(((((aitnac)))))

Jan 04, 2008 20:56

Según la mitología celta, debemos honrar a los amos del mundo al menos una vez al año y la kábala nos hizo escoger tal día como hoy.

We lurv you, oh-so-very-grumpy-aitnac-of-doom *smooches*

Talco para siempre.

Quinta y última parte de un fic que sería interesante leer desde el principio para encontrarle un poco de sentido (pero sólo un poco, ¿eh?). ¿Qué decís del tiempo? No os oigo, lalalalalalalalalala.

Post-HBP, escrito e imaginado cienes de años antes de que la Jotaká empezara a darle al coñac... digooooo... empezara a escribir DH, así que vivid conmigo en el páramo e ignorad el camping, que lo mío mola mucho más y encima es nc-17.

El pobre Ron está más OOC que ni sé, pero supongo que todo vale en el porno (sólo que no).

Sólo para que conste, tengo bronquitis, estoy dopada y I'M GRIEVING, así que los niveles de intensidad, canon y corrección gramatical de este fic tienen los mismos altibajos que las hormonas de una embarazada.

Pero, ¡ey, lo he terminado!

*qué alegría, qué alborozo, etc*

MAPAS MUDOS (V parte)

Por Truchita

Sweet silver bells

Navidad son tres días en La Madriguera, un bullicio familiar y el abrazo de Molly haciéndoles sentir que todavía son unos niños -¡delgadísimos!, exclama, ¡en los huesos!, les riñe-, Ron protesta mientras los gemelos se ríen y casi parece que acaban de bajarse en King’s Cross.

Hay Weasleys por todas partes pero sólo uno que le roza deliberadamente la espalda cuando tropiezan en las escaleras.

- Aquí no- masculla, y su voz suena severa.

Es raro volver a estar apretujado en la mesa y oír cinco conversaciones distintas entre ruido de cubiertos y carcajadas espontáneas. Es raro y es bonito, y Hermione piensa que es así como debe de ser la nostalgia, un saquito de azúcar quemada que te pesa en el centro del alma.

Cuando se gira hacia Ginny para pedirle el zumo de calabaza, los ojos de la pelirroja están trabados en la otra esquina de la mesa, donde Harry no pestañea tras las gafas. Mirarlos es casi violento, como si hubiese entrado en una habitación sin llamar y los hubiera encontrado abrazados en la cama. Avergonzada, resbala los ojos sobre la mesa y sube sin pensar por un jersey que conoce de memoria. Parece contento, distraído por Charlie y su padre, relajado y un poco más mayor, o más joven, o simplemente más parecido al Ron de Hogwarts que al Ron de la guerra, menos callado y más risueño. Su voz tiene ese timbre despreocupado e inocente que ya casi había olvidado, algo rugoso que siempre hace que Hermione ponga los ojos en blanco mientras se convence a sí misma que no es gracioso en absoluto.

Es entonces cuando la mira y sus pecas se derriten en una sonrisa que dura un segundo, labios que se ladean y le funden el estómago mientras se pregunta si ellos son tan obvios como Harry y Ginny.

Y es toda una revelación.

Qué es lo que tiene que ser obvio, cómo se llama su intimidad. Qué son exactamente. Dos amigos que se esconden en el escobero y se llenan el mentón de saliva.

- Aquí no- la voz de Hermione es un susurro frustrado y abre la puerta adecentándose el pelo con los dedos.

Cuando va a acostarse, Ginny no está en la cama y se queda dormida con risas que tintinean entre suspiros sobre su cabeza, como campanillas de plata.

Brota del silencio otro silencio

A veces no dicen nada.

A veces negocian entre besos, buscándose los botones.

- Harry va a llegar.

- Sólo un poco.

Ron es un gruñido ronco y Hermione siempre suspira y piensa que tienen que hablar, sentarse y hablar, saber dónde están y opinar qué es lo que quieren, mientras el silencio se llena de cremalleras que bajan y ese ruido húmedo de labio contra labio.

La curiosidad mató al gato

Las tardes son largas horas de estudio en el salón.

Nigromancia, escisión de almas, cualquier cosa que pueda llevarlos hasta los horcruxes.

Harry intenta descifrar hechizos de protección del siglo XII en la mesita baja que hay frente a la chimenea y Ron le ayuda desde el sofá con un diccionario de latín tan antiguo como el idioma de los romanos. A su lado, Hermione es un ovillo con las rodillas dobladas para apoyar el Bestiario de Aberdeen en el que tiene metida la nariz. Morrigan es la diosa celta de la muerte y la destrucción y Hermione está tan concentrada -colectivamente era conocida como “Morrigu” y estaba formada por la tríada “pánico, ira y batalla”- que no se da cuenta de que Harry ha salido hasta que nota una agradable presión en la planta del pie, algo firme y flexible que amasa tendones y afloja una tensión que no sabía que tenía.

Con la espalda apoyada en uno de los brazos del sofá y los pies sobre el regazo de Ron, Hermione lo mira un poco sorprendida mientras sus dedos siguen masajeándola a través de los calcetines y estudia esa extraña proximidad, el contacto de sus pies y los vaqueros, Harry y Ginny en Nochebuena, el beso de esa mañana contra la caldera con sus manos sobre el sujetador.

Presión, presión, la desarma, poco a poco, más presión.

Un latigazo de electricidad empieza a subirle desde los dedos a los tobillos, repta por la cara interna de los muslos y Hermione se agita, se mueve, un pie, luego otro, uh-oh.

Se quedan quietos. Dos estatuas de sal que podrían derrumbarse en cualquier momento.

Lo que nota contra el tobillo está rígido y los pantalones vaqueros no dejan demasiado a la imaginación.

No sabe dónde está Harry. Le arden las mejillas, se acuerda de la otra noche y siente una vergüenza que no ha sentido en toda la semana, quién sabe por qué, así que vuelve a moverse para sentarse bien -va a vernos, un día va a vernos- y entonces Ron hace un ruido estrangulado, algo brusco y ronco que parece estar cortándole la garganta mientras su cara se transforma en una máscara extraña que no alcanza a comprender, mitad dolor, mitad placer. Hermione lo mira y no sabe muy bien por qué le resulta tan fascinante, los ojos cerrados, la tensión en la mandíbula, los brazos desmoronados a ambos lados de su cuerpo.

Se pregunta qué sentirá. Si le duele más cuando ella se mueve o si ya da igual. De qué forma podrá aliviarse. Cómo demonios puede estar tan duro. Así que lo mira con curiosidad y prueba a moverse otra vez, despacio, girando un poco el tobillo, sin apretar, sólo rozando con el meñique y el inicio del empeine. Y Ron gruñe, esta vez gruñe desde el fondo de sí mismo y respira con tanta fuerza que Hermione cree que el salón se ha quedado sin oxígeno.

Tiene demasiadas preguntas. Demasiadas. De dónde ha sacado el valor para dejar que Ron le metiera los dedos y por qué ella no lo ha tocado todavía. Si estará caliente, si será húmedo. Si estarán exponiéndose demasiado, ahí, en el salón, excitados sobre el sofá.

Le puede la curiosidad y vuelve a mover el pie, esta vez haciendo presión con toda la planta. Podría ruborizarse si Ron no le diera tanto miedo cuando embiste con los ojos cerrados y le coge el pie con ambas manos, frotándose contra él, arriba y abajo. Jadea y empuja a un ritmo regular, cada vez más rápido, y a Hermione le pitan los oídos, se le seca la boca y olvida dónde está cuando termina arrodillándose en su regazo y buscando con prisa la cremallera de los vaqueros.

Sus dedos parecen enredarse unos con otros cuando Ron la mira, sombra de barba y cierta energía líquida en los ojos que funde todo lo que en ella está siempre cubierto de escarcha. Sus manos son pequeñas y se mueven con nerviosismo cuando empiezan a descubrir los calzoncillos, acarician primero, buscan la punta y se sorprenden ante la rigidez, porque Hermione la imaginaba pero no la esperaba, no así, algo a medio camino entre el acero y el terciopelo.

Ron jadea. Ella mueve el pulgar, inspecciona, acaricia y él vuelve a jadear, mueve las caderas y gruñe, gime, no para de hacer ese ruido áspero y masculino. Hermione vuelve a recordar la otra noche, los vaqueros mojados y la fricción y casi sonríe, curiosa ante la reacción de Ron cada vez que sus dedos se deslizan hasta la base y vuelven a subir, adoptando un ritmo ascendente que parece aliviarlo. Lo agarra con toda la palma, sube, baja, se deja embestir entre los dedos y Ron cierra los ojos y está guapo, sudado y tenso como una vara de metal, la boca entreabierta y los pantalones desabrochados hasta que empuja por última vez y respira como un león herido debajo de ella.

Se mira los dedos. Es pegajoso y tibio, con olor a hierro, a óxido, a algo mineral e intenso. Y Hermione es curiosa por naturaleza y se pregunta a qué sabrá, así que se lleva un dedo a los labios y usa primero la punta de la lengua para lamerse la yema y piensa que es raro. Denso y metálico y raro.

Y no sabe por qué se mete todo el dedo en la boca y, mientras lo hace, la mirada de Ron es tormenta y sexo.

Cuando Harry vuelve con una bandeja de pastas, Ron no ha encontrado ni una sola declinación y Hermione sigue concentrada en el Bestiario de Aberdeen.

Todo es igual que siempre.

Breve y adolescente. Clandestino.

Noches de cristal

Diciembre agoniza con los últimos latidos del año. La nieve cae, copo a copo, acolcha sus sueños hasta llevarla a una ciudad que podría ser Londres. Asomada al río, una mano se escurre en la suya y parece otoño, hojas tostadas y brisa ligera que roza las esquinas de los edificios mientras el reloj destila las horas al otro lado del puente. Los dedos se encadenan, grandes entre pequeños, y Hermione deja caer la cabeza sobre un hombro de lana, sólido y tibio contra su mejilla. La erre empieza a tomar forma en sus labios y despierta de golpe cuando un postigo se queja desde las bisagras.

Su cama está fría. En noches de ventisca se le antoja enorme, como un continente cubierto de hielo.

La mano de su sueño tenía la piel caliente y seca pero ahora vuelve a estar en medio de la nada, viviendo entre los jirones de un mundo al que no le queda tiempo para ridículos sueños de colegiala.

Lento como la miel

Es una receta fácil. Huevos, leche, un poco de harina, mermelada para el relleno. Busca el azúcar en los armarios y una mano enorme la arrastra hasta quedar sentada sobre la mesa de la cocina. La lengua de Ron le llena la boca y Hermione todavía no se acostumbra a esa sensación atosigante que la anula por completo, como si le apagaran el cerebro y todo el líquido de su cuerpo fuese un único latido abrasador que converge en ese sitio donde se vuelve más vulnerable, justo donde él está encajado.

Incrustado entre sus rodillas y con las manos apoyadas en la mesa, devora sus labios como si fuese un helado. Lengua, saliva, Hermione va a perder el equilibrio, tiene los dedos pringosos de harina y huevo y cruza las manos detrás de su nuca, apoyando los antebrazos sobre los hombros descomunales de Ron.

No besa. Lame. Y no es rápido, sino lento, una succión que se prolonga como el goteo de un grifo. Le muerde el labio superior lo que parece un minuto o mil años y le chupa el inferior durante varias eternidades juntas. Y podría moverse contra ella, ahí encajado entre sus piernas, pero el muy cretino no lo hace. Por eso Hermione gime dentro de su boca y Ron embiste con la lengua, atrapa la suya, se enredan, se empujan, las manos en su cintura y luego nada, sólo una receta a medio hacer, el ruido de la puerta principal y la voz distraída de Harry preguntando si hay café hecho.

Francamente, Ronald

A finales de semana llega una lechuza y la cara de Harry se transforma como por arte de magia. Es Ginny, en su voz, ese nombre parece guardar la respuesta a todas sus preguntas y Ron y Hermione comparten una mirada cómplice y sabihonda, como si volviesen a estar en la Sala Común y no hubiera pasado nada.

Buscando hechizos aturdidores en uno de los manuales de la biblioteca, encuentra dibujado un monigote que le saca la lengua cada vez que cambia de página y sus dedos se crispan sobre el papel, ¡Ronald Weasley, asomándose al pasillo con la nariz arrugada -de indignación, se dice, no porque esté aguantando la risa-.

Están desayunando cuando se fija. Ron está sentado untándose las tostadas, Hermione se ha levantado para abrir otra botella de leche y al darse la vuelta ve que el pelo le cuelga más allá de la barbilla, roza el cuello de su camiseta y apenas se le distinguen los ojos bajo mechones que hace meses que no han coincidido con unas tijeras. No piensa demasiado mientras extiende la mano y pasa los dedos por el cabello pelirrojo. Deberías cortarte el pelo, y su pelo es melaza caliente del color del fuego que le ablanda las palabras y otras cosas que prefiere no nombrar cuando Ron se inclina hacia atrás y apoya la cabeza contra su estómago.

A veces no se da cuenta hasta que se mira en el espejo al terminar el día y la ve, sin saber muy bien cuánto tiempo lleva allí y sin molestarse en pensar qué o quién la ha hecho aparecer.

Una sonrisa.

El hueco de tu cuerpo

El sábado casi los sorprende besándose en las escaleras y Hermione cree que el lunes hicieron demasiado ruido en la despensa, así que han acordado encontrarse en la buhardilla a las cinco y cuarto. Lleva allí desde menos diez y, por todas las Furias, resulta ridículo pero está nerviosa, nerviosa, después de haberse tocado en sitios que prefiere no nombrar está nerviosa porque, bueno, han quedado y nunca habían quedado y ¿es eso una cita?, Merlín, eres patética.

Le parece oír algo. Un crujido. La puerta o el suelo o las malditas tuberías que siempre tardan demasiado en calentarse. Se da la vuelta y no ve nada, la puerta está cerrada y hace más de veinte minutos que está esperando, así que lo mejor será sentarse en el alféizar, esperar a que sea la hora e intentar tragar esa estúpida bolita ansiosa que no le deja respirar.

Siente un escalofrío. Cosquillas o algo. No está muy segura y no está nerviosa, es absurdo estarlo después de cinco semanas y -Circe- vuelve a notarlo, un aleteo, algo templado bailando sobre sus brazos, cubriéndola por detrás y prohibiéndola girarse. Nota el calor en la espalda y un olor familiar, a jabón de chico y a intensidad. Sabe que es Ron pero no puede verlo y, cuando la caricia termina, Hermione se da la vuelta pero no ve nada aunque el olor sigue ahí. Y algo más. Una respiración lenta, caliente, que se arrastra un poco, como un resuello. Le quema cerca de la garganta. Y siente que el borde de su jersey se levanta, centímetro a centímetro, mientras algo le presiona el estómago y tiene que ahogar un suspiro.

Ron lleva la capa de invisibilidad y quién sabe cuándo piensa quitársela. Quizá para besarla. O cuando termine de quitarle el jersey, que sube despacio, como la nieve que cae tras la ventana, hasta salir por su cabeza y aterrizar en el suelo cubierto de polvo.

Sus venas burbujean como calderos cuando ve cómo los botones de su blusa parecen abrirse por arte de magia, empezando por arriba, uno a uno, parándose donde terminan las costillas para dejar expuesto el sujetador. Nota el pulso en su cabeza y una contracción incómoda debajo del estómago y entonces los botones vuelven a deslizarse por los ojales, de uno en uno, hasta dejar toda la camisa abierta y acceso a dos manos que no puede ver pero que sabe que tienen nudillos firmes y dedos amplios.

Es como si el más mínimo roce se multiplicara por mil.

Sentir y no ver.

La camisa se desliza por sus hombros y nota calor en las vértebras, recorriéndolas es sentido ascendente hasta el cierre del sujetador. Gime, le fallan las piernas y nota que se abre, un click con tacto de seda que acompaña la caída de los tirantes. Ve sus pezones erectos y algo invisible que los pellizca hasta sentir calor en todo el pecho cuando la amasa con un movimiento circular, primero uno, luego otro, después los dos a la vez. Se inflama cuando nota la saliva resbalando entre sus costillas, unos labios que no ve pero chupan las areolas, de abajo arriba, extendiendo la humedad para soplar luego sobre ella y, Merlín, es demasiado. Algo cosquillea el inicio de sus caderas como alas de mariposa, Ron vuelve a acariciar sus pechos mojados y Hermione nota la punta de una lengua dentro de su ombligo, atornillándose y obligándola a arquearse en el aire, la cabeza echada hacia atrás, el torso desnudo expuesto al techo abuhardillado.

Se estremece y jadea, borracha de sensaciones.

La lame en línea recta, bajando por el vientre hasta soltarle el primer botón de los vaqueros y ¡no! Es seco y no se lo espera, es su voz y no sabe de dónde ha salido, no sabe qué -miedo, vergüenza, tal vez las dos cosas- pero algo ha dibujado una barrera y no se atreve a cruzarla, y cree que podría llorar hasta que lo nota ponerse en pie frente a ella, invisible y descomunal, y le coge la cara entre las manos besándola con toda la boca.

La capa cae y Ron aparece en la oscuridad sin dejar de besarla, resbalando las manos por su espalda desnuda y apretándola contra él.

Sentir su suéter sobre la piel le endurece los pezones y le afloja las piernas, y Hermione se ablanda, se licua hasta mojar la ropa interior mientras el beso continúa, como una tortura dulce y profunda.

Postales olvidadas

Aún no han dado las tres y el sol de la tarde parece haber ganado la batalla por unos momentos, filtrándose a través de las cortinas pasadas de moda. La nieve reluce, amontonada en el alféizar, y el gorjeo de un pájaro despistado revolotea en sus pestañas hasta hacerla despertar, desubicada y pesada después de la comida.

Está acurrucada en el sofá, Harry tumbado a su derecha, con la cabeza en su regazo y las gafas torcidas sobre la nariz, Ron resoplando a su izquierda, con el brazo estirado sobre el respaldo hasta crear un hueco en el que Hermione ha terminado encajada de alguna forma durante la siesta, apoyándose de costado contra su pecho y pegando la mejilla a la unión de sus clavículas. Respira y huele su after shave, y otra cosa cercana y tibia que le hace sentir tranquila mientras piensa que es una sensación rara, esa calma cómoda y silenciosa que parece envolverlos.

Es extraño sentir esta paz y quiere guardarla como un tesoro, pero hay mucho que hacer (no queda leña, hay textos que traducir y cacharros sin fregar) y tiene que despertarlos. Se despereza como un gato, mueve el polvo a su alrededor y ve partículas diminutas danzando en un rayo de bronce.

Entonces se da cuenta.

No hace frío.

O sí lo hace pero no lo tiene, y por eso decide volver a recostarse sobre Ron, sólo un ratito más, mientras revuelve el pelo oscuro de Harry y se rinde al sueño, una tarde de invierno en la que no existen guerras ni horcruxes, sólo ellos tres. Y el silencio.

Tánatos

Saben que algo no va bien en cuanto el profesor Lupin aparece en la chimenea entre una nube de cenizas y polvos Flu. No necesitan ver sus ojos enrojecidos ni oír la derrota de su voz, pero eso tensa todavía más el nudo que amenaza con estrangularla, en algún lugar entre el estómago y la garganta.

- Ha habido un ataque en Hogwarts.

Hermione siente que se derrumba antes de que termine la frase y una mano más grande se cierra sobre la suya. Dos pasos por delante de ellos, Harry envejece diez años de golpe, suena ronco y devastado y se le hunden los hombros bajo el peso del mundo.

- Cuántos.

No es una pregunta.

Es una sentencia de muerte a la que sólo le falta la mitad de la información.

- Tres chicos.

El funeral es un espejismo cubierto de lágrimas y escarcha. Los ataúdes son un contraste obsceno sobre la nieve y los colores de las cuatro casas serpentean bajo un cielo metálico que se estremece sobre miles de cabezas. Hermione no tiene fuerzas para llorar y apenas siente que le aprietan los zapatos, la falda negra aletea sobre sus rodillas y las palabras se pierden en el viento mientras sus ojos se estrellan en el trío de tumbas abiertas en las que sólo se debe de sentir frío.

… polvo al polvo

Un temblor la recorre con violencia y la mano de Ron presiona la suya.

… cenizas a las cenizas

El sollozo de un padre desgarra la tierra.

… adiós.

Del mismo modo que se consumen el fuego y la pólvora

No se reconoce en el espejo empañado. La chica que le sostiene la mirada tiene los ojos hinchados, la nariz roja y el pelo chorreando sobre el albornoz, y parece perdida, frágil como el papel de seda, sin respuestas -ni una sola- a qué está pasando ni por qué, por qué.

Uno de los chicos era un Ravenclaw que iba con ella Aritmancia. Se llamaba Ben, vivía en Cardiff y le gustaban las meigas fritas, estudiar a media tarde y una Hufflepuff de quinto. Quería ser profesor y tenía los ojos castaños. Era bajito. Era buen chico.

Como una bofetada que no esperas, el acceso de llanto la sacude con furia y no la deja respirar, reducida a hipo, lágrimas y un corazón que sangra, roto en mil pedazos. Hermione llora por los muertos de los últimos meses, por sus compañeros y por los que todavía han de morir. Llora por James y Lily, por Sirius, por Dumbledore.

Por Harry y por Ron. Por ella.

Llora de angustia y de miedo. De pánico y horror.

Porque, aunque siempre lo ha sabido, es ahora cuando se da cuenta por primera vez de que podrían morir.

Ellos, ella, los tres. Sólo él.

Él.

No sabe cuándo ha entrado en el baño ni si ha llamado a la puerta, sólo sabe que tiene brazos de gigante que intentan alejarla de todo lo que está mal en el mundo, cerrados sobre su espalda mientras Hermione se rompe con la cara escondida en su cuello, un sitio que huele a carne tibia y crema de afeitar.

Demasiado dolor. Demasiado real.

Tiene agujas de cristal en el centro del pecho y tanto miedo que cree que se asfixiará. Ron la abraza en silencio, acunándola frente al espejo, y Hermione necesita respirar. Boquea buscando oxígeno y sólo hay lágrimas y niños muertos y duele, así que levanta la cara y le roba el aliento con los labios, un beso que suspira ayuda, una súplica carnosa que quiere enterrar el dolor. Los puños crispados en su jersey, las lágrimas quemándole las mejillas, Hermione lo besa en una succión infinita y Ron se queda quieto, las manos todavía en su espalda como un caparazón.

Todavía duele, todavía se ahoga y por eso se estruja contra él, buscando contacto con todas las partes de su cuerpo y romper ese aguijón de hielo que la taladra desde dentro. Quiere sentir otra cosa que no sea esa pena aplastante, ese miedo, brutal y atroz. Hermione desliza una pierna fuera del albornoz enredándola entre las suyas, caliente y desnuda, y eso basta para que él reaccione y suba las manos hasta su nuca casi con violencia para convertirla en un gemido líquido, disolviendo todo lo que duele hasta hacerla olvidar, sí, olvidar.

Ron es inmenso como las torres de Hogwarts, sólido, abrumador, y su boca es una bestia que arrasa todo a su paso sin piedad ni tregua, haciéndola estremecer, desnuda bajo el albornoz. Se mueve contra él, una sola vez. Embiste y busca la fricción, el roce de la tela, Circe Bendita, se vuelve a mover. Le late la cabeza y el dolor empieza a diluirse en esa presión punzante que cae en picado hasta la unión de sus piernas. El suelo desaparece bajo sus pies descalzos. Ron la sienta sobre el lavabo. Está frío, y el contraste la deshace de cintura para abajo. Los dedos se enroscan en su pelo empapado, no deja de besarla y las rodillas son un estorbo, así que las abre y Ron se encaja justo ahí y algo tenso amenaza con soltarse pero el beso para de repente y cree que se ha vuelto loca, porque tiene ganas de abofetearlo hasta que la mira.

Y lo ve.

Algo extraño en sus ojos. Algo pequeño que tirita, agazapado tras el color azul, como una pregunta asustada.

Y entonces Ron se arrodilla entre sus piernas sin desviar la mirada y Hermione se contrae en una respiración que le agita el pecho. Está aterrorizada y todo vuelve a doler -tanto, duele tanto- , la guerra ruge en su cabeza y no puede más -por favor-, no quiere escucharla, así que abre el albornoz y espera a que el mundo se derrumbe a su alrededor.

Ron usa toda la lengua, de abajo arriba primero, luego al revés. Lo hace despacio, láminas de lluvia contra el cristal, tardes de verano, la recorre y la inflama, centímetro a centímetro, hacia arriba y hacia abajo, Merlín Todopoderoso, sí, SÍ. Después sólo es la punta, rígida y húmeda, una pequeña víbora que chupa sus pliegues y a veces se detiene para hacer una succión más larga y rozarla un poco, sólo un poco con la base de los dientes.

Cree que va a estallar, cree que no tiene cuerpo.

Jadea como un caballo salvaje y tiene los ojos vidriosos, la cabeza colgando hacia atrás, vencida por la excitación.

Nota sus labios, pequeños besos entre los rizos, aliento en la piel recién nacida, y algo seco y carnoso, redondo, abriéndose paso por el centro, acariciándola en círculos.

Su nariz.

Y se ha parado donde la sangre hierve y explota, histérica de hambre.

Ron respira y quema, Circe, abrasa. Empuja con la nariz y Hermione cierra los ojos y siente las lágrimas tras los párpados, la furia y el sexo, y no puede esperar así que mueve las caderas y la lengua embiste mientras ella lo mira por primera vez, la cabeza pelirroja entre sus muslos, las manos -enormes- sobre sus rodillas.

La realidad se dilata, todo pierde su forma, se pone del revés y algo dentro de ella se afloja y se deshace sobre la boca de Ron, que empuja hasta romperla, añicos que se recomponen en un único estertor.

Epígrafe para un mundo condenado

Nadie apaga la tetera cuando se pone a silbar.

Hermione entra en la cocina esperando encontrarla vacía y ve a Harry con la cara enterrada en las manos, el brazo de Ron sobre sus hombros y las cabezas juntas, fuego y azabache, un contraste tan hermoso que casi parece irreal.

Apoyada contra el marco de la puerta, se echa a llorar en silencio pero ya no duele, sólo alivia, y cuando Ron se mueve para mirarla los dos sonríen mientras Harry se deja consolar después de seis meses herméticos en esa casa donde siempre hace frío y no se oye nada más que el viento trémulo del páramo.

Atlas de geografía humana

Está cansada. Es eso. Imagina cosas porque los últimos días han sido difíciles y ella está dormida sólo a medias.

Ese chirrido no es su puerta, esos golpes no son zancadas desnudas sobre el suelo de madera, ese peso no es un cuerpo deslizándose en su cama.

Abre los ojos y cree que está soñando aunque sabe que está despierta, su voz un suspiro tan débil como una hoja en un vendaval.

- Ron, ¿qué…?

Labios. Mordiendo los suyos. Primero el inferior, tirando de él, soltándolo con un ruidito que chasquea en mitad de la noche, luego el superior, acompañado de una caricia leve de los incisivos. Después la punta de la nariz mientras Ron la gira en la cama hasta dejarla acostada sobre su espalda. La mira con algo que no entiende, que pesa y gotea en un lugar donde dicen que debe de estar el alma. Se inclina, la besa en la frente y Hermione siente algo tierno que podría romperse, como pan recién hecho.

Todo lo que la otra noche fue desesperado y furioso ahora es lento y delicado, beso a beso desde la sien a la mandíbula, mariposas en un volcán, apoyando las manos a ambos lados de su cuerpo hasta quedar totalmente encima de ella, tocándola sin aplastarla.

Y por fin labios sobre labios y lengua contra lengua, mientras las manos buscan entre la ropa de cama.

Es raro que otros dedos jugueteen con su camisón y notar esos pies gigantescos enroscados con los suyos, estar tumbada en la penumbra mientras la besa porque siempre están de pie o sentados y es un ángulo nuevo y casi se siente vulnerable, atrapada entre Ron y el colchón, expuesta y femenina.

Es raro sentir la palma de sus manos subiendo por los muslos mientras levanta el camisón, milímetros de piel que se eriza por el contacto. Las lenguas se ahogan, nadan en saliva. Los dedos despiertan nervios que aún no habían nacido, transpirando miel y sal, torrentes a punto de ebullición. El camisón es una maraña a la altura de sus costillas y Hermione hierve sobre la cama, se incendia debajo de Ron, así que abre los ojos y levanta los brazos, y mientras la tela resbala por su cabeza, Ron se quita la camisa y lo ve, tan amenazante como la otra vez, el músculo que se expande hasta la espalda, las violentas clavículas, esa media luna rígida, el vientre esculpido como un tablero de ajedrez.

Es raro rozar su torso con los pezones, fundirse en un gemido sin dignidad y clavar las uñas en la curva de su espalda, un continente perdido hecho de una roca más dura que el diamante. Un pecho en una mano, el otro entre sus labios, la otra mano baja hasta sus bragas y Hermione nota cómo resbalan hasta el inicio del pubis y jadea, se hincha, se enreda con sus propias manos y agita las piernas hasta que consigue sacárselas por los tobillos y Ron puede usar toda la mano, un dedo para frotar, otro para hacer círculos, mientras se olvida del pecho y le come la boca.

Es raro, querer explotar y no poder. Sentir esa desesperación y que todo parezca suave y lento, como un hechizo levitador. Hermione sube las manos por su espalda, recorre los pectorales, le besa el esternón, acaricia el estómago con dedos diminutos y tira del pijama hacia abajo, ansiosa y excitada mientras abre las piernas y cruza los tobillos justo debajo de sus nalgas, rígidas como el bronce bruñido. Ron la mira, ojos infinitos bajo el flequillo, asustado por primera vez en todo este tiempo y ella sonríe y lo besa despacio, caramelo en una sartén. La primera embestida duele y nota la bofetada de las lágrimas pero no importa, no importa, y lo besa mientras empujan y se frotan, se traban, se enmarañan, desordenados y confusos en un mundo en el que no existe el invierno, no existe nada, sólo carne enredada y lenguas embistiendo mientras las sábanas crujen en mitad del silencio.

Es raro, no saber muy bien qué hacer y no tener dudas en absoluto, como si sus cuerpos tuviesen mapas mudos para guiarlos bajo las sábanas, conduciéndolos a través de territorios sudados, caminos sin retorno, senderos vírgenes y bosques inexplorados.

Es raro.

Y tiene más sentido que cualquier otra cosa.

Todas las mañanas del mundo

Hace frío y la luz es gris, como en las viejas películas de los años 50 que sus padres veían acurrucados en el sofá cuando creían que ella no los espiaba. Sentada en el hueco de la ventana, soñolienta y despeinada, Hermione se abraza a sus rodillas desnudas porque la camiseta de Ron es amplia pero no abriga todo lo que pensaba.

El páramo tiembla bajo los copos de nieve y Hermione piensa en los fotogramas en movimiento que solía ver hecha un ovillo en el tercer escalón, a través de la barandilla. Esa niña de dientes grandes y notas brillantes parece ser de otra vida y nota el rubor subiendo por la nuca, recordando caricias y suspiros, piel sudada, zonas que se ablandan, otras que se ponen rígidas, músculos deshechos, algo húmedo que late.

A lo mejor, en una película, darían un paseo cogidos de la mano y hablarían en el desayuno, con ojos tímidos y voces bajas, y Hermione sabría por qué se esconden en la buhardilla para robarse besos y desabrochar botones con prisa y por qué Ron mete la cabeza bajo su falda mientras ella se deja caer contra la puerta de la despensa. A lo mejor, en una película, pondrían nombre a lo que está pasando y es entonces cuando en su cabeza salta una frase que la llena de dudas y dispara todas sus alarmas.

Se da cuenta.

Y resulta aterrador.

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

- ¿Hermione?

La voz se arrastra desde la cama, rugosa y narcótica, y su corazón es una snitch que han detenido en seco. Tiene vértigo. Y otra cosa. Algo que palpita, una bolita que no sabe si las cosas van a cambiar y si ponerle nombre en voz alta da tanto miedo como pensarlo, qué es lo que va a decirle, desnudo entre las sábanas, masculino e intenso, distinto, extraño, Ron.

La mira con ojos chiquitines, se mueve un poco sobre el colchón y abre los brazos para ella en un gesto tierno y titánico.

- Hace frío. Vuelve a la cama.

Dormirse contra su pecho, escuchando los latidos de su corazón, es algo nuevo y precioso a lo que cree que jamás podrá acostumbrarse, un lío de piernas y brazos, los alientos mezclados antes de que la abandone la conciencia y le dé tiempo a pensarlo.

A lo mejor no son nada.

A lo mejor lo son todo.

A lo mejor son sólo Ron y Hermione, y eso es más de lo que muchos quisieran ser en la Historia de los hombres y de los magos.

(fin)

happy b-day, fic, you're the sirius of my james, mapas mudos

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