Mis ánimos no son muy buenos ahora mismo y mi escritura es peor. Pero en fin, escribir me ha ayudado un poco, así que no me importa mucho. Cuando me anime ya me tiraré de los pelos escachurrados por haberme atrevido a postear esto.
Summary: A veces el olfato ayuda más que las palabras.
#5 Olfato
Sirius huele los problemas. De hecho, no es que los huela, sino que los rastrea, olfatea y husmea como un perro hasta dar con ellos, especialmente cuando está de mal humor. Y especialmente si hay algún slytherin cerca. Por algún motivo que Remus desconoce, quizás el odio hacia su propia sangre, el animago no soporta ver a los slytherin divirtiéndose. Claro que, cuando ves a un grupo al fondo del pasillo riendo a carcajada limpia, puedes poner la mano en el fuego a que están atormentando a alguien. El joven Black acude al rescate de la víctima, no precisamente por altruismo, sino probablemente por el placer de comenzar una disputa con sus detestados rivales.
Esa mañana ha recibido una carta de su madre. Nadie ha logrado leerla ni saber qué ha escrito en ella Walburga Black. Y desde entonces no hace más que gruñir. Camina al frente de sus amigos por el colegio, con las manos en los bolsillos y el ceño fruncido. En cuanto ve al grupo de slytherins, podría decirse que vuela en su dirección. Golpea la palma de su mano con el otro puño, yergue la cabeza y aligera el paso.
-Sirius, no irás a…
Remus no termina la frase, y al final son Sirius y James los que van a. Sólo sigue sus pasos junto a Peter cuando los slytherin se han ido con el rabo entre las piernas -advirtiendo, no obstante, que se arrepentirán de lo que han hecho- y el cazador del equipo de Gryffindor le tiende la mano al hufflepuff de cuarto curso que ha sido víctima de la magia viperina de sus agresores. Al pobre chico le han hecho aparecer unas largas orejas de burro en la cabeza. James y Peter le acompañan a ver a la sra. Pomfrey, y Sirius se queda allí, de pie, con varios golpes en la cara y la respiración agitada.
-¿No deberías ir tú también a la enfermería?
El joven Black niega con la cabeza sin siquiera mirarle. Pasa por su lado, con las manos en los bolsillos, y se aleja de allí. Como si no pasara nada. Aunque ha liberado adrenalina y ha golpeado con tanta fuerza que le ha dolido. Aunque esos golpes no hayan sido lo suficientemente fuertes como para expulsar esa angustia en su interior que no quiere salir.
Remus huele la tristeza. Le pasa a menudo. Como esa noche, cuando en la cama de al lado no se encuentra el mismo chico inquieto de siempre que durante horas no consigue la posición adecuada para conciliar el sueño, sino un perro herido. Inmóvil, silencioso. Sangrando, moribundo.
Sirius se levanta en plena madrugada y sale de la habitación sigilosamente. El licántropo intenta continuar durmiendo, pero no es capaz ni de cerrar los ojos. Ahora que la tristeza ha salido por la puerta, se pregunta qué la ha provocado, qué será de ella y, sobre todo, adónde ha ido. Finalmente se despereza y sigue su rastro, que le lleva hasta la torre de astronomía. El perro malherido se encuentra afuera, de pie, mirando la luna plateada, y no desvía la mirada ni siquiera cuando la presencia de su amigo se hace evidente.
El lobo suele aullar por la luna, pero en ese momento quisiera aullar por el perro de ojos tristes. No obstante, se trataría de una conducta inadecuada, en absoluto propia de Remus, así que se limita a hacer compañía. Tampoco quiere que la situación se vuelva incómoda para el otro merodeador, de modo que le da la espalda y se adelanta hasta la baranda, donde apoya las manos, para que sus ojos no sientan la tentación de observar al perro sin descanso.
Apenas ha pasado un minuto cuando nota el flequillo de Sirius en su nuca. Casi da un respingo por acto reflejo, pero en el último momento sabe contenerse. Le cuesta un poco más cuando su amigo habla y parece que se le desgarra la voz, y el alma con ella, con sólo tres palabras.
-Qué mierda, Lunático.
Girarse y abrazarle para darle consuelo y después pedirle que le enseñe la carta que tanto le ha trastocado no es una opción. Así que se limita a suspirar y contestar en el tono más comprensivo que encuentra para, también él, sólo tres palabras.
-Lo sé, Canuto.
Sirius sabe que Remus huele su tristeza, pero que no se atreve a mirarla de cerca ni a tocarla. No invade su espacio personal, ni exige respuestas a su extraño comportamiento, sino que le deja libertad para moverse y hablar en la medida que prefiera. El animago hunde la cara en el cabello castaño que cae sobre la nuca del otro chico y decide que esa es la medida adecuada. Permanecer en silencio, en la oscuridad, mientras nadie puede verles. De esa manera, mientras Remus le sirve de apoyo, nota que sus hombros pesan un poco menos.
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