Voy de lo más atrasada porque iba a hacer el
quinesobde QaF, pero después de El amor... mi musa necesita un respiro de Brian y Justin y esta noche ha pensado en algo distinto.
Fandom: Original
Personajes: Marcos/Sam (Samanta)
Rating: NR-17
Advertencias: Serie de relatos eróticos protagonizados por dos nuevos personajes, cada parte se centrará en un kink distinto. Porque hace siglos que me rondaba la idea de Fantasías, y porque por fin creo que me he inspirado lo suficiente.
Espero que os guste!
La maldita huelga de autobuses de nuevo, y Sam se ve obligada a usar el metro en lugar de su autobús de cada día. En plena hora punta, de modo que o bien se espera a que el siguiente tren vaya más vacío, arriesgándose a llegar tarde a trabajar, o se hace un hueco entre las personas que abarrotan el vagón.
Opta por lo segundo, dando codazos para avanzar hasta un rincón menos solicitado, levantando el brazo para sujetarse en las arandelas que cuelgan del techo. Es uno de esos días calurosos en que ha optado por una camisa de media manga para ir a trabajar, lo bastante ceñida como para quedar bien sin llegar a parecer que se va de fiesta. Aunque pronto se da cuenta, por las miradas apreciativas de algunos de los hombres que tiene cerca, que la camisa puede ser más sugerente ahora, con el brazo levantado también lo ha hecho la tela, mostrando parte de su vientre y su ombligo, los tejanos le marcan la cintura y dejan ver el color de su ropa interior, una línea negra entre el azul del pantalón y el pálido de su piel.
Se da la vuelta para no tener que aguantar insinuaciones lascivas, suspirando mientras piensa en algunos de los relatos eróticos que ha leído. En lo perfecto que sería un encuentro así en el metro.
Hace poco le regaló uno de esos libros con relatos eróticos para mujeres, treinta historias llenas de varias fantasías para todos los gustos, y puede que fuera un poco borracha o que tras el último orgasmo su cabeza estuviera aún flotando entre algodones, pero pensó qué demonios, puede ser divertido.
El corazón le late acelerado, anticipándose, y no fue ni el alcohol ni el deseo, es lo que esconde en su interior.
- Perdona.
Está perdida en sus pensamientos, de modo que murmura algo que suena a da igual, sin molestarse en mirar al dueño de la voz y del codo que acaba de clavarse en su estómago, haciéndole dar un respingo. Si lo hiciera se cruzaría con unos ojos verdes que empiezan a oscurecerse, un hombre con la camisa arremangada porque hace demasiado calor para llevar la americana puesta, y la corbata casi desanudada, mostrando su clavícula y el inicio de su pecho.
Marcos sí que la mira, la chica lleva el pelo recogido en un moño pero algunos de sus mechones rubios caen sobre su nuca, pegándose a ella por el sudor, desapareciendo bajo el cuello de la camisa. La de él es azul oscuro, la de ella blanca, y la siguiente parada les deja con menos espacio en el vagón y una excusa mejor para pegarse a su espalda. La imita, levantando el brazo para cogerse de la misma arandela que Sam, enredando los dedos entre los más finos de ella, que esta vez parece volver de donde sea que tuviera la cabeza, pestañeando como recién levantada de la cama, girando la cabeza con una expresión de sorpresa en los labios, que muere cuando se topa con su sonrisa. Marcos guiña un ojo y le parece adorable cómo se sonroja, lamiéndose los labios como si se le hubieran secado de repente, soplando un mechón de pelo que insiste en hacerle cosquillas en la nariz.
Se agacha hasta su oído, susurrándole, haciéndole cosquillas con el aliento, empieza a estar empalmado y por primera vez da gracias a esa jodida huelga, que le ha obligado a meterse en esa lata de sardinas que puede llegar a ser el metro.
- ¿Quieres jugar? - La chica se estremece, ladeando la cabeza hacia su voz, como un gato estirándose al sol, y sabe la respuesta antes de que ella asienta casi imperceptiblemente con la cabeza.
Lame su lóbulo con la punta de la lengua, atrapándolo entre los dientes, mordiendo y chupando a la vez, sonriendo cuando cree oírla gemir, mordiéndose el labio para no llamar la atención del resto de pasajeros. Nadie parece darse cuenta, están demasiado ocupados con sus propios problemas, pensando en horarios, calor y demás detalles que a ellos les parecen irrelevantes ahora mismo.
Sam sólo puede pensar en que tiene más calor que nunca, pero esta vez se inicia en su vientre, llenándola desde dentro, nunca se ha considerado una chica aventurera pero qué puede haber más atrevido que dejarse tocar, besar y morder por un hombre en el metro. Piensa en las personas que les rodean, en que quizás esa mujer que tienen delante levantará la vista de sus zapatos y les verá, cogiéndose de la mano en la sujeción, la otra de él quemándole la cintura, entre la tela de los vaqueros y su ombligo, su pulgar jugando con su piel y el resto de dedos bajo el elástico de sus bragas, su rostro hundido en su cuello, aún haciéndola jadear con sólo la lengua y los labios. O a lo mejor el chico que tiene a su lado tropezará con ellos y la erección de su acompañante se clavará aún más en su cuerpo, marcándola entre la espalda y las nalgas, aunque Sam quiere rogarle que doble las rodillas y la roce justo entre sus piernas, donde la humedad gana terreno por segundos.
Marcos acaricia como puede los rizos de su sexo, jugando con ellos porque no puede meter la mano más adentro, no si no quiere que les detengan por escándalo público, pero de alguna manera esto es más erótico, jugar con lo que podrían hacer, pulsar los nervios adecuados para que su piel se erice de deseo, para que la chica gima entre dientes, girando la cabeza para asomar la punta de su lengua al encuentro de la suya. La deja hacer, separando los labios y agachándose a su altura para besarla en condiciones, devorándola como si se conocieran de toda la vida, sabe a café y él a tabaco, pero ambos están demasiado absortos en su beso como para que los detalles importen. Sus lenguas se rozan una y otra vez, con la mano que tiene en su vientre la sujeta con fuerza contra él, en cuanto la ha visto, mostrando la curva de su estómago y el ombligo, ha sabido que era el momento de intentar cumplir una de sus fantasías. Le excita jugar en lugares públicos, y por la respuesta de su chica, ella opina lo mismo.
Baja la mano que tenía sujetando la de ella, acariciándole el brazo mientras lo hace, doblando las rodillas para estar a su altura, así puede rozar su erección entre sus piernas, jadea en su oído y besa su nuca, empujándola hacia delante cuando una de las paradas hace que las personas que les rodean se muevan, algunos hacia la salida y otros hacia los asientos, dejándoles un espacio libre en la esquina, junto a las puertas que no se abren.
Nadie parece extrañado por la pareja que está de espaldas al resto de los pasajeros, quizás porque ahora parece que él la esté cubriendo para que no la aplasten, tapándola con su cuerpo. Sam pone la mano en el cristal, sonríe cuando los dedos de él la imitan, llenando los huecos entre los suyos, parece una mano de diez dedos, y siempre le han excitado las manos de los hombres. Sobretodo cuando son más grandes que las suyas, más morenas, y fija su mirada en el reflejo, los ve a ambos, tienen los labios hinchados por el beso, él sonríe de nuevo, depredador, y Sam necesita que su mano deje de jugar con sus rizos de una maldita vez y acabe de meterse en sus pantalones, acallando el calor que tiene entre las piernas.
- ¿Quieres que te acaricie? ¿Quieres correrte? - Lo susurra y esta vez oye su voz, firme y clara. Ronca por el deseo, atreviéndose a vivir su propio cuento erótico.
- Sí.
- Dímelo.
La reta con la mirada, masturbándose contra su trasero, gimiendo por lo bajo, aislados del resto de mundo, como si el deseo les cubriera por completo y los hiciera invisibles.
Sam cierra los ojos, incapaz de seguir mirándole aunque sea a través de una puerta metálica, arqueando las caderas hacia su mano en una respuesta sin palabras. Marcos le muerde la nuca, chupa su piel hasta que nota el sabor metálico, el chupetón que demuestra que ha estado allí y todo esto es real, hasta que la chica vuelve a estremecerse bajo sus brazos.
De repente el vagón da una sacudida y parece querer dejarles en medio de un túnel, arrancando con otro golpe seco, y en ese movimiento Marcos ha podido desabrocharle el botón de los pantalones, escurriendo los dedos más adentro, la presión de la ropa interior y de los tejanos lo obliga a hundirse en ella, está húmeda y caliente, preparada.
- Has sido una niña mala, tendría que castigarte. - Sam sabe que habla de su negación a expresar con palabras lo que quiere, pero no puede importarle menos, porque sus dedos están donde deberían, rozando su clítoris en caricias que la estremecen de la cabeza a los pies, si sigue mordiéndose así el labio va a hacerlo sangrar, pero es la única manera de mantener los gritos a cubierto.
Marcos sabe dónde tocarla para que sus caderas se muevan en espasmos involuntarios, apresándole con los muslos para que no pueda escapar antes de tiempo, pidiendo más con su cuerpo, con sus labios, marcados por los dientes, las mejillas empezando a colorearse, los mechones de pelo pegados a su piel por otro tipo de sudor. La folla con los dedos, es violento y brusco, no tienen demasiado tiempo y están deseando llegar al clímax, jadeando y moviéndose al compás del vagón, sabe que no necesita demasiado para correrse entre sus dedos, su pene late desesperado, ansiando algo de atención, pero de momento lo que le interesa es ella, sus senos marcados a través de la camisa, su mirada desenfocada, ha vuelto a abrir los ojos y el azul es casi negro.
- Córrete para mí, Sammy. - Se le escapa un gemido ahogado que atrae algunas miradas de reojo, creen que alguien debe haberla pisado, las piernas de ambos ocultan la mano de Marcos, que la sostiene cuando el orgasmo la alcanza, dejándola laxa y sonrojada, jadeando para recuperar la respiración.
- Es mi parada. - Marcos le da una palmada en las nalgas, dándole un beso en la mejilla con rapidez, no necesita girarse para saber que Sam le está mirando, sonriendo con languidez, recomponiéndose con disimulo.
Los juegos nunca han sido más divertidos que ahora, iniciados con notas en la almohada e instrucciones precisas sobre ropa y vagones de metro. Una buena manera de empezar el día, cumpliendo una de sus fantasías, confesadas entre las sábanas un domingo de madrugada.