Fui a ver la retrospectiva de Manet en Londres el pasado fin de semana. Pararse a mirar las cosas detenidamente, con un espirítu determinado, es lo que te hace sentir vivo. El caminar lento y el silencio respetuoso, el admirar la belleza en cada trazo.
De todas, la obra que más me impactó fue "El ferrocarril", por sus colores, por sus contradicciones.
Lo primero que llama la atención es que en la obra no se ve ningún ferrocarril, una nube de humo blanco que llena el centro de la obra sólo sugiere la presencia de una locomotora. La obra muestra dos figuras frente a las vías del ferrocarril de la Estación de San Lázaro. Sentada a la izquierda de la composición, la modelo Victorine Meurent, también retratada en otras obras de Manet como los polémicos "Olympia" y "Almuerzo sobre la hierba", mira directamente al observador del cuadro, como capturada por una instantánea. Ha hecho una parada en la lectura del libro que tiene en sus manos, mientras duerme en su regazo un cachorrito. Parece indiferente al ruido de la locomotora y da la impresión de que sólo interrumpió su lectura para mirar al espectador. Tampoco el perro parece inmutarse por el ruido de la locomotora, esa actitud tranquila contrasta con el bullicio que cabe esperar en esa escena. El color del vestido se encuentra degradado, iniciando con un negro intenso en las solapas para poco a poco ir dando lugar a un color azul. A su lado y de espaldas, agarrada a una verja, Suzanne, la hija del pintor Alphonse Hirsch, se asoma al foso de las vías del ferrocarril. Su vestido es, por el contrario, claro, blanco, sin mangas y con un lazo azul. Llama la atención que la niña esté de espaldas, que tenga la cara entre los barrotes, y se adivina que está maravillada y a la vez frustada. Hay quien piensa que es ella la verdadera protagonista del cuadro, aun de espaldas. Las verjas dividen el cuadro en dos, y el cuadro presenta un desdoblamiento debido a las dos maneras de mirar, hacia fuera y hacia dentro, de las protagonistas.