Vale, siento el retraso, como siempre. Y advierto que aquí se acaba la parte del fic que ya estaba escrita, así que los plazos serán a partir de ahora, y como me suele suceder, imprevisibles. Así que os agradezco la paciencia y el que, aún así, os animéis a leerme...
Bueno, a lo que iba. Que aquí os dejo el siguiente capi. Empezamos con el tercer día... De momento creo que gana el bando celestial me parece... Ya veremos que pasa a partir de ahora... con el alma ¿eh? Que es flipante lo poco que os preocupa el destino del pobre alma inocente de Ia... digo de Ethan... jejeje.
Espero que os guste y gracias por leer!!
Título: Una unión hecha en el cielo… o no
Autora:
ulrike_44 Rating: NC-17
Personajes: Brian y Justin. Más o menos.
Nota: Es un Crack.
Advertencia: Ninguna en especial.
Disclaimer: Que sí, que ya, que todos sabemos que los personajes no me pertenecen ni tengo ánimo de lucro ni blablabla… ¡Ah! Y la idea para el fic se me ocurrió leyendo el libro Siete días para la eternidad de Marc Levy, así que parte del mérito es suyo.
DÍA TRES (1/2)
Brian estira los brazos sobre su cabeza desentumeciendo los músculos doloridos del cuello. Pasarse toda la mañana inclinado ante el teclado del ordenador pasa factura a cualquiera. Incluso a un ángel caído. Observa con cierta envidia a Arcángel, tumbado cuan largo es en el suelo, la cabeza cómodamente instalada entre sus patas delanteras y el rabo peludo barriendo perezosamente el pulido parquet. La alfombra blanca ha desaparecido, por supuesto. Está en el contenedor de basura de la parte trasera del edificio, junto con el edredón de plumas de pato salvaje, los Gucci y la mitad de su vajilla. El sofá ha intentado arreglarlo. Resultado: ahora en vez de tres huellas visibles de patas caninas tiene tres indefinidas manchas verdosas desagradablemente parecidas al moho. Brian se recuerda que, antes de apagar el ordenador, tiene que pasarse por E-bay.
Pero antes tiene un asuntillo más urgente del que ocuparse. El asunto en el que lleva enfrascado toda la mañana.
- Bueno, Arcángel, entonces que opinas ¿antecedentes sí o no?
El perro gira sobre sí mismo y abre la bocaza dejando que la lengua caiga húmeda a un lado, lanzando al aire un breve ladrido. Si fuera sólo un perro -y ese es un asunto que aún tienen que tratar, se recuerda Brian- pensaría que está mirando las motas de polvo, las vigas del techo o lo que quiera que miren los perros normales cuando miran a nada en particular. Siendo Arcángel, a Brian se le ocurre que a lo mejor está realmente pensándose la respuesta. Pero Arcángel, al parecer, tiene pensamientos más prosaicos. Porque lo que hace cuando por fin decide algo, es coger entre los dientes el cuenco vacío que estaba al lado de su cabeza y ponerlo en el regazo de Brian.
- ¡Guau! - suelta. Y Brian no necesita un traductor para saber que está pidiendo más.
El ángel caído se levanta con un suspiro y se dirige a la nevera. Saca dos cervezas y las abre.
- Espero que no pienses compartir esta información en concreto con tu amigo el angelito - dice mientras vierte una de las cervezas en el cuenco y se lleva la otra para él -, porque me da la impresión de que no íbamos a salir bien parados ninguno de los dos…
Lo de la cerveza para el chucho no ha sido cosa suya, eso que conste. Él se ha limitado a llenarle el cuenco de deliciosa y sanísima agua del grifo, como supone que han hecho durante siglos todos los dueños normales de perros normales que en el mundo han sido. Hasta que Arcángel ha apartado el cuenco con un gañido. Hasta que Arcángel se ha sentado a su lado mirándole sin apenas pestañear. Hasta que Arcángel ha apoyado su enorme y peluda cabeza sobre la pierna de Brian con ojos suplicantes. Hasta que Arcángel, harto de ser ignorado, le ha arrancado su propia cerveza de la mano y, alzando la cabeza, se ha bebido la jodida cerveza -a morro y de un solo trago- como un puto profesional. Debería llevarlo a un circo. Ganarían una pasta. Hasta que se enterara el angelito y les corriera a gorrazos a los dos, claro.
No debería estar pensando en el angelito, se recuerda. No es la primera vez esta mañana que tiene que recordárselo. Claro que cada vez que se lo recuerda no puede evitar pensar precisamente en el angelito. Y en el parque y en el sabor de su piel bajo la lluvia y antes de eso en el calor de sus labios y en el ansia de su lengua y en cómo su propio cuerpo reaccionó ante todo eso en lo que no tiene que pensar y antes aún estuvo aquella sonrisa y aquellos ojos que… Brian agarra con fuerza el botellín de cerveza y bebe un largo trago. Si se decidiera a ser sincero consigo mismo, reconocería que todas esas imágenes en su mente le hacen sentir… No sabe cómo le hacen sentir. Y sólo eso ya es una novedad. Algún sentimiento sí que reconoce. Caliente para empezar, el angelito le hace sentir caliente. Eso lo reconoce perfectamente. Lo demás…
Lo demás, nada. No hay nada más. Nada más que importe. Muy bien: el angelito le pone. Le pone mucho más de lo que debiera. Nada nuevo ¿verdad? Ésa fue la razón por la que, para empezar, aceptó este estúpido trabajito que ahora mismo no está haciendo porque está pensando en lo que no debería estar sintiendo por el angelito. Y que, si se empeñara, sí que podría definir porque el diccionario tiene palabras de sobra para estas cosas y los estúpidos poetas humanos seguro que tienen muchas más. Por suerte no tendrá que hacerlo porque él no está pensando en el angelito. Ni sintiendo nada más allá de un calorcillo perfectamente reconocible en partes de su cuerpo perfectamente previsibles. Y lo que desde luego no siente, eso por supuesto que no, es cierta incomodidad culpable al recordar esa última mirada que… «¿Qué vas a hacer con Ethan?»
Brian vuelve su atención hacia el ordenador. Esto es lo que va a hacer. Ocuparse de Ian y del alma de Ian y de… ¿Y qué pensaba el maldito angelito que iba a hacer si no, joder? ¿Creía que iba a renunciar al alma de Ian porque Justin le devolvió el beso en el parque y fue tan jodidamente caliente y excitante e inesperado y embriagador y…? ¡Qué coño! ¡Fue jodidamente perfecto! ¿Y creía que simplemente por ese momento…? ¡Ni siquiera follaron, por todos los santos! Y no es que un polvo fuera a cambiar nada, por supuesto. Tampoco es tan bueno el rubito, eso seguro. Por muy ángel que sea y por mucho que Brian no quiera imaginarse como sería ese polvo teniendo en cuenta que un simple beso fue…
Trago de cerveza. Ordenador. Trabajo. Ian. Céntrate, Brian. El ángel caído respira hondo.
En la pantalla del ordenador aparecen los frutos de su labor de esta mañana. Es el tiempo que le ha llevado introducirse en los ordenadores de PIFA, la escuela en la que estudia Ian. Y por cierto, Ian, sentimos comunicarte que te has quedado sin beca. Y lamentamos informarte de que, cuando vayas a clase esta tarde, alguna amable empleada te informará de que ha debido haber algún error porque ni siquiera tienes plaza en la escuela. Puedes volver al parque a tocar a cambio de unas monedas, tiempo libre no te va a faltar. No hay de qué. Y, por cierto, cuando te den la noticia y salgas del estado de estupefacción y te des cuenta de que ya no hay unos estudios que cursar ni un concurso al que presentarse ni nada más allá del maldito parque con las monedas, sería de agradecer que te acuerdes de ese adorable personaje que te ofreció su ayuda desinteresada tan sólo el día anterior. Incluso después de que mandaras a la mierda su plan A. Bienvenido al plan B, Ian.
Por eso Brian adora los ordenadores, esas maquinitas tan estupendas con las que puedes destrozarle la vida a cualquiera sin tener que moverte siquiera del sofá de tu casa. Bendito sea el siglo XXI. Ahora le queda la duda de si merece la pena el esfuerzo adicional de colarse en los ordenadores de la policía para añadir al currículum de Ian un par de antecedentes. Nada grave, claro. ¿Qué tal un pelín de escándalo público y un pellizquito de conducción en estado de embriaguez? Sólo por joderle un poquito más la vida. Por tocarle un poquito más las pelotas. Por hacer una inocente diablura.
- ¿Tú qué opinas, Arcángel?
Arcángel opina que éste es un momento tan bueno como cualquier otro para enterrar la cabeza entre sus patas y dedicarse a lamerse partes de su cuerpo que a Brian ya le gustaría poder lamerse solito. Claro que no sería ni la mitad de divertido que cuanto te las lame otro, supone. De hecho, si tuviera que pensar ahora mismo en un candidato para…
Trabajo. Ian. Antecedentes. Antecedentes no, decide al fin. Ya ha perdido bastante tiempo con Ian por una mañana y empieza a aburrirse de Ian y de su patética vida y de su insípida alma. Hasta ver cómo Arcángel se lame las pelotas es más divertido que pensar en Ian. Y eso es algo, lo de lamerse las pelotas, que todos los perros hacen, reflexiona. Todos los perros normales lo hacen. Porque eso y no otra cosa es Arcángel, ¿no es cierto? ¿Qué otra cosa iba a ser si no? Un perro perfectamente normal que se lame las pelotas, bebe cerveza, desaparece de pronto en medio de la nada y atraviesa puertas cerradas. Como todos los perros normales. Por supuesto que sí.
Como si se sintiera observado, Arcángel deja tranquilas sus pelotas y se sienta, clavando en Brian una mirada alerta y alzando levemente las orejas. Tiene la boca abierta y la lengua asoma a un lado babeante, como siempre. Y si no fuera porque es un perro perfectamente normal (por supuesto que sí), Brian juraría que se está riendo de él y de sus dudas.
Brian se centra en el meollo de la cuestión: si no es un perro ¿qué es? Porque o es el ángel más raro que ha visto en su vida o está claro que ese bicho de angelical no tiene absolutamente nada. Pero alguna conexión con quién todos sabemos tiene, eso está claro. ¿O no? Repasa mentalmente las dos veces que ha visto a Justin y al monstruo peludo juntos. Que él haya podido ver, en ambas el rubio ha tratado al cuadrúpedo como a un perro cualquiera. Bueno, sí, se lo lanzó encima en la perrera como si fuera un arma homicida de 90 kilos. Pero también hizo callar a los demás chuchos con una sola mirada. Porque todos ellos se habían puesto medio histéricos en cuanto él entró por la puerta, recuerda. Son cosas que pasan. Ángeles, ángeles caídos y animalitos. Reacciones predecibles. Pero no es como si… bueno, como si el perro fuera una especie de espía que el angelito le ha metido en su propia casa ¿verdad? Durmiendo con su enemigo, piensa Brian irónico al recordar el edredón que ahora está tirado en el contenedor. Aunque si, como sospecha, trabajan los dos en comandita (ángel y chucho, chucho y ángel) la verdad es que preferiría compartir cama con el otro miembro del equipo. Y sin necesidad de dormir ni nada.
Se pregunta qué estará haciendo el otro miembro del dream team celestial en este momento. No debería pensar en el angelito. Se pregunta si la perrera tendrá página web como parece tener hoy en día todo el puto mundo. No, la verdad es que no debería. Abre el Google.
Hay página, por supuesto. Y hasta hay un sistema de mensajes instantáneos. Mira qué serviciales en la perrera. Tamborilea con los dedos sobre la mesa. Sólo una pequeña conversación cibernética para meterse un poco más con él, como cuando fue a la perrera antes de… antes de nada. Le da un trago a la cerveza. ¿Qué tiene de malo una pequeña conversación? Enciende un cigarro. Que está demasiado ansioso por mantener esa pequeña conversación, eso tiene de malo. Hace clic y se abre una ventanita.
» Justin en línea. Dime quién eres y en qué puedo ayudarte.
Todavía está a tiempo de cerrar la ventanita. Cierra los ojos un momento. Mala idea. En cuanto los cierra, se le aparece en la cabeza la imagen de un pelo rubio y unos ojos azules y… Los vuelve a abrir. Debería cerrar la ventanita.
» Tu perro tiene poderes.
La ventanita permanece en blanco durante un largo instante. Tan largo que Brian empieza a temerse que no va a recibir ninguna respuesta.
» No es mi perro, es tu perro ahora. Y eso es ridículo.
Brian sonríe.
» Y no quiero hablar contigo.
» Pues no hables.
» No pienso hacerlo.
» Me parece bien.
El ángel caído observa el cursor parpadear durante otro momento. Esta vez no tiene que esperar mucho.
» ¿No le habrás dado cerveza? Es capaz de cualquier cosa por una cerveza…
» ¿Incluso de atravesar puertas?
» Ya veo que el que se ha bebido la cerveza no ha sido el perro.
» Ayer estaba dentro del portal.
» ¿Y qué?
» Que yo no le abrí la puerta.
» Estaría abierta.
Brian es consciente de que es una conversación así como tirando a estúpida. Si todo lo que sospecha sobre la conexión entre el angelito y el chucho es cierto, Justin no se lo va a decir sólo porque le lance indirectas. Pero se sorprende pensando que no le importa mucho de qué trate la conversación, mientras haya una conversación.
» Y por la mañana se metió en mi ducha y lo tenía tumbado delante de mí antes de darme cuenta.
» ¿Tumbado? Pero ¿qué tamaño tiene tu ducha?
Esta conversación ya promete más. Hablar de su ducha es mucho más interesante que hablar de Arcángel. Dónde va a parar.
» ¿Por qué no vienes a verla tú mismo?
» Esta línea es para emergencias. Y tú y yo no deberíamos estar hablando.
A Brian no se le escapa que Justin ha pasado de un “no quiero” a un “no deberíamos”. En un rinconcito de su mente hay una voz que le recuerda a Brian las mil y una razones por las que, efectivamente, no deberían estar hablando. La primera de las cuales es que está disfrutando demasiado hablando con él. Simplemente hablando con él.
» ¿Sigue gustándote la lluvia?
» ¿Por qué no iba a gustarme?
» ¿Te gustó ayer?
No recibe respuesta. Y el hecho de no recibirla le indica a Brian que Justin sabe perfectamente a qué se refiere.
» ¿Te gustó ayer cuando nos interrumpió?
» No deberíamos estar hablando.
» Eso ya lo has dicho.
Lo cierto es que Justin podría simplemente apagar el ordenador, piensa Brian. Es tan sencillo como eso. Si el angelito no quiere hablar, sólo tiene que apagar el ordenador. Del mismo modo que la tarde anterior sólo tenía que apartarse para evitar el beso. Otra cosa que tampoco hizo, por cierto. Justin parece leerle la mente.
» Voy a cortar. Tengo que volver al trabajo.
Antes de que le dé tiempo a pensarlo, los dedos de Brian vuelven a moverse sobre el teclado.
» Come conmigo. En el mismo sitio de ayer. Supongo que los parques seguirán gustándote.
» ¿Quieres comer conmigo?
» No, pero parece que es lo único que me dejas hacer contigo.
Brian no se puede creer que esté haciendo esto. Una cosa es que quiera follárselo, se recuerda. Cualquiera querría. Joder, no hay más que verle para entenderlo. Y otra cosa es… esto. ¿Comer juntos? ¿Cómo dos colegiales? Ya puestos, puede llevarle los libros y beberán el batido con la misma pajita. ¡No te jode! Está claro. Precisamente por esto es por lo que no era una buena idea esta conversación. Porque le invitas a comer (¡por todos los santos, como si fuera una jodida cita!) y te sorprendes esperando la respuesta con más ansiedad de la que deberías. El que debería apagar el ordenador es Brian.
» ¿Y qué otra cosa querrías hacer conmigo si te dejara?
Brian eleva una ceja.
» Olvídalo.
Y una mierda.
» No contestes.
Y una mierda se va a quedar sin su respuesta. El ángel caído vuelve a sentirse seguro del terreno que pisa. Este juego ya sí lo conoce. Este juego lo inventó él.
» Follarte. Para empezar.
La ventanita permanece en blanco por lo que le parece una eternidad.
» Por eso no puedo comer contigo.
» ¿Porque yo quiero follarte o porque tú quieres que te folle?
La pantalla hace “ping”.
» Justin está desconectado.
Pequeño cobarde. Brian se pasa una mano por la cara y se recuesta en el sofá.
Maldito y pequeño cobarde. Lo que tiene que hacer es olvidarse del jodido ángel. Eso o ir a la perrera y follárselo de una puta vez, sin tantas historias. ¿Desde cuándo se come él tanto la cabeza por un simple polvo, maldita sea? Porque no es un simple polvo. Lo es. Él puede hacer que lo sea. El problema es que no sabe si quiere que lo sea. Sí lo sabe. Quiere que lo sea. Por eso siente un nudo de anticipación en el estómago pensando en follarse al rubio. Por eso no puede sacarse de la cabeza el momento en el que le sonrió (aquel algo cálido y hermoso y reconfortante). Por eso aún siente en los labios el sabor de su piel afiebrada. Por eso siente algo tensarse dentro del pecho cuando piensa en la última mirada antes de verle desaparecer bajo la lluvia. Por eso le ha aparecido esta estúpida sonrisa en la cara al darse cuenta de que el ángel desea ese polvo tanto como él. Porque es un simple polvo. Porque él puede hacer que lo sea. Y conseguir que las vacas vuelen y los olmos den peras. Eso también puede hacerlo.
Cuando va a darle un trago a la cerveza se da cuenta de que el botellín está vacío. Y necesita una cerveza. O algo más fuerte. O aire. Eso va a ser lo mejor, salir a respirar un poco de aire. Aunque la lluvia caiga en el exterior con la fuerza de… ¡ja! de un puto diluvio bíblico. «No te esfuerces, colega», piensa mirando distraídamente al cielo, «él ya ha dicho que no».
Brian coge su abrigo y llama a Arcángel, que le sigue alborozado hasta la calle. Una vez en la acera, el ángel caído alza la cara y deja que las gotas de lluvia le empapen el rostro y el pelo. Es refrescante, la lluvia. Cierra los párpados y permanece inmóvil bajo la lluvia torrencial ante la mirada atónita de todos los viandantes que pasan apresurados a su lado. Le viene a la mente la primera imagen que tuvo del angelito, apoyado en aquella farola. Disfrutando de la lluvia. Tan hermoso. Le viene a la mente el angelito apartándose el pelo empapado de la cara la tarde anterior. Con la lluvia corriendo por su rostro acalorado, por la tersa piel del cuello. La lluvia es… ¡Simple agua que cae del cielo, joder! ¡Eso es la lluvia!
Brian sacude la cabeza y empieza a caminar a grandes pasos, seguido de cerca por el perro que parece empeñado en pisar todos los charcos a su paso. Hunde los puños cerrados en las profundidades de los bolsillos del abrigo y, sin darse apenas cuenta, deja que sus pasos le lleven hacia el Liberty Dinner. Necesita dejar de pensar. Necesita descargar su frustración. Necesita un sparring. Necesita a Ian. Tiene la impresión de que joderle un poquito más la vida a Ian le hará recuperar el buen humor.
Cuando llega al callejón junto al restaurante, se da cuenta de que no tiene ni idea de qué va a hacer. Algo destructivo. Le apetece hacer algo destructivo. Algo ruidoso y destructivo. Algo ruidoso, destructivo y doloroso. Algo…
Arcángel le mira un instante y luego, ni corto ni perezoso, se cuela por la puerta de la cocina del establecimiento. Al principio sólo se oye un silencio atónito. Luego una voz aguda.
- ¿Qué coño…?
Y entonces estalla el caos. Brian no se molesta en asomarse, se limita a escuchar. Estruendo de platos rotos. Gritos. «¡¿Quién ha dejado entrar a este…?!» «¡¿De dónde ha salido ese monstruo?!» Estruendo de metal al chocar contra el metal. Más gritos. «¡Ethan, coge a ese…!» «¡Cógelo tú, no te jode!» Una estantería que cae con estrépito al suelo. «¡Ethan, ¿es tuyo este monstruo?!» «¡¿Mío? Claro que…! ¡Aparta, joder, que alguien me quite a esta cosa de encima, me está llenando de babas!» Y más gritos. «¡Ethan, coge a tu perro y…!» «¡Que no es mi perro, coño!» Y más platos rotos. Algo así como una tonelada de platos rotos. «¡Que alguien lo baje de ahí, por Dios! ¡Y que baje también a Kiki!» «¡Ethan, si no coges a tu perro ahora mismo…!» «¡¡Que no es mi perro!!» Una cacofonía de ruidos variados a cada cual más divertido. «¡Ven, perrito, ven, toma una hamburg… ¡aaay! ¡me ha mordido! ¡esa cosa me ha mordido, mierda!» «¡¡Ethan, estás despedido!! ¡¡A la puta calle!! ¡¡Y llévate a tu perro!!»
Algo como eso.
Arcángel sale por la puerta con una hamburguesa cruda entre los dientes. Sin mirar apenas a Brian, se tumba en el suelo a su lado y empieza a masticar la carne con entusiasmo. El ángel caído le mira atónito.
- Pero ¿tú de qué lado estás?