May 31, 2006 20:29
Le conocí en extrañas circunstancias. Era americano, de California. Alto, delgado, algo más de cincuenta años. Tenía la cara alargada, solía dejarse una barba de dos o tres días y llevaba gafas.
A pesar de que sé hablar bien inglés, me dijo que le hablara siempre en español, que lo prefería, ya que tenía la intención de acostumbrarse al idioma. El también procuraba hablar siempre en español, excepto cuando no sabía cómo se decía una palabra, en cuyo caso me lo decía en inglés. Su forma de conjugar los verbos, al principio, era curiosa. Empleaba sólo la forma "VOY A" + infinitivo, en vez del presente o del futuro, y "FUI A" + infinitivo, en vez del pasado. Poco a poco, fue dejando esa extraña costumbre por una conjugación más ortodoxa.
No me contaba gran parte de su vida, al menos al principio, prefería escuchar. Aguantó con paciencia que le diera lecciones sobre historia revisionista de España y de Europa. Se enteró, por ejemplo, de que no existe la raza española. Otro día discutimos de fonética, y se dio cuenta, por primera ve en cincuenta años, de que la "th" en "then" y en "thin" se pronuncia de distinta forma. Era inteligente y con un sentido del humor que sólo puedo calificar de propio de un lugar más civilizado.
Un día, me contó su historia a grandes rasgos, que resumiré a continuación:
Nací en California. Durante mucho tiempo llevé una vida normal. Fui a la Universidad y más tarde me hice profesor de historia. Estuve casado y tengo hijos. Sin embargo, hay algo que llevo tiempo queriendo hacer, y por fin ha llegado el momento. Quería buscar mis raíces, saber de dónde vengo, quiénes son mis antepasados. Vine a Europa hace unos meses. Aterricé en Viena, donde empezó mi viaje. Viví algunas extrañas aventuras, que no vienen al caso. Al final, llegué a esta ciudad de España porque, según mis investigaciones, este es el lugar de origen de mi apellido. No sé hasta dónde llegaré, ni qué haré cuando haya averiguado lo suficiente.
Otro día, vi por la ciudad carteles colocados por las farolas, que decían:
Escritor americano busca personas para documentarse sobre cierto tema que está investigando. Llamar al número xxx-xxx xxx.
Se lo dije y, en efecto, me dijo que era él. Es, por tanto, el primer escritor que conocí personalmente.
Pasaron los meses y dejé de verlo. Un día me lo encontré por la calle. Nos saludamos, y él parecía contento y a la vez más misterioso. ¿Habría descubierto algo que andaba buscando? Me relató ciertos incidentes que había tenido con otro individuo americano. Esa fue la última vez que le vi........
Hoy, mucho tiempo después, la curiosidad me lleva a saber qué es de su vida y, de paso, averiguar si sus investigaciones le llevaron a ser alguien eminente, al menos en la fabulosa California. Para mi extrañeza, compruebo que en Google el único documento que habla de él es un acta judicial que resuelve el incidente que me había contado:
Ciudad tal, a tal de tantos del año tal.
Yo, el juez de instrucción tal, vistas las partes, oído el Ministerio Fiscal y las partes X.X. (el agresor) y Y.Y. (mi amigo, el agredido), condeno a X.X., ciudadano estadounidense, como autor de una falta de lesiones, a treinta días de prisión y una multa de tal cantidad.
Llegado a este punto, pierdo la pista de mi antiguo amigo americano y concluyo que su viaje debió de ser no sólo muy largo, sino también muy profundo, pues nunca más se volvió a saber de él, al menos en lo que a mí se refiere.