02.Azul

Sep 19, 2010 18:43

 02.El Azul del Cielo


“(…); siento retirarme sin haber consolidado las instituciones que ella había creído propias del país y que había jurado defender; pero al menos tengo el consuelo de dejar a Chile independiente de toda dominación extranjera, respetado en el exterior y cubierto de gloria por sus hechos de armas.”

[Abdicación de Bernardo O’Higgins Riquelme a su puesto de Director Supremo de la República de Chile, 1823]

- No le queda mucho tiempo -Miguel contempla el semblante severo de Paula, quien no se conmueve ante la noticia-. Ahora que le han dado permiso de volver a su país debieras acompañarlo y tal vez hablar con él por fin.
- Pero no soy capaz de perdonarlo Miguel ¡Él me aseguró en ese momento…!
- Es un ser humano, un mortal asustado por las circunstancias y que en mi tierra se ha dado cuenta de sus errores. Dale una oportunidad, Lanküyén. Don Bernardo se sentirá reconfortado si tú le hablas, ha deseado verte más que nada en el mundo.

La mujer se queda en silencio, sus ojos pardos perdidos en algún punto del cielo. ¿Volver a ver a Bernardo O’Higgins? No se siente capaz de verlo a la cara sin recriminarle cada uno de sus errores. Miguel se acerca a ella y le abraza, para darle valor.

- Él no fue malo, sólo fue humano, como tus otros hijos queridos -le dijo con tenue voz-. Va a morir y lo sabe, no llegará a pisar su tierra antes del final.
- No haré con él las paces, tengo demasiado dolor de madre escondido en el alma.
- Pero… También eres la madre de Bernardo ¿o no?

Azotada por la última frase, Paula se estremece contra el pecho de Perú.

¡Cuánta verdad!

Cambió todo en ella, el corazón latiéndole violentamente.

Y Miguel, sonriente, la llevó hasta la casa en Lima del que una vez fuera el Director Supremo de la República de Chile.

Patricia, la pequeña mapuche que O’Higgins se llevara con él al exilio casi cae de rodillas ante la presencia de Paula, pero ella la sujetó por los brazos y la rodeó en el aroma a canela de las sagradas tierras mapuches que las vieron nacer a ambas.

- Llévame con mi hijo, pequeña -le dijo, sin quitarse la capa de viaje-. He venido para calmar un viejo dolor.

Bernardo, el hombre por el cual una vez Paula le levantó la mano a su príncipe José Miguel, estaba sentando en el recibidor de la casa, enfermo, ajado, sus cabellos rojos habían perdido el brillo orgulloso y gallardo, reemplazado ahora por una corona de cenizas, viejo y perdido un poco en el tiempo, ya muy poco queda del general que liberó a Chile y contribuyó en cierta medida a alejar a los realistas de Perú. Paula se sentó a su lado y le tomó la mano.

- Fuiste cruel y despiadado, Bernardo -dijo-. Retribuíste largamente las humillaciones de José Miguel y destrozaste el corazón de Benjamín al cometer esa traición contra Rodríguez.

El hombre le fijó los ojos, sin contradecirla. Sólo quería verla y con ello le bastaba, aunque las palabras lo herían.

- Y sin embargo, no pude menos que venir porque me llamaste con tal desesperación que fui capaz de oírte.
- Voy a morir…
- Lo sé. Todo tiene un final, Bernardo -concedió con ternura-, pero tú ya no le temes a la muerte. He venido hasta ti porque soy tu madre, porque he logrado entender tus razones y aceptar que, a pesar de todo, fuiste y serás importante para tu gente. Sin ti Chile jamás se habría sostenido por sus propios pies. Te quiero, tu tierra te quiere. Tus fallos fueron humanos, terribles y humanos. Y tus triunfos serán legendarios. Nadie podrá negarlo.

>>Porque el tiempo pone en su lugar las acciones de los seres humanos. Has pecado y has redimido, más que nadie creaste y destruiste. Yo, Bernardo O’Higgins, te quiero, como a tus hermanos. Puedes irte en paz y con el alma tranquila.

El hombre extendió su mano y le acarició la mejilla. Sonreía débilmente.

Y se quedó dormido, agotado por la emoción, supuso Paula.

Ella se fue de la casa con rapidez, no quería que la familia de O’Higgins la sorprendiera, ya bastante impresión había causado su llegada. A la salida Miguel la esperaba con el caballo dispuesto.

- No te tardaste nada.
- No había mucho qué decirle. Sólo debía pedirle que abandonara este mundo en paz- comentó entristecida.

Miguel le sonrió con cariño y tomándola de la mano le ayudó a subir al carruaje.

Unas horas más tarde Bernardo O’Higgins moría con la palabra “Magallanes” en los labios, sin pisar otra vez la tierra en la que nació y a la que tanto amó.

Mucho daño, muchos errores. Eso no cambia el hecho de que por tu Patria lo diste todo, siempre presente en lo que ocurría, vigilante como el cielo que nos acoge.

Azul, como el cielo que tanto extrañaste, tus hazañas te acompañarán, dándole el el tiempo a tu Nombre su dimensión verdadera. Porque eres un hijo tan digno de tu tierra como todos los demás.

Siempre sobre tu cabeza estará el Azul del cielo, justo antes del amanecer. Porque tu legado es el amor, el amor a la Patria aún en la distancia.

victor, latina, bicentenario, paula, fancannon, thomas mckellen, chile, hetalia, Benjamín

Previous post Next post
Up