¤ Título:
Lo que comenzó como un mal día.¤ Fandom: LMF!R!OP.
¤ Claim: Hermanos Cronwell.
¤ Palabras: 726. El más corto.
¤ Advertencia: Violencia (disque), sangre (muy poca) y... ¿ya?
¤ Notas: ¿Adivinan quienes son los tipos que aparecen al final? vamos, es obvio. Por lo demás... me gustan las escenas cortas =D
Cuarta Parte
Caith corría, alejándose cada vez más del pueblo. Iba refunfuñando, enojado con Kanna y Sathy por no contarle lo que estaba sucediendo. Si luego se enteraba que no le decían nada por tener sólo once años se aseguraría de hacerles pagar, no era justo que lo discriminaran así.
Entró al bosque que estaba del otro lado de la isla y comenzó a caminar al parecer sin rumbo fijo. Según él, el lugar que buscaba se encontraba cerca de ahí, pero conociendo a esa gente pudiera ser que ya se hubieran movido.
Para fortuna del menor, un chico, diez años más grande que él, saltó de un árbol, parándose enfrente del visitante.
―¡Caith! ¿Qué te trae por acá? ―Saludó de manera animada, pero al notar el rostro del niño su sonrisa desapareció.
―Ocupamos su ayuda.
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Kanna se encontraba en el lugar donde alguna vez había estado la casa donde vivía con su familia. Miraba los escombros sin saber muy bien que expresión debía tener o que sentimiento debía demostrar.
―No es momento para esto ―Se dijo, moviendo la cabeza de un lado a otro, despejando su mente.
Luego comenzó a buscar algo, releyendo algunas veces la carta que aún traía en su mano derecha. Según Lillian, en lo que había sido la cocina debía existir un pequeño compartimiento en el suelo. Kanna trataba de recordar como era la distribución de aquella casa, costándole algo de trabajo.
Al final, logró encontrar el área que buscaba. Guardó la carta en su mochila y empezó a mover los escombros, esperando que aquel lugar siguiera intacto.
Pasado unos instantes, en los que comenzó a pensar que tal vez todo era una broma, notó algo peculiar en el suelo, como una pequeña abertura. Quitó los pedazos de madera que había sobre la misma y, con algo de dificultad, logró abrirla, encontrando una caja, de tamaño mediano, en la misma. La sacó y abrió el candado con una piedra.
Miró lo que había adentro y suspiró aliviada, eso seguía intacto.
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Las cosas no iban muy bien en el pueblo. Era demasiado obvio que las armas de fuego les ganarían, aún así la gente no se rendía. Ya no peleaban por proteger a esos niños, que no todo el mundo apreciaba, sino peleaban por proteger su pueblo. Todo el mundo sabía que tarde o temprano el Gobierno Mundial los consideraría o una amenaza o un lugar que no debía existir, y todo por lo que habían hecho hace catorce años. Pero nadie se arrepentía.
Eran varios los heridos, los cuales estaban siendo atendidos en las casas, por aquellas mujeres que se habían negado en abandonarlos. Los niños habían sido movidos a pequeños refugios subterráneos.
Sathy cayó al suelo, apretándose su hombro derecho, el cual se encontraba sangrando. No se rendiría, porque estaba decidida a no perderlos, no cuando por fin tenía una familia.
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Caith llegó al pueblo y miró sorprendido lo que parecía ser una batalla, ¿qué estaba sucediendo? Se asustó un poco al escuchar los disparos y los gritos de la gente. Buscó con la mirada a su hermana y a Sathy, esperando encontrarlas bien. Pero al ver a su madre, pelear con lo que parecía ser un trinche y verla herida, de manera inconsciente quiso ir con ella.
―¡Sathy! ―gritó, pero una mano lo detuvo. Caith volteó a ver al chico, el mismo que se había encontrado en el bosque―. ¡Déjame ir! ¡Está herida!
El muchacho miró con tristeza al niño.
―Tu no puedes hacer nada, eres muy joven ―dijo. Con un movimiento lo aventó hacia atrás, donde una chica de unos dieciocho años lo sostuvo y lo abrazó, con la clara intención de no dejarlo ir―. Para esto nos llamaste ¿no?, déjalo todo en nuestras manos.
Caith le miró, sabiendo que decía la verdad, pero aún así tenía miedo. El mayor sacó una pistola, que traía en la cintura, y miró con determinación a los que le acompañaban, un grupo de aproximadamente 20 personas.
―No dejaremos que el gobierno hagas de las suyas ¿entendido?
―¡Si señor! ―gritaron los demás. Y, a una seña del chico, los demás también sacaron sus armas, entre pistolas y espadas, y corrieron a ayudar a la gente del pueblo.
―No te preocupes, verás que todo se soluciona ―Le susurró al oído la chica. Caith asintió, pero aún así su preocupación no desapareció.