Jul 05, 2009 13:13
Todas las tardes, en una de las cadena autonómicas, hacen una plícula del Oeste. Creo que llevan como diez años poniéndolas, y como no es posible que existan tantas, no hacen más que repetirlas hasta la saciedad.
Algunas son deleznables, recuerdo una alemana que aún me tiene estupefacta. Pensaba que las españoladas almerienses eran malas,pero la teutona era de juzgado de guardia, incluso me parece recordar un sioux rubio, pero no me hagáis caso, y el protagonista, vista su expresividad, era un espantapájaros que encontraron en una huerta perdida, por lo menos.
Otras son de las "buenas", o yo considero buenas, vamos. Y el viernes pusieron una de las buenas, una que me hizo recordar porqué me enamorisqué de Burt.
Tengo que confesar que nunca fue uno de mis actores favoritos, creo que abusaba de su sonrisa profidén en muchas películas, de sus acrobacias circenses...En "Veracruz", me dí cuenta del tipazo que se gastaba el tío, demasié, pero en "Los que no perdonan", en esa, me enamoré.
Os contaré por encima la trama: Respetada y respetable familia ganadera formada por la madre viuda , tres hijos y una hija. El hijo mayor Ben (uséase, Burt)es muy protector con todos, pero especialmente con la hermana, Rebeca. A mitad de película sale a colación que la chica es de origen indio, con el revuelo que eso supone. Una tribu india cercana viene a recuperar a la chica, con toda educación y buenas maneras, Ben se niega, e incluso para que no haya punto de retorno, hace matar a uno de los parlamentarios.
Rebeca llora porque sabe que eso significa la muerte para todos. Ella, es la encantadora y preciosa Audrey Herpurn, se vuelve, sollozante a Ben y le dice: "¿Por qué, por qué tenéis que morir todos por mí?"
Y entonces Ben levanta sus toscas manazas de vaqueros, ásperas, duras, requemadas y curtidas, y con una delicadeza y una sensibilidad extrema coge la deliciosa y exquisita cara de Rebeca, susurrando: "Mi pequeña...mi pequeña piel roja" , y la mira con tanto amor, que ya no tiene que decir ni una palabra más y la envuelve en sus brazos y la hunde en su pecho, casi haciéndola desaparecer en su corpachón.
Ay, Burt, con esa escenita, me ganaste para siempre.