Hoy vuelve a ser lunes, así que toca capi nuevo de los angelitos. Y en este capi aparecen personajes nuevos: el alma (que me da que ya la conocéis) y un invitado sorpresa (que espero que os guste). Y que no doy más detalles: ya lo leeréis.
Espero que os guste y gracias por leer!
Título: Una unión hecha en el cielo… o no
Autora:
ulrike_44 Rating: NC-17
Personajes: Brian y Justin. Más o menos.
Nota: Es un Crack.
Advertencia: Ninguna en especial.
Disclaimer: Que sí, que ya, que todos sabemos que los personajes no me pertenecen ni tengo ánimo de lucro ni blablabla… ¡Ah! Y la idea para el fic se me ocurrió leyendo el libro Siete días para la eternidad de Marc Levy, así que parte del mérito es suyo.
DÍA UNO (2/2)
Cuando el ángel abandona el restaurante, Brian se levanta de la mesa, se dirige a los taburetes del mostrador y toma asiento en uno, justo delante del camarero de la perilla. El alma en cuestión. Sonríe y el muchacho le devuelve la sonrisa, un poco turbado, nervioso, fascinado ya sin saberlo por el atractivo oscuro pero irresistible del ángel caído. Le ocurre continuamente.
La taza que estaba secando se le resbala de entre los dedos y Brian la coge al vuelo con sobrenatural precisión.
- ¡Qué raro verte por aquí! - le dice al tenderle la taza.
- Tra-trabajo aquí - tartamudea el chico.
- Sí, pero por las noches… es la primera vez que te veo por la mañana.
- ¿En serio? Quiero decir… ¿cómo lo sabes?
- Me he fijado en ti - se encoge de hombros con ligereza. Le mira a los ojos. Sonríe. Al chico se le vuelve a resbalar la taza, que esta vez se estrella contra el suelo. Pan comido.
Mientras recoge el estropicio, Brian le mira el culo. No está mal, concede. Pero le gusta más el culo del rubio.
- Pues no te había visto antes… - dice al incorporarse con los pedazos de loza destrozados.
- Es que soy tímido.
Más intercambio de sonrisas. Más miraditas cómplices.
- Mi compañero ha tenido un accidente - explica el camarero - por eso he tenido que venir a sustituirle. La verdad es que ha sido un accidente muy extraño…
- ¿En serio?
Un accidente extraño en verdad. Un cúmulo de circunstancias desafortunadas. Un gato (negro, por supuesto) sale despavorido de no se sabe dónde. En su carrera empuja una escalera que estaba (nadie sabe por qué) apoyada en la fachada del restaurante. La escalera cae con tan mala suerte que se cruza justo en el camino de un coche que venía por la calzada. El conductor del coche reacciona tarde porque justo en ese momento su radio se ha vuelto loca y le está ensordeciendo al grito de una ópera de Puccini. Para cuando da el volantazo, el vehículo ya está sobre la acera por donde se acerca (sin apercibirse de nada porque lleva los cascos puestos y además viene pensando en el tío tan bueno de la noche anterior en la disco, que le contó unos chistes divertidísimos sobre médicos, hospitales y exploraciones anales, antes de echarle el polvo de su vida para luego desaparecer sin dejar rastro)… por donde se acerca, decíamos, un camarero que entra a trabajar justo a esa misma hora.
Gritos. Conmoción. Caos. Sirenas de ambulancia. Esas cosas pasan. Cuando Brian está cerca, esas cosas pasan. Porque casi todos los animales sienten un saludable e instintivo terror ante los ángeles caídos y cuando uno de ellos se pone de repente delante de un gato y le mira fijamente a los ojos, el animalillo pondrá de inmediato pies en polvorosa, despavorido. Lo demás es cuestión de suerte. Pero de suerte de ángel caído, que no es exactamente tan fortuita ni tan casual como la suerte de los mortales. Y por eso, cuando Brian está cerca, un gato sale corriendo y un camarero termina en el hospital con una fractura de cadera. Uno que no podrá follar en una temporadita; aunque siempre tendrá el recuerdo de la noche anterior para consolarse.
Y por eso el alma más solicitada del universo en este momento está trabajando por la mañana, justo donde Brian le quería. Mirándole embelesado desde el otro lado del mostrador.
- ¿Qui-quieres tomar algo?
- Un café estaría bien.
Mientras el camarero prepara su café sin dejar de mirarle de reojo, Brian repasa su estrategia. Día uno por la mañana, primera toma de contacto. Antes ha tenido que quitar del medio al otro camarero, claro. ¿Podría haberlo hecho de una forma más sencilla? Seguro. Podría haberlo dejado tan exhausto la noche anterior que ni siquiera tuviera fuerzas para levantarse de la cama, por ejemplo. Pero los numeritos rocambolescos que incluyen absurdos cósmicos y ambulancias son su debilidad. Sacian su gusto por lo dramático. La presencia del ángel en el restaurante a su llegada ha sido, por cierto, un plus que no esperaba.
Nada de pensar en el ángel en este momento, se recrimina. ¿Cuál es el segundo paso? Conocer a su víctima, por supuesto. Encontrar su punto débil. Aún está mirándole especulativamente cuando el joven deja ante él la taza humeante.
- No entiendo qué hace alguien como tú sirviendo café a esta panda de fracasados - y añade -: Seguro que tienes más y mejores talentos…
El chico se ruboriza un poco. Esboza una sonrisa tímida. Hace un leve gesto de negación con la cabeza. Pero hay algo en sus ojos que desmiente esa pose de falsa modestia. Es un brillo frío, duro, cruel casi. Brian puede olerlo, como un sutil aroma que escapara de su cuerpo en oleadas. Brian siempre puede oler ese aroma. En este caso, apuesta por la ambición. Cruda, implacable, ingobernable. Le gusta la ambición. El ángel caído se relame interiormente.
- Es sólo algo temporal, mientras termino los estudios. Soy violinista... el mejor violinista del mundo - suelta una risita, como disculpándose por su petulancia… para el oído experto de Brian no suena muy creíble -, al menos lo seré cuando alguien del mundillo se dé cuenta de mi existencia…
Así que es eso. Por supuesto, tiene un sueño. Siempre lo tienen. Siempre quieren algo. Violinista. Pues vale. Le sirve. Se pregunta si los ángeles que creen en la bondad intrínseca de todo el género humano son capaces de percibir ese aroma acre y poderoso que él siente tan claramente. Probablemente no. Dejarían de creer estupideces si lo percibieran.
- ¿Sabes? Es curioso que digas eso…
- No me digas que eres un productor en busca de nuevos talentos - pero sus ojos se clavan en él de una forma que ya no tiene nada que ver con el coqueteo más o menos inofensivo de momentos anteriores - Sería demasiado bueno para ser verdad…
- Tengo amigos que tienen amigos… - deja caer, encogiéndose de hombros -. Si de verdad eres tan bueno como dices…
- Lo soy.
Ni asomo de vacilación. Vanidad. También le gusta la vanidad. Y sobre todo le gusta cómo combina con la ambición. Y ¿quién sabe? Puede que sea cierto que es bueno. A lo mejor descubriendo su talento le hace un favor al mundo y todo. Para lo que a él le importa.
- ¿Tienes algo que hacer esta noche? - pregunta.
Hace tres minutos era el propio Brian quien motivaba el rubor, la turbación, la fascinación… ahora Brian es el medio para lograr el fin y eso le hace infinitamente más interesante. Oh, sí. Va a ser muy fácil.
- Me llamo Ethan. Ethan Gold - le tiende la mano.
- Lo sé.
oOo
Nunca es difícil encontrar a un ángel. No importa la época ni el lugar. Siempre están trabajando en hospitales, orfanatos o mierdas parecidas. Haciendo la labor de Dios. Muy tierno. En el caso de Justin, es la jodida Sociedad Protectora de Animales de Pittsburg. Original.
Brian aparca el Porsche Carrera GT que ha robado al salir del restaurante sobre el paso de cebra que hay justo delante de la entrada, ignorando alegremente la cacofonía de aullidos y ladridos histéricos que le reciben en cuanto cruza la puerta. A ambos lados de ésta se ven amplias jaulas llenas de temblonas bolas peludas de distintos colores y tamaños. Al fondo, una puerta abierta da paso a lo que debe de ser un almacén o tal vez un despacho. Brian se toma un momento para preguntarse qué coño está haciendo aquí. Otro momento le basta para contestarse que saber lo mucho que va a molestar al ángel rubio su presencia es razón más que suficiente. No tiene otra cosa que hacer hasta esa noche de todas formas.
Localiza a Justin casi enseguida. Está agachado junto a una de las jaulas, debajo de una estantería llena de bolsas de comida para perros y ofreciéndole una involuntaria, aunque interesante, perspectiva sobre su perfecto culo angélico. El rubio mira en ese momento a su alrededor sorprendido del jaleo que se ha armado repentinamente en torno a él. En las jaulas dos docenas de chuchos bastante sarnosos parecen haberse puesto de acuerdo para apelotonarse en las esquinas más alejadas de la entrada. Justin se vuelve hacia la entrada, claro. No le recibe con los brazos abiertos, precisamente: frunce el ceño, hace un mohín encantadoramente reprobador con la boca y aspira con fuerza. Brian se acerca a él y se apoya indolente en la pared con los brazos cruzados.
- No les gustas. - un crack de la obviedad, el angelito.
- ¿Y te gusto a ti?
En ese momento, Brian se puede considerar afortunado de que ni siquiera los ángeles puedan matar con una sola mirada.
- A mí no me gusta nadie que no les guste a ellos. ¿A qué has venido?
Cuando el ángel se incorpora y pasea la mirada a su alrededor, los ladridos cesan milagrosamente. No es que los bichos se vuelvan locos de alegría, pero al menos han dejado de temblar y de ensordecer a todo el vecindario.
- Busco una mascota.
- Lárgate.
Justin coge uno de los sacos y, con evidente esfuerzo, lo arrastra hacia las jaulas de la izquierda. Viendo cómo saca del bolsillo de los vaqueros una navaja, Brian decide mantenerse a distancia. Vale que es un ángel y todo eso, pero nunca se sabe. Pero lo único que el rubio hace con la navaja es abrir el saco y empezar a distribuir pienso canino en los comederos. El ángel caído le observa cautivado: se levanta, se agacha, acaricia un morro peludo aquí, rasca una oreja allá, con una gracilidad de movimientos envidiable; el sol que entra por la ventana acaricia el cabello dorado cuyas puntas acarician el cuello largo y esbelto y la camiseta se amolda a cada curva y valle de su espalda; y los vaqueros… lo que hacen esos vaqueros cada vez que se acuclilla debería ser ilegal. Probablemente lo sea. Brian traga saliva y enciende un cigarrillo.
- Aquí no se puede fumar.
- ¿Por qué? ¿Se han quejado los inquilinos?
Los ojos azules le miran sin disimular su enojo. Brian da una larga calada al cigarro sin apartar la mirada. Repentinamente, el ángel se pone en pie, se acerca a él en cuatro largas zancadas y le clava el dedo índice en el pecho.
- ¿Era imprescindible mandarle al hospital?
- ¿A quién?
- Ya sabes a quién, no te hagas el inocente…
Levantando la mano, Brian aparta el dedo que se clava en su pecho y acerca su rostro a la furiosa cara del rubio.
- No, no era im-pres-cin-di-ble - vocaliza cada sílaba -. Era di-ver-ti-do.
Sus labios están tan cerca que casi se rozan.
- Lárgate - susurra el ángel.
- Oblígame.
Cuando se inclina hacia delante buscando su boca, sólo encuentra aire. Con una rapidez increíble, el ángel se las ha arreglado para situarse a más de metro y medio de él. Tiene la respiración agitada y sus ojos se han oscurecido.
- Mandar a alguien al hospital no es divertido. No lo es. - repite.
- Te sorprenderías - Brian da un paso adelante. Justin da uno atrás.
Antes de que tenga tiempo de reaccionar, una enorme mole peluda que resopla como una locomotora se le echa encima, plantando sus gigantescas patazas embarradas en la pechera de su camisa de marca lanzándole a la cara unos gruñidos profundos, amenazadores, húmedos y malolientes. Brian trastabilla hacia atrás y sólo la pared a su espalda impide que caiga al suelo. ¡¿De dónde coño ha salido esta cosa?!
- Sí podría obligarte ¿sabes? - oye la voz dulce de Justin.
¡Joder! Brian se queda inmóvil, hipnotizado por los colmillos que gotean saliva a escasos milímetros de su cara. Como a cámara lenta, observa al ángel acercarse y persuadir al engendro peludo de que ponga las cuatro patas en el suelo y se siente. Meneando la cola risueño, el muy cabrón.
- ¿Querías una mascota? Llévate éste.
¡Joder! Tarda un largo instante en recuperar la compostura. O un atisbo de ella.
- ¡Joder! - repite esta vez en voz alta mientras se incorpora intentando que no se note que su corazón late a mil por hora -. ¿Sabes cuánto cuesta esta camisa? - pregunta furioso por haber dejado que le pillen con la guardia baja. ¿Cuándo fue la última vez que se dejó sorprender como un principiante?
- No - el ángel le dirige la primera sonrisa realmente genuina que le ha visto -. Supongo que ya no quieres un perro…
Brian observa al engendro que hace un momento le miraba con ansias homicidas y ahora se rasca una oreja feliz con la lengua colgando como medio metro desde su bocaza babeante. Es el perro más feo que ha visto en su vida. Ni siquiera parece un perro. Es una montaña de pelo, músculo y babas. Una montaña enorme, por cierto.
- Se llama Arcángel - apunta el rubio, aún sonriente.
¡Y una mierda se va a dejar vencer por ese… ese imberbe de alitas doradas, joder!
- Ayúdame a meterlo en el coche.
Cuando el ángel se encoje de hombros y se dirige hacia la puerta sin rechistar, seguido de cerca por la mole peluda, Brian tiene la molesta sensación de que acaban de vencerle de todas formas. Aunque aún no sepa cómo. Para cuando quiere darse cuenta, ángel y perro están ya en la calle plantados junto al Porsche.
- ¿Es tuyo? - pregunta Justin cuando Brian se detiene a su lado.
- No.
- ¿Te lo han prestado?
¿De verdad es tan ingenuo?
- No.
- ¡Lo has robado! - Justin se da la vuelta para mirarle escandalizado. La expresión de su cara se le antoja tan cómica, que Brian suelta una carcajada y recupera el buen humor. Pues sí, de verdad es tan ingenuo. Es un alivio saber que, después de todo, sigue siendo uno de los buenos. Cualquiera lo diría. El que no lucha, joder.
- Sí… - el ángel caído pasea la mirada del coche al chucho y del chucho al coche -. ¿Crees que esta maravilla tendrá maletero?
- ¡No vas a meter a Arcángel en ningún maletero! - Brian levanta una ceja -. Lo digo en serio.
- Vale, no te cabrees, no quiero que ese bicho me babee otra vez - hace un gesto conciliador con las manos y abre la puerta del pasajero dejando que un para nada asustado Arcángel, observa, se monte de un brinco -. Va a dejar los asientos hechos un asco… - masculla.
- ¿Qué más te da? El coche no es tuyo.
- No, pero tenía planeado usarlo para pasear a cierto alma esta noche - se apoya en el coche, cruzando los brazos y observando a Justin.
- ¿De qué estás hablando?
- Tengo una cita con tu pequeño Ian.
- Ethan.
- Como se llame.
Justin le mira con una expresión indescifrable.
- ¿Y por qué me lo cuentas? - pregunta, al fin.
- Me gusta el juego limpio - ahora la expresión del ángel sí es perfectamente descifrable: incredulidad.
- Vale - se limita a decir.
- ¿Y ya está?
Justin se encoge de hombros y se dirige hacia la puerta de la protectora. Antes de entrar, se da la vuelta y le sonríe de nuevo.
- Puede que no seas tan irresistible como te crees ¿sabes?
- ¿Y vas a demostrármelo tú?
El ángel vuelve a encogerse de hombros y haciendo un vago gesto de despedida con la mano se pierde en el interior.
Mientras se sienta al volante con el monstruo peludo babeando alegre a su lado, Brian se pregunta si follarse el alma en litigio para dejar claras ciertas cosas entrará dentro de los límites aceptables de la apuesta. Después se hace la mucho más interesante pregunta de si dentro de esos límites aceptables entrará follarse al enemigo.