Es original, es slash y se ha llevado un premio. Do I need to say more?
Mis dedicaciones a
the_black_kiss por el apoyo demostrado, a
kill_me_thrice quien ha ganado el primer premio de primer ciclo, también con un relato de temática slash, muchas felicidades guapetona, a
amaitsubasa que ha ganado el segundo premio de segundo ciclo, que es mi compañera de clase y que me ha apoyado un montón durante los días de nervios previos a la entrega de premios, a Sandra que no tiene LiveJournal pero que se merece la dedicación igualmente por el apoyo, la insistencia y su amistad que no tiene precio, a
idune porque ella me metió en el fandom que más he reventado y gracias al cual he crecido más como escritora, independientemente de que el relato que estáis a punto de leer sea un original, y añado que además la muchachita fue la que me hizo tirar de esta idea, a todos mis compañeros de 3º C que aunque a veces tengamos piques son unos soles y me han felicitado tanto que me he puesto roja y a llorar de la emoción, al resto de compañeros del insti que me han felicitado y a los cuatro selectos que se empeñaban en decirme que tenía el premio ganado incluso antes de haber enviado el relato, y finalmente pero NO MENOS IMPORTANTE REPITO QUE NO MENOS IMPORTANTE (casi casi la dedicación más importante de todas xD) *toma aire* a
notyourshot, porque sin ella este relato nunca hubiese sido posible. Aún recuerdo las largas horas hablando de él, de cómo iba a ser en inglés y de su precuela y de por qué la niña se llama Sarah. Y de la secuela y de la buena mujer que aun así no era buena del todo, y de la custodia y de cómo el apartamento gris del rascacielos poseía ahora un toque de presencia femenina en el ambiente y de cómo las paredes ahora estaban forradas en un verde muy ligero. Y de cómo hacía el chico, de la hija de él, un muchacito de trece o catorce años por la forma en que maldecía como un marinero hambriento, y por la forma en que prefería una videoconsola a un vestido. Y de la forma en que el chico consiguió que él no se arrepintiese de haberle quitado su niña a la que fuera la esposa tiempo atrás.
(Y a My Chemical Romance por componer Cubicles, que la verdad es que toda la idea surgió de la primera estrofa de esa canción, de su música que me inspira un montón, y de la letra que le da nombre al cut.)
Afuera llueve.
Lo sabe porque le gusta apoyar la frente contra el cristal que le deja ver toda la ciudad desde lo alto de su torre. Porque es un constante recordatorio de que él es el rey, la mano que mece los hilos que se estiran como un chicle y se rompen como una pieza de porcelana.
Y está tan metido en su propio mundo que no lo hubiese advertido si no fuese porque el débil repiqueteo de las gotas ha enfriado tanto el cristal que se ha formado vaho al compás de su ronroneo suave, de su respiración.
Se aparta del cristal y dispara una última mirada a la ciudad, una de esas que atraviesan como balas de plata. Mira el reloj.
Escucha sonidos suaves provenientes del exterior del apartamento, el ascensor subiendo. El ruido de llaves encajando en la cerradura y una puerta al cerrarse, y pasos que se borran a sí mismos cuando su dueño enciende la televisión que emite una voz suave y femenina.
Alguien ha muerto en un accidente de tráfico y un pez gordo va a abrir un centro comercial a media hora de aquí. Un gasto de tiempo y dinero, si preguntas al chico, que acaba de sentarse en la moqueta gris de su apartamento y escucha los sonidos que provenien del inmediatamente superior al suyo.
Mueve la cabeza a un lado y al otro, espalda contra la pared y piernas flexionadas haciéndose casi una pelota.
Sabe bien que él ha llegado a casa, y no pasa un minuto desde que los sonidos débiles se apagan hasta que los pasos resuenan por las escaleras, y se levanta para abrirle la puerta y cuando lo hace, le encuentra con el pelo revuelto y las mejillas encendidas del color de las cerezas. Y con el aliento perdido en algún punto entre el piso de arriba y las escaleras que los separan.
No pierde más tiempo y le invita a entrar, y ni siquiera se permite a sí mismo cerrar la puerta cuando ya lo ha sujetado con fuerza por los hombros y lo ha clavado contra la superficie de madera dura, y le muerde con suavidad la clavícula que sobresale porque dios, está muy delgado y las manos, las manos.
Las manos ya ni le responden porque se le han agarrotado de sujetarle los hombros con tanta fuerza, y se dejan resbalar como si fuese cosa de cada día por debajo de la camiseta. Y es que es cosa de cada día, la verdad.
Sólo que nunca se ha parado a pensar, nunca se ha dado cuenta de las horas que le parecen malditas hasta que dan las cinco y escucha las llaves en la cerradura y sabe que él está aquí un día más, y es que nunca se ha dado cuenta de cómo sería capaz de rezar a cada dios del universo para no ser privado de su ración diaria de él. Nunca ha reparado en cuán intoxicado está.
Aunque él sí. Porque hace ese tipo de cosas y otra vez las manos, dios. Las manos de él que no quieren quedarse atrás y se le enredan en el pelo y estiran, y tiene que ahogarse en un gemido porque duele cuando te tiran del pelo.
Y aunque sabe que no le quedan fuerzas si las tuviera se daría cuenta de que él es el único que se ha parado a pensar en eso que tienen y que sabe que está com la soga al cuello porque ya no puede callarse más tiempo porque su pecho amenaza con reventar y manchar las paredes blanco enfermizo con enormes pinceladas de sentimientos.
Y aunque sabe que no le quedan ganas si las tuviera sabría que los papeles en su escritorio están revueltos, que él sabe por qué hace esto. Y que sabe que también siente pero no dice. Porque no sabe que siente, no sabe qué siente.
***
No sabes cómo lo haces.
Pero desde hace un tiempo el pasado viene queriendo volver a encontrarte. Y lo ha conseguido, se ha marcado un punto bastante molesto cuando hoy a las cuatro de la tarde has llegado a casa y has encontrado a tu hija Sarah esperando sentada en el sofá, balanceando los pies y golpeando la superficie donde se sienta con los talones de sus zapatitos de charol amarillo limón. Piensas que tiene los colores del sol.
La suave melodía que tu mujer tarareaba se ha hecho paso hasta tus oídos, y el dibujo que tu niña sostenía en las manos ha hecho que se te caiga el alma a los pies.
Un dibujo que te trae demasiados recuerdos de un pasado que nunca has querido olvidar.
El sol sigue brillando con una fuerza algo molesta y la niña sonríe.
Y el dibujo ahora en tus manos te lleva a hace seis años cuando vivías en un rascacielos de cristal y en tus ojos parecía haber inocencia, parecías no notar el gris de los cielos en estos días en los que vives tu vida cuando aquel chico un apartamento más abajo, pelo negro como las plumas de los cuervos y piel pálida como la porcelana, se anticipaba a tu llegada abriéndote la puerta a tu placer culpable de cada día.
El momento de mayor expectación se ha dado cuando Sarah ha tirado de tu brazo y te ha dicho que hace sol y quiere ir a pasear.
-Ahora voy, Sarah -y tu voz suena tan cansada que no pareces tú el que habla.
Solías tener una voz alegre, te decía el chico. Últimamente sólo te refieres a él como el chico y recuerdas perfectamente su nombre. Pero te parece mucho más cortés no pronunciarlo y te has acomodado en la sencillez del anonimato.
Dejas la ropa por el camino y no te molestas en esperar a que el agua se caliente, hace calor en pleno Junio y el sol está en un punto alto a estas horas del mediodía.
Y te duchas en menos de cinco minutos y para qué vas a molestarte en secarte el pelo. Recuerdas que le gustaba cuando tenías el pelo húmedo.
Qué ironía más grande, pero te has vestido con ropa que hace años que no utilizas y hasta te has puesto perfume. Sales del baño sin recoger las toallas sucias y tomas a tu pequeña en brazos, la llevas a que le de un beso a su madre. No te molestas ya en llamarla tu mujer.
Y no sé, habrá sido que hoy has tomado un camino distinto porque llegar a la plaza de las palomas se te ha hecho muy corto, y Sarah te tira del borde de la camiseta y te acercas con ella a un puesto a comprar una bolsita de alpiste para las palomas, con eso estará entretenida hasta que anochezca.
Se te hace impersonal la forma en que a Sarah es a la única a la que le pones nombre, siendo ese tu mayor recordatorio de lo que intentabas borrar de tu memoria. Se te hace implícito que sigues queriendo acordarte del chico moreno. Se te hace todo mucho más claro y mientras ves a tu hija de cinco años sentada como un indio, con las palomas dóciles comiendo de su mano en el centro de la plaza, su pelo rubio cayendo en cascada sobre su espalda, piensas que tu mujer es una buena mujer.
Y piensas que eso no quita que se emborrache, y que te engañe, y que tres de cada cuatro palabras que Sarah haya aprendido de ella sean insultos. No lo quita.
Pero dejas de pensar porque le ves y tus ojos han cambiado pero él no. Se acerca a ti.
-Cuanto tiempo.
Asientes y no sabes cómo te ha reconocido. El caso es que lleva los vaqueros que te gustaban y acabas de acordarte del por qué.
-Sigo viviendo en el rascacielos.
-Sigues siendo un artista incomprendido, supongo.
-Bueno, hay cosas que no cambian -te responde, y crees leer sus palabras entre líneas.
-No, supongo. No sé.
Y la niña se levanta del suelo y se sacude, y las palomas salen volando en dirección al cielo de un azul tan puro que parece irreal.
-Es el hombre de las fotos.
Asientes y le tomas la manita con fuerza.
-Di hola, Sarah.
-Hola, hombre raro de las fotos.
-¡Sarah!
Pero la pequeña niña sólo se ríe y él también.
Siempre te ha recordado a él más que por el nombre, por la manera de ser.
Le alborota el pelo rubio. Sus manos.
Retiras la vista sonrojado, como cuando bajabas las escaleras deprisa para ir a verle. Sólo a él.
-Tengo una, eh. Una mujer y bueno, no sé. Es buena, pero problemática. Y quiero mucho a mi hija y voy a pedir la custodia, ¿sabes?
-Sigues hablando mucho.
-Sigues siendo muy callado-contraatacas, seguro de que ha entendido tus dobles intenciones.
-Papá. ¿Es el señor que dibujaba?
No, por favor. No. Otra vez los dibujos.
-Sí.
-Señor -dice la niña, estirándole de la camisa blanca -. Dibujabas a mi papá.
Él asiente y hace ese sonido característico de él, ese que es como el ronroneo de un gato al dormir.
Y puedes palpar en esa conversación hueca toda la incomodidad, toda la tensión acumulada que amenaza con romperte los esquemas.
Quizá las pinzas están desgastadas y no sostienen las piezas de tu vida correctamente, pero ya las pegarás. Al menos las tienes, el problema es que te falta la pieza que tienes en frente para ocupar el sitio que obligas a tu mujer a abandonar.
Se aclara la garganta, y tú le susurras a tu niña que os vais a casa. Y ella no se quiere ir.
-Quiero quedarme con el hombre que dibuja.
-Vete a casa, Sarah -y casi le duele decir ese nombre.
-Bueno. Un día, me había dejado las llaves. En el escritorio, y vi la carta de tu hermano. Quería, ya sabes. Esto, acordarme de ti y de ella, era una buena amiga. Tuve una hija, y mi mujer quería ponerle otro nombre porque este es muy común. Pero nosotros, yo... Yo quería que se llamara Sarah.
-Bien.
Te das cuenta de que vacilas en tu hablar y que las palabras ya no parecen tan buena forma de comunicación, y por eso decides dar por terminada la conversación, y estás a punto de girar sobre tus talones cuando te repite lo que ya sabías.
-Me gustaban tus ojos porque eran inocentes, y no se daban cuenta de que el cielo era gris.
-Sí, eso solías decirme. Prometí no dejar la inocencia de lado, creo que lo hice.
Se acerca y te abraza y deja que sus dedos paseen por tu clavícula, tienes una cicatriz.
-Enhorabuena. Lo has conseguido.
Y no esperas que eso sea lo último que vaya a hacer en tu vida, pero su gesto es simple y refuerza sus palabras.
Refuerza sus palabras porque sabes que se refiere a aquella vez que le dijiste que iba a lamentar toda su vida haberte dejado escapar.
Significa demasiado para ti que admita que tenías razón, porque recuerdas que nunca acababan las horas de discusiones acerca de sus sentimientos, que o no existían o no supisteis encontrar.
Refuerza sus palabras ese gesto, vaya. Hace diez años que le conoces. Y desde la primera vez, marcó silenciosamente la única regla.
Y acaba de romperla con mucha delicadeza cuando por unos segundos ha tomado entre las suyas, dedos largos y finos y de procelana, tus manos.
No sé, significará algo. Te ha tocado las manos. Las manos.