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Desde que regresé de Nueva York hace un par de meses, tengo la necesidad de subirme a un avión transoceánico. Podrá parecer raro, pero necesito volver a sentir las vibraciones de un vuelo. Quiero volver a aterrizar solo en Paris, con la persona conocida más cercana a más de mil kilómetros de mí, pero sintiendo aún que estaba en mi hogar. Quiero volver a aterrizar solo en Nueva York, y sentir como toda la seguridad que me aporta Europa se desvanece y queda reducida a una simple embajada. Coger un avión y cambiar de cultura. Coger un avión y descubrir con asombro como se desvanece la cortina de miedo a vivir lejos del hogar.
De todos los viajes que he hecho en mi vida este ha sido sin lugar a dudas el que más impacto ha tenido. Supongo que el hecho de montar en avión por primera vez, de verme aislado, sin conocer a nadie en una ciudad de otro continente, sin teléfono móvil y siendo el único nexo con mi hogar un teléfono de la embajada apuntado en un bloc de notas; supongo, como decía, que son estas cosas lo que lo han hecho especial. Claro está que en Nueva York me esperaban y estuve con los amigos, pero de nuevo lo mejor de la estancia fue el paseo en solitario por la ciudad de madrugada después de un concierto de jazz. Sentirte totalmente integrado hasta el punto de que te tomasen por un Newyorkino. Vagar por la ciudad, con el Chrysler al fondo, siendo capaz de estar relajado, como en casa.
Necesito volver a volar.