Título: “Los Estados Unidos de Dean Winchester”
Autor u Autora: Winchester_Mcdowell
Categoría: Supernatural.
Calificación: todo público.
Resumen: Cuando Sam Winchester se larga a encontrar su tranquilidad, piensa que cuando lo haya logrado y vuelva, Dean y él podrán hablarse de nuevo y arreglar sus problemas. Eso es lo que Sam quiere, pero a veces ni siquiera el hermano que le ha dado todo es capaz de cumplirle todos sus deseos.
12
I’m gonna hunt levis
El cabello rizado le cubre a medias el rostro, su busto es pequeño. No es su tipo. No sabe quién es la rubia. No le importa. La urgencia en su cuerpo es insoportable. La embiste y ella gime y se contorsiona a cada movimiento suyo sobre las sábanas rosa de su cama, le araña la espalda, le encierra las caderas con las piernas obligándolo a más. Cuando al fin termina y cae exhausto sobre el lecho, atisba el estanque rodeado de pequeños cirios a través del ventanal que cubre la pared en su totalidad. La luz de la luna compite con el brillo de los botones luminosos de las velas y hace resplandecer la blancura de las calas en las orillas. Parece cosa de otro mundo, demasiado bueno, demasiado hermoso como para no sospechar. Olvidando la fatiga y sin permitirse pensar mucho, se levanta y se asoma a través del cristal. Tiene que irse. Tiene que ir a cazar Leviatanes antes que se coman al mundo. Apenas escucha el ruido del mecanismo que anuncia la foto, voltea hacia la mujer en la cama. Ella sostiene la cámara en sus manos con una sonrisa juguetona en los labios.
“¿Quieres continuar afuera?”
-o-
Hace rato han dejado el camino principal y a través de la ventanilla se pueden ver extensos campos y pocos vehículos.
En el asiento del copiloto, Steve habla al teléfono con quien parece tener información de utilidad a juzgar por el interés con que el motoquero lo escucha y toma notas. Sam lo espía con miradas furtivas desde atrás del volante. Lo ve escribir algo con rapidez en un post-it. Después de buscar donde colocarlo, Steve finalmente opta por presionar el papel contra el vidrio de la ventanilla, lugar suficientemente vistoso como para no perderlo, y abre el laptop en su regazo para comenzar a apretar las teclas furiosamente.
“¿Algo que quisieras compartir?”, quiere saber Sam.
El otro lee abstraído la pantalla del aparato sin responderle en un primer momento. Luego, cuando ya Sam comienza a pensar que simplemente va a ser ignorado por el resto del viaje, el motoquero voltea el laptop y le deja ver brevemente la página del Weekley World News con la información de una nueva desaparición misteriosa cerca de la zona a la que se aproximan, justo al lado del encabezado que destaca el avistamiento de BatBoy en Arkansas. La foto que acompaña el artículo deja ver un hombre sonriente, bastante pasado de peso, sosteniendo la gran pieza que acaba de pescar. Según el resumen que Steve se digna compartir con él, la policía mantiene en custodia como sospechosos de un posible crimen a los otros tres miembros de la partida de pesca, compañeros de toda la vida del desaparecido, aún cuando no hay pruebas de que se haya cometido un asesinato. El barrigón sencillamente desapareció del bote. El semanario plantea la posibilidad de una abducción alienígena y cita eventos de naturaleza similar ocurridos en el pasado en otros tantos lagos. Steve bufa para sí.
Tres recipientes y la cena”, dice. “Los kilos de más le jugaron en contra al pobre sujeto”.
Cuando levanta la vista, Sam le está contemplando inquisitivamente, con esa mirada de “quiero a mi hermano de vuelta”.
“¿Quién era en el teléfono?”, pregunta.
“Una fuente.”
“¿Tienes fuentes?”
“Amigo,” reclama y se señala a sí mismo. “cazador, ¿recuerdas?”
“Sí, Dean lo es, no tú”
Steve sólo sonríe torcido que podría significar cualquier cosa y cierra el portátil. Saca el mapa de la guantera y hace una marca con lápiz rojo en el lago del incidente.
“Bueno…”, Steve deja el laptop en el asiento trasero. “Vamos a probar nuestra suerte.”
Vuelve a echarle un vistazo al mapa pero esta vez parece confundido. Sam se preocupa.
“¿Qué pasa?”
Y entonces el otro se ríe sosegadamente.
“Steve no me entiende” y enseguida Gabriel toma el papel abandonado en la ventanilla, se entera de su contenido y estudia el mapa. Le muestra a Sam un punto en él. “¿Ves? Deberíamos intentar aquí…”, lo encierra en un círculo con un lápiz azul que saca del bolsillo de su chaqueta en el que Sam vislumbra otros tres de distintos colores. “… o aquí”, señala otro y hace lo mismo. “Cursos de agua y gente saludable, ausencia de industrias o polución y suficientemente cerca de sus últimos movimientos. Toma ese camino”, y apunta hacia una salida de la carretera.
Sam puede notar que el nerviosismo inherente a Gabriel parece haber desaparecido y ha sido reemplazado por un aplomo que es una maravilla. Al parecer el chef (el investigador, se recuerda a sí mismo Sam) se mueve en su elemento, se siente cómodo y eficiente en él.
El Winchester echa una mirada rápida al paisaje que les rodea. Granjas y más granjas, la mayoría de ellas con grandes carteles de “se vende” frente a la entrada.
“Pensé que la ganadería era un buen negocio en esta área”, comenta y cuando Gabriel le presta atención, le señala los letreros con un breve gesto de su mano.
“Lo es”. Frunce el ceño. “Esto es extraño”.
“Quizás los propietarios han percibido el peligro y han decidido marcharse”
“Podría ser, pero no lo creo. Los leviatanes son listos. Cuidan sus movimientos” y agrega en voz baja, mirando con preocupación hacia las construcciones campestres metros más abajo de la carretera. “Ojalá no hayamos llegamos tarde”
“Apuesto a que habrá muchas oportunidades en que lo haremos. Ésta es una forma poco eficiente de atacar el problema, ¿no te parece? Quizás deberíamos volver a la cabaña y buscar información de cómo acabar con ellos en forma definitiva en vez de tratar de pillarles la cola”.
“Necesitamos esta camada”
Es la segunda vez que Sam le escucha decir algo en ese sentido. La primera fue el desliz que dejó escapar durante el desayuno y que luego Frank se apresuró a cubrir. “Porque necesitamos encontrar… ciertas… cosas” había dicho antes de percatarse del paso en falso. Está seguro de que las cosas a las que se refería son aquellas que descansan en la bandeja del refrigerador en la cabaña.
“¿Para qué?”
“No puedo decírtelo”
Sam resopla, frustrado. Es agotador eso de sacarle cosas a tirabuzón.
“¿Por qué no puedes decírmelo?”
Gabriel comienza a recuperar su nerviosismo, Sam puede verlo. El chef desvía su atención hacia la ventanilla y luego hacia adelante. Siempre evitándolo, guarda el mapa.
“Hay cosas de las que no puedo hablar”, dice finalmente.
Sam observa hacia la carretera otorgándole algo de tiempo a su compañero de viaje para que se tranquilice. Si evita mirar el asiento del copiloto por unos instantes puede imaginar la figura de Dean en sus mejores tiempos, el codo apoyado en el borde de la ventanilla abierta del Impala, parloteando hasta acalambrarse la lengua, contándole de alguna cacería de sus tiempos en solitario, mientras él se hallaba en Standford. En el camino, más granjas, más carteles. Mira a Gabriel y sólo ve el manojo de nervios que parece ser su naturaleza cuando sale de su metro cuadrado de seguridad.
“Cuéntame acerca de la cimitarra”, le pide. Más bien, le ordena.
“¿Qué hay sobre eso?”
“¿Cómo funciona? Me refiero a que con ella no hay necesidad de apartar las cabezas, ¿por qué?”
“Bueno,… La hoja previene la regeneración. Y si agregas las palabras correctas, los harás arder hasta consumirse completamente.”
“¿Cuáles palabras?”
“No las conozco”.
“¿Quién sabe? ¿Steve?”
“No lo creo.”
La charla es agobiante. Sam piensa en los callejones sin salida. Decide hacer un rodeo.
“¿Cuándo comenzaron a usarla?”
“Fue un poco después de Illinois. Hasta entonces actuábamos muy a ciegas, probando ideas”
“¿Dónde la obtuvieron?”
“En la armería”
“¿La armería?”
“Es el hechizo que colocas en ella lo que las hace funcionar. Viste la talladura en la hoja, ¿verdad?”
Recuerda la inspección al Impala y luego a Bobby indispuesto al narrarle el momento del hechizo.
“Sí. ¿Tú lo hiciste?”
“No”, se remueve en el asiento. “Por supuesto que no”
“Hubiera pensado que sí. Eres el listo de la familia. Fuiste quien encontró el patrón después de todo”
“No fue tan así”
“Entonces”, y Sam es consciente que está siendo algo perverso al ejercer presión de esa manera sobre el chef. “¿cómo?”
“Alguien… alguien me pasó la información.”
“¿Tu fuente? ¿Es eso? ¿La misma a la que Steve hablaba en el teléfono?” Gabriel niega en silencio, la mirada fija en la guantera. “¿Quién es tu fuente?”
“Sam,… por favor”
“Pero, ¿por qué no me dices?”
El otro se endereza bruscamente en el asiento.
“¡Suficiente!” y es Steve quien viene a cerrar la brecha abierta por Sam a punta de machacar el punto.
“Tengo derecho a saber qué está sucediendo.”
“Y yo dije que es suficiente. Déjalo en paz.”
“Lo siento, no puedo. No estás llevando esta guerra en solitario. Bobby y yo estamos en ella también, así es que me gustaría conocer el por qué estoy conduciendo hacia otro pueblo sin tener una idea de cómo diablos vamos a lograr detenerlos”.
“Hay vidas que salvar.”
“No vamos a ayudar mucho en eso”. Steve no responde. “Estás poniendo a Dean en peligro de manera innecesaria”.
“Tenemos un plan, ¿de acuerdo?”, dice al fin, mosqueado.
“¿Te gustaría compartir con la clase?”
“No todavía”
Intempestivamente Sam detiene el auto obligando a los cinturones de seguridad a hacer su trabajo. Apaga el motor y se gira en el asiento con tal de poder clavar sus ojos en el sujeto que tiene al lado.
“De acuerdo, amigo. He tenido la paciencia de seguirte el paso y confiar en tus medias frases porque es verdad que debemos detener el avance de los leviatanes. Pero hasta ahora no veo que estemos llegando a ninguna solución para eliminarlos de forma definitiva ni para sanar a Dean. Si realmente te preocupa proteger a mi hermano…” y aquí Steve rueda los ojos como si estuviese escuchando por enésima vez el reto de mamá. “…entonces deberías considerar que cada vez que fastidias con la idea de salir de caza o seguirle la huella en vano a los leviatanes, te estás exponiendo a que Dean pueda aparecer en el momento menos indicado. Con mantenerme desinformado lo único que consigues es que el peligro se haga aún más grande así es que vas a hacerme el favor de contarme todo lo que tú o Gabriel o el mismo Dean han logrado recabar hasta ahora. Y con todo me refiero a TODO, incluyendo aquello que concierne a los hechizos sobre las armas. Te lo advierto, si no empiezas a hablar en este momento, daré media vuelta y no volverás a salir de la cabaña hasta que consigamos traer de regreso a mi hermano.
Steve tiene la vista fija en la granja cercana, bajo la carretera.
“¿Sabes por qué una granja dejaría a sus cerdos vagar libres a esta hora?”, pregunta.
“¿Has escuchado algo de lo que te dije?” Sam ve que Steve se apea del vehículo llevando los prismáticos en la mano. “Por supuesto que no”, se responde a sí mismo y sale tras él. Cuando lo alcanza, el otro ya está espiando el terreno con los binoculares que luego le entrega en cuanto lo siente a su lado sin dejar de observar a la distancia.
“¿Te parece normal?”
Sam mira a través de los lentes y ve los cerdos que ha mencionado antes Steve retozando en el lodo fresco de la última lluvia; los bebederos están volcados y las tablas a un costado de la porqueriza han sido removidas por la fuerza de los animales. Busca la casa principal; la puerta está abierta. Busca en el granero y en el establo. Nadie a la vista.
“Supongo que no”.
Recorre toda la estancia y no ve ningún maldito letrero.
“No se vende”, dice.
“¿Qué?”
“Las otras, en el camino, la mayoría de ellas estaba a la venta”, le informa en caso de que no haya escuchado esa parte de la conversación con Gabriel. “Ésta no”. Le devuelve los prismáticos. “¿Echamos un vistazo?”
“Desde luego”.
-0-
El asunto se ve peor una vez en el lugar. El olor ferroso de la sangre flota en el aire. La casa está en silencio. Nadie responde al saludo de Steve al trasponer la puerta principal. La madera del piso cruje bajo sus pies. La mesa está servida con la cena abandonada. Steve se acerca y observa con atención. La comida apenas ha sido tocada. Cualquier cosa que haya ocurrido, sucedió temprano la noche anterior. A unos pasos de la mesa, una gran mancha granate se extiende por el suelo.
“Creo que no vamos a salvar gente en este lugar”, observa el motoquero.
“Pensé que eran cautelosos con sus movimientos”
“Lo son”
“¿Entonces? Esto es un desastre. Dudo que la policía no se percate de que algo está sucediendo”
“Bromeas, ¿verdad? ¿No recuerdas por qué comenzamos a escondernos en lugares miserables conduciendo autos de mierda?”
Sam recuerda los dobles que los colocaron a él y a Dean de regreso en las primeras planas de los noticiarios como asesinos inmisericordes. La policía, a estas alturas debe formar parte de su plan de infiltración.
“Buen punto”, tiene que admitir.
Se mueven hacia el interior de la casa siguiendo un pasillo. Steve avanza hacia uno de los cuartos, Sam se introduce en otro empujando cautelosamente la puerta entreabierta. En la cama yace una anciana con las entrañas al descubierto y la mirada de terror fija en las pupilas. Sam tiene que respirar profundo para controlar su estómago, asqueado por la visión. Da la vuelta para buscar a Steve y, sin previo aviso, un puño lo aprisiona del cuello de la chaqueta, lo zamarrea hasta hacerle soltar la cimitarra y luego lo envía al otro lado del cuarto. Desde la perspectiva del suelo, atontado aún, Sam puede ver lo que queda de un segundo cuerpo del otro lado de la cama, parcialmente cubierto por un edredón. Han interrumpido la cena. Apenas alcanza a rodar sobre sí mismo cuando el leviatán se le viene encima. Le asesta una patada que lo retrasa escasos instantes en su acometida. Recuperado, el monstruo renueva su ataque cuando entonces el extremo de una gruesa hoja se asoma desde el centro de su pecho y lo hace caer pesadamente. Steve lo observa de pie, el rostro convertido en una máscara de enfado.
“¡Demonios, Sam!”, dice y va hacia la cimitarra caída en el rincón opuesto de la habitación. “¿Para qué te di un arma? ¡Pon atención!”, y se la entrega de vuelta con cierta violencia. Enseguida está sobre el cadáver del leviatán abriéndolo en canal, para turbación de Sam.
“¿Qué… qué estás haciendo?”
Steve no le contesta, en cambio se agacha e introduce la mano en la brecha abierta. Hurga un momento y extrae lo que parece ser una bilis, negra, como el googoo negro de los leviatanes. Con un gesto de decepción el cazador lo arroja de vuelta. No bien lo ha hecho, una joven, casi una niña, aparece corriendo por la puerta y se le arroja encima. Al mismo tiempo, un hombre vuela a través de la ventana con la clara intención de llegar a Sam. Pero el Winchester está preparado esta vez y antes de que el leviatán termine de incorporarse, ya le ha cercenado la cabeza. Cuando se da la vuelta, Steve se ha hecho cargo de la chica que se encuentra ahora en el suelo, las inmensas fauces abiertas. Otros dos entran en la habitación, uno de ellos con la figura de la anciana que yace en la cama. Sam sujeta con fiereza su arma mientras se mueve evitando el ataque hasta tener la oportunidad de enterrarla hasta el mango en el monstruo. Steve también se ha deshecho del suyo y se mantiene en actitud alerta de cara a la entrada de la habitación. Nadie entra en los siguientes segundos, así que ambos caminan con cautela hacia el pasillo y recorren la casa en busca de más enemigos. La búsqueda se amplía al granero y al establo pero no hay nadie vivo allí tampoco, sólo las señales terribles del salvaje festín.
“Muy bien”, dice Steve emprendiendo el camino de regreso a la casa. “Démosle a los periódicos algo de qué hablar”
Se acerca a los cadáveres de los leviatanes y empieza a abrirlos en canal y, tras realizar la inspección a los órganos internos, susurra palabras que Sam no alcanza a distinguir mientras mantiene una mano dentro de las entrañas. El cuerpo se prende en llamas. El hecho deja a Sam boquiabierto. Había escuchado de parte de los testigos del pueblo el relato sobre los cadáveres ardiendo tras la intervención de Steve, y Bobby le había mostrado las noticias en boletines de segunda hablando del extraño fenómeno de los montículos de cenizas en los lugares donde se habían producido desapariciones. Sin embargo, verlo por sí mismo era otro asunto. Y mientras observa, atisba de reojo a una figura familiar a su lado. Como en un reflejo condicionado, se vuelve para comprobar. Ahí está Lucifer. No le dice palabra, sólo mueve las cejas juguetonamente y le señala con un gesto de cabeza lo que sucede. Steve está guardando en un frasco de vidrio, al parecer obtenido desde el cuarto de baño, algo que ha extraído del último leviatán antes de incinerarlo. Se le ve serio, una máscara indolente. Sam se le acerca con cautela, no muy seguro de a quién va a encontrar.
“¿Un souvenir?”, le pregunta cuando llega ante él.
Steve alza la vista ante el sonido de su voz. Parpadea un par de veces y luego parece notar la existencia del frasco en su mano. Recuperando el aplomo, mira a Sam y le sonríe torcido.
“Ese el camino, compañero: las preguntas…”, y se señala a sí mismo. “… a mí”.
Sam indica el frasco.
“Es un trabajo sucio”.
“Sí, bueno”, mira hacia el cadáver y luego hacia su mano empapada en googoo negro. “alguien tiene que hacerlo”
“Así que, ¿el dedo en el refrigerador proviene de ellos?”
“¿Quién dice que es un dedo?”
“Uh… ¿qué quieres decir?”
“Me pidió una pieza de levi, no dijo cuál”, a las claras Steve disfruta adivinando cómo vuela la imaginación de Sam intentando figurarse qué otra parte del cuerpo humano se asemeja a lo que había en el frasco. Se ríe. “Amigo, deja de pensar tan fuerte. ¡Es una broma! Sí, era un dedo allá en la cabaña. Y un ojo. Y una nariz. Además, de otras exquisiteces de cacerías comunes”.
“¿Quién?”
“¿Qué?”, a todas luces no era una pregunta que esperara.
“¿Quién te lo pidió?”
Ups. La expresión del motoquero refleja que se ha dado cuenta muy tarde de su infidencia. Ríe de nuevo y mueve la mano burlonamente con el índice en alto hacia el Winchester.
“Eres tan curioso”, dice en tono liviano pero Sam no baja la guardia y continúa observándolo con fijeza.
“¿Michael?”
Steve lo mira de vuelta.
“¿Uh?”
“¿Michael?… ¿Eres tú?”
Steve bufa.
“Amigo, ¿de qué hablas? Ninguno de nosotros se llama…” y entonces comprende. “Estás realmente preocupado”, sonríe, divertido. “En serio, lo estás. Mira, cualquier cosa que tu cerebro enfermo esté diciéndote, no es verdad. Michael se quedó allá abajo con su amado hermano,” y señala hacia el suelo. “y nosotros estamos aquí arriba. Cas te sacó y Dean consiguió tu alma, lo sé muy bien, estoy seguro de eso, yo estuve ahí”.
Sam examina su expresión en busca de la verdad, en busca de alguna señal que le indique que, con identidades retorcidas o no, quien vive allí dentro es su hermano y no un arcángel con ansias de venganza. Y tiene que admitirlo, como le dijo Bobby, aún Steve es Dean.
“De acuerdo”, dice al fin.
El motoquero lo mira de arriba abajo con una expresión inquieta que podría pertenecerle a su hermano.
“Tú también deberías conversar con nuestra doctora”, dice y comienza a caminar en dirección a donde han dejado la camioneta.
“Y se supone que debes creerle?”
“Calla”
“En serio, Sam ¿qué esperabas que te dijera?” y baja la voz como si compartiera un secreto. “Él trabaja encubierto”
“¡Cierra la boca!”
Lucifer se encoge de hombros y simula cerrar sus labios con una cremallera. Sam va tras los pasos de Steve quien a medio camino saca un mapa del bolsillo. Podría decir exactamente el momento en que Gabriel llega a tomar el lugar del motoquero aunque no definir cuál es el detalle que lo delata a esa distancia. El chef se acerca a uno de los gruesos maderos de la cerca que delimita el terreno y, sirviéndose de él como base, marca otro círculo sobre el papel.
“No pensé que volverías tan pronto”, le dice al colocarse a su lado.
“Hay trabajo por hacer”
Sam le ve anotar la fecha al lado del círculo.
“¿Por qué Steve hace eso con los leviatanes?”, le pregunta. Gabriel sigue haciendo notas en clave sobre el papel intentando abiertamente esconder su incomodidad.
“¿A qué te refieres?”
“Extrajo parte de sus entrañas para guardarlas. ¿Por qué?”
“No lo sé, no estaba ahí, nunca lo estoy”.
“¡Una mierda! Estoy seguro de que conoces todo lo que Steve hace”.
“Sam…”
“No, de verdad, dime, tengo curiosidad”.
Guarda su mapa y comienza a caminar hacia el vehículo seguido a unos pasos por el Winchester.
“No puedo. Pregúntale a Steve”.
Sí, como si Steve no le diera largas cada vez.
“¡Eres tan cobarde!”, le grita y el otro se detiene. “¡Deja que salga Frank! ¡Quiero hablar con Frank! ¡Él realmente se preocupa y quiere ayudar! ¡Y no le tiene miedo a Steve!”
El otro se da la vuelta y ya no es Gabriel. La furia se lee en sus facciones.
“¿No puedes dejar de ser tan odioso? Te lo dije antes: las preguntas a mí. ¡A MÍ!”
Está furioso. Sam puede sentir las oleadas de disgusto fluyendo hacia su persona.
“Oye, …”, intenta.
“¡Maldito hijo de puta! ¡No tienes ningún derecho!” continúa el otro, los puños crispados hasta hacerlos temblar. “¡Gabriel no está asustado de mí! ¡Es un buen hombre, un buen soldado! Quizás tiene una pobre imagen de sí mismo, ¡pero no es un cobarde!”
“Calma, amigo. Yo no quise…”
“¡Cuidamos el uno del otro! ¡Somos una familia y nosotros protegemos a nuestra familia! ¡Demonios, somos LEALES a nuestra familia!” le dirige a Sam una de esas miradas que si fulminaran, éste sería ya sólo otro montón más de cenizas como los que acaban de dejar en la granja. “Quizás eso no signifique nada para ti, pero para nosotros lo es todo. No intentes hacerlo sentir mal por elegir hacer lo correcto”
Sin más, retoma el camino hacia la camioneta. Sam acusa el golpe. Se queda allí, la mandíbula prieta. Sabe que Steve no ha hablado por hablar. Es el portavoz sin filtro de lo que en realidad siente su hermano y aunque se diga una y otra vez, como en el pasado, que lo hecho ya no se puede remediar, la culpa sigue llamando a la puerta.
“Suena tan parecido a Michael. Él siempre tenía la palabra precisa para hacerme sentir una porquería”.
Sam no le contesta.
Cuando lo alcanza en el auto, Steve aguarda en el asiento del copiloto. Se ha cambiado la chaqueta. La otra, arruinada por el googoo negro yace en el suelo, al lado de su puerta. Sam entra a la cabina pero ni siquiera hace el intento de echar a andar el motor.
“Yo… lo siento”, dice. Steve no parece haber escuchado. “Lo siento”, repite. “No era mi intención ofenderte u ofender a Gabriel. Lo lamento”, voltea a verlo pero el motoquero parece una figura de palo. “¿Steve?”
“Sí, sí”, dice el otro. “Tú nunca tienes intención de nada”
El teléfono en el bolsillo de Steve cobra vida y éste lo atiende antes de que Sam pueda replicar alguna cosa. No es que considere que tiene muchas opciones de réplica en todo caso. Él y Dean siempre parecieron entender el mundo de manera opuesta. No espera que justo ahora, en las presentes circunstancias, se establezca un puente de comunicación entre ambos.
Steve frunce el ceño. Quienquiera que le está llamando parece darle noticias muy serias. Sam se abstiene de preguntar, pero toma nota mental de espiar en el celular de su hermano a la primera oportunidad que se le presente. Suena la alarma en el reloj de su muñeca. Es la hora de la medicina de Dean. Saca el frasco desde la guantera y lo mira un instante preguntándose si acaso no debería tomar una él también. Steve se despide de su interlocutor misterioso en ese instante, guarda el aparato, coge el laptop desde el asiento trasero y comienza a pulsar las teclas con rapidez. Lee con absoluta concentración.
“¿Ves eso?”, pero no es a Sam a quien se dirige. “Sí, lo ví”, se responde él mismo. Con un par de movimientos cierra todas las ventanas en la pantalla y empieza a teclear nuevamente.
Sam se siente intrigado y al mismo tiempo excluido.
“¿Qué sucede?” pero nadie le contesta “¿Steve?” Nop. “¿Gabriel?” tampoco. “¡Maldición! ¡Dí algo!” El otro no deja su tarea, la pantalla azul llena de números y palabras al frente suyo. Entonces se da cuenta de sus intenciones. “¡Oye! ¿Qué haces?”, es una pregunta retórica porque Sam sabe perfectamente que está eliminando el historial. ¿Cuál es la idea de mantenerlo desinformado? Steve sigue tecleando. “¡Amigo, basta ya!”, reclama Sam una vez más, ” ¡No hagas eso!”. Le arrebata el laptop pero ya es tarde. Nada que salvar. Sam resopla, frustrado. Steve se echa hacia atrás en el asiento con aire satisfecho. “¿Estás feliz?” le pregunta y el otro le sonríe torcido por respuesta. Casi como una venganza, Sam busca el frasco de las pastillas, lo destapa y lo tiende hacia su compañero. “Trae acá, tu mano”
El motoquero mira el frasco con desconfianza.
“¿Qué cosa es?
“Puedes enojarte conmigo pero un trato es un trato”.
Steve hace un mohín de disgusto casi infantil.
“¡Oh, mierda!”, se queja.
“Hazlo por Dean”.
Con un suspiro, Steve alarga la mano y Sam deja caer dos pastillas en ella. El cazador mira los dos botones blancos en su palma y luego sus ojos se mueven de un lado a otro observando de reojo el interior del vehículo. Sam se da cuenta.
“¿Algún problema?”
“Ésta no es mi Nena”
“¿Dean?”
El cazador alza la cabeza y mira abiertamente alrededor.
“¿Qué demonios estamos haciendo aquí? ¿Y sin mi Nena?”.
Las palabras de la doctora acuden a Sam: precaución, calma, no demostrar pánico, no atosigarlo con la verdad de su situación.
“Nosotros… estamos… ” comienza pero se siente inseguro respecto a lo que debe o no decir.”… en una cacería”
“¿Sin mi Nena?”, Dean suena escandalizado.
“La estamos escondiendo de los leviatanes ¿recuerdas?” Acude a su memoria el hecho de que lo primero que hizo Dean cuando se separaron fue ir y sacar el Impala de su escondite.
“No, no recuerdo eso”, declara éste. Se lleva una mano a la cabeza, tanteando con los dedos. “Debe ser la contusión”.
“¿Cuál contusión?”.
Dean lo mira con fijeza, directo a los ojos como para asegurarse de que está hablando en serio y al comprobar que es así parece un poco perdido.
“¿No tuve una contusión?”.
Sam suspira.
“Toma las pastillas”.
Dean baja la mirada hacia su mano abierta y vuelve a hechizarse con ellas.
“Estás enojado conmigo”, dice finalmente.
“No, no es así”.
“Por Amy”.
“Dean, eso ocurrió hace tiempo ya”.
“Pero estás enojado conmigo”.
“Dean…”.
“Me abandonaste”.
“No ocurrió de esa manera”.
“Lo hiciste”.
“Dean…”.
“Lo hiciste. Pero, ¿sabes qué?”. Y entonces se apea del vehículo y Sam le imita. “Tenías razón en una cosa”, le dice desde el lado opuesto apuntándole con el dedo. “Necesitamos separarnos”, abre la puerta del asiento trasero desde donde comienza a extraer el equipaje.
“¿Q-qué? No, no, no”. Corre rodeando la camioneta para detenerlo y entonces se da cuenta que las cosas que están en el suelo… son las suyas, no las de Dean. Levanta la mirada hacia su hermano y ve que sonríe con socarronería.
“Y nos llevaremos el auto de mierda”.
El puñetazo viene de sorpresa y lo arroja al suelo. No puede evitar que el otro le saque las llaves del bolsillo. Todavía aturdido, escucha el portazo y el motor cuando se pone en marcha.
“¡Steve, espera!” grita pero es inútil y lo sabe. Se han marchado. Lo han abandonado.
continuará…