No es ningún secreto que soy una llorona.
Lloro con las pelis buenas y con las pelis malas, con las series de televisión, con los programas cutres de sobremesa donde dos hermanas se reconcilian o un chico se declara a su vecina. Lloro cuando estoy nerviosa, cuando tengo miedo, cuando veo el sufrimiento de otra persona.
Nunca lloro delante de los demás pero, cuando estoy sola y me emociono, lloro, lloro y no dejo de llorar.
Soy una llorona en la intimidad pero he de confesarte algo, f-list. Y es que, a pesar de ser músico profesional, lo que se supone que nos hace más sensibles y receptivos hacia lo que tocamos y oímos, yo nunca, NUNCA, he llorado escuchando música.
Estoy viendo todas las pelis de Johnny Depp. He visto "Ed Wood" y he vuelto a ver "Finding Neverland" (con la que lloro como una pava siempre, ya os he dicho que soy una llorona), pero esta entrada no es para hablar de Johnny ni de si me ha gustado "Ed Wood" (que me ha encantado) ni para seguir con mi monotema de Sweeney. No, eso ya lo haré otro día porque hoy no tengo ganas, hoy tengo el alma de papel y sólo me apetece estar callada y no apagar mi Ipod.
Anoche ví una película que no sabía ni que existía, "
The Man Who Cried". No es la mejor película del mundo pero a mí me ha llegado de una forma muy especial y muy rara, y no ha sido porque Depp salga escandalosamente guapo (que también, omg). A lo mejor ha sido porque, cuando ves una película a las 2 de la mañana con los auriculares puestos, a oscuras y en el más absoluto silencio, traspasas la pantalla y el mundo que hay alrededor de ti desaparece. O a lo mejor ha sido la historia, que trata de una niña rusa y judía (Christina Ricci) cuyo padre emigra a EEUU en los años veinte y es adoptada por un matrimonio inglés que le hace olvidar su idioma y sus raíces, hasta que se hace mayor y se va a trabajar a una compañía de ópera a París con la esperanza de ahorrar para ir buscar a su padre, armada sólo con una foto vieja y una canción en una lengua que no recuerda. En el teatro conoce a un tenor italiano (John Turturro), a una bailarina moscovita (Cate Blanchet) y a un domador de caballos gitano (Johnny Depp), y los cuatro tratan de sobrevivir a su manera mientras la guerra amenaza con estallar y los nazis avanzan hacia Polonia.
La historia es preciosa y el arranque de la peli prometía una obra maestra pero se perdió en el guión o la interpretación o lo que sea, no lo sé, no me importa. A mí me atrapó porque era una mezcla de cosas que siempre me han tocado en lo más hondo, la música, el silencio, el teatro, personajes desarraigados, la búsqueda de identidad, la guerra, el futuro incierto, la soledad, las raíces perdidas.
A lo mejor ha sido todo eso que os he dicho, pero yo creo que la culpa de todo la ha tenido un aria de ópera.
Es una ópera que ha pasado sin pena ni gloria por la Historia, un aria de Bizet (el autor de "Carmen") que suena varias veces y con la que empieza la película. La ópera se llama "Los pescadores de perlas", está escrita en francés y tiene una versión en italiano (eso solía hacerse mucho en la ópera, cuando el Nacionalismo), y ese aria la han cantado todos los grandes porque te revuelve las entrañas y está hecha de la melancolía más pura y de algo tan sencillo como es el oleaje que hacen los violonchelos y que mece la melodía de un oboe como una barca a la deriva, simplemente eso. Puedes oír mil versiones pero a mí sólo hay una que me ha hecho llorar, por primera vez en mi vida, y es la que se grabó explícitamente para esta película, no en francés, ni en italiano (el personaje de John Turturro la canta en italiano a mitad de la historia con dos pianistas y luego la representa en el escenario con toda una orquesta y vestido de pescador cingalés), sino traducida al "yidish", la lengua de los judíos. Fue esa versión, cantada en yidish por Salvatore Licitra, exclusiva de la película, la que me partió en dos, con las imágenes sepia de la estepa rusa y ese oboe sobre los violonchelos, los auriculares puestos y nadie más en el mundo, sólo yo y esa música.
El aria es "Je crois entendre encore" ("Creo escuchar todavía").
Escúchala tú también y a lo mejor crees oír lo que oí yo, que no lo sé explicar y que me hizo llorar.
Todavía lo hace.