El árbitro pitó el final del encuentro. Y fue entonces cuando se desató la locura en aquel campo de fútbol. Ella abrazaba a colegas y a los jugadores a los que veía a su paso, abrazándose con el capitán, al que ella tanto admiraba. Y vio por el rabillo del ojo como él saludaba feliz a los contrarios. Llevaba la banda aún en el pelo y la sonrisa le formaba arruguitas en las mejillas. Él no se acercó a ella cuando se dirigió al túnel de vestuarios pero la miró, y ella supo que tenía que acercarse a él. Se miraban a los ojos sin decirse nada, aún en el campo, y él extendió levemente los dedos para rozarle la mano.
Entraron al túnel de vestuarios y se escabulleron sin que nadie se diera cuenta por una puerta lateral, donde estaba la sala donde ella le llevaba antes de cada partido para besarle la mejilla y decirle que todo iba a ir bien y que iba a marcar. Llevaba meses cumpliéndose. Pero, en el último partido, ella no le besó y él no marco. Y este partido, la gran final, tampoco lo había besado. Pero ella le dijo que si marcaba tendría su beso en la mejilla.
Y ahora estaban los dos en aquel cuarto oscuro, uno delante del otro. Ella con la sonrisa tonta que tenía desde que él había marcado el primero de los dos goles de aquella noche. Él intentaba no sonreír pero fracasaba en el intento. Ella alzó la vista hacia él, dándose cuenta los dos de lo cerca que estaban. Las otras veces que se encontraban allí había sido diferente, no había esa atmósfera, el aire se les hacía pesado y oían sus respiraciones.
Esta vez, no hizo falta que dijeran nada, él bajó la cabeza y la besó. No en la mejilla, como ella llevaba haciendo cuatro meses para darle suerte. No en la frente, como cuando ella le dijo que iba a marcar aquel primer día que empezaron esa rutina. La besó de verdad y ella se colgó de su cuello, tirando de los mechones de pelo cercanos a su nuca. Se quedaron quietos besándose en la oscuridad de esa sala, oyendo solo el ruido apagado del estadio gritando. Cuando se separaron, él la miraba fijamente con la boca algo entreabierta y ella respiraba de manera irregular, mirando a un punto indefinido del suelo. Ella levantó la cabeza y elevó el rostro para capturar sus labios durante un segundo rápido, mientras él seguía sujetándola por la cintura.
-Gracias por no haberte ido nunca del todo -susurró ella, aún sujetándole de la nuca, de puntillas para ponerse a su altura.
Él sonrió, pero esperó a que siguiera hablando.
-Esto era la única razón por la que vine aquí, para conseguir que volvieras del todo -siguió diciendo, con una sonrisa, pensando que todo ahora iba a ir mucho mejor.
Porque Torres había vuelto.