Originally posted by
zafy_drac at
FIC ORIGINAL: Renacimiento; por Zafy Capítulo 1/7Hola a todos, por aquí colgando un fic nuevo (original)
Para Gustavo, la felicidad siempre ha girado en torno a José y el poco cariño que este le puede brindar, sin embargo la aparición de alguien más le hará ver que el mundo es mucho más de lo que esperaba.
Slash; NC-17
RENACIMIENTO
CAPÍTULO 1
ANTECEDENTES
Gustavo nunca olvidaría la primera vez que vio a José, porque fue un día de revelaciones. A los trece años ya tenía en claro que las niñas no le gustaban, no como a sus demás amigos al menos, no alucinaba con besarlas y tocarlas, con saber qué había debajo de sus faldas escolares o tras las blusas blancas que usaban. Tampoco había intentado ver si su papá tenía revistas de mujeres adultas desnudas, como César o Alfredo, que habían sido los más populares una tarde de agosto cuando habían conseguido traer ese tipo de revistas a la escuela. Todos los niños se habían juntado en el baño para mirar con ojos y bocas abiertas aquellas partes que solo en sueños habían imaginado. A Gustavo no le pareció la gran cosa y permaneció con ellos por el solo hecho de permanecer allí y que no lo mirasen raro, aunque estaba en realidad pensando en la tarea de Química que tenía que hacer esa noche y en si las mamás de Alfredo y César tendrían revistas así, pero con fotos de hombres desnudos.
Al poco tiempo se trasladó a su escuela un niño nuevo: José Urbisate, había estado viviendo en Ecuador con sus padres, pero ahora su padre, por cuestiones de negocios, había tenido que venir a vivir a Lima.
En cuanto lo vio, Gustavo quedó fascinado con aquel niño, era lo más lindo que había visto en su vida, ninguna niña, jamás, había conseguido acelerarle el corazón y la respiración como él. José tenía el cabello dorado, ondulado y más largo que la mayoría de los chicos de su salón, sus rizos se movían rítmicamente conforme caminaba. Su piel estaba en el punto perfecto del bronceado, ¡y sus ojos!, Gustavo pensó que aquellos ojos celestes cielo debían ser del mismo color que los ojos de los ángeles.
Ese día tenían clase de Historia del Perú, con la profesora Hilda, una vieja que normalmente era del desagrado de Gustavo y de todos sus compañeros, pero ese día Gustavo la amó, pues hizo que José se sentara junto a él.
-Hola -saludó José, tendiéndole la mano y Gustavo tardó un instante en darse cuenta de que el niño quería que lo saludara. Su mano era firme y tibia, y un escalofrío le recorrió la espalda en cuanto la tocó.
Conforme avanzaba la clase, Gustavo se dio cuenta de varias cosas, de que José no entendía nada de historia peruana, de que no tenía tampoco mucho interés en entenderla o aprenderla, y de que estar junto a ese niño le gustaba mucho. Lo cual realmente era escalofriante considerando que lo normal era sentirse así con una niña y no con un niño.
Cuando llegó la hora del recreo se apresuró a invitar a José a un súper tour por todo el colegio, para evitar que los demás niños se les acerquen, porque sabía que en cuanto José viera que él no era más que un nerd que no sabía jugar al futbol ni a las canicas, dejaría de ser amable con él.
Pero para su sorpresa eso no ocurrió. Tal vez fue el ofrecerse a ayudarle a hacer las tareas mientras se terminaba de adaptar a todo el cambio lo que hizo que José no dejara de ser su amigo, o tal vez que realmente sí disfrutaba de su compañía, Gustavo nunca lo supo ni lo preguntó, pero con el tiempo, José continuó sentándose a su lado e incluso llevándolo a jugar con los demás niños del salón, pese a que ellos no siempre lo recibían con alegría.
José era de esos chicos que hablaba con todo el mundo, tenía una sonrisa que conseguía iluminar un salón entero y cuando hacía sol, sus cabellos dorados resplandecían.
Y Gustavo estaba cada vez más enamorado de él.
₪
A los casi quince años, Gustavo ya se había aclarado por completo, le gustaban los chicos y no las chicas, o sea era gay, o maricón, como les decían sus compañeros de clase a los que eran así; y tenía dos prioridades en la vida, la primera, hacer que José no se apartara de su lado, y eso era fácil.
Desde que José se había sentado junto a él en su primer día de clases, Gustavo lo había ayudado con las tareas y trabajos; y tras más de un año, permanecía esa tradición; además de dejarlo “cotejar respuestas” durante los exámenes y hacer siempre grupo para las monografías y proyectos de ciencia, donde Gustavo terminaba haciendo todo el trabajo mientras José salía con alguna niña del salón o se quedaba haciéndole compañía mientras jugaba con el play, Gustavo prefería la última opción.
Y su segunda prioridad era evitar a toda costa que alguien, especialmente José, notará que era lo que pasaba con él.
José, por su lado, era muy amable con él, siempre lo llevaba a las reuniones que organizaban los chicos, esas donde él, por sí solo no tenía cabida, e incluso había escuchado varias veces a los demás reclamarle que lo trajera, que era aburrido y santurrón, pero José siempre lo defendía, incluso en las peleas. José también lo llevaba a algunos paseos que organizaban en su casa; le había presentado a sus padres y ellos también lo trataban muy bien, casi como a uno de la familia. Los padres de José, según pensaba Gustavo, eran una pareja muy extraña, a diferencia de sus propios padres, que parecían sumamente coordinados, ellos casi nunca se hablaban directamente, o estaban juntos en el mismo lugar a la vez. El padre de José era alguien que casi nunca estaba en casa, siempre andaba con terno y un cigarro en la mano, además de dar la sensación de estar con la mente en cualquier lugar menos en las cosas que José le quería contar. Y su madre era una mujer bastante guapa, delgada y siempre vestida y arreglada como si estuviera camino a una gran fiesta. Ella tampoco parecía prestarle mucha atención a José, pero él parecía no resentir ese trato.
Con el tiempo, José se esforzó más y más en hacer que Gustavo saliera con chicas, algo que a él le parecía sumamente aburrido, incluso José llegó a organizar citas dobles y citas a ciegas. En esos casos lo único que Gustavo rescataba era el tiempo que podían pasar juntos, aunque no solos. En la segunda navidad desde que se conocieron, José le regaló a Gustavo un Wi, algo que sus padres se habían negado a comprarle, Gustavo quedó anonadado, sin saber qué decir o cómo agradecer tremendo gesto, pero lo que más le conmovió fue la respuesta de José:
-Es porque eres mi mejor amigo, no quiero que nunca dejes de serlo.
Y Gustavo realmente quiso que fuera así, que aunque no pudiera estar con él de la manera en que quería, por lo menos José lo dejara siempre permanecer a su lado como su mejor amigo, su confidente y compañero.
Hasta que al poco tiempo las cosas cambiaron.
Todo pasó en una de esas salidas de solo chicos, cuando Luis había robado dos botellas de Whisky de su padre y las había llevado a la casa de Alfredo, cuyos padres andaban por Miami, para que se las tomaran. Cosas de hombres había dicho César cuando Gustavo hizo notar lo imprudente de beber siendo aún menores de edad. José lo miró y arqueó la ceja de tal manera que Gustavo entendió que le estaba pidiendo que se callara y que simplemente bebiera.
Una hora después, él y los otros cuatro chicos que se habían juntado esa tarde, estaban tirados sobre el piso, riendo sin saber de qué y viendo como toda la habitación daba vueltas. En un inicio no fue consciente de lo que pasaba, estaba sobre la alfombra, a su lado estaba José, y más allá Alfredo, César y Luis; Gustavo había cerrado los ojos, preguntándose si es que así su estómago dejaría de sentirse extraño, cuando se dio cuenta de aquella sensación tibia en su pierna. Lentamente entreabrió los ojos y vio a José a su lado, muy pegado a él, cuando miró hacia abajo se dio cuenta de que aquella sensación tibia la producía la mano de José, sobre su pierna, parecía apoyada casualmente, solo que José nunca le había puesto una mano en la pierna casualmente, ni recordaba haberlo tenido tan cerca cuando empezaron a beber.
José le devolvió la mirada y algo dentro de su pecho se licuó, parecía como si quisiera acercarse a él, como si quisiera… pero era imposible, a José no le gustaban los chicos, sino las chicas, él lo había visto muchas veces con ellas, más veces de la necesaria, besándolas y tocándolas.
Gustavo abrió la boca para decir algo, pero entonces un sonido asqueroso les llamó la atención a ambos, fue como si de pronto se dieran cuenta que no estaban solos.
Luis estaba vomitando sobre la fina alfombra de la habitación de Alfredo y sobre Alfredo y César, que estaban a su lado.
-Qué asco -bramó César, tratando de ponerse de pie mientras Alfredo intentaba no solo ponerse en pie sino también jalar a Luis con él, los tres estaban sucios y manchados.
Gustavo y él, desde el otro lado de la habitación, los miraron confusos un momento, antes de empezar a reír.
-Llévalo al baño -medio gritó Alfredo, mientras trataba de desprenderse de sus pantalones manchados.
-Si los sigo viendo vomitaré -le dijo entonces José y Gustavo asintió, entendiendo su punto.
Caminaron despacio, rodeando a sus amigos que aún intentaban llegar al baño de la habitación, hasta el pasillo, donde todo estaba un poco más oscuro.
-Creo que el aire fresco nos hará bien -opinó entonces José, indicándole con la cabeza que fueran hacia afuera.
-Sí -Gustavo lo siguió por las escaleras, ambos caminaban lentamente, algo tambaleantes, pero nunca llegaron al jardín, en el último recoveco antes de llegar a su destino, José se detuvo de pronto y Gustavo chocó con él.
-¿Te diste cuenta? -le preguntó José, empujándolo contra la pared, en una actitud bastante agresiva, que sorprendió a Gustavo.
-¿Cu… cuenta? -jadeó Gustavo, sintiendo su espalda enfriarse de pronto contra la pared y sus piernas temblar porque José estaba cada vez más cerca.
-Sí, cuenta. Cuenta de lo que pasó allá arriba.
-¿De Luis vomitando? Todos nos dimos cuenta -respondió, tratando de no pensar en que José estaba más cerca de lo que jamás había estado o de que su cabeza parecía no dispuesta a dejar de dar vueltas.
-No, de eso no, de que yo quería… yo quería… -José se inclinó más hacia delante, parecía incapaz de poner en palabras lo que quería decir, y Gustavo simplemente asintió, sabiendo a qué se refería y decidiendo arriesgarse, tal vez el exceso de alcohol volvía estúpida a la gente.
Al parecer eso era lo que José estaba esperando, pues se acercó más a él, hasta besarlo, lentamente al inicio, como si estuviera descubriendo o aprendiendo algo, con timidez, sin apresurar tanto las cosas. Gustavo, que había besado a un par de chicas con las que José lo había hecho salir, podía dar fe, pese a lo atontados de sus sentidos, que ese beso le gustaba más que cualquier otro.
Las manos de José parecieron ganar confianza, pues de pronto estaban rodeando su cintura, apretujándolo y presionándolo; su cuerpo era empujado contra la pared y… oh, esa dureza se frotó contra su propia dureza y un gemido se escapó de sus labios. José se apartó de pronto y le sonrió, mientras lo soltaba y comenzaba a buscar la forma de abrirle los pantalones.
-¿Qué haces? -jadeó Gustavo, sujetando las manos de José.
-La tienes dura -le respondió José -Ven tócame tú a mí -se liberó de sus manos y abrió sus propios pantalones. José se lamió los labios lentamente mientras miraba hacia las manos de su amigo, expectante.
-¿Yo a ti? -preguntó tontamente Gustavo, mientras extendía una mano para tocarlo sobre la ropa. José cerró los ojos y asintió, antes de otra vez intentar abrirle los pantalones. Gustavo esta vez no puso reparos y se dejó hacer, mientras metía la mano con timidez hasta tocar la suave y caliente piel de José.
-Mmm -gimió José, pegándose más a Gustavo -, más rápido.
-Sí -Gustavo usó su mano libre para bajarle un poco los pantalones y la ropa interior a José, mientras sentía su propia erección temblar al darse contra el aire frío. La mano de José lo rodeó y comenzó a masturbarlo con rapidez, mientras él intentaba seguirle el paso y hacer lo mismo.
-Dios… qué rico -José se inclinó hacia Gustavo y volvió a besarlo, lo cual Gustavo agradeció, pues no podía dejar de gemir y temía que en cualquier momento alguien los descubriera. Con esa idea en la cabeza, intentó apresurarse más, moviendo su mano con más rapidez, pese a que sentía que se estaba cansando y a que disfrutaba la forma en que José le estaba mordiendo los labios, hasta que sintió algo muy caliente explotando en su interior, con la mano que tenía libre presionó con más fuerza el hombro de José y le mordió los labios, haciéndolo gritar, mientras se corría.
Al parecer el correrse fue un impulso para José, pues un instante después él también se estaba corriendo, bañando sus dedos con una sustancia caliente y espesa.
Gustavo se dejó caer, con los pantalones mal puestos, hasta el piso, con la respiración agitada y aun no creyendo lo que acababa de pasar. Vio con los ojos entrecerrados a José sacar un pañuelo del bolsillo y limpiarse, antes de cerrarse los pantalones y sentarse a su lado.
- Lo siento, no tengo otro más -le dijo José, tendiéndole el pañuelo medio manchado.
-No hay problema -contestó Gustavo, sintiéndose un poco avergonzado y limpiándose lo más rápido posible para poder subirse los pantalones, aunque su ropa también estaba algo manchada.
-¿Crees que habrán dejado de vomitar? -preguntó José, parecía relajado y ajeno a todos los conflictos internos que Gustavo sentía por dentro.
-Supongo -se encogió de hombros, su mente, ahora más despejada, no dejaba de preguntarse qué demonios había pasado.
-Vamos, antes de que nos empiecen a buscar -le propuso José, poniéndose de pie y tendiéndole la mano para jalarlo.
Gustavo se dejó poner en pie, pero no se soltó de la mano de José, sino que lo jaló y lo abrazó, antes de darle un beso en los labios. Necesitaba sentirlo, saber que aquello no había sido producto de su imaginación sino algo real, algo que José había deseado también. José pareció tensarse un momento, antes de responder con entusiasmo.
-No seas vicioso, si sigues no nos moveremos de aquí y nos van a descubrir -le dijo José, apartándose de sus labios.
Gustavo sonrió y asintió.
El resto de la noche, anduvo como en una nube, no podía apartar por mucho rato los ojos de los labios de José, o de sus manos, recordando que un rato antes se habían besado y tocado… Trató de engañar un poco a los demás, bebiendo mucho menos, pues temía que el alcohol le hiciera hacer o decir cosas de las que luego se arrepentiría. El primero en caer fue Luis, que tras la mega vomitada, había empezado a beber de nuevo, finalmente se quedó dormido contra la pared, José se durmió poco después, casi con la cabeza a los pies de Gustavo, que aburrido sin poder ya escucharlo, también se dejó caer en la alfombra y rápidamente se quedó dormido.
Cuando despertó ya era más de medio día, la cabeza parecía que le iba a explotar y estaba solo en la habitación.
Con cuidado se puso en pie y abrió la puerta que llevaba al baño, se sobresaltó cuando se encontró cara a cara con José, que venía envuelto en una toalla y con sus prendas de vestir en los brazos, se veía bastante pálido y hasta algo enfermo.
-Qué asco esto de las resacas -le dijo a modo de saludo, mientras pasaba por su lado.
Gustavo abrió la boca para responder, pero José pasó a su lado tan rápido que no le dio tiempo.
-Anda, date un baño que mi papá mandará a buscarnos en un rato más.
-Ah… claro.
José dejó caer la toalla y la garganta de Gustavo se secó, recordando lo que había pasado la noche anterior.
-José -susurró, mirando hacia la puerta, que se encontraba cerrada.
José volteó a verlo y al parecer recién notó que estaba siendo observado. Sonrió de lado y se acercó de vuelta a José, caminando con lentitud y aparentemente sin ningún tipo de pudor por encontrarse desnudo, pese a que era la primera vez que se mostraba así delante de él.
-No quiero ser antipático, pero eso de anoche no lo podemos hacer aquí, ni ahora, además debes darte un baño. ¿Tienes idea de cómo hueles tras una borrachera?
Gustavo parpadeó y luego enrojeció, habían estado bebiendo licor y probablemente apestaba, y José estaba a centímetros de él, sintiendo su hedor. Asintió y se apartó rápidamente, metiéndose al baño para ponerse un poco más presentable.
₪
Las cosas cambiaron drásticamente entre ellos a partir de ese día; aunque en realidad nadie más notó el cambio. Los padres de ambos ya estaban acostumbrados a que siempre anduvieran juntos y que uno se quedara a dormir en casa del otro los fines de semana, y el único cambio fue que ya casi nunca se quedaban en casa de Gustavo, solo en la de José, porque allí casi nunca había nadie, y cuando había, la casa era tan grande que podían pasar todo el fin de semana sin encontrarse con los adultos.
Lo que cambió fueron las cosas que pasaban en esas quedadas nocturnas, que hasta antes de la borrachera en la casa de Alfredo, no habían sido más que inocentes compartir entre dos amigos.
Al principio Gustavo se había sentido cohibido, no sabiendo qué hacer o cuándo hacerlo, pero José parecía un poco más desinhibido, y era el que siempre tomaba la iniciativa. La primera vez que por fin se quedaron solos, José quiso desnudarlo y a él le dio mucha vergüenza, tuvo que apagar la luz y aun así no se sintió cómodo, hasta que José empezó a murmurarle cosas que nadie nunca le había dicho. Le dijo que era bello, que siempre le había gustado y que nunca se había atrevido a decirle nada por miedo a que le dejara de hablar. Le dijo que no se creía que estuviera allí, con él, y que sintiera lo mismo.
Con el tiempo Gustavo fue cediendo, primero a desnudarse sin apagar la luz o en las tardes, luego a ya no solo tocarse, sino que descubrió lo maravilloso que se veía José, todo agitado y excitado, cuando le hacía una mamada, con los risos desordenados sobre la cama y los labios apretados para no hacer ruido. Aunque le tomó tiempo convencerlo, finalmente también descubrió lo bien que se sentía que José le hiciera a él una mamada. Sin embargo eso le dio pie a José para tentar más cosas, primero toqueteos tímidos sobre sus nalgas, y luego, poco a poco, José fue insinuando con más firmeza qué era lo que quería que hicieran. Gustavo siempre se había hecho el desentendido, aunque sí sentía curiosidad y había investigado sobre el tema, pero aún tenía temor de hacer algo así; hasta aquella tarde de domingo, en que José parecía más esmerado que nunca y luego de casi hacerlo correrse, lo volteó sobre la cama y se sentó sobre él; la erección de José, caliente y pesada entre las nalgas de Gustavo lo hicieron temblar. José se inclinó sobre él y empezó a mordisquearle el cuello y los hombros, y Gustavo se obligó a relajarse, hasta que lo sintió tratando de empujarse en medio de él, haciéndole doler y arder.
-¡Ouch! Para… mierda -Gustavo empujó a José hasta el otro lado de la cama y se sentó rápidamente, con las mejillas encendidas y un pinchazo de dolor en el culo.
-¿Qué es lo que te pasa? -espetó José, parecía enojado.
-¿Qué es lo que te pasa a ti? -reclamó Gustavo -No te he dicho que puedes hacer eso.
-¿Por qué no?
-Porque no -gruñó Gustavo, buscando con la mirada sus ropas.
-Vamos… ¿No te gustaría probar cosas nuevas? -ronroneó José, mientras con una mano acariciaba su pierna, subiendo lentamente.
-No se trata de eso… es que… eso duele -Gustavo se sintió cada vez más tímido ante el toque de José.
-Solo un poco, y solo al comienzo -José avanzó un poco más, hasta agarrar su polla, algo más interesada ahora, tras las caricias de José, y luego se lanzó a besarlo furiosamente.
-No… -Gustavo se apartó un poco, respirando agitadamente y tratando de que su cerebro siga en funcionamiento -, no… así no.
-Vamos -José comenzó a besar su cuello, lo cual se sentía fantástico, por lo general sus sesiones amatorias se limitaban a cortos besos en la boca, mordidas en los hombros, mamadas y pajas.
-No -Gustavo encontró lo último de sentido común que le quedaba y lo apartó más firmemente.
-Gus… -lloriqueó José, pero Gustavo se puso en pie y comenzó a recolectar sus cosas.
-No me digas Gus como si eso me fuera a convencer, la respuesta sigue siendo no, y es un no momentáneo -se puso sus pantalones y la camiseta y luego se sentó en la cama, junto a José, que permanecía desnudo, poniendo una expresión de niño malcriado y caprichoso.
-¿Por qué siempre tienes que arruinar la diversión?
-Porque uno de los dos debe pensar -le recriminó él -, y siendo mi culo el que posiblemente sea el más afectado, más me vale a mí hacerlo.
-No te iba a lastimar.
-Qué sabrás -Gustavo se tragó las ganas de volver a desnudarse y comenzó a ponerse los calcetines y las zapatillas, esperó a estar con la cara hacia abajo, ocupado mirando las agujetas para poder decir lo que tenía que decir sin enfrentar la mirada de José -, he estado leyendo…
-Vaya novedad -José se pegó un poco más a Gustavo y metió las manos bajo su camiseta. Gustavo cerró los ojos un momento, tratando de controlarse.
-Y lo que quieres hacer…
-Anda, no seas mojigato -José empezó a besar su nuca, mientras con una mano jugaba con su cabello.
Gustavo tragó grueso. Cuando, unas semanas antes, había empezado a buscar cosas sobre el tema, no había imaginado todo lo que podría encontrar… y aunque lo que más le había llamado la atención eran las fotos, más que explicativas, y la increíble cantidad de posiciones, su mente en este preciso momento estaba en la otra parte importante de la información.
-¿Te acuerdas de Carolina?
-Oh… vamos, no vas a empezar con eso otra vez ¿o sí? -José le mordió con un poco más de fuerza la nuca y Gustavo se arqueó ligeramente, pero se mantuvo controlado, evitando la tentación de saltar a los brazos de José.
Carolina había sido la cita de José de hace dos semanas. José le había confesado que se había acostado con ella.
-Sí, voy a empezar con eso otra vez -Gustavo se apartó un poco -Con ella no te cuidaste, tú no sabes si esa chica tiene algo o… o cualquier cosa.
-Sí tomamos ciertas medidas -se defendió José, un poco a la defensiva pues, pese a según él haber tomado previsiones, desde que Gustavo le dio una explicación de las posibilidades de embarazo y enfermedades por haber hecho lo que hizo, José andaba intranquilo cada vez que mencionaban siquiera a la chica.
Gustavo puso los ojos en blanco.
-Como sea, decía, he estado leyendo -apuntó con un dedo a José para que se callara -y eso que quieres hacer… yo también lo quiero hacer, pero bajo mis normas.
-¿Tus normas? -preguntó José, arrodillándose sobre la cama. Gustavo se preguntó por qué al chico le gustaba, desde que se habían corrido juntos en casa de Alfredo, andar desnudo delante de él todo el tiempo, provocándolo.
-Primero, protección, lo siento mucho, pero tú no sabes con cuántos estuvo esa antes, ni las cosas que te puede haber pegado y que yo no quiero que me pegues. Además -Gustavo desvió la mirada hacia el computador de última generación que tenía José en su escritorio -… sería mejor que no te lances así no más…
-¿Qué has estado leyendo? -preguntó José, entrecerrando los ojos -¡Ah, qué pendejo! ¿Has estado viendo porno? -su mirada fue a dar a la computadora apagada sobre su escritorio y Gustavo sintió sus mejillas arder.
-¡No, idiota! -Gustavo se apartó hasta el otro lado de la habitación -, he estado leyendo, en serio, y no es que me des la vuelta y me la metas, ¿de acuerdo? Si quieres hacerlo se hará con cuidado o no se hará, no quiero que me lastimes.
José dejó de mirar ávidamente hacia la computadora y miró hacia Gustavo con más atención.
-¿Cómo con cuidado?
Gustavo miró al piso y luego suspiró.
-Debo ir a la farmacia.
₪
Y ni aun así José había tenido mucho cuidado, las primeras veces Gustavo no podía entender qué era lo que encontraban de bueno en eso y por más que trató de recordar lo que había visto (porque aunque no se lo había admitido a José, si había visto algo de porno), no encontraba qué era lo que se le estaba pasando por alto. Las primeras veces que se acostó con José solo sacó en claro que el sexo gay era doloroso, incómodo, vergonzoso y poco placentero, por lo menos para el pasivo, porque José parecía pasarlo en grande. Sin embargo el hecho de hacer que José estuviera más pegado a él, que lo deseara y quisiera más, que pasara de sus amigas como Carolina o alguna otra que había cedido a sus encantos, por estar con él, era fantástico.
Extrañamente el placer al sexo lo descubrió cuando el año acabó, precisamente en la noche de año nuevo. Como ellos aún tenían dieciséis años, sus padres habían dicho que eran muy pequeños para andar saliendo de fiestas, sobre todo en una noche que podía ser muy peligrosa por la cantidad de gente que pululaba por las calles con exceso de alcohol, así que les habían dado permiso para quedarse en la casa de playa de los papás de Alfredo, que nuevamente se encontraban de viaje, esta vez por Europa.
La casa de playa quedaba al sur de la ciudad, era amplia, con varias habitaciones disponibles, que rápidamente repartieron entre ellos.
Como era de esperarse, y para aburrimiento de Gustavo, aquella noche se escaparon a una de las discotecas más exclusivas del sur, donde tuvieron que hacer una larga cola para entrar, pagarle unos billetes al de la puerta (cortesía de César) para luego estar apretujados en el interior, balanceándose de un lado al otro y mirando a chicas con exceso de alcohol o de éxtasis y que se creían sexys.
Aunque, si Gustavo lo pensaba fríamente, tal vez sí lo eran, sólo que él no lo notaba. Nunca, a diferencia de José, había encontrado a una chica que pareciera sexy. Tal vez él sí era un gay sin remedio, no como José.
Para el amanecer Gustavo tenía que reconocer que José no estaba tan ebrio como habría esperado, pero estaba lo suficientemente borracho como para llevarlo a casa. Sus otros amigos se perdieron tras las faldas de varias chicas, así que Gustavo aprovechó que se quedaron solos para meterse en un taxi con José de regreso a la casa de playa.
El camino de regreso fue bastante silencioso, porque José empezó a dormitar no bien se subió al vehículo. El taxista le cobró una cantidad exorbitante de dinero, pero por suerte los dejó en la puerta de la casa sin ningún problema.
Como imaginó, nadie más había llegado y todo estaba en silencio.
Empujó a José, que parecía caminar dormido, hasta la habitación y lo tiró en la cama, le quitó los zapatos; jaló sus pantalones hasta dejarlo en ropa interior y cuando se preparaba para quitarle la camisa también, las manos de José lo agarraron de los brazos con fuerza.
-Gus -jadeó José, antes de empujarlo contra la cama.
-José -exclamó extrañado Gustavo, algo asustado por la repentina reacción de su amigo.
-No sabes lo que he deseado quedarme a solas contigo esta noche -murmuró José, empezando a mordisquear su cuello.
-¿En serio? Yo te veía... mmm... la mar de contento con esa chica que...¡José! -exclamó sorprendido cuando sintió los dientes de José clavarse en la clavícula.
-Te deseo más que a cualquier chica -continuó José, y Gustavo sabía que debía estar muy borracho, porque nunca le había dicho algo así antes. Parecía que José solo se animaba a eso cuando estaba muy mareado, como cuando se habían besado por primera vez.
-Mmm... José -gruñó Gustavo, arqueándose; se sorprendió de, pese al alcohol, descubrir que José estaba excitado. Se frotó contra él un par de veces más, gimiendo bajito y disfrutando del contacto.
Y entonces José pareció volverse algo loco, jaló sus pantalones y Gustavo tuvo que apartarlo lo suficiente para sacárselos por sí mismo antes de que los terminara rompiendo; no había terminado con eso cuando José ya estaba sobre él, chupándosela con mucho más entusiasmo de lo usual. Gustavo emitió un chillido cuando José empujó dos dedos llenos de saliva en su interior.
Por lo general José no era muy bueno en las caricias previas, y no dedicaba más que un instante a prepararlo, pero esta vez parecía una persona diferente. Su lengua revoloteó por los testículos y por primera vez llegó hasta su entrada, empujó su lengua contra el interior una y otra vez, mientras Gustavo se sujetaba de las sábanas y levantaba más las caderas. Estaba seguro de que nunca había gemido así antes.
-Te deseo... te deseo ahora -le dijo José, mientras abandonaba su entrada y le daba unos besos a su abdomen.
Gustavo asintió, completamente loco de deseo tras esas osadas caricias que José le había dado; se quiso dar la vuelta para adoptar la posición que normalmente tomaba, pero José lo sujetó contra el colchón mientras se desprendía de su ropa interior y se arrodillaba entre sus piernas. Gustavo tragó grueso cuando vio la erección de José, erguida y rojiza.
-Déjame verte...-pidió José, mientras le doblaba las rodillas y buscaba acomodarse. Mojó su mano con saliva y se acarició un par de veces.
-José... -y entonces José encontró el camino y se empujó, con fuerza y de una sola estocada, haciendo que Gustavo aullará, de dolor y de sorpresa.
-Perdón... -José se inclinó y comenzó a besarlo en las mejillas y en los ojos, murmurando una y otra vez perdón, perdón antes de salirse casi por completo y meterse una vez más. Pero esta vez todo fue diferente, había algo en ese roce, en esa forma de hacerlo que hacía que Gustavo se arqueara, mientras algo ardía en su interior.
-Hazlo de nuevo -pidió Gustavo, aferrándose con más fuerza a los hombros de José, que cumplió sus órdenes y se volvió a mover, una y otra vez, causándole tanto placer a Gustavo que no tardó casi nada en bajar su mano hasta su erección y acariciarse.
Gustavo se dio cuenta, después de que terminaron, mientras estaban en la cama, uno junto al otro, respirando agitadamente, que eso debió haber sido su próstata, aquella glándula que se suponía que debería causarle placer y que, aparentemente, nunca antes habían encontrado durante sus encuentros amorosos.
-Wow -susurró Gustavo un momento después -eso ha sido... más que fantástico.
Pero José no le respondió, ya estaba dormido.
Gustavo frunció el ceño y luego gruñó cuando “algo” bajó entre sus piernas.
-Mierda- jadeó, levantándose de un salto y corriendo al baño.
₪
-Eres un exagerado -le increpó José, mientras caminaba junto a Gustavo en una sala de espera de una clínica particular bastante discreta y cara.
Gustavo le dio una mirada de rabia y eso pareció callar por fin a José.
Unos instantes después una enfermera salió, con dos sobres blancos y con el logo de la clínica.
Gustavo recibió con alivio los resultados de su examen de VIH y ETSs; él podía estar enamorado perdidamente de José, pero sabía cuáles eran sus debilidades y lo descuidado que era algunas veces cuando se acostaba con chicas; según el mismo José porque ellas eran más sanas, pero Gustavo no lo pensaba así.
Otra cosa más que cambió a partir de año nuevo, y tras el conocimiento de todo el placer que en realidad se podía sentir, fue la forma en que se acostaban juntos. Ahora Gustavo había aprendido a buscar su propio placer y trataba de guiar a José para que en sus encuentros ambos terminaran satisfechos.
₪
Cuando estaban en el último año, no habían variado sus rutinas, se quedaban a dormir una vez por semana juntos, se toqueteaban cada que podía y José se empeñaba en que ambos salieran con chicas; aun así Gustavo no fue capaz de acostarse con alguna; aunque sufría los efectos del sexo sin protección que José tenía con algunas de ellas. Más de una vez estuvo esperando por la llamada de una chica anunciando que “ya le había venido” y que no había embarazo a la vista.
Gustavo no dejaba que José lo tocara si es que no tenían preservativos a la mano, e incluso ponía algunos en su billetera para el momento en que quisiera estar con alguna chica, aunque no siempre los usaba.
Cuando llegó el momento de postular a una universidad, de alguna manera que no comprendía muy bien, José lo convenció de que estudiar ingeniera industrial, tal como él quería, no era buena idea, que economía era lo mejor.
Los padres de Gustavo estuvieron un poco decepcionados de que él finalmente no deseara estudiar Ingeniería, pero le dijeron que lo que él decidiera estaría bien porque solo querían que fuera feliz y se sintiera realizado. Gustavo solo se sintió peor con eso.
Más aún cuando descubrió que todo había sido un elaborado plan de José, que incluyó el hacer trampas para el examen de admisión y poder hacerlo ingresar.
Con el inicio de la universidad, vinieron varios cambios en José: cortó sus preciosos bucles rubios casi al cero, lo cual le daba un aspecto sexy, pero Gustavo prefería poder enredar sus dedos en el largo y ondulado cabello; se lo dijo a José, pero este solo le dijo que algunas veces podía ser demasiado ridículo. Además José empezó a obsesionarse más con el gimnasio, donde empezó a pasar varias horas al día; asimismo el padre de José le regaló un automóvil deportivo color azul, lo cual representó mucha más libertad para José y más dolores de cabeza para Gustavo.
-Deberías estudiar en lugar de andártela pasando de juerga -le dijo, cuando empezaron el primer ciclo, por supuesto que tomando todas las clases juntos.
-Pero tú me puedes enseñar luego... -le dijo con un puchero.
Gustavo debería recordar no hacer reclamos cuando estaban en la cama, pues era demasiado fácil de manejar.
Y así pasó un año, en que José se pasó la mayor parte del tiempo de fiesta, y Gustavo estudiando como loco para no solo presentar los exámenes, sino ingeniárselas para hacerlos pasar a los dos, realizar los trabajos en grupo él solo y además seguirle el paso de vez en cuando a José en sus fiestas y salidas.
Lo bueno era que el chofer de José siempre lo llevaba y lo traía cuando José no podía hacerlo, y gozaba de ciertas atenciones, como regalos, libros que necesitaba para la universidad e incluso una portátil MAC a todo dar que lo dejó alucinado por semanas.
Gustavo no quería pensar en si es que se estaba vendiendo a José, intercambiando placer sexual y regalos por notas, pero a veces, cuando algunos fines de semana se quedaba estudiando hasta tarde solo, realmente se lo creía.
Se preguntó si es que José sería así toda la vida o en algún momento maduraría, prestaría atención a las clases... se decidiría a decirle a los demás que era gay y estaba enamorado de Gustavo.
A veces ser listo hacía que doliera más el saber las respuestas a ese tipo de preguntas.
₪