El nacimiento de las Palabras

Sep 18, 2012 03:37


Cuando el Árbol de la Vida brotó de la Tierra solo habitaba en ella el Silencio. Era la época ideal; desprovisto de criaturas errabundas, todo fue paz, una existencia sin luchas, sin dolor y sin sobresaltos. El Silencio descansaba entre las raíces del Árbol de la Vida y, acunado como un hijo en el vientre materno, todo Lo Por Decir, hijo único y muy querido de su madre Árbol, se desplazaba transmutado en sangre tras la corteza para alimentar las ramas y los frutos delicados que brotaron por millares entre las hojas de laurel, ciprés y olivo a medida que el Sol y la Luna completaban sus extraños ritos circulares.

Al madurar, los frutos fueron cayendo uno a uno sobre el verde césped que amortiguó los sonidos para no perturbar el sueño del Silencio y a través de sus cáscaras velludas emergieron los primeros animales. Desprovistos de voz, pues nada tenían que comunicarse, dedicaron sus días a pacer el verde césped y anidar entre las raíces como hacía el Silencio.

Mientras el Árbol cobijó bajo su alero a todos los animales del mundo, el Universo se entregó a una particular tarea: Con precisión exquisita colocó en el firmamento a las Estrellas para que elevaran cantos eternos al Sol y la Luna. No descansó hasta que le pareció su coro digno de tan gran honor y cesó su trabajo para regalarse en su contemplación eterna, muy cansado.

Ese fue el día en que Lo Por Decir decidió que quería ser libre.

Su revolución comenzó como un gruñido tras la corteza que perturbó al Silencio y le hizo despertar de su agradable siesta; luego vino el Rumor cabalgando en una brizna que estremeció a las hojas. Lo Por Decir estaba curioso por el mundo exterior; entendió que había algo allá fuera porque los animales se frotaron incontables veces contra su madre y tomaron por costumbre lamer las hojas bajas, porque el Silencio hizo su hogar entre las raíces y percibía su peso, pero nada más. Dijo a su madre con un breve latido que le diera permiso de marchar, pero ella se negó en el latido siguiente. Lo Por Decir descubrió entonces que estaba atrapado y no tenía escapatoria.

Recorrió todo el Árbol buscando una salida, quizás, si un animal arrancó un pedacito de corteza, él podría asomarse y mirar. Nada halló, los animales eran respetuosos con su Gran Madre y no le harían semejante cosa.

Lo Por Decir se quedó entonces sin opciones. El bullicio de su propio correr por su Madre le aturdió y enfureció consigo mismo por ser tan débil. No tenía manera de poseer otro cuerpo, no sabía ni por dónde comenzar. Silencio fue el único que recibió su desesperación, porque en su interior habitaba Nada Que Decir y por ello estaba abierto a escuchar. Se abrazó al Árbol y dejó a Lo Por Decir la oportunidad de pensar un momento.

Y  Pensamiento vino y engendró a la Idea entre Silencio y Lo Por Decir.

Durante esa noche las flores maduraron, cayeron sus pétalos sobre los brillantes lomos de los animales y dieron a luz frutos desprovistos de vello. Cuando el Sol se asomó a curiosear como todos los días, su calor quebró las duras cáscaras y emergieron animales, pero no cualquier tipo de animales. Al verse sin salida, Lo Por Decir decidió que la única manera de escapar era prendándose a los hijos de su madre, algo que nunca antes consideró hacer.

Se abrieron las cáscaras y emergieron animales sin cabello, tiritando de frío en la madrugada estival, abrieron los ojos y  descubrieron que el Sol era bello y tibio. Arrojados del amoroso interior de sus nidos, se pusieron de pie y extendieron sus manos al cielo, buscando alcanzarle, el tacto entre sus dedos los llenó de gozo y fue el momento que Lo Por Decir alcanzó la Libertad.

Silencio, que todo lo observó con cuidado, incluso en vigilia para ver madurar estos frutos tan peculiares, los abrazó un momento antes del Gran Instante. Pensamiento, abrazado a Lo Por Decir y él, casi un hijo de ambos, ocupó su sitio entre los animales sin vello, engendrando Ideas con los animales.

Una boca se abrió. Y Lo Por Decir emergió de su interior, mirándose por primera vez a los ojos con Silencio. Silencio se sintió estremecido y el encuentro casi lo arrebató del mundo; solo evitó su final apartándose para que su nuevo compañero mirara alrededor a sus anchas y proclamara a través de otra boca lo contento que estaba de su nueva condición.

Idea emergió nuevamente. Y vino otra Idea igual a ella, y luego hubo tantas que Lo Por Decir no fue capaz de distinguirlas entre sí y se desesperó. Los animales sin vello se reunieron al verse semejantes entre tantos extraños y dejaron escapar de sus bocas todo lo que les quedaba de Lo Por Decir, pero no se terminaba, recorría sus venas, daba ánimos a sus espíritus y sus cuerpos.

Entonces, Silencio abrazó a cada animal, impregnándolo para engendrar con Lo Por Decir otro hijo: Nombre.

Y todas las Ideas y los nuevos Nombres se hicieron uno. Los animales sin vello afrontaron el crepúsculo con menos miedo que al abrir los ojos e insomnes contemplaron el cielo, entretenidos en unir más Ideas con más Nombres, una labor que hasta el día de hoy disfrutan enormemente.

Lo Por Decir le pidió a Silencio, tembloroso y asustado, que lo acompañara para siempre. Y Silencio aceptó, reuniendo a sus hijos e hijas para nunca separarse de Lo Por Decir y crear algo a lo que los hombres sin vello llamaron Familia.

Por eso, antes de Lo Por Decir viene Silencio, hollando su camino con pies descalzos, caminando de la mano con todos sus hijos; los que nacieron, los que nacen y los que están por nacer. Y por eso, cuando Lo Por Decir se marcha, Silencio también va detrás, repitiendo el ciclo para que nadie traicione nunca a sus hijos: las Ideas, los Nombres y las Palabras.

thomas mckellen texto original

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