Para:
serena-m-lupin.
Pareja: Ezio/Sofia.
Advertencia: durante Revelations, justo después de
esta escena en la guarida de los asesinos.
Sofia estaba inmersa en el volumen de Chaucer que sostenía entre las manos, uno que parecía haber llamado su atención por encima de los demás. Ezio permaneció a su lado, algunos pasos por detrás, contemplándola mientras sus ojos pasaban con rapidez por encima de cada palabra impresa en aquellas páginas. Había devoción y curiosidad brillando en ellos, y Ezio no pudo evitar que una sonrisa se formase en su rostro. Los novicios de la mesa más cercana le observaban divertidos.
-¿Quieres llevártelo?
Sofia dio un respingo al escuchar la voz de Ezio de repente.
-Ah, ¡perdón! Me he quedado embobada con el libro... -respondió con palabras apresuradas, algo atribulada-. No conocía este ejemplar de Los cuentos de Canterbury. Es francamente fascinante; pero no quiero importunarte a ti y a tus alumnos…
Antes de que Sofia pudiese continuar con su monólogo nervioso, Ezio llevó las manos hasta el volumen que ella todavía sujetaba y se lo ofreció. Un roce leve en el cuero de las tapas y los dedos de Sofia.
-Puedes quedártelo.
-Pero, Ezio… esto es una obra única. No puedo… es decir, ¿y si tus alumnos…?
El hombre lanzó una carcajada divertida y negó con la cabeza.
-No te preocupes. Tú sabrás apreciarlo mejor que cualquiera de estos… estudiantes -añadió no sin cierta ironía, dirigiendo una mirada de reojo al grupo que ahora parecía enfrascado en una conversación muy acalorada.
Los ojos de Sofia brillaron relucientes ante la perspectiva de poder obtener el ejemplar de Chaucer, aunque todavía parecía un tanto abochornada. Bajó la mirada hasta el libro, observándolo como quien contempla un tesoro único, y lo estrechó contra su cuerpo.
-Ezio, muchísimas gracias. No sé… ¿hay algo que pueda hacer para compensarte? Podría pagarte por él, si quieres. Tiene mucho valor.
Ezio negó con énfasis, y la sonrisa de sus labios se acentuó.
-Por favor, no es necesario, Sofia. Tómalo como un regalo por todos los ratos que paso a molestarte por la librería.
Sofia rió con suavidad, propinándole un golpe ligero en el antebrazo. La sombra de un sonrojo cruzó sus mejillas pálidas.
-No seas bobo -replicó-. Si quieres, puedes pasarte una tarde y te leeré algún capítulo.
-Me encantaría -respondió Ezio, sin la que sonrisa se borrase de sus labios.
Instó a Sofia a seguir investigando un poco más la colección de libros que crecía con cada visita que hacía a las librerías de Constantinopla; ella aceptó con cierta reticencia, insistiendo en que no quería ser una molestia. A Ezio no le agradaba la idea de que la pudieran relacionar con ese lugar; pero verla disfrutar tanto entre aquellas estanterías polvorientas empezaba a nublarle el juicio. A fin de cuentas, lo que le había llevado a acumular tantos libros había sido, en parte, conocer a Sofia.
Escuchó el murmullo de unas risas desde la mesa de los novicios, y Ezio les lanzó una mirada severa que les hizo enmudecer de inmediato. Ya se ocuparía más tarde de enseñar a sus aprendices a no reírse del mentor; sin embargo, por el momento, Ezio sólo disfrutó de la presencia de Sofia mientras recorría cada balda y estante, deleitándose con su voz alegre y jovial que le hablaba sin cesar de las mil y una aventuras o conocimientos ocultos que se escondían tras aquellas páginas.
Para:
mileya.
Personaje: Desmond, menciones a Lucy.
Advertencia: spoilers del final de Revelations.
Oía el ruido de pasos a su alrededor. Las voces de Shaun y Rebecca hablaban entre susurros, y una tercera persona pasaba hojas rápidamente. Desmond aún sentía los pinchazos cruzándole el cráneo de una punta a otra, los párpados pesados y la sensación constante de mareo. Hacía probablemente una o dos horas que había despertado, sin saber dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado encerrado en el laberinto del Animus y su subconsciente. Rebecca, a pesar de los intentos de Desmond por intentar decirles lo que había descubierto (sabía dónde tenían que ir; lo sabía), le había pedido que se recostase un rato para evitar cualquier daño cerebral secundario por la exposición al Animus. Si es que su cerebro podía soportar más daño del recibido.
Los recuerdos eran borrosos. Sujeto 16, el capítulo final de Ezio y aquella visión. Sin embargo, entre la maleza de imágenes que se agolpaban en su mente de ese período en coma, una apareció entre todas ellas para perseguirle: vio la mirada perdida de Lucy y sintió, de nuevo, cómo su propia mano hundía la hoja involuntariamente. Desmond mantuvo los ojos cerrados. La última memoria que tenía antes de haber caído. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Y por qué? ¿Por qué?
Sin respuestas, se encontró más perdido que nunca en aquella pesadilla, en aquella guerra de asesinos contra templarios. Y Desmond sabía que tendría que levantarse en unos minutos y continuar, porque no había llegado hasta ahí para quedarse de brazos cruzados. Demasiados años huyendo. Si esto era lo que el destino le deparaba, que así fuese. Aunque lo único que quisiese fuera desaparecer.
Pero el recuerdo permanecería imborrable; la visión de esa mirada atónita que se desvanecía, de la sangre caliente y del sentimiento de impotencia. Una imagen que le perseguiría en todo momento, en busca de una respuesta al constante por qué.
Un recuerdo que llevaría consigo hasta el final del viaje.