Reto: Imagen: Humo
Pintor/a: Acrílico
Título: Tragicomedia
Formato: 500words
Palabras: 500
Notas de Autor: Hacía verdaderamente siglos que no escribía nada así (teniendo en cuenta que hace un tiempo era lo único que escribía). Todo será más entendible si has leído Expelliarmus, porque es una primera persona de Horace.
Frikada para los rpgianos, St. Elmo es la marca de tabaco que fuma Horace, marca mágica/imaginaria que tenía desde hacía tiempo pero nunca recuerdo mencionar. La historia del nombre es larga, no la voy a contar xD.
Espero que os guste.
La ciudad es un tiovivo, pasa frente a mis ojos con una rapidez espeluznante, se desplaza motorizada hacia todos los lugares. A zancadas se recorren calles y más calles, en busca de un lugar al que acudir. Parejas, familias y amigos atraviesan pasos de cebra, totalmente ajenos a la verdad más absoluta, la verdad que yo se y estoy esperando en el callejón húmedo.
Estoy solo y a la vez no. Solo aunque rodeado de gente, camuflado en el azul prusia que tiene y siempre tendrá la ciudad de mis ensueños. Las esperas son todas cortas, aunque duren días o semanas. Imagina lo corto que se vuelve gozar del tiempo, cuando el aburrimiento es tan veloz.
Las aves -casi parásitos metropolitanos- que rapiñan migas de pan, mis zapatos negros y relucientes, el discontinuo espacio entre baldosas, el grisáceo humo adherido a las fachadas. Al cual estaba contribuyendo mientras saboreaba un St. Elmo entre mis labios. Eso es suficiente para mantenerme entretenido, aprendí a darle cierta importancia a todo en este mundo, para que no se volvieran a escapar nunca detalles importantes. Memorizarlo todo con liquida exactitud y poder viajar en el tiempo, nadando en mi mente, disfrutando del caliente confort de los recuerdos.
Y, a la vez, disfrutar el presente, como si nunca fuera a existir un futuro.
El futuro se avecinaba oscuro e inescrutable, como todos los futuros anteriores. Oí decir una vez a alguien, que la vida no era más que una tragicomedia en la que a veces se nos permitía improvisar, pero pertenecíamos a un guión ya dicho y publicado. Si creyese en ello, tendría un culpable a los desencantos de mi vida. Podría gritarle una revancha, devuélveme lo que un día fue mío y tú me arrebataste. Sin embargo, eso también significaría que todas mis elecciones y pensamientos no fueron realmente míos. Y nunca daría el mérito -o la culpa- a otro ser, ente o corriente de azar, pues yo estaba seguro de poseer una libertad y una concepción de la vida que era propia. Mis errores, mis aciertos, eran míos. Y no me arrepentía de ninguno de ellos. Pues siempre había obrado eligiendo a la vez con ambos Órganos, a mi placer. Mi vida.
Vi al contacto llegar por el otro extremo de la calle. Casi molesto, escapé de mis cavilaciones. Era su rostro, pero un rostro nunca es certeza de una identidad, así que esperé a que entrase en la pequeña tienda de objetos electrónicos. Su ropa no era la conveniente, saltaba a la vista de forma rápida que aquel hombre no era quien decía ser. Abrió la puerta y entró.
Di una última larga y profunda calada al exquisito tabaco. Su sabor era de las pocas cosas que no habían cambiado en los últimos años. Y salí de mi escondite de espía con pocos recursos, al encuentro del tiovivo. A enfrentarme con mí pequeña guerra. Que es si no la vida, una continua batalla para alcanzar la gloria y la paz, por fin.