Oct 14, 2011 23:10
Amenazamos y después no tenemos el valor de cumplir lo que decimos. La cobardía nos define.
Cuando algo nos molesta, nos supone un estorbo o simplemente resulta inconveniente tener que adaptarnos a otra persona, nos sentimos inmensamente valientes y dispuestos a tirarlo todo por la ventana. De alguna manera nos sentimos liberados de esa cárcel de amor.
Independientes. Capaces de salir a la calle con la cabeza bien alta. Ajenos a las preocupaciones que causaban tener a alguien que te espera.
Pero cuando conviene, cuando estamos bien, cuando sí es necesario tener a alguien que mire por nosotros... ya la cosa cambia.
Nos falta algo.
La vida no tiene sentido.
¡Pero si yo era feliz contigo!
No sabemos qué hacer con nuestros días que pasan desapercibidos.
Vacío.
Frío.
Sentimientos que se han quedado sin destinatario.
Un corazón roto y desconsolado y otro que se aleja lentamente sin darse cuenta de cómo afectan sus palabras.
Un cuchillo atravesando la blanda carne del corazón que ama, de aquél que se entrega fielmente al animal que devora.
¿Dónde está esa valentía que tanto nos caracterizaba? ¿Por qué no nos sentimos tan preparados?
Niños que lloran cuando les quitas su juguete favorito. Tan sólo somos eso.
Nos han arrebatado lo que más queremos, no nos hemos podido hacer a la idea, no hemos podido imaginar esa vida independiente y libre.
Entonces es cuando queremos que nos abracen.
Queremos tener una máquina del tiempo que nos devuelva a los días bonitos, aquellos donde nada importaba.
Y todo porque no fuimos nosotros los que tomamos la iniciativa.
No es igual renunciar a un amor a que se vayan de tu vida, que te nieguen las palabras, las caricias, los abrazos, los recuerdos.
Tiramos la primera piedra cuando nadie nos está mirando.
Escondemos la mano por si unos ojos curiosos nos han pillado.
Somos ilusos y aún creemos que somos valientes.
La cobardía nos define. Siempre.