ANTERIOR 3.
Arial se está alisando el uniforme con tanta fuerza que Angel empieza a temer que se le borren las curvas del cuerpo en una de estas.
-Vale. Bien. Vale - Arial carraspea, colocándose nerviosamente los mechones que se le han escapado de la coleta. Hace un rato que parece haber desistido de escribir nada en su libreta. Repite, como si estuviese intentando convencerse- Bien.
Angel pliega los labios dentro de su boca.
-¿Bien seguro?
-Seguro, señor Edessa.
-Oficial, si lo que le molesta es que sea tan gráfico puedo saltarme algún que otro detalle. Ahora vienen algunas partes que-
-¡No! Quiero decir, no. No puede. Necesito… Necesito saberlo todo -Arial le mira con más determinación y se lleva una mano ausente al pecho, sus dedos tocando las alas bordadas del dragón-. Por el bien del Establecimiento.
Angel suelta una carcajada, apoyando su rodilla de metal contra la mesa y haciendo que la silla se balancee sobre las patas traseras.
-Qué suerte tiene el Establecimiento con usted. Tan dedicada a su trabajo.
Arial frunce el ceño.
-Mi trabajo requiere toda mi dedicación, señor Edessa. Y le aconsejaría que no siguiese por donde creo que va a seguir si no quiere que llame a la guardia.
Angel supone que es una amenaza vacía. La guardia del Establecimiento es una fuerza paramilitar que sólo asoma la cabeza en público en casos extremos, y aunque Angel les ha visto patrullando por Mool Boran como si fuesen una jauría de perros de caza, sabe que no es a él a quien buscan. Aun así prefiere no tentar más a la suerte, especialmente teniendo en cuenta lo mucho que está dependiendo de ella a estas alturas, así que asiente y levanta la mano en un saludo militar.
-A la orden.
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El puente se ve desde la ventana de su habitación. Se eleva un poco sobre la línea oscura del río para luego descender sobre el otro lado de la ciudad, y las farolas suben por su cuesta como si esperasen llegar mucho más arriba, sus luces brillando contra el tinte oscuro del cielo. El cartel de “Reparaciones Mec-ásticas - ¡ahora con un 20% de descuento!” parpadea verde y azul sobre el asfalto mojado, y un autobús para delante, sus puertas abriéndose y cerrándose con un whoosh de vapor sin que nadie se baje. Se aleja traqueteando por la calle, expulsando volutas circulares de vapor por un lateral.
Hay dos mujeres hablando en susurros con un hombre en el callejón de enfrente. Angel no está lo suficientemente cerca como para oír lo que dicen, pero sus gestos no dejan mucho a la imaginación, y después de un rato el hombre parece aceptar sus condiciones aunque Angel puede ver el metal brillar entre la ropa escasa de las chicas. Angel suspira, sintiendo la cabeza lenta y el corazón pesado, y su suspiro se condensa en el aire antes de deshacerse entre la oscuridad.
Se remueve sobre el alféizar, intentando buscar una postura cómoda, su pierna de metal apoyada contra el suelo de su habitación. Juraría que cuando llegó a Nueva Roma todavía cabía en el espacio de su ventana, pero no quiere pensar demasiado en cuántos años hace de eso. Extiende un poco la mano y enrosca los dedos alrededor de la barandilla de la escalera que sube en zigzag por el lateral del edificio, que se queja tanto en los días de viento que Angel duda mucho que sirva de algo en caso de emergencia. El óxido se queda pegado a sus dedos, pero no le presta atención. En uno de los peldaños más resguardados está el nido vacío de algún pájaro, sus tesoros de metal deshaciéndose sobre las ramas entrelazadas, como si los hubiese abandonado en sus prisas por migrar a lugares más cálidos.
En el callejón por donde han desaparecido las putas ahora hay dos niños de no más de trece años, pasándose una pipa transparente entre empujones. Angel no puede evitar pensar en Sim- en cómo se levanta de la mesa cuando coinciden en el desayuno, o cómo pasa a su lado sin saludarle cuando se cruzan en la recepción. Angel todavía no entiende por qué está enfadado y Cordia parece no querer colaborar (Habla con el chico si quieres respuestas, yo no soy un maldito oráculo) ¿pero cómo coño se habla con alguien que no quiere hablar contigo? Angel se pasa una mano por el pelo. Abajo, los chicos discuten en susurros apresurados, y al final uno de los dos parece enfadarse con el otro y lanza su pipa de cristal contra el suelo, mirándole como un desafío mientras se rompe en un millón de piezas pequeñas. El dueño de la pipa grita algo incomprensible e intenta agarrarle por el chaleco, pero el chico le esquiva y desaparece como alma que lleva el diablo entre las sombras espesas del callejón.
Angel mira la calle un rato más, el sueño tirándole del borde de los ojos. Está a punto de quedarse dormido, los dedos curvados en el pasamanos y la cabeza apoyada contra el marco de la ventana en un ángulo incómodo, cuando el olor inconfundible de Misterio de Mool Boran hace que su estómago se despierte, y que el resto de su cuerpo siga el mismo camino. Se asoma a la ventana casi sin pensar, mirando a través de la rejilla metálica de las escaleras. Efectivamente, un vendedor ambulante ha colocado su carrito justo debajo. Angel está a punto de arriesgar su vida y bajar por las escaleras de emergencia para saciar sus ganas de comida basura cuando algo hace que pare en seco, la pierna golpeando con un sonido metálico contra el borde de su ventana.
-Eh -y luego, algo tarde-, au.
Kai está arrastrando unas bolsas pesadas a través de la calle, un montón de papeles enrollados bajo el brazo. Se tropieza con el borde de la acera y murmura algo que suena tewanense, su pelo encrespándose por la humedad en el aire, y Angel siente que su corazón tropieza con él. Cambia las bolsas y los papeles de brazo en un movimiento complicado, y está buscando las llaves del almacén entre sus bolsillos cuando el vendedor le llama con un movimiento de mano. Angel frunce el ceño.
-¡Sun! -dice Kai, sonriendo como si le conociese de toda la vida.
El vendedor le golpea el brazo cuando le tiene cerca, haciendo que varios papeles salgan disparados y que Kai se ría cuando se agachan para recogerlos los dos a la vez, aunque Angel puede ver cómo se están empapando contra la acera húmeda.
-No, no te preocupes -dice Kai, y cuando Sun añade algo en tewanense Kai se ríe y le responde en el mismo idioma.
Angel frunce más el ceño, asomándose todo lo discretamente que puede a la ventana. La rejilla cuadricula la imagen de debajo, pero Angel puede ver cómo hablan demasiado cerca, las volutas de su aliento juntándose a medio camino entre sus bocas. Sus voces hablan con acento musical, las palabras inclinándose en direcciones que suenan extrañas e ininteligibles a los oídos sin entrenar de Angel. Se agarra al marco de madera de la ventana hasta que tiene los nudillos blancos, y se inclina hacia adelante, una gotera dejando caer agua a intervalos regulares sobre la manga de su camisa.
Sun tiene el pelo negro azabache y los brazos musculosos, como si llevar el carrito de comida de un lado para otro fuese el mejor de los ejercicios, y Angel no puede evitar notar con una punzada lo joven, lo guapo, lo falto de añadidos metálicos que parece a su lado. Abajo, Sun le está tendiendo un papel que parece más seco que el resto, y Kai lo mira durante un rato antes de aceptarlo y meterlo entre el resto de papeles. Sun sonríe una sonrisa que parece descarada incluso desde la posición de Angel, y le sujeta de la muñeca con un par de dedos, todavía agachado, inclinando la cabeza como una invitación. Kai parece pensarse lo que sea que le está diciendo, pero finalmente sonríe y contesta, seco y directo.
Angel gruñe, casi sin darse cuenta, y las dos cabezas se vuelven hacia arriba al mismo tiempo. Se aparta de la ventana con tanta fuerza que casi se disloca algo, y la cierra con un golpe seco, corriendo las cortinas azules con ambas manos después de pensarlo durante medio segundo.
¿Desde cuándo Kai tiene amigos? Es decir, no es que él- por supuesto que no sabe todo sobre Kai. De hecho, lo más probable es que no sepa una mierda sobre Kai, y que entienda todavía menos. Y quizás sea estúpido esperar que alguien viva cuatro meses en una ciudad y no conozca a nadie, pero Angel tiene que reconocer que nunca había pensado que Kai tuviese vida fuera de la parte que él ve. ¿E-es tan extraño? Se ven todos los días, no es como si… ¿de dónde ha sacado tiempo para- Y de todas formas, ese Sun parecía querer mucho más que una amistad, con su- sonrisa y sus cosas, y Kai tampoco parecía… Cuando Angel todavía puede sentir su boca en…
Angel aprieta los dientes, sus dedos sujetándose con fuerza a las cortinas. Apoya la cabeza contra ellas, la humedad del cristal traspasando la tela y tocándole la frente, donde todos sus pensamientos explotan y siguen las peores direcciones sin que él pueda hacer nada para pararlos.
Porque quién puede culparle. Angel está viejo y roto de las peores maneras, y Kai es joven y fascinante y tan brillante que Angel se siente iluminado con solo estar en la misma habitación que él. “Me encantan las máquinas, pero para el sexo prefiero a las personas”, había dicho, y Angel camina sobre la línea delicada entre los dos mundos- lo suficiente como para ser interesante, pero no como para ser nada más que eso- algo que se hace casi de casualidad y en lo que nunca se vuelve a pensar, y Kai siempre lo ha sabido.
Francamente, después de ver lo que ha visto en el Autómata, ya iba siendo hora de que Angel lo supiese también.
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Joe el Silencioso le mira cuando se cruzan por las escaleras. Se para en mitad del pasillo, la mano perpetuamente pegada al papel florido de la pared como si temiese que fuese a desaparecer si se le ocurre dejar de tocarla, y le mira.
Tiene el pelo ralo y blanco, los ojos profundos hundidos en la cara y las cejas inclinadas de tal manera que siempre parece tener cara de pena. Sim dice que no habla porque el Establecimiento le cortó la lengua cuando le vendió información al enemigo, y Cordia asegura que es posible porque hace años trabajaba en el otro lado de la ciudad, haciendo algo importante con gente importante, manejando un montón de información importante. Por supuesto, siendo Cordia quien es siempre añade que es una pena, porque cuando eran jóvenes sabía muy bien cómo utilizar dicha lengua, si sabes de lo que te estoy hablando. Joe el Silencioso, por su parte, nunca ha desmentido ni confirmado ninguno de los dos rumores.
-Hola, Joe, ¿cómo te va? - Sabe que Joe no puede (o no quiere) contestar, pero siempre procura ser amable con él: en parte porque le imponen sus intensos silencios, y en parte porque es uno de los pocos inquilinos que recuerda que la llegada de fin de mes indica que es hora de pagar el alquiler, y no sólo que hay que cambiar de página en el calendario-. Hoy parece que va a hacer buen día, ¿eh? La chica del segundo, Constantia, me ha dicho que su gato tenía cara de que hoy iba a hacer buen día. ¿Cómo crees que hace eso? Una vez conocí a un hombre que encontraba agua con un par de palos, pero no es como si encontrar agua en Nueva Roma fuese complicado. Sólo hay que salir a la calle y esperar a que caiga del cielo, ¿mmm? -intenta una sonrisa, y cuando Joe no se la devuelve carraspea-. Entre tú y yo, no estoy muy seguro de que Constantia esté bien de la cabeza, pero oye, hasta ahora no ha fallad-
Joe le interrumpe con un suspiro tan exagerado que Angel está a punto de sentirse ofendido, pero Joe frena el sentimiento cuando le presiona algo contra la palma. Hace un gesto impaciente cuando Angel le mira sin comprender, y gruñe antes de continuar su camino escaleras arriba, la palma dibujando una línea imaginaria sobre el papel de flores.
Angel frunce el ceño en dirección a la espalda encorvada de Joe, pero predeciblemente el hombre no se vuelve para ofrecer una explicación. Angel se mira la mano, abriéndola dedo por dedo, y levanta las cejas cuando ve que lo que el hombre ha dado con tanto ímpetu es una de las galletas de la fortuna que venden en el Antro de Bernard. Las galletas, irónicamente, son desafortunadamente asquerosas, pero la gente sigue comprándolas por los mensajes inspirativos que traen dentro, escritos a mano en tiras enrolladas de periódicos antiguos. Todo el mundo sabe que los mensajes los escribe la mujer de Bernard, que no terminó el colegio y trabaja destripando pescado, y aunque de vez en cuando las utiliza para su propio beneficio (como aquella vez que escribió Oy los ados te susurran que Bonnie Arne es una fresca y una ipócrita en una tanda de trescientas galletas), la falta incomprensible de haches y la sabiduría ocasional las ha hecho muy populares en Mool Boran.
Angel se encoge de hombros mentalmente y parte la galleta en dos, metiéndose una mitad en la boca y torciendo la cara por el sabor mientras desenrolla el trocito de periódico. Un segundo después la escupe, leyendo el mensaje mientras se limpia las migas de la boca con dedos distraídos, y mira hacia el hueco de las escaleras por donde ha desaparecido Joe. Lee el mensaje otra vez, para comprobar que no se lo está imaginando.
Oy los ados te susurran que ya va siendo ora. YA VA SIENDO ORA.
Angel mira a su alrededor para ver si esto es una especie de broma.
-Sutil -murmura, y cuando nadie le responde, grita, levantando las manos en el aire-. ¡Sutil!
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La moqueta verde del pasillo lleva siendo víctima de las humedades durante años. Es un edificio antiguo, y la lluvia omnipresente en Nueva Roma, así que ha tenido tiempo y oportunidades para coleccionar sus veintiocho cercos de humedades antiguas y nuevas, que se superponen y se juntan en quince puntos diferentes. Estos son el tipo de datos imprescindibles -el número de cercos en la moqueta del tercer piso y la manera en la que se relacionan entre sí- que son sólo accesibles para las mentes inquisitivas que se pasan media hora mirando al suelo con toda su atención, mientras intentan alargar el momento de llamar a la puerta.
Angel suspira.
Sabe que está demasiado mayor para andarse con estos juegos, y le avergüenza no ser capaz de comportarse como un adulto. De alguna manera, “nos vemos mañana a la misma hora” se ha convertido en “no me atrevo a verte en otro lugar que no sea desde mi ventana, así que espero a que pasen las semanas y que tú…”. Pero ahí está el problema, ¿qué es lo que espera exactamente? ¿Que le diga que no es sólo otra máquina con nombre humano para él? ¿Que aparezca en su habitación para confesarle que en realidad siempre, siempre- Angel para el pensamiento en seco, porque eso está demasiado cerca de lo imposible y no importa lo metálico que sea su corazón, porque hay golpes que ningún material está preparado para aguantar.
Suspira otra vez, coge aire, y gira la manilla.
Sim le mira desde la cama, los calcetines apoyados contra un póster de “Revolución Insustancial” que se está cayendo de la pared. El chico frunce el ceño, y devuelve la mirada al cómic que está leyendo con toda la agresividad de la que es capaz. Angel sabe que, en caso de que la galleta tuviese el poder de referirse a algo, no sería a esto, pero también sabe que hay que empezar por algún lado.
-Sim -dice, acercando la silla del escritorio a la cama con un movimiento rápido, sentándose a horcajadas sobre ella.
-Imbécil -contesta, en un tono conversacional mientras pasa una página del cómic. Angel pone los ojos en blanco.
-Sim, escucha, sé que estás enfadado conmigo…
-Wow, eres como, súper perceptivo, Angel. ¿Te entrenas en alguna parte para ser tan perceptivo? En serio, tu percepción. Alucinante.
-Sé que estás enfadado conmigo -sigue, pasando completamente del sarcasmo de Sim-, y sé que tienes tus razones. Te he estado tratando como un crío cuando hace años que ya no lo eres - Angel no puede evitar ver al niño escuálido que metió en su pensión cuando mira a Sim, pero si mira un poco más de cerca también ve que ya es igual de alto que Kai, y que las curvas suaves de la infancia han desaparecido para dejar paso a los ángulos rectos, solemnes de la juventud.
-Pft. Si crees…
Angel le corta, levantando una palma en el aire.
-También sé que he estado demasiado ocupado con mis… -Angel baja la mirada, frotándose las manos-, y que te he dejado de lado, y lo siento. Lo siento de verdad.
Angel le mira y Sim aparta los ojos rápidamente, bufando. Angel se muerde el labio, dudando un poco. El viento golpea con fuerza contra la ventana, como instándole a que se dé prisa.
-Pero en fin. Sé que las disculpas no sirven de mucho, así que he, um. Hablado con Bell y está dispuesta a contratarte en el Autómata.
Esto último consigue una reacción y hace que Sim se incorpore de golpe, con tanta fuerza que hace que el póster desista y se despegue del todo, enrollándose sobre la cama.
-¿En serio? -Sim se inclina hacia él, las mejillas encendidas, y Angel sonríe-. ¿Me lo estás diciendo en serio?
-Te lo estoy diciendo en serio -asiente-. Tendrás que echar a los borrachos y que quedarte para cerrar todas las noches, pero es un trabajo.
-¡Es un puto milagro, es lo que es! -grita Sim, pegando un bote sobre la cama para luego dejarse caer en el colchón, la sonrisa más gigante en la cara.
Angel sonríe también, un poco más discretamente, y se pone en pie, su pierna chirriando con el movimiento. Antes de que pueda llegar a la puerta le detiene la voz de Sim.
-No es que no sepa lo que haces por mí, Angel -Sim habla bajito, la cabeza escondida detrás de sus manos-. No es que no sepa lo que llevas haciendo por mí toda mi puta vida. Si no fuese por ti ahora estaría vendiendo talco o mi culo en alguna esquina, lo que me diese más dinero más rápido, o estaría trabajando para esos mafiosos del cartel. Eso asumiendo que siguiese vivo, claro -respira hondo-. Sé cómo es esta ciudad con la gente como yo, y sé que tú no tenías ninguna obligación conmigo. No es que sea un puto desagradecido -Angel está a punto de decir algo, pero Sim sigue hablando, casi más inaudible que antes, la voz rompiéndosele un poco aquí y allí-. Es sólo que a veces me pone de los nervios que... Mierda. Es sólo que a veces me gustaría que te dieses cuenta de lo que tienes delante de tus narices.
Los hombros de Sim tiemblan un poco y Angel siente que le cae el estómago hasta el fondo del cuerpo. Se acerca un par de pasos, y luego otro par de pasos más, hasta que su rodilla mala choca contra el colchón y puede ver cómo Sim está presionándose los dedos contra los ojos, como si intentase arrancarse las lágrimas de ahí. Angel suspira y apoya su rodilla derecha sobre la cama, sintiendo cómo se hunde bajo su peso, y se inclina sobre el cuerpo de Sim. Tira un poco de sus muñecas con ambas manos, los pulgares dibujando círculos ausentes sobre su pulso. Cuando consigue apartar las manos, Sim le mira con los ojos muy abiertos y muy rojos, y Angel se inclina sobre él para besarle en la frente.
-Me doy cuenta -susurra contra su piel, las manos agarrándole con más fuerza por las muñecas, y presiona su mejilla contra la de Sim, porque sus ojos le están mirando con demasiada claridad y es demasiado fácil ver todas las cosas ahí dentro, incluso las que nunca, jamás, ha querido ver-. Me doy cuenta.
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El almacén está frío y oscuro, y lo primero que piensa Angel al entrar, algo estúpidamente, es que Kai se ha llevado toda la vida con él, como si fuese el particular corazón mecánico de este lugar.
-Bueno -carraspea, balanceándose adelante y atrás sobre sus talones-. Bueno.
Está a punto de marcharse, sintiéndose un poco patético y maldiciendo que los arranques de valor le aparezcan solo a deshoras, cuando alguien suspira a sus espaldas. Por supuesto, cuando se da la vuelta no es alguien lo que está suspirando, sino Fang Song.
La verdad es que hace tiempo que la máquina no es más que parte del paisaje de sus visitas, pero ahora la mira y se da cuenta de cuánto ha cambiado, cómo se ha ido completando mientras él estaba demasiado ocupado mirando sólo a Kai. Hay menos zonas descubiertas, menos cables de cobre escapándose por las esquinas, y su figura cae casi humana sobre la sombra de la pared. Las antenas se curvan más dramáticamente, y tiene una especie de contador encajado sobre el panel de botones, los cables de colores uniéndose a las clavijas del lateral. Hay muchas cosas que no entiende de Fang Song (para qué sirve, por ejemplo, o por qué Kai decidió llamarla así, de entre todos los nombres posibles), pero juraría que ahora respira con un aire más definitivo, más rítmico, casi como una cuenta atrás.
Un escalofrío baja por la línea de su espalda pero Angel se lo sacude con fuerza, el ceño fruncido.
La luz anaranjada de las farolas entra por una rendija bajo la puerta. Cae sobre el suelo y se rompe contra las aristas de Fang Song, y las ventanas traslúcidas sólo dejan pasar un poco de claridad artificial. Angel podría buscar el interruptor, palpar la pared hasta dar con él, pero se siente un intruso dentro de su propia pensión y el corazón le late con un ritmo expectante, seguro de estar dejando toda clase de pistas de su presencia.
Aun así, no puede evitar el impulso de acercarse hasta la mesa de Kai, donde se amontonan piezas que en la penumbra parecen más misteriosas, más irresistibles que nunca. Se agacha hasta que su nariz está rozando una placa pulida y curvada que Angel descubre con cierto asombro que tiene la forma exacta de su gemelo. Ladea la cabeza, entrecerrando los ojos hasta que son sólo un par de rendijas, y ve que lo que creía que eran muescas en los bordes se parecen más a las plegarias de protección que dibujan los tewanenses en los marcos de sus puertas. Es extraño, nunca se le había ocurrido que Kai pudiese ser una persona espiritual.
Hay una serie de piezas sin encajar alineadas sobre la mesa, y cuando Angel se separa para mirarlas desde arriba se da cuenta de que dibujan la forma de una pierna: las placas plateadas del muslo, la esfera articulada para la rodilla, los dedos delicados, ordenados por tamaño, de los pies. En el borde de la mesa, balanceándose encima de una pila de libros abiertos, está una tetera que Angel conoce muy bien. Toca un poco su superficie brillante, un par de estorninos aleteando sobre un campo de cerámica, y se sorprende cuando se da cuenta de que está caliente todavía, como si Kai hubiese hecho infusión de Batang antes de salir. Angel piensa en Kai encerrado durante días para fabricar las piezas que faltan, calentando la infusión cada vez que se acuerda y esperando pacientemente a que Angel se digne a aparecer, y siente que algo se retuerce dentro de la placa de su pecho. Frunce la boca, su mano curvándose sobre la madera de la mesa.
Un carruaje pasa por delante del almacén, sus ruedas chirriando sobre la calle adoquinada. Su motor de vapor resuella al subir por la cuesta, traqueteando y quejándose hasta que se apaga con un fuuus agotado. El conductor abre la puerta entre gruñidos, y Angel puede oír cómo levanta el capó trasero con un golpe brusco, y los faros delanteros se encienden de golpe, su luz entrando con fuerza en el almacén.
Angel entrecierra los ojos contra la luz, sopesando si debería salir a echar una mano aunque sabe de carruajes lo mismo que de flores silvestres (que existen, básicamente), pero se distrae antes de poder hacer nada. Y es que la luz ha acabado dando de lleno contra la pared sobre la mesa de trabajo de Kai, esa que tenía una colección creciente de papeles.
Y la colección ha crecido, sí, de una manera tan espectacular que Angel tiene que parpadear varias veces, mirando cómo los papeles se expanden hasta casi cubrir la pared por completo, los bordes azules solapándose y curvándose contra el techo como cientos de olas de celulosa. Angel se acerca a uno de los papeles más grandes, ese que parece una especie de plano, y está a punto de trazar una línea con la punta de su dedo cuando la luz sobre su cabeza se enciende de golpe.
-Eh -Angel curva el dedo dentro del puño, escondiéndolo detrás de su espalda como un niño pillado con las manos en la masa.
-Angel - Kai se para en el umbral de la puerta, una mano suspendida en el centro del pecho. Posa sus bolsas con cautela, los ojos entrecerrándose poco a poco. Se desanuda una bufanda azul del cuello y la deja caer al suelo sin ningún cuidado. Luego mira por encima del hombro de Angel y sus ojos se abren de golpe, alarmados-. ¿Qué has…
Angel agita un par de manos en el aire.
-Kai, perdona, ¡perdona! No es lo que. Um -cierra la boca de golpe, porque aunque le gusta pensar que no es uno de esos caseros que entran en las casas de sus inquilinos para husmear cuando no están, la situación no dice mucho a su favor.
Kai se acerca en grandes zancadas y aparta a Angel de la mesa con una mano sorprendentemente fuerte, mirando a su alrededor como si estuviese buscando algo. Toca con dedos nerviosos los papeles sobre la mesa, los artilugios de metal que Angel no había visto, un libro escrito en tewanense. Luego se gira como un vendaval y corre hasta Fang Song, comprobando los cables de colores y presionando algún código en el panel de botones.
Después de un minuto de movimiento frenético, Kai suspira y deja caer la cabeza sobre un panel dorado de Fang Song, respirando pesadamente contra el metal. Se pasa una mano por las ondas de su pelo, que han empezado a ser demasiado largas, y Angel abre la boca, la disculpa colgando del final de su lengua. Kai habla más rápido.
-Venías a que te arreglase la pierna, ¿verdad?
Y no, no es la verdad. Venía a pedir perdón, y explicaciones, y (aunque no quiera admitirlo) puede que quizás, si es posible, una continuación del otro día- pero Kai parece haber decidido por los dos, así que Angel asiente con cierta descoordinación, y
-Sí.
Y la operación, porque a Angel no se le ocurre otro nombre para esto, es una de las peores experiencias de su vida, al menos de las partes de las que puede acordarse. Kai le desmonta la pierna con movimientos eficientes y rápidos, sólo levantando la mirada para vigilar que Angel no esté al borde del desmayo. Y la verdad, intenta hacer como que no pero está al borde del desmayo casi todo el tiempo, porque el hueco donde deberían estar sus músculos es una mezcla de hueso y de carne y de metal, y Angel no puede dejar de mirarlo con fascinación horrorizada. Cuando Kai le desmonta las partes inferiores Angel se queda con una especie de muñón metálico, y la visión se le sube a la cabeza como el peor de los alcoholes.
-Kai, Kai, no hace falta que. No hace falta que acabes hoy -dice sin aire, porque Kai está trabajando con tal determinación que parece que es eso lo que quiere conseguir.
-Sí -Kai aparta un poco la toalla en su cintura, y a Angel le duele tanto que ni siquiera piensa en que podría darle vergüenza la situación. Kai frunce el ceño, los ojos oscuros-. Sí hace falta.
Las horas pasan raras, lentas y mullidas un momento, rápidas y vertiginosas al siguiente. Kai se quita la camisa, quedándose en una camiseta de tirantes que revelan toda la expansión de sus brazos, la circunferencia de sus hombros, donde la piel es más oscura. Angel se pregunta vagamente si el sabor será diferente ahí, si sabrá más a verano o a tierras lejanas, pero luego Kai encaja su rodilla y Angel se desvanece por un momento. No es como si supiese cómo sabe en ninguna otra parte, de todas formas.
Kai le va completando como un puzle, las partes encajando con la precisión de los trabajos bien hechos, y Angel se pararía un momento a admirarlo si no fuese porque se desmaya cada vez que Kai conecta algún nervio, el dolor subiendo como un coletazo hasta su cerebro, que se da por vencido y se apaga.
No se da cuenta de que se ha quedado dormido hasta que le despiertan unos dedos contra su nuca, fríos contra su piel febril, clavándose con insistencia sobre el músculo para intentar incorporarle. El sabor agridulce de la infusión de flor de Batang le golpea los labios, y Angel gime.
-Bebe un poco. Te estás moviendo demasiado -Kai es como una aparición, el pelo azul desordenado y los ojos enormes tras las gafas de aviador.
-Lo siento. Lo -la voz se le quiebra un poco, y traga algo más de líquido-. Kai, yo no…
-Deja de pedirme perdón -Kai suena brusco cuando habla, pero le mira con una suavidad que Angel espera de verdad no estar imaginándose.
La siguiente vez que se despierta lo hace en un lugar diferente, con esa extraña sensación en el fondo del estómago que sugiere ha pasado mucho tiempo desde la última vez. Intenta moverse, palpar a su alrededor, pero el colchón sobre el que está se hunde como si intentase engullirlo, así que para.
Está a punto de amanecer. El sol no ha salido todavía pero el aire tiene esa cualidad afilada de la madrugada, esa que se cuela bajo la piel más que ninguna hora del día, y la luz es tan gris y tan tenue que es casi como si no estuviese ahí. Un pájaro canta con optimismo incesante al otro lado de la ventana, y Angel respira hondo, dejando el aire frío congelarle los pulmones por dentro. Se agita un poco sobre la cama, presionando la cabeza contra la almohada, y tarda un total de cinco segundos en identificar el olor a aceite y a sol sobre la tela. Con un sentimiento de vergüenza algo lejano se levanta un poco la sábana, comprobando que, efectivamente, está desnudo. Pero no es lo único que comprueba. Se incorpora con un grito ahogado.
-Estás despierto -Kai aparece en su campo de visión, acercándose con paso apresurado.
Se ha cambiado de ropa y ha intentado domar las curvas rebeldes de su pelo, e incluso tiene las manos escrupulosamente limpias, pero las líneas de preocupación son demasiado profundas, las medias lunas bajo sus ojos demasiado grises como para pasar desapercibidas. Angel registra todo esto en medio segundo con la facilidad que da la práctica, y luego vuelve a levantar la sábana, la sorpresa y los restos de sueño borrando cualquier vestigio de pudor.
-Mi pierna…
-¿Te duele? -Kai se acerca, apartando la sábana hasta que le está rodeando los pies.
Le toca la rodilla y traza con dedos nerviosos los símbolos en su gemelo, el ceño tan fruncido que Angel tiene ganas de frotarlo con su pulgar para hacer que pare. Su pelo se enrosca en mechones azules en la base de la nuca, y eso unido a la manera en la que le está mirando (preocupado, exhausto, algo triste) y a los restos de la droga nublándole la razón hace que Angel deje de intentar decidir qué es correcto, o qué es apropiado, y que sujete a Kai con fuerza por los hombros, las manos enroscándose con torpeza alrededor de su espalda. Kai se deja hacer durante el instante en el que tarda en registrar que eso es un abrazo, pero luego se aparta, los ojos frenéticos y nerviosos, una mano apartándole y la otra doblando nerviosamente los dedos de metal de su pie.
-Necesito. Necesito comprobar que estás bien antes de. Tengo. Tienes. Tienes que estar bien -Kai tiene la voz ronca, como si hubiese estado hablando toda la noche o como si no hubiese hablado en semanas, y tiene la mirada tan perdida que Angel se asusta.
Kai se saca un destornillador de su cinturón en un movimiento practicado, pero Angel le sujeta la muñeca con dedos temblorosos antes de que pueda acercarlo a alguno de sus tornillos, aprovechando el movimiento para hacer que se siente con él sobre la cama en un ángulo extraño. Angel sospecha que Kai podría zafarse si quisiese, porque guarda una especie fuerza discreta dentro de esos músculos largos, pero supone que está demasiado cansado para luchar contra él- y también puede que quizás (piensa, la esperanza quemándole un poco por dentro) tampoco quiera demasiado.
Kai le mira con la boca algo abierta, la humedad del interior brillando en la penumbra. Sacude la cabeza y habla rápido, por miedo a que el valor se vaya con los últimos minutos de la noche.
-Kai, necesito que me escuches bien, ¿vale? -Kai sólo le mira con una expresión algo aturdida, el destornillador todavía colgando de entre sus dedos, así que Angel le sacude por la muñeca y repite (¿vale? y sí, sí. Vale). Angel asiente, una emoción extraña desenroscándose en su garganta, el pecho temblando un poco-. Estoy bien. Qué. O sea. Mierda -se lame los labios, vuelve a intentarlo-. Estoy mejor que nunca. Porque me has arreglado, Kai. Me has arreglado -le sujeta con fuerza de la muñeca, sintiendo su pulso golpearle las yemas con un pat pat pat veloz, y los ojos de Kai son tan líquidos y tan profundos que Angel no sabe qué hacer, así que repite, con urgencia, porque necesita que entienda esto aunque nunca vuelva a entender nada más-, Me has arreglado. Estaba roto y me has arreglado.
Kai parpadea, sus pestañas aleteando como una mariposa. Parpadea y frunce el ceño un milímetro, como si no entendiese lo que Angel le está diciendo. Angel está a punto de aclararlo, por si se trata de un problema lingüístico cuando Kai abre la boca. Duda.
-Angel, yo -levanta las cejas, se encoge de un hombro-. Ah. No sé de qué me hablas. Eres la persona menos rota que he conocido en mi vida.
Y ya.
Kai dice eso, la mirada clara, y Angel siente como si todos sus miedos se cristalizasen en el aire y se deshiciesen- como si Kai hubiese cogido esa última parte que estaba rota y la hubiese arreglado, sin intentarlo esta vez. Kai le sigue mirando, las cejas desapareciendo debajo de todo ese pelo azul, y Angel siente el corazón tan vivo que sabe que está a punto de hacer una tontería o una genialidad, así que cierra los ojos y tira de su muñeca, el pecho encogido, y espera que salga bien. Porque, sinceramente, qué otra cosa podría hacer a estas alturas.
Kai se queda quieto contra su boca, los labios congelados en un oh de sorpresa, y Angel contiene la respiración, su corazón girando con tanta fuerza que está bastante seguro de que va a salirle un cuco de ahí en cualquier momento para dar la hora. Kai mueve los labios un milímetro y Angel tiene tanto miedo de que se aparte que le sujeta más firme de la muñeca y reza todo lo que no sabe (esta vez por favor por favor sólo esta vez), hasta que puede sentir los huesos pequeños frotarse entre sí por debajo de la piel.
Finalmente Kai se aparta, y Angel siente que su corazón para en seco.
-Angel -Kai suena quebrado. Angel no le mira. Kai le sujeta por la mandíbula y le obliga-. Angel…
-Perdóname, Kai, no quería… -dice, pero deja caer la frase porque sí quería, y sí quiere, y sí siempre ha querido.
-Deja. De pedirme. Perdón -Kai le sujeta con más fuerza de la mandíbula, sus dedos clavándose en la piel de su cuello.
Kai le mira con ojos fijos, oscuros, las pupilas dilatadas hasta que se están comiendo el iris. Le mira y el conflicto es tan evidente en su cara, más evidente que ninguna emoción que Angel haya visto ahí, que puede ver venir el momento exacto en el que claudica, y suspira, y le besa.
Y no es un beso normal. Es un beso extraño, que tarda en hacerse, como si hubiese estado esperando durante meses en el fondo del estómago y ahora tuviese que trepar por la línea de sus gargantas. Es un beso lento e inexperto, con demasiados centímetros entre sus cuerpos y posturas incómodas, aunque el espacio entre sus bocas es íntimo y húmedo. Angel siente que le molesta el músculo de la ingle, que le gustaría tirar de la ropa de Kai hasta que estuviese sentado en su regazo, pero tiene tanto miedo de dar un paso en falso que se queda como está, la mano un círculo suave alrededor de la muñeca de Kai.
Kai mueve un poco los labios, un movimiento diminuto en la comisura- una, dos, tres veces. Angel se siente algo valiente y hace que se choquen sus narices. La respiración le tiembla dentro de los pulmones, Kai deja salir un sonido suave que viaja como la pólvora a la entrepierna de Angel, y entonces abre la boca.
El beso se descontrola demasiado, demasiado rápido. Porque hay humedad, y al primer contacto de lengua ambos están gimiendo como si les doliese, la mano de Kai abriéndose como un abanico contra su oreja y los dedos hundiéndose en el pelo de detrás. Angel toca un poco su lengua, sólo un destello, pero Kai gime y le sujeta con fuerza de la nuca, buscando y encontrando y succionando hasta que Angel no puede hacer nada más que jadear. Angel levanta la mano de su muñeca, con cuidado, pasando por la curva de su músculo y enganchándose en una hebilla. Sube por la circunferencia de su hombro, sigue la línea de su clavícula con una palma que suda demasiado. Está a punto de pedir permiso o algo igualmente embarazoso, pero entonces Kai parece sentir que va a separarse y le sujeta la cabeza con ambas manos, incorporándose sobre sus rodillas hasta que están pecho contra pecho, y el calor es tan intenso que Angel siente que le arde la piel.
Es Kai el que se separa, al final.
-Tu. Ah, pierna. Tu pierna.
Angel tira de la camisa, hablando contra sus labios, hasta que sabe que Kai puede sentir más que oír las palabras.
-Mi pierna está bien. Deja de. Mi pierna está bien -dice, y le lame los labios con todo el descaro que sabe que no tiene.
Kai gruñe, la lengua entrando en su boca como si quisiese follársela, los dedos clavándose en su cabeza hasta ese punto en el que debería doler pero no duele porque en ese momento su cerebro no podría registrar ninguna sensación más. Angel se pregunta si es que se había olvidado de cómo era besar, pero Kai hace algo con la lengua, algo lento y obsceno y profundo que hace que su polla palpite como si estuviese a punto de explotar y decide que no, porque es imposible. Cómo te vas a olvidar de esto, del roce y de la urgencia y de la puta noción de que podrías hacer esto hasta morirte o hasta el fin del mundo, lo que llegue primero, porque nada podría ser más importante.
Kai trepa por su cuerpo y Angel jadea, sujetándole de la parte de atrás de su camisa, sintiendo la solidez de su espalda y tirando un poco de la tela, aturdido con las ganas de llegar a la piel de debajo. Kai se coloca sobre sus piernas y Angel le sujeta el culo con ambas manos, frotándose contra él hasta que siente que se marea. Sabe que es absurdo ponerse tímido a estas alturas, que lleva minutos enteros mojando la camisa de Kai con su erección, pero Kai baja las manos por la placa de su pecho, toca las líneas delicadas de su pierna y Angel se siente repentinamente incómodo. Curva las manos en la espalda de Kai y Kai deja de succionarle un punto bajo su mandíbula, un par de dedos trazando insistentemente la línea donde la piel de su pecho se rompe y se convierte en metal, que es sensible y duele como si estuviese en carne viva.
-Angel. Eres, ah. Dios, eres- -y Kai no parece capaz de articular qué es lo que es, pero le mira con las mejillas encendidas y los labios mojados y a Angel le sube tal ola de calor por la espalda que espera de verdad que sea algo bueno.
Kai vuelve a besarle, profundo y urgente, gimiendo agudo cada vez que roza su erección contra la pierna de metal de Angel, que tarda un rato en darse cuenta porque no tiene sensibilidad pero que cuando lo ve, joder, el impulso de arrancarle la ropa es tan grande que se asusta a sí mismo.
Angel le aparta, sujetándole por la parte de atrás de la cabeza, tirando un poco del pelo azul de ahí. Kai se deja hacer con un quejido, los ojos cerrados y los labios llenos de saliva, y la visión es tan erótica que a Angel se le olvida qué es lo que quería hacer. Pero Kai se frota contra su pierna en un movimiento involuntario, y lo recuerda rápidamente.
-Quítate la ropa. Tienes… tienes demasiada ropa, Kai. No sé qué haces con tanta ropa todavía.
-¿Qué? Sí, sí. Demasiada.
Ambos hablan sin pensar, sin sentido, las manos tirando y apretando y desabrochando y rompiendo cuando la ropa no colabora. Y es au y lo siento y me gustaba esa camisa y joder, te compraré once camisas iguales, lo que- y vale, no valevale da igual vale hasta que Kai está desnudo entre el semicírculo de sus piernas.
La sábana se ha caído al suelo hace tiempo, retorcida y vuelta a retorcer hasta que parece una serpiente. Se extiende, blanca y arrugada desde la cama hasta el cuadrado de luz azul que entra por la ventana. Al otro lado la mañana avanza a pasos agigantados, y la lluvia empieza a caer, helada y fina y constante sobre los periódicos de los más madrugadores. El viento rueda sobre el suelo, levantando la falda de una chica que corre a abrir su frutería, y el repartidor de leche, que siempre la ha querido, mira discretamente por debajo de su boina, haciendo como que no se da cuenta y pensando que ojalá se sonrojase más a menudo.
Pero dentro nada de eso importa. No importa porque el calor de sus pieles dispersa cualquier frío de la madrugada, y porque en el espacio entre sus bocas rueda su tormenta particular, con aire que se calienta y explota cuando siguen dándose el beso más largo del mundo en la más incómoda, la más perfecta de las posturas, con Kai de rodillas y completamente desnudo hundiéndose en mitad del colchón y Angel con las piernas dobladas a su alrededor, las manos sujetándole las caderas como si tuviese miedo de que fuese a desaparecer. Kai se inclina sobre sus labios, y hay tanta piel, tanta piel, más piel de la que Angel ha visto en su vida. Y no es perfecta, con cicatrices de la infancia en las rodillas y heridas más recientes en los brazos, cortes de bordes ásperos en las manos, pero Angel nunca había tocado nada que le hiciese querer tanto.
Angel lame una línea larga, desde la oreja hasta el hombro, y comprueba con cierta satisfacción que efectivamente, la piel ahí sabe más a verano, como si la estación se hubiese quedado atrapada entre los poros de su piel. Kai presiona su erección contra él, larga y curvada y húmeda contra su estómago, y Angel jadea porque él ha provocado eso, de alguna manera, y cuando la toca con el dorso de los dedos Kai gime, entrecortado y sin parar, una especie de ah-ah-ah que tiene un efecto inmediato sobre Angel.
-Kai. Kai, quiero. Kai -Angel no sabe lo que quiere, porque lo quiere todo y todo ahora y está bastante seguro de que lo ha querido siempre y le asusta un poco. Y además-, No sé cómo. Kai, no sé cómo.
Kai se aparta y le mira, las pupilas dilatadas y el pelo pegado a su frente.
-Yo tampoco sé -confiesa. Le lame la comisura de los labios, su cuerpo tan caliente contra Angel que piensa que van a empezar a fundirse en cualquier momento. Se aparta y sonríe, algo tentativo-. Pero creo que puedo inventar algo.
Y es una suerte, una verdadera suerte que Kai sea un genio, porque Angel puede sentir cómo su cerebro se le cortocircuita en ese momento. Kai es eficiente; se levanta con un movimiento que no debería ser tan fluido con una erección así y vuelve con algo transparente y líquido que huele a máquina (y la cabeza de Angel se atasca en un bucle de apropiadoapropiadoapropiado), y se echa una dosis generosa sobre las manos. Y puede ser un genio pero también es un primerizo, así que lo hace todo con movimientos esquemáticos, el ceño fruncido en una mueca de concentración y el brillo de la lengua entre los dientes mientras rodea la polla de Angel con ambas manos, el líquido resbalando y manchando las sábanas, el roce demasiado suave. Y a Angel le gustaría ayudarle, claro que sí, le gustaría hacerlo él y tumbar a Kai sobre la cama, besarle en todas esas partes del cuerpo que todavía no ha probado y no parecer un inútil descerebrado, pero es que es la sensación del lubricante frío y son las manos de Kai, calientes, ardiendo, moviéndose arriba y abajo, y el pelo de Kai pegándose a sus hombros, y- en fin, está tan concentrado en no correrse ahí y ahora que no puede hacer nada más.
-Bueno, yo creo que… -Kai suelta su polla y Angel suelta todo ese aire que no sabía que estuviese conteniendo, justo al mismo tiempo. Kai le mira, las manos llenas de lubricante, los ojos nerviosos y decididos a partes iguales. Traga saliva y empuja a Angel, poniéndose a cuatro patas sobre la cama-. Ahora quiero que me folles.
Y Angel no sabe cómo hace para no correrse, porque gime tan alto que cree que ha tenido que correrse pero minutos después todavía no se ha corrido y tiene tres dedos tan dentro del culo de Kai que piensa que será un milagro si consigue sacarlos de ahí. No que le importe, claro, porque en ese momento no cree que necesite esos dedos para nada más. Qué más da perder tres dedos si eso supone que puede seguir follándose a Kai despacio, y luego más rápido, y luego tan frenéticamente que a Angel le dan ganas de llorar. Especialmente cuando Kai hace esos sonidos, que son pequeños y agudos y constantes y tan calientes que derriten a Angel de cintura para abajo y que--
-Por favor, por favor.
-¿Qué? ¿Qué has dicho? -pregunta Angel, y no porque quiera ser cruel sino porque su sangre ruge en sus oídos y no es capaz de oír nada más.
-¡Por favor! -grita Kai, escondiendo la cabeza entre los brazos, y eso no puede ser.
Angel le hace girar sobre la cama, sacando los dedos con cuidado y apartándole los mechones mojados de la cara, besándole la piel caliente, lamiéndole el contorno de los labios, y pregunta, aunque no quiere preguntarlo,
-¿Estás seguro?
Kai abre los ojos y frunce el ceño, sin aliento, rodeándole la cintura con piernas ágiles. Se frota contra él en un movimiento lento y obsceno, su polla dejando una línea mojada sobre su abdomen.
-A ti qué te parece.
Así que Angel le sujeta por las caderas, buscándole el culo a ciegas hasta que Kai pierde la paciencia y lo hace por él, y el primer contacto es tan extraño, tan íntimo que Kai gruñe jodercoñojoder contra su pelo, y es la primera vez que Angel le oye utilizar ese tipo de palabras, mientras tiene media polla dentro de su culo y sus dedos sujetándole los bíceps como si quisiese arrancárselos, y es estúpido pero le hace gracia y le pone caliente y provoca que algo, eso que tiene en el pecho y que es sólo de Kai, se hinche como un dirigible y dé vueltas alrededor de la habitación.
-Sí que has aprendido vocabulario -dice, sonriendo contra el sudor de su frente, y puede sentir cómo Kai frunce el ceño, cómo le sujeta por la espalda y embiste contra él y oh.
Hay algo salvaje en Kai cuando está así, caliente y a punto de explotar, y Angel todavía debe tener algo de soldado dentro porque sigue todas sus órdenes, sin cuestionarlas, y le folla más rápido y más y ya cuando se lo pide, o más despacio y más profundo, o busca ese punto que Kai quiere, que hace que grite y que la humedad entre sus cuerpos se espese. Los párpados de Kai aletean, y respira en volutas calientes contra sus labios, y no para de decirle que fóllame y vamos, fóllame y le lame toda la boca y se arquea contra él y se corre entre estertores, empapando sus estómagos, y antes de que Angel pueda procesar nada está lamiendo la parte sensible de su cuerpo donde empieza la placa de metal y Angel se está corriendo tan violentamente que siente que va a desmayarse, como si Kai hubiese colocado la última pieza que faltaba.
Cuando vuelve en sí Kai está mirando hacia la ventana, donde la lluvia repiquetea, marcando un ritmo secreto y primario, y Angel está rodeando su espalda, la mano sobre el latido pesado, constante de su corazón. Kai hace un movimiento pequeño con las piernas y Angel se curva más alrededor de su cuerpo, hundiendo la cabeza entre su pelo azul y respirando profundamente.
-No te vayas -murmura, con la urgencia del sueño. Se presiona contra la espalda de Kai, que es larga y casi fría ahora que el sudor se ha evaporado, y siente cómo Kai traga saliva. Repite-. No te vayas.
Y Angel no sabe qué pasa luego, pero cuando se despierta horas después el sol ha tomado el relevo de la lluvia, brillando como si quisiese borrar todo rastro de humedad, y Kai sigue en el mismo lugar, la cara escondida contra la almohada y la nuca encendida por el sueño.
Angel sonríe.
SIGUIENTE