Decisión

Jul 19, 2006 14:46


Hundido en las arenas movedizas de las dudas más obsesivas, ofrezco una mano a la Esperanza y otra a Caronte para que uno de los dos me libere de este fango moral que me engulle lentamente. Y mientras me hundo, los observo indolentes al otro lado de las vías y me atormenta la idea de que sólo aceptarán ayudarme cuando sea yo el que decida qué mano tender y a quién.

Bajo la incandescencia febril del mes de agosto, los raíles del ferrocarril parecen ser la aurora del infierno. Es el hierro que arde y es el olor a óxido, pero sobre todo es el rumor del tren lejano que se aproxima el que ahoga el tiempo de la reflexión.

Maldita sea, si aquel día alguien me hubiera avisado de que la muerte esperaba de un modo tan cruel que yo le facilitara la entrega de una nueva alma, le hubiera concedido el honor de que la arrebatara ella personalmente. Pero la muerte es un ser inteligente y manipuló mi imperfección humana para atormentarme con el dilema que me oprime la vida cada vez que veo una sonrisa infantil y un orgullo paterno, que la oprime cada vez que soy consciente de que aquel día se me echó encima la desdicha y la deshonra de lo que llaman negligencia. Nadie en el quirófano notó la presencia de la muerte a mis espaldas manipulando mi bisturí y mis manos como una marioneta. Sin embargo, todos la vimos salir arrastrando por el suelo un alma desprendida de un cuerpo de tan sólo seis años mientras un pequeño corazón dejaba de latir. Desde entonces, la rémora de la culpa constriñe mi ser sin dejarme respirar un minuto y he llorado largas noches y largas madrugadas pensando en una familia desolada y una felicidad truncada. Cada mañana, cada atardecer, deseo que alguien acabe conmigo. Pero hoy, frente a las vías, debo decidir si la funesta carambola que perpetró la muerte concluye finalmente, llevándose mi alma como un regalo que le ofrece la debilidad humana. Hoy y ahora, decido si definitivamente dejo que el lodo viscoso de la responsabilidad me arrastre hasta el caos de las almas perdidas o me desenredo para siempre de esta telaraña pegajosa dejándola atrás y esperando que la muerte me venga a recoger cuando corresponda, sin que me acorrale con su sádica guadaña.

La cuenta atrás está en marcha desde que he divisado el tren en el horizonte. Y yo sigo ahogándome mientras la rabia del dilema me impide resolver el conflicto sin saber qué opción es la correcta. El tren ya está aquí. No hay más tiempo. La muerte me mira al otro lado de las vías, retándome con su mirada impertérrita a que dé un paso hacia ella y coloque mi cuerpo entre los raíles para que saboree su victoria sobre mí y sobre el mundo. Porque no sólo está mi vida en juego. Si doy el paso, la muerte demostrará al universo que desde el inicio ha inventado las reglas. Si no lo doy, de manera secreta avivaré la gran llama de la esperanza. Si lo doy, lo daré ahora. Si no lo doy, no lo daré jamás. Debo poner fin a este desafío. Dar el paso o no darlo. Ahora o nunca.

Ahora o nunca.

Ahora.
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