Título: Las batallas que se luchan sin espadas
Categoría: ¿PG-13?
Pareja/s: Percy/Annabeth (nombrado) y Percy/Nico (poco más que nombrado)
Disclaimer: los personajes pertenecen a Rick Riordan y la saga de Percy Jackson y los dioses del Olimpo.
Advertencias: SPOILERS del 5º libro. No tiene beta, no tiene nada, está escrito rápido y por favor, intentad obviad los fallos porque sé que tiene unos cuantos. Si veis que alguno es grave, os agradecería que me lo dijeseis, por eso de ir mejorando.
Notas: lo he escrito con
Broken Strings de James Morrison y Nelly Furtado de fondo. No sé si influye, pero si alguien quiere leerlo con ello puesto ahí dejo el link.
Normalmente las personas tienen pensados dos o tres caminos a seguir cuando crecen. Eso sucede con las personas normales. Sin embargo, cuando te enfrentas todos los meses (cuando tienes suerte y no es todas las semanas) a monstruos mitológicos, que la inmensa mayoría ni ve, no sueles pensar más allá de mañana. Principalmente porque es probable que no vivas para ese día. Entonces, después de una noche de duro trabajo y carreras huyendo de un maldito minotauro que la ha cogido contigo, esperas algo de consideración por parte del resto. Tampoco una alabanza pero no estaría mal que tu profesor de universidad no te humillase delante de toda la clase porque no has estudiado para el examen oral de ese día. En ese momento piensas que lo del minotauro tampoco fue tan grave y que fue inmensamente más divertido que eso.
Luego está el tema de la universidad en sí, o del futuro. Cuando pasas por el Empire State y miras hacia arriba esperando ver un Olimpo que se oculta bajo la niebla. Tienes la tentación de subir a saludar. Hola, soy Percy, venía a ver a mi novia. Annabeth está allí arriba, construyendo y derribando, diseñando maravillas con su imaginación. Está en cuerpo y alma sumida en ese mundo griego donde tú no tienes un sitio. Ella ha diseñado su futuro y tú sigues en la adolescencia intentado descubrir qué vas a hacer con tu vida.
El piso cada vez está más desordenado y hay un vacío que se extiende como una amenaza. Cada día va tomando un metro más. Sientes que en cualquier momento te acorralará contra una pared y no sabes enfrentarte a ese tipo de situaciones, las que están debajo de la piel y no se ganan con espadas mágicas. Cuando ella baja a dormir, gastáis un poco de tiempo juntos y luego se va. Te habla de lo que tiene en mente y tú asientes, cerveza en mano, sonrisa de chico amable. No sabes cómo decirla que eso se os está desmoronando porque sería pedirla que abandone su sueño. Y en caso de elegir, no tienes claro si tú saldrías ganando.
Distingues Central Park al final de la calle, todo verde en medio de la jungla de asfalto. Parece un pequeño oasis y te gusta ir a pensar allí, incluso te llevas algunos libros en época de exámenes. Aunque no sueles abrirlos. Pero esa es otra cuestión.
Entonces algo te obliga a pararte. En medio de la multitud ves una figura, está quieta y mirándote, con una sonrisa un poco torcida. Le reconoces, aunque hayan pasado algunos años y ya no sea un crío. Yo tampoco, murmuras. Te acercas hasta él esquivando a toda la gente y cuando llegas no sabes bien qué decir. Qué le dices al hijo de Hades, a un compañero de guerra, a un amigo, a Nico di Angelo.
-Hola, Percy. -termina saludando él.
Le das la mano y él la estrecha y terminas por abrazarle muy fuerte.
-Podías haber llamado, imbécil. Ni siquiera sabían nada de ti en el Campamento.
Él se encoge de hombros y desvía un poco la mirada.
-En el Inframundo no hay cobertura, ya sabes.
Le notas la voz más grave y las bromas en su boca suenan extrañas. Te gustaría darle un puñetazo por ser tan descarado pero te ríes. Como hace meses, años, que no lo hacías. Te doblas sobre ti mismo y él te imita.
-Venga, te invito a comer. Tengo hambre. -le dices.
No das tiempo a que responda pero sabes que va a seguirte. Así que vais al sitio más cercano y económico y os sentáis en unas mesas que imitan a la madera, pero sabes que son de plástico. Todo apariencia pero no deja de ser la misma comida basura que te sirven en sitios más famosos. Una camarera poco agradable os toma nota mientras no aparta la mirada de Nico. Te sientes un poco incómodo. La verdad que ha cambiado. Tiene los ojos más oscuros, el pelo un poco más largo y está más pálido. Más aún. Por el cuello de la camiseta negra sobresale un tatuaje que no consigues descifrar.
-¿Y el tatuaje? -preguntas alzando las cejas.
Él lleva la mano hasta el cuello de la camiseta y la fuerza a estirarse para mostrar parte del hombro. Una calavera está rodeada de ondas y espirales puntiagudas. Aún con todo es bonito, o tal vez sea que el lienzo no está tampoco nada mal.
-Creo que queda bien.
Asientes. Aunque bien es quedarse corto.
-¿Qué has hecho estos años? -pregunta Nico escrutándote con los ojos.
-Ya sabes. Pelear con monstruos, ir a la universidad, más monstruos… los veranos con los novatos del Campamento. Alguna vez vemos a los Ponis Juerguistas, otras veces vienen los dioses a recibir su dosis de narcisismo anual.
Nico sonríe. La camarera viene y os trae la comida. Un par de hamburguesas, patatas y dos refrescos. Tampoco iba a ser un banquete. No hay ninguna hoguera alrededor para hacer el gesto de alabanza a los dioses. De todos modos hace tiempo que ya no quieres hacerlo. Tal vez de forma egoísta, porque siempre tiene que haber un culpable, y tú les culpas a ellos de haberse llevado a tu chica.
-¿Annabeth? -pregunta y da el primer mordisco.
Dejas el refresco sobre la mesa y tienes ganas de decirlo todo. Porque aún no has dicho en alto todo lo que te carcome por dentro. Si lo dices en alto, a lo mejor se hace realidad. O a lo mejor un dios se enfurece contigo y es lo más que probable.
-Las cosas…-te paras.- bueno, no van muy bien.
Sonríes incómodamente y Nico cambia de tema inmediatamente. Devoráis la comida e intercambiáis bromas y aventuras. Le cuentas las últimas noticias del Olimpo. Hay un chico en el Campamento Mestizo que se ha enamorado de Hestia y ella no sabe cómo no herirle sus sentimientos. Nico se ríe ante la anécdota. Él no dice mucho, asiente, comenta pero no habla de su pasado. Sigue igual de misterioso, con sus secretos como una capa sobre él.
-¿Qué haces en la universidad? -te pregunta interesado mientras termina las patatas.
-Griego. -te mira con sorpresa. -Tenía que ser algo en que tuviese un poco de ventaja.
Alza una ceja divertido y tuerce la boca.
-Eso es hacer trampa.
Te encoges de hombros y le guiñas un ojo.
Termináis la comida y salís a la calle. Al final acabáis en un bar tomando unas copas. Cae la noche y Nueva York se ilumina como un árbol de Navidad. Tal vez sea efecto del alcohol, que no ha sido mucho, pero bajo las luces brillantes Nico parece ser aquel niño que jugaba a las cartas, abriendo los ojos ante todas esas maravillas. Pero cuando te mira, su rostro cambia, hay algo más oscuro, algo más misterioso que no sabes captar. Te agarra el brazo y te arrastra por las calles, parando en escaparates, llevándote por Central Park, trastabillando con la gente por correr de un lado a otro. Al final acabáis en tu portal.
-¿Aquí vives? -pregunta curioso.
Recorre el edificio con la mirada. Tú te giras y miras la fachada algo molesto. No es un palacio pero los dioses no pagan todos los caprichos. Te giras con el ceño fruncido y él se relaja.
-Me gusta.
Así que subís hasta el piso. Las escaleras de madera crujen bajo el peso de ambos y te pones alerta. Siempre te ocurre, en cualquier momento puede aparecer algo que pretenda mandarte al otro barrio. Incluso aunque lleves a Contracorriente en el bolsillo siempre tienes que estar alerta. Nico te agarra del brazo y frunce el ceño.
-¿Pasa algo?
-La costumbre.
Te encoges de hombros y abres la puerta. El piso está desordenado, tiene un aura de abandono, como si al abrir la puerta de entrada estuvieses abriendo la puerta a tu interior. Y estás dejando entrar a Nico, estás mostrando los secretos y los trapos sucios (literal y metafóricamente).
Él se sienta en el sofá y sigue mirando todo a su alrededor. Te resulta extraño sentarte a su lado y tratarle como si fuese tu mejor amigo. Ese Luke que no cedió bajo la traición y que no murió. Hay días que su muerte también pesa sobre tus hombros.
-Ni siquiera Hestia podría considerar este caos un hogar. -bromea Nico.
Le das un codazo en las costillas y le pasas una cerveza. Miras a tu alrededor. A mamá aquello no le gustaría. Aunque pusieses la excusa de que has estado con exámenes, acosado por una panda de seres sobrenaturales y un poco deprimido, aquel desorden no lo toleraría.
-Bueno, si no te gusta sabes dónde está la puerta.
Le tientas a dejarte allí solo, a huir como lo ha hecho durante esos años. Sabes que te dolería un poco verle desaparecer después de ese oasis en la ausencia.
-He estado en sitios peores. -contesta y vuelve a clavar su mirada en la tuya.
-Te creo.
Sonríes y te estremeces. Debajo de todo el negro, de los tatuajes y de la mirada de chico duro seguramente se encuentre el antiguo Nico que buscaba a Bianca, capaz de hacer tratos con los muertos para hablarla una última vez. Pero primero hay que atravesar esas capas que te resultan tenebrosas y realmente atractivas. Porque en el fondo eres un aventurero y eres el primero en adjudicarse un equipo en la caza de la bandera (aunque ya seas demasiado mayor para seguir jugando a ello).
Pasáis la noche hablando. No sabes bien de qué exactamente porque pasas más tiempo fijándote en la forma de paladear las palabras de Nico que pierdes el hilo de las conversaciones. Te sientes culpable si piensas en Annabeth. No estoy haciendo nada malo, piensas una y otra vez, y cuando vuelves a fijar la mirada sobre el chico que tienes al lado no te resulta una razón lo bastante creíble.
Entonces, ocurre. Nico se acerca más, fluye como una sombra y se traga el espacio entre vosotros. Tienes su rostro a menos de cinco centímetros de tu cara y una mano suya está apoyada sobre tu pierna. No sabes cómo no has visto venirlo. Respira sobre ti y estás nervioso, demasiado. No sabes qué hacer: puedes lanzarte al vacío con él o echarlo de casa. Sinceramente, echarlo te parece de mala educación.
Nico no cierra los ojos en ningún momento, se acerca más, un poco más, nunca una distancia tan pequeña se había hecho tan larga. Tienes sus labios a milímetros e incluso abres un poco la boca, en parte para coger más oxígeno, en parte porque lo deseas con todas tus fuerzas.
Pero el semidiós se aleja hacia atrás con la misma parsimonia y deja el botellín de cerveza sobre unas hojas desperdigadas en la mesa. Ni siquiera protestas porque sigues igual de sorprendido que hace unos segundos.
-No sería justo .-¿el qué?, te preguntas. -Llámame algún día, Percy.
Se levanta y ves que ha dejado un número en una revista de música que está abandonada sobre la mesa. Se dirige a la puerta y sigues paralizado.
Qué acaba de suceder. Qué no ha sucedido.
-En el Inframundo no tienes cobertura. -es la primera estupidez que te ha venido a la cabeza.
-Si me llamas, voy a venir.
Lo dice con tanta firmeza que le crees. Entonces, Nico di Angelo cierra la puerta a su espalda y el silencio vuelve a llenar toda la habitación y te quedas a solas con una batalla que acaba de comenzar. Una batalla que no vas a ganar con espadas.