Escribí este texto el martes de la semana pasada, después de que el mensaje de un hermano en Cristo me hiciera reflexionar.
Hoy mismo salí con una remera que tiene escrito bien grande "Jesús se jugó por mí". Y hoy me sentí muy bien, porque cuando iba por la calle la gente me miraba. Algunos ponían cara rara, como de "esta está re loca". Pero un tipo en Plaza Once estaba repartiendo folletos y empezó a los gritos "Jesús se jugó por mí!!!". "Por supuesto que se jugó!!!" le dije yo. Y me dio un folleto. La gente nos escuchó y nos vio con una enorme sonrisa a ambos. Y no sé si alguien se habrá sentido tocado, pero sé que muchos escucharon al menos. Y la frase pega.
"Jesús se jugó por mí!!!". Hoy lo dije a los cuatro vientos con sólo llevar esta remera. ¿Pero por qué a veces no me juego? Digo, cuando no tengo esta remera puesta, ¿qué hago yo para jugarme por Jesús?
Llevar una remera así es como que "obliga". Obliga a portarse como alguien que siente que Jesús se jugó. Obliga a "andar como es digno de la vocación con que fuisteis llamados". Obliga a hablar si alguien pregunta. Y obliga también a los otros a ver.
¿Pero qué hacemos cuando no hay nada que obligue? ¿Qué pasa cuando no andamos con el cartel de neón que nos enfoque?
En general nos escondemos. No hablamos. No generamos preguntas en los otros. No les decimos abiertamente "Jesús se jugó por mí", o cualquier otra cosa que podamos decir a la gente para mostrarles nuestra condición de seguidores de Cristo.
¿Qué pasará mañana? Mañana salgo con una remera diferente. Lisa, sin nada. ¿Qué haré?
Voy a preparar papelitos con algún versículo y los voy a regalar. Al vendedor de la parada del 129, al que tenga delante mío en la fila, a mi compañera de banco, a mis compañeros de enfrente. Y le voy a escribir el mismo versículo a la gente con la que chatee, cristianos o no. Quizá sea el instrumento que Dios use a su tiempo para abrirles los ojos.