El Cuento. 02. La Pared (UruguayXBrasil)

Aug 29, 2010 16:08

02. La Pared


Luciano no entendía el por qué Sebastián andaba tan pensativo el día de hoy. Era como sino estuviese en el mismo sitio que él, oteando distante el cielo rojo del atardecer, labios apretados y por la noche sentado junto a la ventana, observando el mar con cierta melancolía en la cara, las rodillas contra el pecho, el rostro ladeado. En ocasiones hunde la cara entre sus brazos, molesto, pero nada dice, nuevamente convertido en ese salvaje acertijo que Portugal siempre intentó esquivar mientras corría envuelto en llamas hacia él.

Brasil no odiaba más un recuerdo de vuelta en su mente que éste; la carne de Sebastián en sus manos y el corazón atrapado en la selva o entre las palabras bonitas de Martín. Le da la impresión de que aún hoy se encuentra en ese sitio contra su voluntad, el llanto por los recuerdos rotos atrapado en el pecho oscureciéndole la mirada, destrozándole a Brasil la sonrisa que parece eterna a los demás y que para Sebastián constituye un privilegio, a pesar de no habérselo dicho jamás.

Como siempre que busca romper con el ambiente pesado, Luciano se mueve por la cocina en silencio, preparándole el mate a Sebastián. Desde la Independencia que Luciano suele utilizar el mate como una manera de callar o hacer hablar a ese rubio difícil, la señal inequívoca de que quiere estar a su lado y que el mundo desaparezca mientras el agua en la calabaza siga caliente. Se lo tiende con un gesto suave, para no sobresaltarlo y entonces el hechizo se desencadena: Apenas siente el aroma de la hierba el joven voltea la mirada y entonces regresa de algún lado, su corazón prendido del de Luciano. No hay preocupación ni angustia tras ese instante; simplemente, la certeza de que nadie se llevará la cercanía entre ellos, ni ese sentimiento estremecedor en sus pechos.

- Gracias -dice Sebastián con una voz templada y hasta dulce mientras se sienta correctamente. Luciano sonríe aliviado en tanto el otro le da una chupada a la bombilla distraídamente, aún pensativo.
- ¿Me he equivocado? -interrumpe Brasil tras un momento. No resiste más el silencio, necesita saber, porque siente esta distancia como un castigo inmerecido.
- ¿Qué decís? -su compañero le contempla extrañado, sobretodo por la pena en el rostro de Luciano-, ¿Creés que estoy enojado? -lo entiende todo y se siente incómodo, no sabe qué decir otra vez.

"¡Mierda!, los demás son capaces de escribirse libros de amor y aquí estoy yo, sin saber consolar a Luciano por mi distracción"

- Simplemente ando distraído -termina por decir, vencido-. Es sólo que busco una forma de decirte lo que siento como lo hacés vos, como lo hace Martín, pero algo sucede, tengo las palabras en la boca y no salen. He terminado atragantado con ellas.

Para su sorpresa, Luciano se relaja al grado de dejar escapar una carcajada. Sebastián lo censura con un destello en sus ojos pardos, ceño fruncido de chiquillo ofendido.

- ¿Eso te ha tenido así todo el día? -repite como una pregunta, el corazón encendido en ternura.
- ¿Qué? ¿Pensás que es estúpido?.
- No, no te enfades Sebastián. No puedes ser como Martín, es todo.
- Lo sé, no soy tan egocéntrico… O tan fanfarrón -sonríe-, sin embargo me di cuenta de que es tan poco lo que te digo, antes te hablaba para pelear. Y debés necesitar que te diga esas cosas que me decís a mí con naturalidad, sé que podés pasarte una noche entera alabando el brillo del mis ojos, o la textura de mi piel, yo no sé qué decirte. No sé.

Luciano entonces se acerca a él y lo besa despacio, enlazando en sus dedos las guedejas rubias, no el rubio trigo de Martín, sino el dorado sol de la mañana, cuando amanece tras la noche más profunda, ese sol que corta las tinieblas con el filo de su espada, sol que consuela, que da tibieza y no ahoga. Sebastián siente las palabras en su boca y no salen otra vez, se frustra un instante y después olvida, el tacto tibio de los labios de Luciano le hacen olvidar todo, incluso el dolor.

"Los dioses son sabios, no hay duda" se dice Luciano "las palabras no pueden entregarlo todo, pero sí puede hacerlo un acto, algo tan sencillo como esto llena mi corazón de alegría, más de lo que lo harían mil palabras"

- Es el tenerte aquí lo que más quiero -murmura Brasil, labio con labio-, y que me digas "Te amo" es lo que siempre deseo escuchar. Lo demás no es tan importante. Si, puedo quedarme una noche entera hablando del consuelo que siento en el pecho cuando despierto y te veo descansando, el ritmo secreto de nuestros encuentros, pero tú Sebastián, tienes algo que nadie más puede igualar -sonríe con la inocencia de un niño-: Es esa intensidad en tu aroma, en tus ojos aún a través de los lentes, la elegancia de tus pasos sobre la arena, el poema de tu cuerpo al danzar para los dioses, al danzar para mí. El lenguaje de tus ancestros… Eso es lo que amo, lo que te vuelve único.

Lo abraza, obligándolo a dejar el mate sobre la mesa de arrimo, el oleaje de las olas meciéndolos a la distancia.

- Sos un idiota, Brasil…
- Soy TÚ idiota -replica, riéndose otra vez.
- Si. Te amo -Las palabras salen limpias y honestas. Brasil lo aprieta más fuerte todavía, deseando fundirlo contra él.

- Somos los príncipes del castillo con un fuerte muro -dice de pronto Sebastián-. Lo pensé mientras estabas en la playa -añade mientras Luciano se separa de él para escucharle.
- Suena bien.
- Fue raro ¿Sabés? Tenés listo el castillo y lo desbarata la ola, decís que hay que hacer una pared para que el mar no se lleve ese esfuerzo y entonces me di cuenta -Algo cambia en la expresión de Sebastián, una ternura nueva, las palabras fluyendo al final-: Vi a Portugal, a España, a Martín y vos allí, esperando, peleando cada vez por rearmar el castillo en que me conociste, construyendo el muro con paciencia, incluso si yo venía y botaba las piedras, vos no te dejaste vencer y seguiste… Sin notarlo, me puse a tu lado y empecé a poner piedras también, aunque te maldijera mil veces o te echase en cara los errores, vos estuviste allí, enojándote, aguantando, respondiéndome a veces, sin dejar de armar esa muralla.

>>Y hace tan poco me dijiste "Eu te amo" y te creí. Cuando le dijiste a esa niña que todo tenía solución y ella dejó de llorar, supe que fue eso lo que hiciste también conmigo: Lo creí todo perdido, me vi como un objeto que se peleaban, no le importaba realmente a ninguno de ellos y vos limpiaste esas lágrimas con perseverancia hasta que se acabaron los reproches, hasta que pude sonreír, porque supe que para ti no era una posesión, sino un amado, un ser que merecía eso y mucho más -Luciano parece de pronto tan impactado que Uruguay duda- ¿Me entendés?
- ¿En serio lo ves así? -preguntó estremecido por dentro.
- Por supuesto que sí, ¿por qué creés que te lo digo, nabo? -lo mira como si fuera lo más normal de la tierra.

La reacción de Brasil fue absolutamente inesperada.

- ¡EH! ¿Por qué llorás?

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