gente que anda por ahí (17) (18) (17 y 18)
Joaquín Cárdenas se pierde todas las cosas importantes de la vida.
Cogió la gripe el fin de semana en que se casaba su mejor amigo.
Estuvo en un atasco los 37 minutos que duró la primera actuación teatral de su hermana pequeña (hacía de Cebolla).
No podía aguantar más (de verdad que no podía aguantar más) y fue al lavabo en el minuto exacto en que su equipo marcaba el gol que decidía la gran final.
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Andrea López espera siempre una señal. Algo que le dé sentido a su vida. Que justifique el porqué de su existencia.
Cada tarde, a las 18:30 en punto se sienta media hora en la misma silla, muy atenta a lo que ocurre a su alrededor. Sabe que acabará llegando esa señal. Lo sabe.
Cada tarde, a las 19:00 en punto piensa que hoy tampoco, se levanta de la silla y sigue sintiéndose vacía, un día más.
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Hoy, a las 18:00 Joaquín tiene una entrevista para un trabajo que le encantaría hacer.
Ha salido de casa con 4 horas de antelación, para que le diera tiempo al imprevisto a empezar, suceder, terminar y aún así llegar a la entrevista. Pero son ya las 17:58 y sigue atrapado en un tren averiado, así que se va a repetir la historia. Otra vez.
En el mismo tren va Andrea, pensando en llegar a su silla como sea. Solo falta media hora para la señal y no podría vivir pensando que quizá había pasado justo el día en que no había podido esperarla.
A las 18:00 en punto Joaquín le pregunta algo obvio a Andrea, quien pese a lo estúpido de la pregunta, siente un cosquilleo en el estómago, un pequeño rubor, y un ligero temblor de voz al contestar.
Pese a que la respuesta no tiene nada de divertida ni graciosa, Joaquín no puede evitar sonreir al oirla, poseído por una alegría tonta, como si la voz de Andrea le hubiera dado unas sencillas pero enormísimas ganas de vivir.
En ese instante el tren se pone en marcha de nuevo.
Y al sentir el suave movimiento del vagón Joaquín deja de mirar a Andrea. Piensa que si esa mujer estuviera destinada a ser alguien importante en su vida no la hubiera conocido (piensa exactamente eso).
Y Andrea ve a Joaquín girarse y siente una ligera decepción, pero pese a que le ronda unos instantes por la cabeza, no se mueve, ni le llama, ni le habla. Piensa que no son las 18:30 y no está sentada en su silla, así que no puede ser ese agradable nerviosismo la señal que estaba esperando (piensa exactamente eso).
A las 18:12 Andrea ve bajar a Joaquín del tren y se siente de nuevo totalmente vacía.
A las 18:12 Joaquín baja del tren y sinte que invariablemente se pierde todos, todos los momentos importantes de la vida.
Cogió la gripe el fin de semana en que se casaba su mejor amigo.
Estuvo en un atasco los 37 minutos que duró la primera actuación teatral de su hermana pequeña (hacía de Cebolla).
No podía aguantar más (de verdad que no podía aguantar más) y fue al lavabo en el minuto exacto en que su equipo marcaba el gol que decidía la gran final.
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Andrea López espera siempre una señal. Algo que le dé sentido a su vida. Que justifique el porqué de su existencia.
Cada tarde, a las 18:30 en punto se sienta media hora en la misma silla, muy atenta a lo que ocurre a su alrededor. Sabe que acabará llegando esa señal. Lo sabe.
Cada tarde, a las 19:00 en punto piensa que hoy tampoco, se levanta de la silla y sigue sintiéndose vacía, un día más.
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Hoy, a las 18:00 Joaquín tiene una entrevista para un trabajo que le encantaría hacer.
Ha salido de casa con 4 horas de antelación, para que le diera tiempo al imprevisto a empezar, suceder, terminar y aún así llegar a la entrevista. Pero son ya las 17:58 y sigue atrapado en un tren averiado, así que se va a repetir la historia. Otra vez.
En el mismo tren va Andrea, pensando en llegar a su silla como sea. Solo falta media hora para la señal y no podría vivir pensando que quizá había pasado justo el día en que no había podido esperarla.
A las 18:00 en punto Joaquín le pregunta algo obvio a Andrea, quien pese a lo estúpido de la pregunta, siente un cosquilleo en el estómago, un pequeño rubor, y un ligero temblor de voz al contestar.
Pese a que la respuesta no tiene nada de divertida ni graciosa, Joaquín no puede evitar sonreir al oirla, poseído por una alegría tonta, como si la voz de Andrea le hubiera dado unas sencillas pero enormísimas ganas de vivir.
En ese instante el tren se pone en marcha de nuevo.
Y al sentir el suave movimiento del vagón Joaquín deja de mirar a Andrea. Piensa que si esa mujer estuviera destinada a ser alguien importante en su vida no la hubiera conocido (piensa exactamente eso).
Y Andrea ve a Joaquín girarse y siente una ligera decepción, pero pese a que le ronda unos instantes por la cabeza, no se mueve, ni le llama, ni le habla. Piensa que no son las 18:30 y no está sentada en su silla, así que no puede ser ese agradable nerviosismo la señal que estaba esperando (piensa exactamente eso).
A las 18:12 Andrea ve bajar a Joaquín del tren y se siente de nuevo totalmente vacía.
A las 18:12 Joaquín baja del tren y sinte que invariablemente se pierde todos, todos los momentos importantes de la vida.