Apr 24, 2008 22:36
La furgoneta blanca se apea sobre la acera y detiene su motor delante de un acceso al centro comercial. Mi reloj de “V - Los Visitantes” indica que son las nueve en punto de la mañana. Veo a un guarda del centro comercial acercarse hacia la furgoneta, así que indico con el rabillo del ojo que yo me ocupo de él.
Llevo media hora montando la parada de libros, en el C. C. Les Glorias y el cielo aparece despejado y limpio, sin trazos de nubes y con un ambiente soleado y tranquilo. A pocos metros de la parada, hay un quiosco que también pone libros. Apenas hemos terminado de colocar todos los libros cuando aparecen los primeros compradores en forma de trabajadores de oficina, señoras que acuden a comprar el pan y jubilados. El tenderete tiene forma de “L” de modo que nos acomodamos dentro, a la sombra de una planta que año tras año, parece desarrollar más follaje. Nos va de perlas, porque el Sol castiga muy duramente, de hecho, yo termino el día rojo.
Se vende lo más previsible, claro. Año tras año, se puede adivinar cuales son los más pedidos. La gente compra el suplemento del periódico el día anterior, y repasa con el dedo los títulos más esperados. Luego, a la mañana siguiente, se turnan para darme la brasa en grupos de seis a siete tipos. Hay familias enteras, sobretodo por la tarde, que se acercan al tenderete. Los niños palpan los libros y los examinan con rudeza ante la inexpresiva mirada de sus padres. Las mujeres leen más, así que son ellas las que muestran un interés más acusado. Los maridos sostienen los libros, más o menos, como si fueran una col de Bruselas. Lo giran en sus manos callosas y lo ponen en la pila de nuevo. De vez en cuando, me preguntan sobre tal o cual autor y yo, como puedo, les voy ayudando. Me encanta dar consejos, pero me mata que me pidan libros con indicaciones tan poco alentadoras como “Quiero un libro para una niña de doce años” y acompañan la petición con un gesto con la mano, indicando la altura del retoño. Es especialmente demoledor cuando dicen “Quiero un libro para una niña que no le gusta leer”. Es entonces cuando pido una pausa para ir al retrete. Me siento en la taza y retrocedo de cien a cero mentalmente, establezco otra vez el vacío de la mente, para poder afrontar las horas que me quedan por delante.
La gente viene y va de un modo muy arbitrario, generalmente en las pausas de la comida y al salir del trabajo. La recaudación este año ha sido espectacular, con algo más de 6000€ en ventas. He batido mi record vendiendo en un día, lo que el año pasado vendí en dos.
A la hora de recoger, sobre las ocho y media, nos encontramos con un obstáculo imprevisto. Un guardia de seguridad se acerca a mí y me dice que no podemos recoger hasta las diez. Según parece, no se pueden recoger los stands hasta las diez. El guardia de seguridad se acerca un poco más, y me doy cuenta que es bizco. No ligeramente, sino que tiene un ojo hacia el meridiano de Greenwich y el otro en los Apalaches. Hurgo en la cartera de responsable de parada, y me encuentro con un permiso claramente estipulado para desmontar cuando queramos, aprobado por la directora del centro comercial. Se lo doy para que lo lea. Entonces empieza a hablar a su botón de camisa que resulta ser un walkie talkie. “Alpha aquí en la plaza. GPS. Bravo, Asunto cambio autorización permiso parada. Alpha termino”
Me fascina que ese tipo con mirada de iguana hable de ese modo. Debajo de esa cabezonería seguro que hay el cuerpecillo de una persona que nunca pudo ingresar en el ejercito español. Lo probaría en el cuerpo de policía y de bomberos, con iguales resultados. Y ahí lo tienes, ciñéndose a las ordenes y dejándome entender que “no me puedo ir a mi casa hasta que no me de permiso”. Lo cual es tan ridículo como suena. ¿Qué se supone que debería hacer? El equipo se muestra indignado y les digo que desmonten todo sin hacer caso a “bisojo” como le he bautizado.
El tipo vuelve para decirnos que ya esta arreglado pero que la próxima vez les avisemos. ¿Para que? Para que me de permiso para irme a mi casa? Al diablo!
Esta mañana he llamado personalmente a la responsable del centro comercial para ajustarle las cuentas pero se ha escurrido como una comadreja. Le he pasado el tema a los jefes de la empresa, espero que ellos sepan transmitir mi enfado.