El mundo gira
A veces lo haces, y quiero asomarme.
A veces, un poco, como si no importara. Porque no importa y es la cuestión.
Estornudo y dices “Jesús”. Casi preocupante pensar en esto. Fácil de interpretar. Demasiado solo. Demasiado tiempo. Y no. Y justo lo contrario. Contigo, país a través. De caso en caso. Mañanas en la oficina con luz artificial. Salir y fijarme en cómo respiras hondo. Las noches cerradas con planes precisos en un motel: Estudiar el caso, acompañarnos en la cena, hablar por hablar. Discutir por discutir. Sobre nada. Sobre todo.
Las partes concisas que forman el todo. Los límites difusos de un trabajo. Compañeros y amigos.
A veces lo haces. Contar una anécdota, hablar del tiempo, cantar una canción.
María, I just met a girl called María.
Esas cosas tontas que escapan a través de la indudable profesionalidad que te caracteriza. Esas miguitas en el camino para decir “Estamos juntos y resulta cómodo”.
Resulta más que cómodo. Resulta esa costumbre a la que uno no se acostumbra ni quiere. Resulta cercano.
Saber cuando mientes, cuando sientes que has dicho demasiado, cuando te da rabia que te quite la razón, cuando es orgullo más que ciencia (aunque lo sea también), cuando estás a gusto.
Te recuestas en el asiento hablando de nada y de todo, los párpados lentos mientras murmuras que conducirás si estoy cansado.
Y hay que pensar en esas cosas en las que rara vez pienso sobre el milagro de cada día y las cosas que de verdad importan. La costumbre acechante de los lugares conocidos. Un miedo vertiginoso que habla de peligros ocultos, del miedo a perder, del miedo a los cambios. De qué ocurrirá al dar otro paso. Qué ocurriría si me pongo de puntillas para mirar qué hay detrás de cada gesto tuyo.
Conocerte de verdad. Dar ese gran salto. Detenerme en las cosas pequeñas que haces, que son sólo tuyas, dejar de mirar desde fuera. Dejar de evitar mirar.
Porque quiero asomarme a cada detalle. No acostumbrarme pero sentir el calor de esa costumbre.
Sólo por si acaso. Ambas cosas, sólo por si acaso.
A veces, un poco, como si no importara. Porque no importa y es la cuestión.
Estornudo y dices “Jesús”. Casi preocupante pensar en esto. Fácil de interpretar. Demasiado solo. Demasiado tiempo. Y no. Y justo lo contrario. Contigo, país a través. De caso en caso. Mañanas en la oficina con luz artificial. Salir y fijarme en cómo respiras hondo. Las noches cerradas con planes precisos en un motel: Estudiar el caso, acompañarnos en la cena, hablar por hablar. Discutir por discutir. Sobre nada. Sobre todo.
Las partes concisas que forman el todo. Los límites difusos de un trabajo. Compañeros y amigos.
A veces lo haces. Contar una anécdota, hablar del tiempo, cantar una canción.
María, I just met a girl called María.
Esas cosas tontas que escapan a través de la indudable profesionalidad que te caracteriza. Esas miguitas en el camino para decir “Estamos juntos y resulta cómodo”.
Resulta más que cómodo. Resulta esa costumbre a la que uno no se acostumbra ni quiere. Resulta cercano.
Saber cuando mientes, cuando sientes que has dicho demasiado, cuando te da rabia que te quite la razón, cuando es orgullo más que ciencia (aunque lo sea también), cuando estás a gusto.
Te recuestas en el asiento hablando de nada y de todo, los párpados lentos mientras murmuras que conducirás si estoy cansado.
Y hay que pensar en esas cosas en las que rara vez pienso sobre el milagro de cada día y las cosas que de verdad importan. La costumbre acechante de los lugares conocidos. Un miedo vertiginoso que habla de peligros ocultos, del miedo a perder, del miedo a los cambios. De qué ocurrirá al dar otro paso. Qué ocurriría si me pongo de puntillas para mirar qué hay detrás de cada gesto tuyo.
Conocerte de verdad. Dar ese gran salto. Detenerme en las cosas pequeñas que haces, que son sólo tuyas, dejar de mirar desde fuera. Dejar de evitar mirar.
Porque quiero asomarme a cada detalle. No acostumbrarme pero sentir el calor de esa costumbre.
Sólo por si acaso. Ambas cosas, sólo por si acaso.