Hoy, después de 18 años con él, ha muerto mi gato. A lo mejor esta entrada parece innecesaria y demasiado lacrimógena, pero yo siempre he sido una amante de los gatos, y en especial de él, por supuesto. y siento que necesito hacerle este pequeño "homenaje".
Antes de él, en casa tuvimos un gato siamés-callejero, que en una de sus muchas escapadas ya no volvió a casa. Después de eso yo no esperaba tener otro gato, porque mi madre no quería, así que su llegada fue una sorpresa. Cuando llegó, apenas tendría dos meses, y yo tenía 7 años. Recuerdo volver a casa por la tarde, tras el colegio, y mientras estaba en la baño sentada vi pasar corriendo por el pasillo una bolita blanca. Es mi primer recuerdo de él. Me volví loca de alegría al ver esa cosita pequeña, peluda y blanca. Parecía un juguetito a pilas. Ese día, mientras yo estaba en el colegio, mi padre fue a ver a un amigo suyo que tenía muchísimos gatos (los criaba y vendía, aparte de tener los suyos propios). Allí estaba ese gatito persa, que tras estar una buena temporada en una tienda sin que nadie lo comprara, volvió hecho polvo a la casa de su criador. Por lo que sé, enseguida congenió con mi padre, que se encaprichó de él, y por estar un poquito mal y ser amigo, el hombre se lo dejó más barato (es una raza muy cara).
De cuando era pequeño hay montones de fotos y, sobretodo, vídeos, pero en aquella época todo iba a álbumes de fotos y cintas de VHS, así que no tengo nada en el ordenador.
Siempre fue un gato buenísimo, jamás arañó o mordió a nadie porque sí (y era muy muy muy raro que lo hiciera si se enfadaba, lo cual tampoco ocurría porque tenía una paciencia infinita). No era especialmente apegado, además que sus primeros años estuvo muy solo en casa; era bastante miedoso; y muy listo. Había aprendido lo que significaba "sube" y "baja" de los sitios, y sabía que si le decíamos "Simba, fuera" tenía que salir de la habitación donde estuviera. En los últimos años remoloneaba mucho y protestaba, pero a base de insistir hacía caso. Era capaz de hacerlo salir de mi habitación, aunque estuviera durmiendo más cómodo que nadie en el sofá, sin necesidad de tocarle, sólo a base de decirle "venga, fuera".
En los últimos años, también, se volvió todo lo cariñoso y apegado que no había sido antes. Casi siempre estaba conmigo, aunque no nos hiciéramos ni caso, pero si me iba mucho rato de mi habitación al final venía a buscarme. Siempre quería dormir en mis piernas, especialmente en invierno, y cuando me fui a Japón se negó a estar con mi madre: si no estaba yo, no estaba con nadie (jodío...). Lo primero que hizo al día siguiente de mi llegada (llegué por la noche muy tarde) fue subir a mis piernas a reclamar su sitio. De unos meses para acá ya no tenía fuerzas para subirse solo, pero me seguía pidiendo piernas.
Tenía muchas manías, algunas graciosas y otras desesperantes. Las cajas de cartón y las toallas húmedas ejercían una atracción irremediable sobre él. Si veía cualquiera de las dos, necesitaba meterse dentro o acostarse encima. Una de mis diversiones al salir de la ducha era tirar la toalla al suelo para ver cómo se quedaba mirándola fijamente y acto seguido se hacía una bola encima.
Le apasionaba beber del grifo de la bañera de mi madre. Tanto, que todos los días la despertaba a las 8 de la mañana o así maullando y arañando la bañera para exigir su agua. Y en invierno, cuando yo me metía en la ducha, el venía a acostarse sobre la tapa del vater de cara a la estufa. También le apasionaba pegar la barriga a los radiadores, y cuando ya estaba bien hecho por un lado, se daba la vuelta y se hacía por el otro.
Durante varias épocas le dio por dormir en nuestras camas. Muchas veces, en la almohada, lo cual no le hacía mucha gracia a mi madre... despertar con una enorme bola de pelos en la cara. Cuando era joven y se dormía profundamente, pegaba unos ronquidos que nos despertaban. Mi padre y yo nos reíamos de que, aunque le diéramos patadas, el muy cabrito no se despertaba y seguía roncando a todo trapo.
Aunque era más habitual que durmiera en cualquier sitio que le resultara nuevo y donde no hubiera dormido antes... la lista sería interminable. A veces veía una bolsa de plástico caída en el suelo, y allá que se acostaba. Eso era muy gracioso, porque en realidad las bolsas le daban mucho miedo. Una servidora, que de pequeña tenía mala leche, cogió la costumbre de darle sustos al gato abriendo bolsas de plástico de golpe a su lado, con el ruido que eso hace... Lógicamente al hacerme mayor dejé de hacerlo, pero le quedó ese miedo a cualquier sonido de plástico, tenía muy buena memoria. Tanta, que incluso después de AÑOS sin comer comida en lata, cualquier lata de comida nuestra que oyera en la encimera lo ponía nervioso y pidiendo, pensando que era para él...
La lista de cosas sigue, y sigue, y sigue. Han sido 18 años llenos de recuerdos. Sé que ha tenido una vida larga y feliz, que le hemos cuidado y querido muchísimo, que hemos hecho todo lo que hemos podido por él hasta el mismo final. Hemos pasado casi dos semanas muy malas, viendo como cada vez comía menos y estaba más débil, cómo todas sus enfermedades (riñón, tiroides, tensión alta, infecciones en la boca...) lo iban superando poquito a poco. Hoy hemos decidido darle descanso antes de que empezara a sufrir de verdad, puesto que ya no tenía ninguna cura posible. Hemos estado con él en todo momento, acariciándole y hablándole hasta que se ha quedado dormido por completo. Hemos intentado no llorar mientras aún estaba despierto, para que no se fuera con esa mala sensación (porque los animales no son tontos y notan cuando el dueño está mal), y nos hemos despedido mil veces. No nos hemos quedado a ver cómo lo mataban, porque él ya estaba dormido y no podía sentirlo, y la veterinaria nos ha recomendado irnos. Tampoco nos hemos quedado con él ni con sus cenizas, porque eso sólo nos haría sufrir más, y preferimos quedarnos con todos los buenos recuerdos.
Sé que mi gato ya no vive, y lo echo horriblemente de menos, no me hago a la idea de que no esté en casa durmiendo por algún rincón. Pero al menos no lo he visto morir, y al menos me queda el consuelo de saber que siempre he intentado hacer lo mejor para él, hasta el mismo final. Antes de irnos, la veterinaria nos dijo que estaba totalmente dormido y que puede que incluso estuviera soñando. Será una tontería, pero a mí me hace feliz pensar que mi gato se ha ido de este mundo soñando con lo que más le gustaba, beber agua de la bañera de mi madre, y tranquilo.