Fandom: Dragon Ball.
Claim: Suno.
Raiting: T. (Por las escenas de muerte *blink*)
Genero: Drama y Angst.
Advertencias: Muerte, desolación, ambiente medio apocaliptico.
Palabras: 1,990.
Nota: Tenía, desde hace tiempo, ganas de hacer un fic sobre estos episodios en especial, más desde el punto de vista de Suno, porque adoro a ese personaje (y es linda, incluso cuando la dan de grande xD). A mi me gustó mucho, nada más que no sé si logré demostrar todo lo que quería, bueno, ustedes jusgaran (si es que alguien llega a leer esto). Por cierto Hatchan es el verdadero nombre de Octavio (Qué es el Androide No. 8).
Summary: "Fue cuando se dio cuenta que aquella antigua creencia al final había sido cierta. Que uno podía estar en un instante en el infierno y al siguiente en el cielo, lo irónico es que en esa ocasión había resultado al revés. De haber estado en el mejor día de su vida, ahora se encontraba viviendo la peor de sus pesadillas."
Cuando conocí el Infierno
Suno estaba nerviosa, apretaba las flores contra sí, tratando de calmar a su corazón. Miraba todo su alrededor con una enorme sonrisa, sin poder creer que estuviera en ese lugar. ¡¡Estaba en el Castillo del Rey!! Aún le parecía un sueño que la hubieran elegido a ella para representar a su pueblo. ¡Todo era tan fantástico! El desfile, los cirqueros, todo el espectáculo en si le tenía embelesada. Además, nunca había estado en una ciudad, mucho menos en una tan grande como esa, ¡todo era fenomenal! Ya se encontraba ansiosa de regresar, todo para poder contarles a sus padres y a los demás con sumo detalle, aunque estaba segura que en esos momentos se encontraban pegados al televisor, mirando todo.
Miró a su alrededor y sonrió aún más al verlo. Hatchan la había acompañado hasta ese lugar y siempre se encontraba cerca de ella, como buen guardián. Ella estaba agradecida, pues nunca se hubiera atrevido a ir a una ciudad como aquella -y tan alejada de su hogar- por cuenta propia.
-Ahora, desde las alejadas tierras del norte, ¡La Joven Suno! -gritó el presentador y los aplausos se dejaron escuchar.
Se puso nerviosa, sin poder evitarlo, pues sabía que ahora todo el mundo la estaba viendo. Hatchan le murmuró un suave Suerte y ella asintió, caminando hacia la alfombra roja, pero se notaba en sus pasos rígidos que el nerviosismo seguía latente. Cuando alzó su mirada se topó con el amable rostro del Rey, quien le regalaba una sonrisa alegre y se tranquilizó un poco, dándose cuenta que no tenía sentido preocuparse por algo tan sencillo.
Sonrió grandemente y en ese momento toda su aldea gritaba de la emoción, su madre lloraba de alegría, orgullosa de su pequeña, mientras que su padre se dedicaba a presumir lo linda que era su hija, Por que Suno es la niña más linda de todas.
Cuando estaba a unos pasos del Rey, la pequeña pelirroja se detuvo y extendió sus bracitos. En el momento en que el Rey se dedicaba a tomar las delicadas flores blancas sucedió algo que nadie se esperaba.
Una fuerte explosión, venida de un lugar incierto, pero cercano, sorprendió a los presentes, sobre todo por su intensidad, que fue tanta que mando a volar a todo el mundo, incluyendo a las pequeñas niñas. Interrumpió las comunicaciones y el mundo entero guardó silencio, sin creer las últimas escenas que habían visto en su televisor.
Hatchan fue rápido y había logrado atrapar a Suno en el aire y protegerla con su cuerpo metálico. Porque después de esa explosión sucedió otra y otra. Tantas que nadie sabía de donde venían, solo eran concientes de la destrucción que gobernaba en ese instante.
La seguridad se puso en marcha, dispuesta a proteger a su Rey y a los presentes. La pequeña abrió los ojos y se atrevió a mirar a su alrededor, horrorizándose ante semejante visión.
El castillo estaba casi destruido, las personas heridas y varias muertas. La niña de cabello azul, con la que había estado platicando muy a gusto desde que llegó estaba a unos metros, con una herida tan profunda en su pierna que estaba segura que no volvería a caminar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero fue peor cuando alguien gritó ¡Miren! ¡En el cielo!. Todos alzaron la vista, solo para observar como un ser verde flotaba enfrente de la nave del Rey, sacándolo sin consideración alguna.
-¡Soy el Rey del Mundo desde ahora! -gritó aquel que se hacia llamar Piccoro Dai MaHo.
El miedo se instaló en los corazones, pero nadie pudo negarse a sus órdenes. Él había demostrado ser más fuerte y aquel que se atreviera a atacarlo terminaba muerto. El caos en el mundo había comenzado y, sólo por ahora, se les otorgaba un instante de paz.
Lejos, en aquella aldea cubierta por la nieve, una madre lloraba desconsolada abrazada a su esposo, rogando que su pequeña siguiera con vida. Los demás trataban de animarla, diciéndole que el buen Hatchan estaba con ella, pero todos lo sabían, que fuera lo que fuera, era probable que el androide no pudiera proteger a la pequeña.
A Suno le ardían sus ojos, pues desde hace rato trataba de contener las lágrimas. No se mostraría débil, no cuando, al parecer, aquella gente lastimada lo que menos necesitaba era que alguien les hiciera recordar el dolor que estaban sufriendo.
Fue cuando se dio cuenta que aquella antigua creencia al final había sido cierta. Que uno podía estar en un instante en el infierno y al siguiente en el cielo, lo irónico es que en esa ocasión había resultado al revés. De haber estado en el mejor día de su vida, ahora se encontraba viviendo la peor de sus pesadillas.
Se llevó una mano a su rostro, tratando de borrar las lágrimas que amenazaban con caer y se tocó la cabeza, donde llevaba el vendaje que una señora le había puesto. Alzó su rostro y buscó a su amigo con la mirada, sonriendo suavemente al ver como Hatchan trataba de animar a unos niños no muy lejos de ella.
Se puso de pie, con una determinación que nunca creyó sentir en una situación como esa. No quería ser un estorbo, así que se dedico a ayudar a los más lastimados, no todo estaba perdido o eso deseaba ella.
Instalaron un albergue provisional en un edificio cercano, de los pocos que aún conservaban energía eléctrica. Estaba lastimada y aún así no dejó que la atendieran, Hay gente que ocupa más atención que yo solía decir cuando le preguntaban, lo que provocaba una sonrisa tierna en las personas.
El día iba avanzando lentamente y los rumores no dejaban de escucharse. Algunos decían que ese ser, Piccoro, se había auto-dominado Rey y que tenía al verdadero Rey cautivo en la sala del Trono. Que había comenzado un extraño juego, donde iría eliminando una región, cada día, hasta que todo el mundo se rindiera a sus pies. Y, la peor de todas, que el ejército del Rey había desaparecido con un solo ataque de uno de los subordinados del monstruo.
El pánico era latente, algunos decían que el fin del mundo al fin había llegado y que todos morirían tarde o temprano. Los más valientes y creyentes, negaban todo eso, diciendo que llegaría alguien para salvarlos.
Fue al escuchar eso último cuando Suno abrió grandemente los ojos. ¡Era verdad! ¡Aún existía alguien poderoso! ¡Alguien que les salvaría tarde o temprano!
Hatchan la miró, como si hubiera leído sus pensamientos y ambos sonrieron. Sabían que solamente esa persona podía hacerle frente a semejante monstruo y, rogando desde sus corazones, esperaban que se encontrara bien y que viajara pronto a la Capital, que les demostrara a todos que no estaban perdidos, que aún debían de tener fe.
Las comunicaciones se reestablecieron poco a poco y los teléfonos comenzaron a sonar, pues familiares preocupados querían saber como se encontraban sus seres queridos. Suno recibió una llamada del Alcalde de su Aldea, pues al parecer su madre se preocupó tanto por ella que tuvo una recaída. Ella le dijo que estaba bien, incluso le contó su esperanza de que él llegara a salvarles. El Alcalde sólo sonrió, enternecido por los pensamientos de la niña. Pero cuando habló con Hatchan se mostró preocupado.
-¿Estas seguro que tanta destrucción no le causara ningún trauma? -se dejó escuchar por el teléfono la pregunta, con algo de estática.
-Suno es fuerte, tal vez todo esto se quedará muy gravado en su memoria, pero podrá seguir adelante -aseguró el androide, también preocupado por la pequeña, pero, al parecer, conociéndola mejor que nadie.
-Si... es cierto, esa niña se ha vuelto muy fuerte, más desde que los conoció a ustedes -y colgó, dejándole una pequeña sonrisa a Hatchan. Miró a Suno, quien en ese momento se encontraba diciéndole palabras de ánimo a la señora que estaba recostada en una cama, preocupado por el destino de sus hijos.
Los días pasaban y no parecía que el mundo fuera a mejorar. Las noticias decían lo mismo, que las regiones eran destruidas lentamente y que el futuro no auguraba nada bueno. Y aún así Suno no se desanimó, diciéndole a todos que ella conocía a alguien fuerte, alguien que los salvaría. Muchos querían creerle, pero la tachaban de ilusa, otros, con más fe, la apoyaban, deseando que sus palabras se hicieran realidad.
Hatchan estaba sorprendido, pues nunca espero tanto coraje en la pequeña. Pero algo le preocupaba. Por las noches, ella lloraba, suplicando por la vida de aquellos que había visto muertos. Él sabía que esas pesadillas durarían por mucho tiempo. La pequeña había conocido el infierno en persona y esas imágenes no podría quitárselas fácilmente de la mente.
Al cumplirse una semana, algo extraño sucedió. Todo el mundo pudo darse cuenta de eso. Algo pasaba en el Castillo. Explosiones se podían ver desde donde estaban. Se decía que alguien estaba peleando con Piccoro Dai MaHo y la gente estaba contenta. ¡El Salvador al fin había llegado!
Todos habían comenzado a orar, rogando que aquel joven misterioso se llevara la victoria y que todo volviera a la normalidad. Que el dolor se fuera y aquellos días quedaran sólo como un mal sueño.
Una fuerte explosión se dejó escuchar. Hizo temblar toda la Capital y todos los cristales de los edificios se rompieron. Hatchan protegió a Suno y a la señora que estaban cuidando. Cuando las cosas se calmaron un poco, la pequeña miró a la ventana y no pudo evitar soltar una exclamación de asombro. ¡¡Había una gran nube donde estaba el Castillo!! ¿Qué había sucedido con la pelea?
Las horas pasaban y la incertidumbre crecía. No había noticia alguna sobre que había pasado y la gente comenzaba a temer que su salvador hubiera sido vencido.
En eso, un joven venía corriendo desde el Castillo, con lágrimas en los ojos y una gran sonrisa.
-¡¡Lo venció!! ¡¡Lo venció!! ¡¡Piccoro Dai MaHo está muerto!! ¡¡Está muerto!!
El jubiló no tardó en hacerse presente. Lágrimas recorrían el rostro de todos, mientras la noticia comenzaba a pasar a nivel mundial. ¡¡Piccoro Dai MaHo estaba muerto!! ¡Estaban Salvados!
Pero... ¿Qué había pasado con el Salvador?
-Nadie lo sabe, ese chico sólo desapareció en el aire.
Suno se llevó las manos al pecho la primera vez que escuchó eso, deseando que él estuviera vivo. Porque, estaba segura, había sido él quien los había salvado. ¡No cabía duda! ¡La descripción encajaba con su aspecto!
Aunque ya no pudo seguir pensando en eso, porque otra noticia alegró y sorprendió al mundo en un día.
¡Los muertos! ¡Los muertos habían revivido! ¿Cómo era eso posible? Las personas que habían fallecido por los ataques de aquel monstruo otra vez estaban vivos y las ciudades reconstruidas.
-¡Un milagro! ¡Esto es un milagro! -decían algunos, con lágrimas en los ojos mientras abrazaban a sus seres queridos.
Suno miró a Hatchan, con una gran sonrisa y lágrimas recorriendo sus mejillas, a lo que el androide la abrazó y las limpió con delicadeza.
-Ha sido él, ¿verdad?
-Sip, así es... Gokuh nos ha salvado otra vez, a salvado a todo el mundo.
Hatchan la abrazó, permitiéndole desahogarse, que sacara todo aquel miedo que había estado ocultando en esos días. Estaba contento, aquel pequeño niño con cola lo había hecho otra vez, los había salvado y, sobre todo, les había regresado las esperanzas por un mejor mañana.
Cuando los transportes estuvieron en funcionamiento, unos días después, ambos estuvieron listos para regresar a casa. Suno miró por última vez la Capital y su mirada se dirigió hacia el Castillo. Una pequeña sonrisa se posó en su rostro y entró al avión después de Hatchan.
Habían conocido el infierno, ella a una edad muy temprana, y ahora podía presumir que lo habían superado satisfactoriamente, porque las pesadillas no regresarían, o tal vez si, pero sabía que, aunque fuera en sueños, él siempre la rescataría, ya lo demostró.
Gokuh era capaz de salvarla del mismísimo infierno.
Fin.