Fanfic: Insecto (5ª Parte)

Jan 14, 2009 18:26



Autor: yokana_yanovick
Fandom: Battlestar Galactica
Pairing: Adama/Roslin, Baltar/Roslin
Spoilers: 4ª Temporada
Tema: #16 - Insecto - 5ª Parte ( Tabla)
Contenidos: Unas cucharadas de Angst, una pizca de Romance y un toque de Sex.
Palabras: 5.972 / 27.608



Insecto

(5ª Parte)

A menudo una sensación,
a veces una realidad.

****

LAURA

No podía creerlo.

Bill creía que estaba acostándose con Baltar y ella ni si quiera había sido capaz de negárselo, ni siquiera le había dado la oportunidad.

Ni si quiera sabía el motivo.

Un motivo que podía dejar atrás aquel mal sabor de boca con el que se levantaba todas las mañanas y conllevar la felicidad que habían estado buscando durante tanto tiempo.

Se dejó caer sobre la cama de Bill. No había querido dejar la habitación cuando se fue y no quería dejarla ahora. Tenía que hacer que la escuchara. Necesitaba aclarar aquel condenado error.

A medida que pasaban las horas su determinación fue moldeándose, y de la amargura y la vergüenza aparecieron el orgullo y el enfado. Cuando se le acabaron las lágrimas que derramar, agarrada a una almohada que hacía días había dejado de oler a un hombre que hacía demasiado tiempo que no tocaba, decidió que todo aquello era injusto.

¿Acaso habían decidido los términos de su relación?

Aquello no sonaba contundente ni en su propia cabeza. Le había dicho que le quería, ¿podía haber sido más elocuente? Y él había arriesgado su vida por ella, la había buscado, esperado, abrazado. ¿Qué más había que aclarar? Su declaración había sido el broche a una larga historia que, por fin, tendría un final feliz.

O eso había creído.

Trató de hallar la solución a un problema inexistente, obviamente sin éxito. La única cosa de la que estaba segura era de que le conocía demasiado bien como para creer que tirando insistentemente de la cuerda conseguiría su propósito. Así que muy a su pesar decidió morderse los labios y esperar. Esperar a que él viniese a ella.

Se acurrucó sobre sí misma en la cama y se tapó con la manta. Los ojos, hinchados, le pesaban, llamándola insistentemente al sueño. Uno a uno, sus músculos se relajaron y se durmió sintiendo la habitación más fría desde que Bill había salido por la puerta.

***

BILL

El asentamiento sobre el planeta progresaba con rapidez. La mayoría de la flota civil se estaba aposentando en aquella reducida parcela de tierra a la que habían comenzado a llamar hogar. Con Tigh a su lado, los cylon acataban la mayoría de sus órdenes, esencial para un entendimiento pacífico. Convivir con los enemigos que habían poblado sus pesadillas desde hacía cuatro larguísimos años, los enemigos que habían asesinado a los suyos, no iba a ser fácil, pero, aún así, los cada vez más pequeños grupos rebeldes que rechazaban la alianza no ocasionaban tantas bajas como las que habían sufrido en Nueva Cáprica. Gracias a los dioses y, por difícil que fuera, la mayoría de su flota comenzaba a aceptar la realidad.

Flexionó su espalda mientras caminaba por los pasillos de su hogar.

Cada día que pasaba alargaba un poco más el recorrido del CIC hasta su cuarto. Cada segundo que estaba en él sólo conseguía traerle a la mente las imágenes, cada vez más nítidas y amargas, de los recuerdos que habían provocado su última conversación con Laura. Cada día que pasaba una carga invisible se hacía más pesada sobre sus hombros.

Si le hubieran preguntado el porqué de sus ojeras y el cansancio, que se hacía más patente cada día, hubiese dicho que era el peso de la responsabilidad de la supervivencia humana. Pero si hubiese tenido que decir la verdad, habría contestado que cada minuto pesaba más que el anterior porque hacía semanas que no veía a la mujer que tenía grabada a fuego en su mente. Como un maldito adolescente.

De la insistencia había pasado a la indiferencia, al silencio.

No supo discernir si aquello le molestaba o le aliviaba. Puede que fuese un sentimiento intermedio. De cualquier forma la necesidad de tenerla era más acuciante que cualquier otra emoción, y aún así, no era capaz de canalizarlo de una manera que no le hiciese daño.

Algo por el rabillo del ojo le llamó la atención.

Un hombre vestido con un chándal, con la cabeza cubierta por la capucha de la sudadera, se le cruzó en una de las intersecciones que quedaban en su camino y que pronto alcanzaría. El hombre se dirigía en su misma dirección.

Los pasillos a aquellas horas de la noche no estaban especialmente transitados, y la imagen de un hombre que no quería llamar la atención le provocó exactamente el efecto contrario. En aquella nave nadie se escondía. Y quién lo hacía tenía un motivo oscuro para hacerlo. Las alertas saltaron en su cabeza y comenzó a seguirle a una distancia prudencial.

Cual fue su sorpresa al darse cuenta de que el hombre se había parado delante de una puerta conocida custodiada por dos de sus guardias que, para su asombro, le abrieron paso. Frente a la puerta, el hombre se quitó la capucha y reveló su rostro sonriente.

Nadie se escondía en su nave. Tan sólo una persona que habría deseado olvidar con todas sus fuerzas. Pegó un puñetazo a la dura pared de metal cuando vio a Gaius Baltar entrar en la habitación de la Presidenta.

***

GAIUS

Quién le iba a decir un año antes que iba a compartir, aunque fuera por escasos minutos, habitación con Laura.

Miró la cama de reojo mientras, de espaldas a él, ella le servía una copa. Podrían compartir tantas cosas si ella quisiera... Aunque quién sabía si aún no estaban a tiempo.

-Espero no haber ocasionado ningún problema con el Almirante -dijo de repente. ¿Lo sentía? Puede ser, tan sólo por la tristeza con la que a veces Laura miraba el vacío en alguna de las muchas conversaciones que habían compartido en su cuarto por las noches. Tan sólo por eso podría llegar a sentirlo.

Pudo ver la espalda de Laura tensarse ante la mención de Adama.

-No -dijo sin más mientras rellenaba el segundo vaso, esta vez, de agua.

Tomó asiento con tranquilidad en una de las dos sillas que había en la mesa que usaba de despacho. Laura le tendió la copa y se sentó frente a él.

-Hay algo que quiero preguntarte desde hace días -Laura hizo una pausa y, al no obtener respuesta, prosiguió-. ¿Cómo? ¿Por qué? -dijo mientras le miraba sin parpadear.

-¿A qué te refieres?

-Me refiero a mi enfermedad, a tus... -frunció el ceño- poderes. ¿Cómo es posible? ¿Y por qué yo?

Hacía tiempo que pensaba en ello y tampoco tenía una respuesta que ofrecerse a sí mismo.

-Sinceramente, no lo sé. No tengo un cómo, no tengo un porqué. Pero sí tengo un cuándo. Y fue cuando decidí redimirme, cuando, por primera vez, dejé por un momento de pensar en mí, de preocuparme por mi propio bien, para hacerlo por otra persona.

Laura se cruzó de brazos.

-¿Crees que todas las personas altruistas tienen poderes? -preguntó con sorna.

-Quizá otros no tienen tantos pecados que expiar como yo -sonrió.

-Estoy segura de que pocas personas son comparables a ti en ese aspecto -le contestó con una mueca mientras se llevaba el vaso a los labios.

-Supongo que es difícil de creer, pero es un hecho, ocurre y tiene que ser por algún motivo.

-¿Una lección? -Laura alzó las cejas.

-Una guía -dijo mientras movía el contenido de su vaso y lo miraba sin demasiado interés. -Muchas de las personas de esta nave han perdido la fe. Sin embargo, yo acabo de encontrarla con una fuerza que no es comparable a la que sentía por la ciencia. Me he pasado la vida calificando de ignorantes a la gente que creía en un más allá, y si lo piensas bien no es del todo descabellado, ¿por qué escoger como elegido, representante, o lo que quiera que ahora sea, a una persona rebosante de fe? ¿Por qué no hacerlo con una persona que no crea en ti? ¿No sería eso una mayor muestra de fe y confianza coger a un hombre sin atributos especiales, sin nada que ofrecer, para crear a alguien totalmente nuevo que esté dispuesto a sacrificar su vida por aquello que creía absurdo y de lo que se mofaba? ¿No tiene eso más sentido?

-Puede ser -meditó Laura. -¿Pero por qué un dios? ¿Por qué no nuestros dioses?

¿Estaría preparada para escuchar quién había sido su guía espiritual durante todos esos años?

Hacia semanas que Cáprica le había "abandonado" y nunca la había echado más en falta que en aquel momento en el que más que en ninguna otra ocasión necesitaba su consejo. Sin ella para guiarle, tomó su propia decisión, de la que esperaba no tener que arrepentirse.

-Cuando comenzó la guerra, la mujer que ahora conocemos como Cáprica, después de haberme traicionado, me salvó de una muerte segura. Desde entonces... de algún modo que no alcanzo a comprender, la he… visto a mi alrededor. Como ahora te veo a ti.

Los ojos de Laura se abrieron de par en par.

-La creencia del dios cylon -continuó Baltar-, la creencia contra la que he estado luchando durante cuatro años, es lo que me ha hecho abrir los ojos y entender que quizá, tan sólo quizá, no hayan estado tan equivocados. No en eso al menos.

-¿Me estás diciendo que lo que predicas es la creencia del dios de los cylon? -su labio inferior comenzó a temblar, no sabía si de conmoción o rabia.

-No creo que lo que haya allí arriba en algún aparte sea un hombre de metal manejando los hilos de la humanidad. Lo que creo es que nunca había recibido "señales", por originales que fueran, de ningún tipo de dios. Hasta ahora. Y no por el hecho de tener a Cáprica en mi mente ha cambiado automáticamente. A decir verdad no ha hecho otra cosa más que agobiarme. Pero después de todo lo que he pasado... Me he dado cuenta de lo equivocado que era mi punto de vista. Mi punto de vista sobre todo.

-Hay momentos en los que un interruptor se enciende en nuestra cabeza y las cosas que siempre habían sido de una manera para nosotros se convierten en algo totalmente distinto.

-Una metáfora interesante, dadas las circunstancias -bromeó.

Los labios de Laura se curvaron en una sonrisa. Su rostro pareció brillar entonces, tan sólo un momento, por unos pocos segundos, pero fueron suficientes para que las ganas de besarla aletearan en su mente.

-Deberías hacerlo más a menudo. Te sienta bien.

-¿Tener fe? -rió con desgana.

-Sonreír.

Bajó la cabeza y aquella mirada triste volvió a su cara.

-No tengo muchos motivos últimamente.

-Deberías. Por segunda vez tenemos una tregua. Y espero que una más permanente.

-Como dijo un hombre sabio una vez: "No es suficiente con vivir, hace falta una razón por la que vivir".

-Tu razón para vivir soy yo -alzó las cejas y Laura no pudo contener una carcajada.

-¿No me digas? -habló intentando contener una mueca

-Piénsalo bien, soy yo quién te ha librado del cáncer, no una sino dos veces. ¿No es ese suficiente motivo para seguir con vida? Quiero decir, ¿cuantas posibilidades tiene una persona normal de superar un cáncer terminal... dos veces? Quizá no haya nada de aleatorio en eso. Quizá haya una razón.

Laura comenzó a mover sus manos, nerviosa, y no estaba seguro pero creyó ver sus ojos vidriosos antes de que volviera a bajar la cabeza. Era tan poco propio de ella no enfrentarle que se conmovió. Se preguntó cuándo habían llegado a tener la suficiente confianza para que le mostrara tanta fragilidad.

Arrastró lentamente su mano por la mesa hasta tocar su mano izquierda, estrecharla con cariño y acariciarla con el pulgar.

Laura no se apartó.

-¿Cómo te encuentras? -le susurró.

-Tranquila, a pesar de lo que puedas pensar -dijo sin levantar la mirada de las manos que ahora se acariciaban tranquilamente.

-Bien -contestó.

Laura se levantó de su silla. Quería dar la reunión por terminada. Asintió antes de que de sus labios saliera sonido alguno. Habían bailado las despedidas suficientes veces cómo para saber qué era lo que ella necesitaba en cada momento. Y cada vez que acertaba, se le llenaba el estómago de una calidez que le satisfacía y alegraba al mismo tiempo.

-Supongo que es una tontería decirte que necesitas un cambio de aires, ¿verdad? -habló mientras se dirigía a la compuerta entreabierta.

Y Laura le dedicó una sonrisa tan abierta y radiante que poco faltó para que la agradable calidez en su estómago bajara unas cuantas pulgadas y se convirtiera en otro tipo de calor, uno más incómodo.

-Ya he tomado cartas en el asunto para solucionar ese pequeño problema -dijo mientras sujetaba la rueda de la puerta.

-Me alegro.

"Mereces ser feliz", quiso decirle, pero se abstuvo. No supo porqué. Tal vez por miedo a continuar, porque irremediablemente detrás de esa frase quisiera añadir una palabra más, una que susurró para sí mismo mientras caminaba por los pasillos de Galactica hasta su habitación.

"Conmigo".

***

LAURA

Tres semanas sin tocarle.

Tres semanas en las que hubiera jurado que la única explicación para lo que sentía era que el cáncer había regresado y se la estaba comiendo por dentro. Bill no había hecho ningún movimiento. Ningún acercamiento. ¿Realmente habían llegado al fin de una relación que aún estaba por comenzar?

Había tomado una decisión, de esas que sabía de ante mano que se iba a arrepentir de haberla tomado. Se repitió por millonésima vez que era necesario.

Quiso una entrada menos formal, acariciar con sus nudillos el frío metal que tenía frente a ella, pero en lugar de eso la voz de uno de los perennes guardias de la puerta fue quién la anunció.

Bill apareció en bata y pijama, lo suficientemente dormido para que la sequedad con la que se trataban, incluso por teléfono, no se colara en su mirada y ninguno de los jóvenes que tenía a su lado se diera cuenta. La invitó a entrar sin mediar palabra.

-Tú dirás -dijo sentándose en el sofá.

No estaba segura de si sentarse a su lado, de si permanecer de pie o de si saltar el muro de hielo que se había forjado a su alrededor y besarle. De las tres, la última era la idea más poderosa, pero su orgullo había tenido mucho tiempo para fortalecerse.

-He decidido establecerme en tierra. Mañana bajarán todo lo necesario en un raptor.

Quiso permanecer impertérrito pero no lo consiguió, no a sus ojos. No a ella que había comenzado a conocerle tan bien. Ya había visto demasiada decepción en sus ojos para no reconocerla.

-Bien, -hizo una pausa donde pudo verle apretar imperceptiblemente la mandíbula. -¿Necesitas algo de mí?

"Te necesito a ti" quiso susurrar, pero se obligó a permanecer en silencio.

Sería tan fácil dejarse al descubierto.

-Tan sólo quería que lo supieras -dijo en su defecto.

Bill volvió a levantarse y a acercarse hasta la puerta.

-Creo que es una buena idea.

¿Lo era?

Ya se estaba arrepintiendo.

-¿Qué vas a hacer con el tratamiento? Creo que sería mejor que continuaras con él... aquí.

Antes de habérsela pedido ya le ofrecía su opinión, una que parecía casi esperanzada por ser aceptada, o eso fue lo que estaba desesperada por ver. Una muestra de cariño en algún lugar recóndito.

Se quedó congelada durante un momento. No había pensado en el tratamiento, o mejor dicho a la falta de él.

-No lo sé -confesó.

-¿Cuánto durará el parón? -preguntó sin darle mayor importancia.

¿Ya había hablado con Jack?

Contuvo su expresión para que no se le colara la sonrisa que estaba deseando manifestarse.

Sus años como político no la habían preparado para mentirle descaradamente a Bill. Ni quería hacerlo tampoco.

-Si no te importa hablaremos más adelante de ello.

Por primera vez en semanas Bill se acercó hasta ella y la tocó. Tocó su brazo, lo rodeó con suavidad y la miró con una preocupación contenida que consiguió desarmarla.

-¿Estas bien? -y su susurro dejó entrever toda la preocupación que había quedado oculta bajo una máscara que pretendía ser inescrutable.

Por primera vez en días le dirigió su sonrisa más auténtica.

-Perfectamente.

No hubo contestación, pero el alivió flotó alrededor de Bill y no pareció darse cuenta de que había comenzado a acariciarle el brazo con el pulgar hasta que a ella le recorrió un escalofrío. Cuando iba a apartar su mano de ella, fue Laura quien, automática e inconscientemente, alargó el brazo para apretar la mano de Bill.

-No te preocupes -quiso darle a su voz un tono jovial pero sólo consiguió un sonido ahogado, demasiado agudo, demasiado profundo y con demasiado sentimiento.

El silencio inundó la habitación.

-Creo que es mejor así -susurró él por fin.

Ambos sabían que no se refería al tratamiento.

Su sonrisa murió en alguna parte de su cuerpo y algo se partió dentro de ella, cuando, después de todo ese tiempo que pensó que tal vez él se estuviera preparando para una conversación de verdad, lo único que hacía era prepararse para dejarla marchar.

Quiso quejarse, gritarle que estaba cometiendo un error, pero no le salieron las palabras. Las fuerzas comenzaron a abandonarla y la única maldita cosa que fue capaz de hacer fue asentir y tratar de salir huyendo de su habitación para llorar en algún rincón oscuro de su cuarto. Allí donde no la pudiese ver, donde pudiera extirparse el dolor a gritos y esconderlo bajo la cama.

Y eso fue lo que hubiese hecho si Bill no la hubiese vuelto a agarrar del brazo para besarla con desesperación.

***

BILL

Intentó decirse que era lo mejor, pero cuando fue consciente de que no iba a tener la oportunidad de verla cada día, en cualquier momento que lo deseara, el miedo a perderla fue mayor que todo lo demás.

La necesitaba, maldita sea.

La quería.

Como jamás pensó en volver a querer a nadie, más de lo que estaba acostumbrado, más de lo que jamás había ofrecido y perdido.

La estrechó entre sus brazos con fuerza y la besó con todo el sentimiento que había acumulado durante meses. La notó temblar y estrechó su abrazo. Tenía ganas de llorar. Cómo le habían faltado sus manos, esas que ahora se agarraban a su cuello como si de ello dependiese su vida.

¿Había sido egoísta? ¿Tenía derecho a pedirle algo?

Qué confundido estaba si creía que podía merecerse una atención completa, no con una mujer como ella, no cuando no era capaz de darle todo lo que necesitaba. Ella merecía más. Y aún así, no podía evitar que le mataran los celos, la envidia.

No, no podía permitirlo. Más que eso, no podía soportar el hecho de no sentirla cerca de él.

Aceptaría cualquier cosa que ella quisiera darle. Cualquier cosa por no perderla. Con estar cerca de ella.

-Dioses Bill..., cuánto te he echado de menos -sus palabras acariciaron sus oídos igual que acariciaron su alma, y esta vez fue ella quién atacó su boca de nuevo.

Casi había olvidado a qué sabían sus besos, y sabían a gloria. Suspiró sonoramente mientras perdía una mano en su nunca para atraerla aún más hacia él. Las pequeñas manos de Laura deshicieron el nudo de su bata con celeridad y se colaron por debajo de ella para acariciar la tela de su pijama, su pecho. Gimió cuando las palmas de sus manos le transmitieron un calor casi abrasador. Dibujó la línea de su cintura con la mano derecha y cuando llegó a su cadera la atrajo hasta la suya para sentir todo su cuerpo.

Laura rompió el beso tan sólo para besarle la mejilla, el mentón, el cuello, morderle, succionarle mientras dejaba caer al suelo la bata con la que había empezado a debatirse.

La llevó por su habitación trastabillando contra muebles y paredes, sin dejar de tocarla ni un sólo segundo, sin apartar sus manos de ella por miedo a que desapareciera, a darse cuenta de que tan sólo era un sueño. Le quitó la bata de franela gruesa que no le dejaba sentirla todo lo que necesitaba, y logró arrancarle un gemido cuando sus caderas la embistieron contra la mesa de su despacho.

Notó sus manos enterrarse en su pelo, aferrarse a la camisa de su pijama con tal fuerza que creyó que la desgarraría. Bajó su mano derecha por su cadera y acarició su trasero con posesión, y, en un movimiento fluido, la sentó sobre la mesa y se colocó frente a ella mientras se abría para él.

Dioses, tenía que estar soñando.

Aquellos días habían sido tan irreales y ahora...

Embistió entre sus piernas.

El jadeo de Laura contra su oído le excitó todo lo que podía soportar. Arrastró ambas manos por los muslos de la mujer que le estaba llevando a la locura, llevando consigo el camisón. Lo hizo con tal suavidad que llegó a provocar las quejas de Laura.

No quiso pensar en Baltar, no ahora. Estaba allí, con él, porque ella quería, porque le quería, se repitió. Podría tener a cualquiera y, sin embargo, era él quien le estaba clavando su erección en la cadera. Aquel pensamiento burdo terminó de enloquecerle. Atacó su boca con ansia, manoseó su trasero con fuerza y volvió a embestirla. Las piernas de Laura se envolvían alrededor de su cadera y sus manos querían abarcar toda su espalda. Sintió sus uñas clavarse en su espalda, le araño, le mordió.

Era demasiado.

Demasiado para soportar durante un tiempo excesivo.

Cómo si pudiese leerle los pensamientos sus manos volaron hacia la parte delantera del pantalón de su pijama y con maestría, con eficacia, como tan sólo ella sabía hacer las cosas, reveló su prominente erección, y antes de que pudiese darse cuenta; le guiaba hasta su cuerpo, apartaba su ropa interior y le hundía en ella.

Un suspiro conjunto llenó la habitación. La satisfacción de estar dentro de ella no podía compararse con nada que hubiese vivido antes. El calor a su alrededor le mareo, hizo que le fallaran las piernas y se aferrara a ella con todas sus fuerzas. Saboreó el momento cómo si fuera a ser el último, como si no existiera nada más después de aquello. Se acomodó a su cuerpo, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para esperar y no empujar en ella hasta perder la cordura.

A diferencia de eso se movió con suavidad, apenas resbalando en su cuerpo, moviéndose con tal lentitud que pensó que Laura le abofetearía si no seguía sus órdenes. La cadera de Laura se desbocó contra su pene e hizo que se le escapara un jadeo, se agarró a ellas con fuerza y siguió su ritmo, empujándola hasta donde se lo pedía, tratando de llegar más allá. A Laura comenzaron a escapársele pequeños gritos contra su oído. Se iba a morir de placer. La vio echar la cabeza hacia atrás, agarró su trasero y empujó con toda la fuerza que le quedaba. Su nombre envuelto en un grito vibró en las paredes de la habitación, en su cerebro, en su alma. Las uñas se clavaron en su espalda y cuando los espasmos se sucedieron a su alrededor creyó deshacerse, morir y desaparecer en una oleada de un placer tan exquisito que podía haber comenzado a tener fe, porque aquella sensación no podía ser menos que divina. Jadeó sin dejar de empujar, -¡oh, dioses, Laura...! -trató de contener su garganta y mordió su cuello mientras gemía, mientras la embestía cegado por el placer para llegar, por fin, a la culminación más absoluta.

Se le iba a salir el corazón del pecho.

Estaba agotado y respiraba con dificultad. Dejó caer la frente sobre el hombro de Laura y aspiró su perfume. Dioses, olía tan bien..., sabía tan bien. La abrazó con fuerza, no quería que aquel momento terminara nunca. Sintió las manos de Laura acariciar su pelo tan cariñosamente que le enterneció. Levantó la cabeza y besó su cuello hasta llegar a la marca roja que tenía en el hombro derecho.

La miró a los ojos, culpable.

-Lo siento, te he hecho daño -se disculpó. Y la disculpa viajó más allá de la barrera física, abrazó la emocional en silencio a la espera de ser escuchada, reconocida.

No tuvo que esperar demasiado. Los labios de Laura le besaron suavemente en los suyos propios y al tiempo que le miraba de igual manera, acariciaba su espalda en el mismo lugar donde antes había clavado sus uñas y tenido un orgasmo.

-Yo también te he hecho daño -le vio mirarle con timidez, con pena, con arrepentimiento. Y no necesitó más.

Volvió a enterrar la cabeza en su cuello, a abrazarla.

-Bill..., no me voy a ir a ninguna parte -la oyó susurrar contra su pelo.

-Por si acaso -suspiró.

La sintió reírse entre dientes.

***

LAURA

Tenía que ser especial.

Quería que lo fuese. Por eso cuando salió de su reunión con el Quorum, una que incluso podría calificar como de provechosa, se dirigió a toda prisa a la habitación en la que pasaba todos sus ratos libres.

Podría atrincherarse en el cuarto de Bill para siempre, y así nadie sería capaz de arrebatarle las energías renovadas con las que ahora corría por los pasillos de Galactica.

Era una mujer nueva.

Los milagrosos besos de Bill, pensó mientras trataba de no echarse a reír.

Entró en la habitación y encendió las luces.

Tenía que ser perfecto.

***

Se quitó las gafas cuando sintió la compuerta abrirse. La habitación se fundía entre la luz tenue de algunas velas que había colocado estratégicamente por la sala. Recogió las piernas en el sofá y apoyó los codos en el respaldo mientras quitaba alguna de las arrugas del camisón que llevaba, al igual que las velas, con un propósito muy definido. Se sentía como una adolescente, pero si no era tiempo para aquellos juegos, ¿cuándo lo sería? Había aprendido a aprovechar las oportunidades cuando se le presentaban, y por algunas había estado esperando demasiado tiempo.

Bill Adama apareció en el salón con una visible sorpresa en el rostro.

-Hola -susurró tentadora con una sonrisa en los labios.

-Hola -contestó él al tiempo que se acercaba para sentarse a su lado-. ¿Y esto?

-Hay algo que quiero decirte.

Después de su reconciliación quiso explicarle punto por punto los pequeños detalles; por qué su enfado era injustificado; en lo lejos que había estado de la realidad; en el tiempo que habrían ganado si la hubiese escuchado tan sólo un poco antes; en los disgustos que se habrían ahorrado. Por desgracia en los días siguientes tuvieron otros asuntos más inmediatos que atender, y la charla quedó en su cabeza subrayada y en negrita con una letra bien grande que decía: "pendiente".

-¿Vas a pedir mi mano? -preguntó tratando de contener una sonrisa.

-Quizá en la próxima ocasión cuando esté más en forma para hincar la rodilla en el suelo -dijo mientras se acercaba a él con una sonrisa para ayudarle a desabrochar la chaqueta de su uniforme.

Sonrió tímidamente mientras se dejaba hacer.

-En realidad quería mostrarte algo, Bill -susurró con seriedad.

-¿Eso no viene después del matrimonio? -bromeó, ganándose una palmada suave en el pecho.

-Bill... -hizo una pausa y se mordió el labio inferior-, es sobre Baltar.

Pudo notar cómo todos los músculos bajó su traje se tensaban al instante.

-Laura..., no tienes porqué darme explicaciones -y sus palabras salieron de su boca como si le costase un esfuerzo sobrehumano pronunciarlas.

-Lo sé -sonrió. Que hubiese aceptado, aún siendo mentira, el hecho de que pudiera estar con otro hombre y a pesar de ello no quisiera renunciar a su cercanía fue algo que la desarmó por completo.

Se acercó a él aún con la curva en sus labios y le habló en tono confidencial.

-Quítame la peluca.

Bill frunció el ceño durante unos instantes y la miró sin comprender, sabía que no era aquello lo que había esperado pero aún así obedeció. Lo hizo lentamente, como si tuviese miedo a hacerle daño, como si esperara que se arrepintiera en el último momento. Nunca había estado sin ella o un pañuelo delante de él.

Vio como sus ojos se abrían de par en par al revelar su pelo castaño rojizo aún demasiado corto como para salir en público con él, al menos para su gusto.

-¿Cómo...? -la pregunta murió en sus labios, parecía encandilado. Enterró los dedos lentamente en su cabello.

Cerró los ojos e inclinó la cabeza contra su mano. No podía recordar ninguna sensación más agradable que las manos de Bill tocándola. Un suspiro murió en sus labios cuando continuó acariciándola.

-¿Cómo es posible...? ¿Laura?

Abrió los ojos para enfrentarse a su perplejidad.

-Baltar.

Bill frunció el ceño de nuevo mientras procesaba la información.

-¿Él te ha...?

-Sí. Todo lo que viste, todo, fue por ese motivo, Bill. No por ningún otro. No había ningún otro -dijo convencida, alegre de poder aclararlo por fin.

-No puedo creerlo -dijo más para sí mismo que para ella.

-Créelo, tengo resultados médicos que lo demuestran -sonrió de modo conciliador.

Y antes de que pudiera decir nada más, Bill la abrazaba con fuerza enterrando la cabeza en su cuello. Podría acostumbrarse a aquella sensación. Iba a hablar cuando notó la humedad en su hombro.

-¿Bill? -su voz se quebró al igual que lo hizo su alma en el mismo momento.

Levantó la cabeza para mirarla, las lágrimas ya corrían por sus mejillas libremente entonces.

-Dioses, Laura -cogió su cara entre las manos-. He estado tan cerca, tan malditamente cerca de renunciar a ti.

-Lo sé -dijo tristemente-, pero no lo has hecho -sentenció.

-No vuelvas a permitirme llegar tan lejos, jamás. Por favor... -sus suplica quemó todo rastro de sus dudas, de sus miedos, y tan sólo el sentimiento de sobreprotección llenó su pecho. Y por absurdo que pareciera, quería hacerlo, protegerle de todo cuanto pudiera causarle tanto daño como el que había provocado. Verle así era... desgarrador. Abrió sus brazos en una silenciosa invitación que fue aceptada al instante. Le acunó entre palabras tranquilizadoras que borraron al instante las últimas y horribles semanas que habían vivido separados.

Aquella noche el sexo llegó suave y despacio cómo una bendición..

***

GAIUS

El tiempo en aquella parte del planeta era notablemente más agradable. El viento azotaba las olas del mar con fuerza, pero los rayos del sol bañaban la tierra dándole un tono dorado que llenaba de falsa vida aquel entorno tan triste y gris como su anterior asentamiento.

Metió las manos en los bolsillos y se asomó a un saliente rocoso para ver trabajar con ahínco a los civiles que, como él, querían construir un nuevo hogar, una nueva familia. No escogía aquel lugar semana tras semana para inundar sus pulmones de aire puro por azar. Los niños jugaban cerca de allí en un pequeña tienda de campaña que cada semana crecía un poco más, y todos los lunes, Laura Roslin daba fe de que aquello sucediera. La escuela se había vuelto su segundo paradero más asiduo, incluso por delante del Quorum.

Sonrió cuando el culpable de sus encierros más prolongados se detuvo a su lado.

-Almirante -saludó sin mirarle.

No hubo respuesta.

El pelo de Laura era azotado por el viento mientras trataba de mantener un poco de orden entre los pequeños que ahora, y cada principio de semana, se abalanzaban sobre ella. Su color castaño era tan brillante, desordenado y con la misma vida con la que lo recordaba hace tan sólo un año. Ahora aquel pelo indomable le caía justo hasta los hombros.

-Gracias -escuchó decir en un susurro a la voz ronca de Adama.

-Ha tardado -habló con tranquilidad.

-Ni si quiera iba a venir -reconoció en un gruñido.

No lo dudaba. Pero allí estaba al fin y al cabo.

-Es hermosa, ¿verdad? -hizo un ademán con la cabeza para señalar a la mujer que ahora hablaba con las madres. Hizo una pausa antes de continuar.- Me hubiese acostado con ella si ella lo hubiese querido -reconoció con la certeza de que estaba tentando a su suerte. Pero por una vez, iba a ser totalmente sincero con aquel hombre. Si hubiese podido escuchar los dientes de Adama rechinar en algún momento, hubiese sido aquel. Pero antes de que pudieran enfrentarle, prosiguió-. Pero no fue así -le miró. Aquel viejo hombre también se merecía un poco de felicidad.

-No se equivoque, mi opinión sobre usted no ha variado lo más mínimo -le espetó con convicción.

Se le escapó una sonrisa.

-Almirante, lo que no se conoce no se entiende, y lo que no se entiende...,-le miró de nuevo- se odia. A veces -prosiguió-, los gusanos se convierten en mariposas ¿sabe?

Por primera vez en aquella conversación Adama le dirigió la mirada.

-Un insecto siempre será un insecto -y sin más explicaciones se dio la vuelta y desapareció.

Volvió a mirar al horizonte, a Laura. Los niños se agolpaban a su alrededor buscando la atención de su maestra. Podía verla organizándolos, mostrándose justa, cuidándolos, mimándolos. Podía verla reír, brillar. Podía ver lo que durante cuatro largos años había tratado de hacer con lo que quedaba de la humanidad en aquel reducido grupo de niños. Distinguió con suma claridad, incluso desde aquel saliente angosto, su ansia por protegerlos. Por protegerlos a todos.

Sonrió ante la certeza de que, por fin, todo era como debería ser.

***

FIN

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