Nov 14, 2016 09:42
Viendo el desastre delante de él, Cairbre más o menos cree entender lo que pasa.
Keith está en el suelo, inconsciente, todavía vestido con la ropa que tenía al despedirse de él menos de media hora atrás. Arrodillado a su lado, está Gustav, que lo mira con lágrimas corriéndole por las mejillas: tiene la ropa removida, el pelo revuelto y los labios hinchados, por no hablar de los chupetones en su cuello. Cairbre supone que sollozaba antes de que él entrase.
Kuroi, a su lado, no tiene camisa; su expresión es grave y algo asustada cuando lo mira. Mantiene una mano en el hombro de Gustav: tiene moretones en sus hombros; su pelo (normalmente tan ordenado) está revuelto en todas direcciones, los labios hinchados.
Si acaso, el menos obvio es Danilo: aparte de no tener camisa y estar un poco más despeinado de lo normal no exhibe señas de lo que seguramente hacían cuando Keith entró al departamento; Cairbre supone que es porque, de todos, a Danilo es a quien más le gusta marcar. Su expresión es principalmente sorprendida, aunque se le puede ver un leve rictus de preocupación entre las cejas.
Cairbre da dos pasos dentro, cerrando la puerta detrás de él. En ese momento, dos cosas distintas ocurren: Danilo levanta las manos con las palmas hacia adelante, luciendo culpable y suplicante; Kuroi da un paso adelante, medio ocultando a Gustav tras él. Un momento después Gustav está encima de Cairbre, sollozando sobre su camisa.
Cairbre le da una palmada en la espalda, para calmarlo. Kuroi, a su lado, parece francamente incómodo… Tal vez sea por la situación en general: los tres medio desnudos y Gustav sollozando encima de él como si no hubiese mañana. O tal vez tenga que ver con el metro noventa y dos de Keith (de su novio) tirado en el suelo como un costal inerte.
Gustav solloza, temblando y balbuceando porque no sabe qué hacer ahora. Keith quiere dañar a sus novios y él no quiere que lo haga y ya trató de hablar con él y no escucha, no va a escucharlo; Gustav no puede dejar que lo haga, pero no quiere lastimarlo, ni quiere que alguien más lo lastime…
Cairbre asiente. Desde el otro lado de la habitación, Danilo le da una mirada un poco culpable antes de cuadrar los hombros para justificarse: sí, había sido él el que lo había dejado inconsciente, pero sólo porque el hermano de Gustav apuntaba con un arma a Kuroi. A él ya le había disparado, pero Danilo era más resistente que eso: su músculo se había endurecido y la bala sólo había perforado parte de la piel. Kuroi no habría tenido tanta suerte: había hecho lo que tenía que hacer y no se arrepentía.
Gustav tiembla al recordarlo: su hermano estaba a punto de dispararle a Kuroi sin que le importase lo que él tenía que decir al respecto. Le había disparado a Danilo y Danilo sangraba (Oh no, oh Dios oh Dios, oh Dios).
Nunca había tenido tanto miedo: su hermano jamás lo lastimaría, pero por él iba a lastimar a Kuroi y a Danilo.
Gustav tiembla. No ha dejado de temblar desde el principio, pero su cuerpo definitivamente se sacude con más fuerza ante los recuerdos. Sus dedos se aferran a la camisa de Cairbre, a los pliegues de su abrigo y suplica. Su boca murmura por favor y a Cairbre le irrita un poco que todo eso haya ocurrido ese día. Se suponía que iba a pasarse el día divirtiéndose con Keith, no deteniéndolo de otra de sus locuras.
Por un momento, sopesa la idea de una bala en el cerebro de Kuroi: Danilo va a estar enojado y triste; Gustav no va a dejar de llorar en un año al menos y Keith va a estar aplastado por la culpa.
Cairbre acaricia la cabeza de Gustav.
-Me ocuparé de él.
Los ojos azules de Gustav se alzan hacia él. Están llenos de culpa (porque Gustav sabe que es el primer día completo que tendría con Keith en meses), pero también de pura desesperación.
Los otros dos lo miran con sorpresa. Danilo parece a punto de protestar, pero él lo corta con un ademán de la mano. Aun así, Danilo se queda inquieto, mordiéndose el labio y mirándolo de reojo. Cairbre concluye que el arrebato fue más violento de lo normal: Keith ha asustado a Danilo, le ha asustado lo suficiente para que de hecho tema (o le preocupe, al menos) dejarlo solo con él.
Cairbre suelta a Gustav. El más pequeño de los hermanos Correll ajusta sus prendas en silencio, dejando que sus novios hagan lo mismo con las propias. Echa una última mirada sobre su hombro para ver a Cairbre levantar a Keith en brazos para llevarlo a su habitación.
A Kuroi le agrada Keith.
Es decir, no están en los mejores términos en ese preciso momento, pero normalmente le agrada bastante: se llevan bien. Quizás es por eso que no puede evitar una especie de sensación de pesar cuando ve a Cairbre (el sujeto más espeluznante que ha visto jamás) llevándoselo. Venga, que es un buen tipo cuando no le está apuntando con un arma. No le desea… mal, ni nada.
Sin embargo, no dice nada. Sería estúpido: Gustav es la supuesta víctima y a Danilo no lo dañan las balas; quien está en peligro es él, quien tendrá una bala en la cabeza si Keith no se calma es él.
Tiene que… Dejar que las cosas pasen. Así que se retira, mirándose de reojo con Danilo y pasando un brazo por encima de los hombros de Gustav, intentando no imaginarse lo que le hará.
No significa que no se sienta algo mal por él.
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Cairbre aprendió hace muchísimo tiempo que es incapaz de querer a las personas. Simplemente se escapa de sus manos, fuera por completo de su entendimiento: es completamente incapaz de sonrisas corteses o saludos casuales. La idea de prodigar simpatía y atención a todos los extraños es algo tan ilógico y sin forma que no es extraño que frunza el entrecejo al ver a alguien más haciéndolo.
¿Cómo pueden? Cairbre no sabe. Simplemente decidió, mucho tiempo atrás también, que no le interesa saber. No le interesa querer a nadie.
Amar es una historia completamente diferente.
Cairbre ama personas. Es lo único que sabe hacer: estar ahí para alguien; dar tu brazo derecho y pulmón izquierdo, dar tu vida. Cairbre sabe de correr por la selva con alguien en la espalda, de saltar riscos y nadar lagos y de curar heridas a la luz trémula de una llama, sabe de compartir comida e historias alrededor de una linterna y sabe de dormir por turnos a la luz de la luna. Sabe de la presión asfixiante en el pecho al pensar siquiera en perder a alguien. Sabe de familia escogida, de lazos de hierro bañados con sangre.
Luego está Keith.
Lo que siente por él es diferente: más que dar su brazo derecho por él, arrancaría de tajo el suelo que pisa para tener todo de él, para poder besarlo lento y contento, como a todo lo de él. No puede evitar querer complacerlo y hacerlo feliz, no puede evitar actuar para ello y que no le importe en lo más mínimo lo que ocurra antes, o después. Más que amarlo, Cairbre lo adora. No puede pensar en nada que se le compare, en nada que hubiese sentido antes. Sabe (porque es una certeza) que la mayoría de las personas jamás sentirá eso por otra persona: es un sentimiento reservado para los dioses.
En resumidas cuentas Keith, inadvertidamente, se convirtió en su dios.
Es una realidad fácil de aceptar, al menos para él. Cairbre no siente miedo de ella y no entiende por qué (Matt cree que) debería. Él, cuando menos, tiene un dios con el que puede hablar y razonar, un dios que puede complacerlo, un dios que él sabe es francamente benévolo y lo ama de vuelta.
Un dios al que puede (y debe) decirle cuando se equivoca.
Aunque a veces tenga que… Explicarlo de forma poco convencional.
Cairbre decide sonreírse un poco. Porque la forma no convencional es… Divertida en ocasiones. Porque aunque fuese a gastarse todos sus recursos en algo insulso como distraerlo, se proponía disfrutarlo menos.
Eso piensa mientras le quita toda la ropa.
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Cuando Keith despierta, lo primero que percibe es a Cairbre.
Vale, tal vez no exactamente lo primero: Keith siente su cuerpo con demasiada claridad. Siente cansancio en casi todos sus músculos y un extraño dolor en algunos… Lugares. Por supuesto, su entrada pica un poco, y sus muñecas definitivamente arden, algo laceradas por los grilletes.
Sin embargo, todo eso parece irrelevante, poco importante, en cuanto repara en la masa cálida junto a él, abrazándole: su cuerpo se siente caliente y firme contra el suyo, distendido y pesado con sus brazos rodeándolo y atrayéndolo.
Keith se sienta en la cama, un poco (sólo un poco) mareado (posiblemente por deshidratación). Los brazos aprietan con un poco más de fuerza, tratando de hacerlo acostarse de nueva cuenta. Su novio murmura algo (en alemán, Keith cree) antes de volver a dormirse. Su rostro está completamente inexpresivo, muchísimo más relajado en el sueño; el mechón que normalmente oculta la mitad de su rostro está echado hacia atrás, mezclándose con el resto de su pelo, dejándole el raro placer de ver su rostro al completo.
Tan perfecto.
Piel suave y clara, las pestañas largas (más claras que su pelo, casi doradas) haciéndole sombra sobre los pómulos, fundiéndose con la sombra oscura de sus ojeras. Los pómulos altos, salpicados de pequeñas pecas; la mandíbula fuerte, huella imborrable de esa estructura ósea que se pierde tras la clavícula.
Sus ojos se posan en las ojeras ajenas, en los arañazos de su espalda: Keith siente el cuerpo pesado y levemente adolorido, pero se siente honestamente culpable por su novio. Es decir, sólo cargarlo desde la sala (a un tipo de más de un metro noventa) no tiene que haber sido cosa fácil, menos que menos sostener su peso durante cada posición y mantenerlo en su lugar una vez que había prescindido de las esposas. Por la mañana, los músculos le dolerán. Keith sabe que Cairbre no va a quejarse (casi nunca se queja de nada) pero también sabe que habría podido colaborar un poco más.
Suspira, acariciándole la mejilla con suavidad.
Recordar su conversación todavía lo hace sentirse... Incómodo. No solamente avergonzado, no molesto, sólo... Incómodo. Uneasy, para ser exacto, pero no sabe (no recuerda en ese preciso momento) la palabra para eso en japonés.
Había usado sexo para distraerlo. Aun cuando le molestase, Keith sabía que tenía que reverenciar, al menos un poco, su habilidad: para cuando había terminado hacía demasiado tiempo que Keith ni siquiera sabía cómo se llamaba, mucho menos se acordaba del asunto de Gustav. Lo único que quería después de que deseaba después de tantas horas de sexo era abrazarlo y dormirse.
Entonces él había dicho que tenían que hablar, su mirada implacable.
A Keith le había tomado un momento entender a qué se refería: demasiado tiempo para que las imágenes se filtrasen (de nuevo) en su cabeza. Había vuelto a estar a la defensiva, pero sus músculos no respondían y Cairbre no iba a dejarlo ir a ninguna parte: iban a sentarse y hablar sobre Gustav, desnudos, sudados después de interminables horas de sexo.
Como siempre, Cairbre no encontraba el problema en eso.
(No debería haberlo sorprendido, pero, en ese momento, lo había hecho. Él ni siquiera parecía entender por qué el que hubiese usado su cuerpo en su contra lo hacía sentirse sucio. Ante el reclamo se había limitado a enarcar una ceja en su dirección.
- ¿Qué más podría haber hecho para detenerte? -Su voz seria y firme, como si hablase con un niño con una rabieta.)
Había sido una de las conversaciones más difíciles de su vida: aún horas después, todavía dolía recordarla. Lo que más le dolía, honestamente, era que Gustav se lo había pedido.
Cairbre habría preferido no meterse: no debes meterte en los asuntos de otras personas hasta que haya sangre, y a veces debes quedarte fuera incluso después. Su novio nunca se había metido en la manera en que él trataba con sus hermanos o amigos: se limitaba a enarcar una ceja a veces, al verlo levantar a Keenan como un muñeco o discutir con Damián.
Pero se lo había pedido Gustav. Keith habría entendido que Kuroi se lo pidiese: había estado a punto de tener una bala en la frente. También habría entendido que Cairbre quisiese abogar por Danilo que era, después de todo, su amigo. Sin embargo, había sido Gustav. Gustav. Su hermano. Gustav le había suplicado con los ojos llenos de lágrimas. Le había pedido que intercediese, que protegiese a los que amaba de él. Cairbre simplemente había cedido.
Keith no podía culparlo. Ni siquiera por usar el sexo en su contra… Es decir, la otra opción habría sido apuñalarle la rodilla: no podía razonar con él y no podía hacerlo escuchar. Porque él veía a Gustav como un niño que ya no era.
Gustav quería tener sexo. No se trataba sólo de que lo tuviese, sino de que quería hacerlo. Había ido con Cairbre también para eso: para resolver sus dudas y hacer sus preguntas y aclarar inquietudes, para pedirle consejo… No era culpa de nadie: era él, creciendo. Creciendo a sus espaldas porque estaba seguro de que él no se lo tomaría bien.
¿Cómo era que su hermanito tenía esa imagen de él? ¿De él? ¿De quién había dedicado cada segundo de su vida adulta a intentar protegerlo, a intentar que no le ocurriese nada malo?
-¿Te parece que el sexo es algo malo? -una ceja color arena enarcada, mirándolo de frente- ¿piensas que esto fue malo?
Keith suspira de nueva cuenta. Había apretado los dientes como nunca y había sido más mordaz de lo que pensó que sería con Cairbre jamás… No significaba que no pensase que tal vez tenía razón. Ni significa que ahora no piense que tal vez él tiene toda la razón.
Porque Gustav ya no es un niño: ha crecido y quiere cosas… Cosas como las que él o Steven (o incluso Keenan, desde hace unos meses) podían querer en una relación; cosas que van más allá de besos o abrazas. Es simplemente biológico, hormonal: parte de envejecer.
(Keith reza porque no sea lo mismo que él, porque si cualquier persona ata y sodomiza a su hermanito no responde. Su epifanía no llega tan lejos)
La idea lo llena de un sentimiento que va del asco a la pena. Sin embargo, es la verdad, y no puede hacer nada para cambiarla.
Cairbre decía que tenía que confiar en que Gustav sabía lo que quería. No se trataba de más que eso: confiar en él, creer en él, dejarlo crecer. Y lo decía mirándolo a la cara, los ojos ni verdes ni azules fijos en los suyos mientras le tomaba las manos, porque, de alguna forma, también lo entiende a él: entiende su angustia y quiere ayudarlo con ella.
Keith pasa una mano cuidadosamente por su mejilla, intentando no despertarlo, justo antes de que se le salga una pequeña risa corta, algo amarga: ha utilizado toda su bendita astucia en su contra, pero el mayor de los Correll sabe que no es personal. Cairbre siempre hace lo que cree correcto aunque el mundo entero esté en contra, siempre consigue lo que quiere sin importar el medio.
Y eso… Es una de las cosas que ama de él.
Casi desea que abra y lo mire, sólo para decírselo. Porque el estómago se le ha llenado de cosquillas y siente un calor en el pecho y el sentimiento es tan fuerte que tal vez enferme si no se lo dice.
Suspira con desgana, porque necesita mantener en mente ese sentimiento. Le guste o no, Gustav siente eso por Danilo y Kuroi. Si perdiese a cualquiera de ellos sería un daño incalculable.
Se preguntó, en un pensamiento lejano, qué haría si alguien le disparaba a Cairbre, qué haría si moría. Se lo preguntó por exactamente dos segundos antes de que un dolor punzante, venido de todo su cuerpo hacia su pecho, lo atravesase. Antes de que una desesperación helada como el infierno le cortase la respiración.
Él no le causaría ese dolor a Gustav.
Es de madrugada. Por la mañana tendrá que llamar a Gustav, decirle que necesita hablar con él… Aclararle que no lastimará a nadie y disculparse, también. Suspira, porque esa tampoco va a ser una conversación fácil, porque tal vez Gustav llore.
Sopla una bocanada de aire antes de acomodarse para dormir de nueva cuenta. Por la mañana. Volverá a pensar en eso por la mañana.
Entre sueños, su novio se remueve, apretándose contra él y abrazándolo con fuerza.
Eso hace que Keith se duerma con una sonrisa.
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Cuando Gustav abrazó a Cairbre, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
Había creído, francamente, que aquello sería imposible: había pensado que su hermano no lo aceptaría, había imaginado que tendría que huir con Danilo y Kuroi a algún sitio en mitad de África o en el fondo del mar o bajo tierra. Cualquier lugar donde Keith no pudiese encontrarlos.
Sin embargo, su hermano lo había aceptado, su hermano incluso había sentido que tenía que disculparse con él... Gustav prometía decirle si le hacían daño y Keith prometía no hacerles daño hasta entonces.
Sabía que era gracias a Cairbre. Siempre tenía ese efecto sobre Keith.
Gustav sintió que acariciaba su cabello y se apartó de él, secándose las lágrimas con los dedos. Cairbre le palmeó la cabeza un par de veces, su rostro inexpresivo tan relajado que de seguro estaba feliz.
-Muchas gracias.
Cairbre asintió con suavidad. Gustav notó que miraba a su hermano por un momento antes de sonreír (¡verdaderamente sonreír!) para contestar.
-Fue un placer.
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