En la iglesia de San Pablo Santiago Sas, estaba despachando al último feligrés de la mañana en el confesionario. Después de dar la absolución, miró a través de las cortinillas granates, hacia los bancos por si quedaba alguno. Al ver que no lo esperaba ningún pecador, salio rápido del confesionario y, casi a l trote, llegó a la sacristía.
Mientras
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