Reto: #66 - Máquina.
Pintora: de Óleo.
Título: Me llamo Valeriè y soy una cobarde.
Formato: 1000 palabras.
Palabras: 1000.
Advertencias: Lime. Sí, lime. Spoiler, supongo *se encoge de hombros*
Notas de Autor: Mi primer aportación a la comunidad ^^. Es de Sucia Sociedad, obviamente. Sí, Trixie se cambió el nombre.
No se había dado cuenta, pero aquella vez, cuando su cabeza golpeó contra el respaldo de la cama fuertemente interrumpiéndolos, abrió los ojos. No sólo físicamente, claro que no.
Él la miró, la abrazó y se disculpó, durmiéndose al instante, sin llegar a nada. Ella lo estrechó entre sus brazos, negando con la cabeza, apretando los labios y sintiendo lágrimas caer por sus mejillas.
No volvería a pasar, pues ella no lo permitiría. Iba a hablar con él, a ponerle en claro que un matrimonio no se alimenta de sólo “hacer el amor”,
(que no lo hacían, pues ningún te amo salía de sus bocas)
sino también de comunicación, de un simple ¿cómo estás?, de un beso, por lo menos, al verse; el resto del día podían ignorarse, centrarse en lo suyo, pues de eso trataba: de confianza, de darse el espacio necesario para no estallar entre el agobio y la falta de oxígeno.
(léase entre líneas: no ahogar a la pareja con tanta muestra de aprecio)
Pero pasó, y nadie dijo nada.
Ella lo pensó de nuevo, trazó planes, diálogos; no se iba a dejar vencer por alguien que amaba, simplemente. No se iba a dejar vencer, ni iba a dejar que se fuera al infierno todo
(dos años no se dicen fácil)
sólo por una razón que ella desconocía. Permitirlo, no hablarlo y estarlo pensando sería una estupidez sin perdón.
(¿entonces ella lo fue? ¿no tenía perdón y era una estúpida?)
Razones buenas no tenía, pero sí todo un catálogo de excusas, de mentiras.
“No quiero estropear todo antes de... bueno, tú me entiendes.”
(nadie terminaba entendiendo)
“No se porta mal conmigo; simplemente está ausente. Es como una... máquina. Supongo que está un poquito... sobrecargado.”
(mentira, mentira, mentira)
“Y no me ignora, tampoco. No es tan... bueno, no es malo.”
(MENTIRA, MENTIRA)
Oh, y cómo le dolían. Los días en los cuales le preparaba el desayuno a cambio de un gracias o una sonrisa de felicidad, pero no; las noches, en las cuales él tenía sexo con ella
(porque no era hacer el amor, no lo era; eso ni siquiera llegaba a los talones)
y la lastimaba; las tardes, las cuales pasaba con Marizza tomando el té y mirando por la ventana o viendo una película romántica, de comedia o de acción, sin él.
Nunca en su vida pensó en suicidarse, puesto que tenía muy claro que lastimaba más de lo que se podía imaginar; así no era como ella iba a terminar, no, señor, así ella no iba a terminar. Nada de muñecas chorreando sangre a borbotones, nada de veneno corriendo por sus venas, nada de sedantes, de pastillas, nada.
Ella no iba
(por lo pronto)
a morir así.
Ella iba a morir vieja, al lado de su amado. Y no le importaba
(tonta, tonta, tonta)
si él la lastimaba tarde y noche, día tras día, mes tras mes, años enteros.
No era un cartel con letras intermitentes que decía pégame pero no me dejes, tampoco, pero podía soportarlo más.
Sólo un poco más...
No podía ser tan difícil. Antes había pasado por hambre, por golpes, por discriminación y una sarta de cosas más, así que no podía ser tan difícil.
(no hay nada más fácil que ver a tu esposo alejarse, nada y, adivinen, ¡no duele!)
Era difícil de creer que, teniendo una edad en la cual ella podía pensar bien, razonar bien, entender la situación sin algún obstáculo que la guiara a otro camino, ella no quisiera hablarlo.
Querer era poder,
(“no en todos los casos, Marizza, no entiendes”)
pero entonces ¿por qué no podía?
¿Tenía
(“no se te ocurra mencionarlo, sabes que no es verdad”)
miedo? Sí, era lo más probable.
¿Quién, que conociera a Lázaro, no le tenía miedo?
Eso no justificaba que ella tuviera que tenerle miedo, pues el tipo de relación era distinto, pero era obvio que lo tenía, que lo sentía; que se le erizaba la piel de sólo pensar en lo que hacía, en lo que podía hacer, los actos que
(matar, matar, matar)
podía cometer.
Ella no lo merecía. Ella no había pedido casarse con un asesino. Ella no pidió que eso sucediera. Llegó a pensarlo, pero nunca a verlo tan... ¿real?
(oh, tan real como oír los gritos de dolor que se confundían con los de placer; tan real como las lágrimas que derramaba después de concluído el acto)
¿doloroso, quizá?
Y ese día, ese maldito día en el cual se le había ocurrido, y en el que, por fin, se había decidido a acabar con ese terror, esa pesadilla, todo salió mal.
Él estaba ocupado
(ocupado, bien. ¿Y cuál era la ocupación de Lázaro? ¿Matar?)
y ella llegó antes de lo previsto, dando como consecuencia
(-No me voy a cansar de decirte tonta, Valeriè.
-Me llamo Trixie.
-Es lo de menos; quiero que vayas con él, le pidas un tiempo para hablar y hablen de lo que está pasando.
-No quiero interrumpirlo.
-No vas a interrumpirlo; levántate y anda.
-¡Entiende que no, Marizza! ¡No es no!
-¿Quieres perderlo? -Se levantó, enfrentándola. -¿Quieres perder al hombre que tanto amas, que ya no te hace el amor como antes, que ahora te ignora y no quieres saber el por qué? ¿No te duele?
Ella permaneció en silencio.
-Oh, claro que te duele, pero eres una tonta. Una vil y despreciable tonta. Y tonta no te llega a nada, no, a nada. -Daba vueltas por la habitación como loca, totalmente enojada. -¡Ve!
-¡No! ¡Deja de meterte en nuestras vidas!
-Oh, ¿vidas, dices? ¿Que no es ahora nadamás tu vida? ¿No lo ves? ¡Lo estás perdiendo, Valeriè Lecòur, lo estás perdiendo poco a poco y no te das cuenta!
Trixie -o Valeriè, ya no se sabía-, se tomó la cara entre las manos y empezó a llorar.
Vió todo de pronto lo que llevaban hasta ese día y no iba a perderlo. Dos años no se decían fácil.
No iba a perder a quien más amaba.
-Ahora vengo.)
su muerte.