-. ¿Qué había apostado yo?

-Nunca dijiste qué ibas a darme… creo que eso significa que yo puedo pedir lo que quiera…

El corazón de Gerard ya no late, y él tampoco respira, demasiado concentrado esperando la reacción de Carles; de Carles, que se muerde los labios y lo mira entre sus rizos húmedos antes de responder.

-Sí, supongo… -Su sonrisa no es del todo sincera-. Pero, no te pases, ¿eh? Que nos conocemos, chaval, y no quiero tener que hacer algo como lo que les pusiste a hacer a Mata y a Marchena en Sudáfrica…

Gerard se ríe, en parte por el recuerdo (ésa fue una de sus grandes ideas, gracias) y en parte porque, bueno, va a lanzarse y bien puede aprovechar este momento.

-Jo, es que tengo *tantas* ideas… podrías intentar explicarle una de las bromas de Dani a Chygry…

-No.

-… o llamar a Cristiano… ¡tengo su número de móvil y todo…!

-Gerard, no te pases.

-No se vale decirle que no a todas mis propuestas…

Gerard sonríe al oír a Carles suspirar.

-Vale… mientras el Cristiano no tenga nada que ver…

Gerard puede ver, bien a las claras, que su sonrisa le hace temer lo peor a Carles, y a propósito se demora en hablar (y no sólo porque esté tan nervioso que le tiemblan las manos).

-¡Vale! Cierra los ojos.

-¿Qué vas a hacer?

-Puuuuuuuyi… ¡cierra los ojos¡ ¿No te fías de mí?

-Ni un pelo.

-¡Pero es mi apuesta! La he ganado, tienes que hacer lo que yo diga…

-Virgen de la Moreneta, ¿quién me manda a mí a meterme en estas cosas contigo? -murmura Carles-. Vale, cierro los ojos, pero como le hagas algo a mi pelo, te mato, ¿me oyes?

-Jo, Puyi, tampoco te pases, colega, no soy un criminal…

Carles suspira una vez más y cierra los ojos. No sabe qué es peor, si el haber salido a recibir a Gerard vestido sólo con una toalla, o estar ahí, con los ojos cerrados, esperando; se siente tan... vulnerable. Y tampoco es que tema que Gerard le vaya a hacer algo verdaderamente horrible (se fía de él, aunque no lo confiese), pero…

-No abras los ojos -le dice esa voz tan querida, que de repente está mucho más cerca de lo que estaba antes.

-Vale.

Pasa medio minuto (o tal vez menos, es difícil saberlo con los ojos cerrados y en tanta tensión como está), y Carles está a punto de llamar a Gerard (¿estará haciendo algo horrible en algún lugar de su piso?), cuando sucede.

Los labios de Gerard rozan los suyos, su barba le raspa la barbilla, su mano se enreda entre sus rizos, el olor de su colonia está en todas partes.

-No abras los ojos -susurra Gerard otra vez, apenas separándose de él, y Carles, aún en medio de su sorpresa, puede oír la angustia en su voz.

Y vuelve a besarle, y ya no le importa que sea una broma, o una apuesta, o que se haya quedado dormido en el sofá después de hacer yoga y lo esté soñando todo. Gerard sabe a cerveza y a mentas, y gime desde el fondo de su garganta cuando Carles empieza a devolverle el beso, todavía con los ojos cerrados, pero tanteando a ciegas para cogerle primero del hombro y después de la nuca.

-¿Puedo abrir los ojos ya? -pregunta Carles, cuando Gerard se separa de él (no mucho, Carles aún le tiene cogido de la nuca y puede sentir su aliento).

-Si vas a matarme, prefiero que los mantengas cerrados hasta que pueda salir del piso e irme del país -responde Gerard, intentando sonar divertido, pero con los nervios evidentes en su voz.

-Geri… -Carles abre los ojos y lo mira, y se distrae al notar lo brillantes y rojos que tiene los labios.

-¿Sí?

-¿En serio crees que te voy a besar y después voy a matarte?

-Es que… jo, Carles, no he hecho esto por la apuesta, ¿vale? Y…

-Y entonces, ¿por qué lo has hecho?

-¿Eres idiota? -Geri se echa para atrás todo lo que lo deja la mano de Puyol en su nuca-. ¿Por qué va a ser? Porque me gustas, como Pep a Leo, y…

Y Carles le vuelve a besar, esta vez con los ojos abiertos, y no hay nada más que decir.

No hay grandes escenas. Nadie lanza arroz en los vestuarios. Hay comentarios hechos en susurros, y algunas sonrisas, y algunos ceños fruncidos. Hay mentiras que decir, y cosas que ocultar, y amigos que saben la verdad, y otros que no. Y hay una fiesta en casa de Gerard, aparentemente sin motivo alguno, y si a alguien le parece raro que haya una tele encendida con la peli de ‘Millenium’ en bucle, nadie dice nada.

Fin...

gerard piqué, fanfic, footie slash, pep guardiola, leo messi, carles puyol

Previous post Next post
Up