[fic] #19 Porno| Edward/Winry | Fullmetal Alchemist

Nov 16, 2008 21:41

Fandom: Fullmetal Alchemist.
Pareja: Edward/Winry.
Tabla: Vicios.
Prompt: #19 Porno.
Palabras: 2937.
Advertencias: lime. Menciones a la novela “The ties that bind” (pero nada relevante). [Editado un poco el final porque, releyéndolo, no me gustó]



A pesar de todo lo que Edward Elric hubiera pasado, vivido y sufrido en su vida, no dejaba de ser un chico que apenas había alcanzado los dieciocho años. Y si bien no podía presumir de haber tenido una pubertad y adolescencia llenas de discusiones con su madre por detalles nimios y hormonas, eso no le libraba de adquirir alguno de los hábitos más clásicos y comunes dentro del género masculino: esconder alguna revista de ésas que escandalizarían a las mentes más castas bajo el colchón de la cama.

Guardaba con recelo un par de ellas, que apenas sí recordaba de dónde las había sacado. Ahora que llevaba una vida corriente y rutinaria, podía darse el lujo de hojearlas de vez en cuando, a escondidas, por la noche. El resto, como dicen, es historia. Sin embargo, ése era un pequeño secreto que prefería mantener en el desconocimiento general, incluido su hermano.

Con lo que Edward no contaba era que, viviendo cuatro personas en una misma casa, finalmente hasta los secretos más encubiertos salían a la luz.

Ocurrió de forma imprevista. Una mañana como cualquier otra, Ed se levantó y salió a comprar el pan y hacer los recados puntuales que la abuela Pinako mandase. Solía ir pronto, ya que el pueblo estaba a un par de minutos de la casa y le gustaba aprovechar las mañanas. Después de encontrarse con algunos vecinos y charlar despreocupadamente con ellos sobre trivialidades, Edward había deshecho el camino hasta la casa. Estaba vacía. O eso le parecía.

En la cocina, la abuela le había dejado una nota. Al parecer tenía que hacer algunas visitas a clientes de la tienda, por rehabilitaciones y demás. Edward, ausente, dejó sus compras sobre el aparador y decidió regresar hasta su dormitorio para ponerse algo más cómodo y, quizás, practicar al aire libre un rato. Le extrañó la ausencia de alboroto. Alphonse estaba de viaje por dos días en Lambsear, para hacerse con algunos libros que seguramente encontraría en la librería de los Egger (y de paso, saludar a Kip y sus padres). Pinako se había marchado. Pero Winry tendría que estar en la casa, y sin embargo no se escuchaba un solo sonido.

Estará durmiendo, como siempre, pensó con fastidio. Winry, por lo general, se acostaba a las tantas de la madrugada; encerrada en el taller e inmersa en su trabajo. Se justificaba diciendo que, ahora que el señor Garfiel no estaba para asistirla, tenía que trabajar con más ahínco y perfeccionar sus diseños. Tanto él, como Alphonse o la abuela la reprendían y no se iban a la cama sin llamarle la atención una o dos veces, a lo que ella asentía haciendo caso omiso de sus reprimendas. Luego, como era obvio, la muchacha no despertaba antes de las once de la mañana.

Lanzó un suspiro, aburrido. Frente a la puerta de su habitación, Den rascaba con una pata la superficie de madera; como si quisiera señalar algo. Ignorando al animal Edward abrió la puerta, acariciándole la cabeza.

Sin embargo, nada más entrar en el cuarto algo le hizo dar un respingo y su corazón empezó a bombear con mayor velocidad de la recomendable.

Sobre su cama, recostada bocabajo estaba Winry. Hasta ahí, habría sido relativamente normal. Pero la muchacha, con los brazos apoyados sobre la colcha, sostenía entre sus manos una revista. Y si estaba en su dormitorio, precisa y específicamente, sólo podía ser una de esas revistas. Ésas. Ver a Winry tan tranquila mirando una era algo que su cerebro no lograba registrar. Era tan incoherente, absurdo y disparatado como decir “noche soleada” o “sal dulce”. Notó su mandíbula desencajada y el sudor frío que recorría cada centímetro de su cuerpo.

Ella advirtió su presencia. Sonrió, con esa curva pícara y maliciosa que empleaba siempre que su propósito era burlarse de él o tocarle las narices.

―Qué pronto has vuelto, Ed.

Un click se oyó dentro de la cabeza de Edward. Tenía que detenerla. Ya.

―¿QUÉ COJONES ESTÁS HACIENDO? ―bramó, acortando la distancia entre la puerta y la cama en un santiamén y abalanzándose sobre la revista―. ¡Dame eso, Winry!

Ella esquivó la embestida y se echó hacia atrás. De rodillas sobre la cama, agitaba la revista pornográfica por encima de ella.

―Oh, ¿es esto lo que quieres? ―la sonrisa se pronunció, con sorna.

Edward frunció el ceño y torció la boca, claramente molesto e impaciente por quitarle a Winry la publicación de las manos. El rubor aumentaba en sus mejillas por segundos.

―Déjalo ya, no tiene gracia ―farfulló, por lo bajo―. Dame la revista, Winry, o…

―¿O qué? ―soltó una risotada―. Vamos, Ed, no me hacía falta verlas para saber que las tenías.

Esa afirmación descolocó un tanto al joven alquimista. Su sonrojo incrementó y peleó sin suerte con la muchacha para quitarle la revista de las manos; pero ella sorteaba sus brazos, hábil, mientras Edward acabó por subirse también a la cama.

Para sorpresa de Winry, Edward no comenzó a arremeter para quitársela; sino que, contra todo pronóstico, llevó sus manos hasta los costados de Winry, descubiertos ya que sólo llevaba el top negro junto al mono de trabajo, y empezó a hacerle cosquillas. Punto para Ed, pensó, porque había sabido contraatacar con lo que le más le dolía.

Sin poder evitarlo, Winry cayó de espaldas al tiempo que se retorcía y reía a carcajada limpia, tratando en vano que Edward detuviese su tortura. Él aprovechó el instante y atrapó las muñecas de Winry con una mano y la inmovilizó, sosteniéndolas por encima de la cabeza de ella. Todavía con el ceño fruncido, luchó por arrancar la revista del fuerte agarre de los dedos de Winry con su otra mano. Ella, aunque exhausta después de la sesión de cosquillas intensivas, no estaba dispuesta a capitular tan rápidamente y no permitió que Edward se la arrebatase. Retomó el ritmo normal de respiración, después de tantas carcajadas, y una lagrimilla caía de su ojo derecho.

Ambos estaban demasiado ocupados, uno sujetando con fuerza y la otra evitando que él lograse su objetivo, como para percatarse de que Edward estaba totalmente encima de ella, sentado a horcajadas.

―Winry… ―siseó Ed, amenazante.

Ella le encaró. Ese movimiento pareció ser suficiente como para que Edward se diese cuenta de la situación. Él. Sobre Winry. Inmovilizándola. El top, que dejaba poco a la imaginación.

Tragó saliva. Sus mejillas adquirieron un rojo más oscuro si cabe. Sin embargo, sus extremidades parecían no responder y su cuerpo entero quedó paralizado en aquella impúdica postura.

Se olvidó de la revista. Ni siquiera recordaba cómo había acabado ahí.

―¿Te has rendido? ―murmuró ella, con un leve indicio de socarronería que quedó apagado por la suave voz y el volumen bajito en el que habló.

―¿Por qué has entrado? ―fue lo único que se le ocurrió decir. Como una pregunta que tenía preparada y que no había encontrado el momento de ser enunciada.

―Buscaba aceite para los engranajes, y recuerdo que te di un bote lleno la semana pasada.

Él hizo un mohín.

―¿Y por qué tenías eso? ―movió la cabeza, señalando la revista que aún sostenía Winry.

Ella rió un poco.

―Me puse a rebuscar y rebuscar… ―un ligero azoramiento cruzó su rostro―; luego me pareció bien echar un vistazo.

―Eso es cotillear en los objetos personales ajenos ―inquirió, dolido.

―Oh, vamos Ed. Vale que no tendría que haberlo hecho pero… tampoco es para tanto ―respondió, poniendo los ojos en blanco―; sólo son revistas guarras.

Proclamarlo de forma tan abierta hizo que un escalofrío recorriese la espalda de Ed, que se movió nervioso y avergonzado. Winry no pudo contener la risa, aunque esta vez no tenía nada que ver con cosquillas. Él volvió el rostro de nuevo hacia la chica, igual o más abochornado, e increpó:

―¿De qué te ríes?

―De ti, idiota ―dijo, con la sonrisa pintada en la cara―. No tienes que avergonzarte por esto ―sacudió la revista―; al menos eso demuestra que eres humano, aparte de un friki de la alquimia.

Él resopló y murmuró algo como “imbécil”, más para el cuello de la camisa, y la soltó. Hizo el amago de incorporarse y salir corriendo del dormitorio; pero Winry, casi de forma automática, agarró su corbata y lo retuvo allí.

Edward, colorado hasta la médula, balbució algo, hecho un manojo de nervios, y arrugó el entrecejo.

―No te vayas ―dijo, con pasmosa normalidad.

El corazón de Edward se desbocó dentro de su pecho, y pudo sentir su estómago dando un vuelco. Tembló.

―¿Qué? ―espetó.

―Así… ―Winry todavía sujetaba la corbata de Ed, y comenzó a tirar de ella haciendo que él, poco a poco, bajase su rostro― estamos bien. ¿No?

Mentalmente, Edward intentó recordar qué demonios les había llevado a estar allí. Pero cuando Winry acortó la distancia entre ambos y pasó sus manos por detrás de su cuello, decidió que no iba a sacar nada en claro y que no le importaba en lo más mínimo. El hecho de estar literalmente pegado al cuerpo de Winry, de tal forma que sentía sus pechos apretados contra su torso, imperaba sobre cualquiera otro pensamiento que pudiera ocupar a su mente en esos momentos. El hecho de que ella le había retenido y le estaba besando, por primera vez. Con ella.

Se sintió torpe y nervioso y estúpido. Pero le gustaba. La humedad de la boca de Winry contra la suya, el roce de sus dedos suaves sobre su cuello, el vientre desnudo y los pechos redondos. Intentó recordar alguna película, libro (o incluso revista) que le indicase cómo seguir. Sólo Winry se movía, pausada, mientras que él se había quedado petrificado. Trató de introducir la punta de su lengua entre los labios de ella, que pareció entender y le dio luz verde. Edward la notaba ahora más cerca que nunca, mientras movía su lengua dentro de la boca, nervioso. Tropezaba con la de ella, se enredaban, los labios se humedecían. Ella intentaba hacer lo mismo, pero Edward, con los ojos cerrados, no era consciente y cada vez profundizaba más y más el beso.

No paró hasta que las manos de Winry se posaron sobre su pecho y le obligó a apartarse un poco. Abruptamente, cortó el beso y durante unos segundos la observó entre desconcertado y embobado. Ella tomó aire y sonrió.

―Tómatelo con calma ―susurró con suavidad.

Ed se ruborizó aún más y agachó la cabeza. Inconscientemente, sus pupilas quedaron fijas sobre su busto. No era ni demasiado grande ni demasiado pequeño, el tamaño perfecto; bajo la prenda ajustada se adivinaban redondos y comprobó con sofoco que tan poca tela no ocultaba los pezones erectos. Winry colocó su mano sobre su barbilla y le obligó a mirarla.

Con lentitud, sin apartar la vista de él, Winry tomó su mano izquierda y la condujo poco a poco hasta su pecho. Edward separó los labios unos centímetros, pero de su garganta no salió ningún sonido. Sentía los latidos del corazón de ella entre sus dedos.

―Esto… pero… q-qué… ―balbució de forma incomprensible. Las palabras atropelladas agolpadas en su boca.

Winry llevó su dedo índice a su boca y le dedicó una sonrisa.

―No hables. Sólo tienes que quitármelo ―dijo.

Edward dio un respingo y sus párpados se abrieron de par en par.

―¿Quitártelo… ?―repitió.

Ella puso los ojos en blanco y ahogó la risita. Luego volvió a esbozar una sonrisa.

―El top ―respondió, alargando las vocales.

Tragó saliva.

―Imagina que soy una de las chicas de esa revista ―añadió burlona, sacando la lengua.

El comentario hizo que Edward estrechase sus ojos, con ceño fruncido.

―No digas eso.

Los ojos de Winry se ensancharon, sorprendida.

―¿Qué hay de malo?

Edward lanzó un bufido. Carraspeó.

―No pienso compararte con tías que cobran para salir desnudas en revistas con las que los tíos se la menean ―afirmó, muy serio.

―Tíos como tú ¿no? ―los labios de Winry se curvaron con malicia.

El rostro de Ed se contrajo, ofendido y volvió a resoplar.

―Imbécil ―masculló. Pero el intercambio de palabras pareció darle el valor para subir, pausado, el top hacia arriba.

Los dos pechos quedaron al descubierto. Eran blancos, redondos, con pezones oscuros y pequeños. Para otros serían normales y no particularmente especiales, pero a él le parecieron mucho más bonitos que cualquiera que hubiera visto en las dichosas revistas. Que fueran de Winry quizás tenía mucho que ver con ese hecho.

Lanzó una mirada furtiva hacia Winry. Ésta asintió e hizo un ademán con la cabeza. Edward lo tomó como un asentimiento. Su boca descendió hasta uno de los pezones; comenzó a lamerlo, intentando recordar cómo lo había visto hacer en alguna de las páginas de las malditas revistas. Movía sus labios alrededor de él, lamiéndolo. Su cuerpo entero temblaba y bajo sus pantalones notaba la presión de una creciente erección. Los gemidos agudos y suaves que comenzó a suspirar Winry no ayudaron; pero repitió el mismo ritual con su lengua, tan sólo por volver a escucharla. Su vientre subía y bajaba, arqueó la espalda para darle mejor acceso.

Como un acto reflejo, su mano izquierda comenzó a deslizarse sobre el vientre mientras que con la otra la sostenía de la cintura. El vello fino y rubio que cubría su estómago se erizó y Edward sintió el escalofrío. Tomó eso como una señal de que lo estaba haciendo más o menos bien, a pesar de que no podía dejar de tiritar y no de frío precisamente. Mientras, cambió su boca y la llevó hasta el otro pecho, repartiendo besos esporádicos sobre el esternón. Winry llevó sus manos hacia la cabellera dorada de Edward y enredó los dedos entre las hebras rubias, conteniendo los suspiros.

Entonces una vocecita le siseó mentalmente. Deberías hacerlo, hasta ahí, donde la volverás loca, decía. Muy rápido, es demasiado rápido se repetía él a modo de respuesta. Pero la mano que jugueteaba alrededor de su ombligo estaba al borde; si bajaba más, llegaría hasta allí. Vaciló. Winry debió notar el parón de actividad de Edward y le obligó a encararla.

―¿Pasa algo? ―musitó; estaba azorada, un leve tono rojizo cubriendo su rostro.

―Eh… ―comenzó a decir, pero Winry se percató del lugar en el que estaba la mano de Ed. Su sonrojo aumentó. Ahora ni ella parecía la más decidida de los dos.

―Hazlo ―dijo determinada, aunque su voz sonó quebrada.

Obediente, su mano serpenteó hasta colarse por en medio del mono de trabajo. Rozó la tela de la ropa interior, y sin pensarlo dos veces hundió su mano. La zona estaba caliente y húmeda; él, instintivamente, llevó sus dedos entre los labios y comenzó a acariciar con suavidad y tratando que su nerviosismo no estropease aquello. Mantenía los párpados cerrados con fuerza. La yema de su dedo índice rozó el punto, y Winry lanzó un gemido, mucho más audible que los anteriores.

Pero entonces, como las trompetas que anuncian el juicio final, el ruido seco de la puerta de entrada cerrándose y el tintineo de una llaves hizo que tanto Winry como Edward se irguiesen de inmeditado. Oyeron la voz de Pinako, que le hablaba a Den y dejaba una bolsa llena de herramientas en el suelo.

El mundo parecía haberse congelado. Winry y Ed se miraron, en silencio. Entonces, repentinamente, el rostro de Winry se contrajo en una mueca de horror.

―¡Quita esa mano! ―empujó a Edward, que sacó la mano de entre las piernas, y de un brinco se levantó de la cama.

Ed pareció reaccionar y se puso en pie de un salto, maldiciendo y jurando en silencio.

―Joder, joder, joder ―farfullaba―. Esto es por tu culpa ―inquirió, clavando sus ojos en Winry, que tenía problemas para subirse la ropa interior y el mono.

―Cállate, tú empezaste con las cosquillas ―espetó apurada, atándose las mangas a la cintura.

―Si tú no hubieras entrado a urgar en primer lugar… ―repuso él, lanzando miradas furtivas por la hendija de la puerta y arreglándose la corbata y el pelo.

―¡Mierda! ―bramó Winry, tapándose el pecho con un brazo―. ¿Dónde has dejado el top?

Ed arqueó una ceja, incrédulo.

―¡Tú te lo has sacado!

Ambos se lanzaron sobre la cama a buscar la prenda perdida, en un manojo de insultos y empujones. Oían los pasos lánguidos de la abuela, que vagaba de la cocina al salón y del salón a la cocina. Por ahora. No tardaría en ir a despertar a una supuesta Winry dormida o a buscarle a él.

Winry ahogó un gritito cuando encontró el top de la discordia oculto entre los pliegues de la colcha. Apurada se lo puso para después sujetarse bien el pañuelo salmón que llevaba en la cabeza y el resto de la ropa. Cuando se dio a sí misma el visto bueno, y oyeron los pasos de Pinako cada vez más próximos, se encaminó hacia la puerta, saludando a gritos con un “¡Hola abuela! ¿De donde vienes?”.

Edward se quedó allí en medio, quieto. La sangre no llegaba a su cerebro -demasiado acumulada en otra zona-, y todavía no daba crédito a lo que había sucedido. Retrocedió, como atontado, y se sentó en el borde de la cama. Cerca de la cabecera estaba la revista que Winry había encontrado. La tomó y la hojeó.

Seguramente Winry desaparecería por horas en el taller. Y él no podía ir ni hacer nada en ese estado. Decidió que haría un último uso de la revista, aunque con el recuerdo fresco de Winry creía que tenía más que suficiente.

Crossposteado en 30vicios y fma_esp.

= fandom: fullmetal alchemist, ! fanfic, @ tabla: vicios, p: fma: edward/winry

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