Oct 03, 2011 14:09
Sucedió muy deprisa, pero parecía que hacía mucho más tiempo que había empezado. Suele pasar con estas cosas, que el fluido del tiempo se distorsiona.
Caminaba por caminos que ya conocía. Sin embargo las calles estaban en mi mente como una red, atrapándome en la asfixia de sus nudos y los rasguños de sus cuerdas. Sin embargo, me perdía. No sabía a donde iba. Una mañana encontré algo que no buscaba. Esa mañana hacía sol. Ya era otoño, así que era un sol algo tímido. Acariciaba suavemente las hojas de los árboles y se deslizaba por ellas hasta caer al asfalto por el que mis pies dibujaban extraños itinerarios sin destino. El viento me despeinaba, pero era agradable. A veces andaba algunos pasos con los ojos cerrados, viendo el fondo rojo de mis párpados al trasluz y sintiendo que el aire me llevaba, con los pies fríos, y sin yo saberlo, al lugar del encuentro.
Y con los ojos aún cerrados, le vi de lejos, con el andar y la espalda anchos, mirando hacia el cielo. Entonces, se me abrieron de pronto. Me paré, y empecé a mirar a mi alrededor. La niebla del mundo empezó a deshacerse. Pude ver donde iba finalmente, la red se abrió, y salí corriendo. Corrí por las calles, girando cuando tocaba, hasta que llegué a esa calle, y le vi de lejos, con el andar y la espalda anchos, mirando hacia el cielo. Corrí más rápido, cortándome la cara con el aire, forzando el vuelo, hasta que le tuve a unos pasos de mí y se paró. Se dio la vuelta y sonrió.
Antes de marcharse, con sus labios cortados hicimos un pacto de sangre sin querer. Más tarde, al morderme el labio inferior mientras caminaba hacia la estación, noté el sabor de su sangre de nuevo y fue cuando pensé en el pacto, en los lobos y en que tenía que volver.
Y volví.