Acá les dejo el segundo capítulo. Que lo disfruten
Gilbert estaba demasiado indignado con lo que habían dicho sus dos compañeros de habitación. Caminaba de un lado a otro, realmente molesto. No entendía muy bien por qué decían eso de él, por supuesto que era digno de aquella chica. Tenía todo lo que ella pudiera pedir y todavía más. Era un excelente candidato.
Estaba dispuesto a demostrar a esos dos europeos cuán equivocados estaban. Se sentó sobre su cama, meditó acerca de qué podría hacer al respecto. Antonio lo conocía demasiado bien, así que debía haber algo que podría hacer para que éste pudiese ver que era el indicado para pedirle una cita a Emma. Se recostó y miró hacia el techo.
Su pequeño pollo se acomodó sobre su pecho mientras que el dueño del ave pensaba. Normalmente, ya estaría a la pesca de otra chica con quien pasarlo bien. No era de esos de tener largas relaciones, de hecho, prefería un par de citas, una revolcada y luego un hasta luego. Nunca había tenido mucho interés en conocer realmente a una mujer.
Sin embargo, en los pocos minutos que había visto y escuchado a la belga, fueron lo suficientes como para querer saber más de ella. Se notaba a leguas que no era de esas de andar con todo el que se le cruzaba, era amable y gentil, además de una belleza extraordinaria. Quería hablar más con ella, se había quedado con las ganas por culpa del español.
Estaba realmente fastidiado. No sabía nada de la chica en cuestión, excepto su nombre y que iba a la universidad. Como si no hubiera un montón de muchachas llamadas Emma que asistieran al campus. Respiró profundamente, aunque de buenas a primeras parecía que debería darse simplemente por vencido y continuar con su vida, Gilbert no iba a desistir.
Mientras tanto, en el comedor, Antonio y Francis estaban aguardando por el tercero para que les acompañara. A pesar de la discusión inicial, de aquello ya se había olvidado el español. La verdad es que el alma de la casa a esa hora solía ser el alemán, con su exagerado entusiasmo. No obstante, pareciera que estaba algo deprimido, lo que preocupó a esos dos.
-Pensé que estaba bromeando… -dijo el muchacho de ojos verdes mientras que tomaba su café matutino.
-Seguro que no es nada -le restó importancia el segundo -. No creo que sea capaz de pensar en alguien más que en él mismo.
-Es que no creo que sea del tipo de Emma. Ella necesita ya sabes… Y Gilbert no lo es -respondió.
Repentinamente al francés se le vino una idea a la cabeza. Por un largo rato, estuvo acariciándose la barbilla y riéndose. Tal vez era ridícula su ocurrencia pero quizás les serviría para pasar un buen rato y de paso, demostrar que el alemán no era un caballero como él decía ser. De sólo imaginarse la propuesta que lo podrían hacer, estaba completamente seguro que la rechazaría.
-¿Sabes? Creo que sé como sacarle esa estúpida idea -sonrió Francis.
Aunque no sabía de qué posiblemente podría tratarse, cualquier cosa que pudiera mantener a Gilbert bien lejos de Emma era bien recibida. Antonio estaba más que satisfecho por el hecho de que el francés opinaba lo mismo que él y estaba dispuesto a cualquier costo a guardar la brecha entre el alemán y la belga.
-Espero que tengas razón -opinó el español, mientras que miraba hacia las afueras de la casa.
-Y acerca de eso, ¿piensas hacer algo? -preguntó al darse cuenta de lo que estaba haciendo el hispano.
-Primero ocupémonos de Gilbert -afirmó éste, como una mala excusa para no ir tras el italiano.
-Ustedes dos son unos personajes… -se quejó el amante del vino.
En otra parte de la ciudad, Emma había salido de su apartamento e iba camino a la biblioteca. Tenía un examen muy importante el lunes siguiente y como en su hogar era prácticamente imposible estudiar con tanto ruido que ocasionaban sus hermanos, había decidido encontrarse con la húngara y aprovechar para poder estudiar juntas.
Sin embargo, había algo que le andaba molestando. La noche anterior se había alegrado demasiado por haberse encontrado con su amigo de la infancia, Antonio. Pero aquel hombre que se había sentado a su lado le había llamado la atención. Es decir, nunca había visto a alguien con ese aspecto tan particular. Por alguna razón, el español había intentado alejarla de él, mas eso no había hecho efecto. Es más, deseaba conocer un poco más a ese muchacho.
Suspiró, era realmente absurdo en lo que estaba pensando. Sólo lo había visto una única vez y las posibilidades de volver hacerlo eran más que escasas. No sabía si era simplemente porque hasta el momento todos sus compañeros le habían parecido aburridos y su mejor amiga tenía un novio desde hace tiempo, y por ello se había fijado en el alemán, o si realmente le había gustado.
Al ver a Emma acercarse, Elizabeta salió corriendo desde la otra acera. Le estaba aguardando desde hacía un buen tiempo y la verdad es que estaba comenzando a cansarse. La rubia se había quedado parada, mirando hacia el horizonte. Nuevamente respiró profundamente, sin darse cuenta de que la otra muchacha ya estaba allí a su lado.
-¿Emma? ¡Hola! -saludó Elizabeta, moviendo sus manos para intentar llamar la atención de la otra.
-¿Eh? ¿Qué sucede? -preguntó como si se estuviera despertando.
-¿Estás bien? -Estaba algo extrañada por la conducta de la belga.
-Claro, claro. ¿Por qué no lo estaría? -cuestionó ésta al no darse cuenta de su despiste.
-Ah, supongo que soy sólo yo -contestó, quizás simplemente se había imaginado cosas que no estaban allí -.¿Estás lista?
-¡Por supuesto! -exclamó la rubia, tratando de concentrarse en la razón por la cual se habían encontrado -.Nos espera un largo día.
Tras recorrer un largo trecho, Emma aún estaba pensando en el hombre que había conocido el día anterior. Era absurdo, apenas sabía su nombre con suerte. Sin embargo, le había parecido ver algo en él que no había encontrado en otras personas. Quizás si se lo comentaba a Elizabeta, conseguiría determinar qué realmente le estaba ocurriendo.
-Por cierto, ¿no te comenté que me encontré con Antonio anoche?
-Ah, creo que no -La húngara trató de recordar acerca de lo que habían hablado y no sabía si realmente la muchacha le había mencionado acerca de eso.
-Bueno, entré en un bar para tomar un poco de agua y refrescarme. Y Antonio estaba sentado en una esquina. Hacía muchísimo que no lo veía -comentó con ilusión.
-Aunque creo que me habías dicho que querías visitarlo uno de estos días -contestó, al revisar las últimas conversaciones que había mantenido con la belga.
-Sí, sí. Bueno, ¿adivina qué? -Se detuvo.
Elizabeta estaba ciertamente intrigada por la repentina pausa de la belga. Hacía un buen tiempo que no la veía tan entusiasmada con algo o alguien, así que sentía curiosidad por saber cuál era la razón para ello. Agarró de la manos a la rubia y miró a sus intensos ojos verdes.
-Lo que pasa…
-Antonio ya se echó novio, ¿verdad? ¡No me lo digas, es guapísimo! -interrumpió la novia de cierto austríaco, haciendo entrever su gran afición.
-No, no es precisamente eso -respondió algo avergonzada la hermana del holandés -.En realidad, lo hallé con otros dos hombres y…
-¡Vaya, es todo un semental! -contestó la muchacha.
Emma respiró profundamente para no perder la paciencia. A veces, la otra podía tener la atención de un mosquito cuando hablaba de esos temas.
-Como te estaba diciendo… -dijo la chica, tosiendo un poco y tratando de que la húngara bajara de las nubes.
-¡Lo siento! ¿Y qué pasó? -Trató de sacarse la idea acerca del trío y concentrarse en lo que estaba diciendo la belga.
La rubia estaba un poco sonrojada. Se quedó callada por un momento, no sabía cómo decírselo a su amiga. Sólo podía pensar en que ella se reiría en su propia cara por la absurda idea. Pero ya no había vuelta atrás, así que finalmente determinó que sería mejor terminar lo que ella misma había comenzado. Después de todo, lo había hecho para que le diera un consejo.
-Conocía un muchacho bastante… -Emma miró hacia arriba tratando de hallar un buen adjetivo para describir a Gilbert -Bueno, digamos que es único.
Elizabeta zarandeó varias veces a su gran amiga, no sabía si había escuchado bien o simplemente se había imaginado lo que acababa de confesar la segunda. No pudo evitar sonreír, siempre había creído a la chica como alguien con altos estándares. Y sin embargo, allí estaba hablándole de un hombre que había conocido la noche anterior.
-Me lo contarás todo en la biblioteca -Ésta tomó de la mano a la rubia y se apresuraron a llegar al mencionado lugar.
Eran pasadas las diez y media de la mañana. Al ser época de exámenes finales, normalmente ya comenzaba a llenarse ese espacio público, así que debían marchar con toda prisa para poder agarrar un lugar. Además, la castaña estaba más que interesada en continuar escuchando acerca de ese misterioso hombre, lejos del griterío que existía en la calle.
Después de rebuscar muchísimo por una mesa, estuvieron a punto de darse por vencidas. Hasta que hallaron una cerca de una ventana. Estaba algo escondida, lo que le daba un toque de privacidad. A pesar de que en la biblioteca estaba prohibida ciertas conductas, Elizabeta decidió correr antes de que alguien más tomara el lugar.
Ella le sacó la lengua a cierto británico y luego decidió concentrarse enteramennte en la belga y su amor.
-¿Y? ¿Cómo es? ¿Te pidió una cita? -cuestionó, sin dejar a la otra la oportunidad para que pudiese contestar.
-A ver, tiene el cabello gris y tiene unos ojos de un color rojo precioso -respondió la chica.
-¿Eh? -A Elizabeta le sonaba a alguien que le parecía muy conocido -¿Cómo se llama? -Esperaba que no fuera esa persona.
-Gilbert -contestó de manera calmada -.No sé su apellido, Antonio no me dijo mucho más.
-¡¿Qué? -La húngara dio un buen golpe contra la mesa, indignada.
El resto de las personas le pidieron que por favor se callara. Pero estaba demasiado molesta. Respiró profundamente y luego cambió de sitio, se sentó bien al lado de Emma. Ésta no entendía nada de lo que estaba ocurriendo. Pareciera como si Elizabeta hubiera visto un fantasma, estaba pálida y reía nerviosamente.
Se volteó hacia la hermana menor del holandés y posó sus manos sobre los hombros de la misma. ¿Por qué el destino era tan cruel? Iba a impedir de cualquier forma que Emma continuara con ese entusiasmo respecto a ese alemán. Aún cuando ésta pareciera estar en los aires, iba a hacer todo lo que estaba en su poder para cambiarle su parecer.
-No, no y no -replicó la húngara mientras que movía su cabeza de un lado a otro -.No puede gustarte y punto.
-¿Eh? ¿Por qué no? -La belga sentía que se había perdido algo debido al cambio de actitud repentino de la muchacha.
-No te conviene. Es un patán con todas las letras -explicó Elizabeta, que quería hacer lo que fuera para mantener la distancia entre esos dos.
-¿A qué te refieres? ¡Sí hasta tiene un precioso pollito! -exclamó la muchacha, recordando el encuentro.
-¡Es sólo un engaño! Te prometo que voy a conseguirte alguien que realmente te guste -La húngara agarró la mano de Emma para demostrar que estaba hablando en serio.
-Bueno, supongo -Aceptó por la simple razón de que la otra se lo había propuesto con todas las ganas y le resultaba difícil decirle que no.
Pero a lo largo de la jornada en que estuvieron estudiando, Emma no pudo dejar de pensar en el alemán. Es decir, sentía algo de curiosidad por saber cuál era la razón de que sus dos mejores amigos se comportaran de esa manera. A pesar de que seguramente tenían sus motivos, la belga estaba intrigada por Gilbert. Quería volver a encontrarse con él, aunque fuera por un momento, para que le respondiera todas sus dudas.
Mientras tanto, en la casa que compartía ese trío, el hombre había salido fuera de su habitación. Aún estaba con esa idea de conseguir el móvil de la belga y estaba completamente seguro de que Antonio estaba equivocado. Estaba determinado a convencer al hispano de que le diese ese número, y lo haría de cualquier forma.
Se fue a la sala principal, donde sólo estaba Francis, quien estaba contemplando algunas fotografías que había sacado en su trabajo. El rubio estaba concentrado en observar las bellas imágenes que había sacado de algunas chicas, estaba demasiado satisfecho con su gran trabajo. Estaba tan enfocado en ese asunto que no se había fijado que el alemán estaba sentado justo a su lado.
-¡Oye! -exclamó éste, sin darse cuenta de su tono de voz.
El francés saltó y cayó al suelo por culpa del grito que el otro había pegado demasiado cerca de su oído.
-¿No te han dicho que tienes una voz demasiado molesta? -indagó Francis mientras que intentaba recomponerse del susto.
-Yo creo que es melodiosa -contestó éste, dejando de lado por completo la queja de su compañero.
El fotógrafo simplemente respiró profundamente. De cierta manera, podía entender por qué el español estaba tan empecinado en no darle el número de la belga a ese hombre y la razón por la cual habían discutido esa mañana. Aunque siempre quedaba la esperanza de que esa idea ya se le hubiese ido de la cabeza al hermano de Ludwig.
Es más, pensaba probar esa teoría. Sobre la mesa de estar, dejó un par de fotografías de algunas muchachas en el parque. Se distendió y prefirió dejar el resto a cargo de la curiosidad de Gilbert. Estaba confiado de que funcionaría y las cosas terminarían en ese preciso momento. Además, de esa forma evitaba tener que hacer uso del plan que habían pensando con el español.
-Vaya, déjame verlas -El alemán no tardó demasiado y las tomó para poder apreciarlas más de cerca.
Después de unos cinco minutos en completo silencio, el francés se dio por satisfecho. Pero estaba equivocado.
-¿Y no sacaste una foto a Emma? -preguntó algo molesto -¿Cómo puede ser que no hayas tomado una?
-¿Todavía sigues con el maldito asunto? -Éste no podía creer lo que sus ojos estaban observando.
-Oigan, ustedes dos son los que hacen todo un lío -se quejó éste -.Si me dieran su número o al menos como encontrarla, todos estaríamos más felices.
-De verdad, no lo creo… -El hombre tocó la mejilla del hombre para asegurarse de que se trataba de Gilbert.
-Por cierto, ¿dónde está Antonio? -Arrojó todas las fotografías encima del sofá y se puso a mirar por todas partes.
Luego de recoger lo que había sido todo su trabajo semanal, el enemigo acérrimo de cierto británico se levantó. Desde hacía media hora que no sabía donde se hallaba el español. La verdad es que se había ensimismado demasiado como para ni siquiera escuchar lo que el hispano le había mencionado. Así que ahora eran los dos quienes buscaban a ese muchacho de ojos verdes.
-Bueno, sé que no ha de estar en la case de ese italiano -se dijo a sí mismo Gilbert, mientras que se acariciaba el mentón.
-Obviamente no -afirmó éste.
Repentinamente, vieron al hispano con una toalla que iba caminando directamente hacia su dormitorio. Estaba silbando alguna canción que era desconocida para ambos. Al alemán no le importó que estuviese mojado y que apenas tuviera un trozo de tela le estuviera cubriendo el cuerpo, tenía algo más interesante que pedirle al hispano.
-¡Oye! -gritó sin darse cuenta del charco de agua y resbaló para luego caerse sobre su trasero -¡Demonios! -se quejó mientras se sobaba.
El francés estaba riéndose sin parar, lo que molestó todavía más a Gilbert. Estaba teniendo un sábado bastante malo y caerse de esa manera tan ridícula había sido demasiado. Sentía que estaba humillándose demasiado frente a esos dos.
-¡Dejen de reírse! -exigió al mismo tiempo que intentaba pararse, pero nuevamente volvió a darse con todo por culpa del charco.
-¡Esto es demasiado! -Francis estaba tratando de controlarse, mas la súbita la torpeza de Gilbert simplemente le superaba.
-Parece que el amor te hizo mal -opinó el español y luego aprovechó para huir de la escena, antes de que el caído pudiese darle alcance.
Diez minutos después, con Gilbert sentado sobre una almohadilla para poder disminuir el dolor que le había causado los dos accidentes seguidos que había sufrido y con Antonio vestido, el primero decidió hacerle recordar su petición. A pesar de los eventos ocurridos recientemente, no había olvidado la razón por la cual estaba buscando al segundo.
-¡Antonio! Por tu culpa, me lastimé. Así que en compensación, me tendrás que dar el número de Emma -reclamó, orgulloso de su gran idea.
-Te lo voy a dar, pero... -El español pausó por un momento.
-¿Pero qué? -Gilbert alzó una de sus cejas, a la expectativa de lo que iba a decir el otro.
-Tienes que demostrarnos a Francis y a mí que realmente te mereces su número -explicó.