Una vez cruzada la verja de entrada, los cuidados jardines de Worcester se extienden alrededor del castillo en todas sus direcciones. Los setos y las flores de mil colores, trabajados durante décadas por los mejores jardineros, han ido adaptándose a los caminos, las marquesinas, las fuentes o el estanque, creando distintos ambientes en un mismo
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Hoy va ahí porque ya no fue ayer y le toca. Lo saben los dos. Se dirige con paso tranquilo hasta el banco, después de comer, y lleva el cuaderno y el estuche y como la mayoría de veces que va hacia allí, se arrepiente. No suele arrepentirse cuando se va, pero cuando llega sí.
Por eso no sabe qué pensar cuando ve la rosa blanca. Qué decir de que por dentro se siente halagada e insegura y divertida. Pero por fuera sólo se le nota la ligera sorpresa mientras se inclina a cogerla. Puede tomarse eso de mil formas, tanto respecto a él como respecto a sí misma. Y en ambos casos elige las opciones más inocentes y que menos los involucran.
Se sienta con la rosa en la mano y sonríe un poco. Mira alrededor y como no ve a Rupert (y ahora piensa que quizá ni es de él y quizá ni es para ella) abre el cuaderno para empezar a dibujar la misma rosa.
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Continúa recogiendo las hojas, casi conteniendo la respiación, atento, de reojo, a lo que ella haga.*
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Siempre le ha gustado la paradoja de que algo tan bonito como las rosas tuvieran pinchos, hasta identificándose con ellas (y no por su belleza, pero sí por su posición privilegiada), y ahora que la ve sin ellas, no sabe que pensar. Reflejándolo a sí misma se asusta al seguir la comparación. Ella no quiere quedarse sin sus pinchos. Y a la vez es un gesto tan bonito...
Suspira flojito y al final lo prueba, hablando a las plantas. Ya basta de comerse la cabeza.*
¿Rupert?
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¿Me llamaba?
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¿Yo? *Frunce un momento el ceño como si se lo pensara, mirando a un lado un momento, y le vuelve a mirar.* ¿Quizá se lo ha imaginado?
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Entonces habré sido yo... *Baja la vista, negando otra vez con la cabeza, y le mira.*
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Pues preséntemelo...
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Se lleva las manos a la espalda y camina de un lado hacia otro, delante de ella.* Aunque bien pensado, si quiere acudir a una fiesta conmigo, también tendría que salir...
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Así que le mira segura de sí misma y asiente.* Puedo hacerlo.
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